“Puer natus est nobis, et fílius datus est nobis: cujus impérium super húmerum ejus: et vocábitur nomen ejus, magni consilii Angelus” (“Un Niño nos ha nacido, y un Hijo se nos ha dado; el cual lleva sobre sus hombros el principado; y será su nombre: Ángel del gran Consejo”), rezamos en el Introito a la Sancta Missa del día de la Natividad del Señor. Nuestro Salvador ha nacido hoy: alegrémonos. No puede darse tristeza en el día en que nace la vida, el cual, disipando el temor de la muerte baña en la alegría a nuestras almas, por la promesa certera de la eternidad. Nadie hay que no tenga su parte en esta alegría. Nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, al vernos a todos sujetos al pecado, ha venido para libertarnos.
“El Hijo de Dios se hizo carne y es perfectus Deus, perfectus homo, perfecto Dios y perfecto hombre. En este misterio hay algo que debería remover a los cristianos”, nos recuerda San Josemaría en un sermón pronunciado el 24 de diciembre de 1963, y consignada ahora en su obra: “Es Cristo que pasa”. “Iesus Christus, Deus Homo, Jesucristo Dios-Hombre. Una de las magnalia Dei, de las maravillas de Dios, que hemos de meditar y que hemos de agradecer a este Señor que ha venido a traer la paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad. A todos los hombres que quieren unir su voluntad a la Voluntad buena de Dios: ¡no sólo a los ricos, ni sólo a los pobres!, ¡a todos los hombres, a todos los hermanos! Que hermanos somos todos en Jesús, hijos de Dios, hermanos de Cristo: su Madre es nuestra Madre”.
“No hay más que una raza en la tierra: la raza de los hijos de Dios. Todos hemos de hablar la misma lengua, la que nos enseña nuestro Padre que está en los cielos: la lengua del diálogo de Jesús con su Padre, la lengua que se habla con el corazón y con la cabeza, la que empleáis ahora vosotros en vuestra oración. La lengua de las almas contemplativas, la de los hombres que son espirituales, porque se han dado cuenta de su filiación divina. Una lengua que se manifiesta en mil mociones de la voluntad, en luces claras del entendimiento, en afectos del corazón, en decisiones de vida recta, de bien, de contento, de paz”.
“Es preciso mirar al Niño, Amor nuestro, en la cuna. Hemos de mirarlo sabiendo que estamos delante de un misterio. Necesitamos aceptar el misterio por la fe y, también ahondar en su contenido. Para esto nos hacen falta las disposiciones humildes del alma cristiana: no querer reducir la grandeza de Dios a nuestros pobres conceptos, a nuestras explicaciones humanas, sino comprender que ese misterio, en su oscuridad, es una luz que guía la vida de los hombres”.
¡Ora pro nobis Sancta Dei Genetrix. Ut digni efficiamur promissiónibus Christi! Amén.
“El Hijo de Dios se hizo carne y es perfectus Deus, perfectus homo, perfecto Dios y perfecto hombre. En este misterio hay algo que debería remover a los cristianos”, nos recuerda San Josemaría en un sermón pronunciado el 24 de diciembre de 1963, y consignada ahora en su obra: “Es Cristo que pasa”. “Iesus Christus, Deus Homo, Jesucristo Dios-Hombre. Una de las magnalia Dei, de las maravillas de Dios, que hemos de meditar y que hemos de agradecer a este Señor que ha venido a traer la paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad. A todos los hombres que quieren unir su voluntad a la Voluntad buena de Dios: ¡no sólo a los ricos, ni sólo a los pobres!, ¡a todos los hombres, a todos los hermanos! Que hermanos somos todos en Jesús, hijos de Dios, hermanos de Cristo: su Madre es nuestra Madre”.
“No hay más que una raza en la tierra: la raza de los hijos de Dios. Todos hemos de hablar la misma lengua, la que nos enseña nuestro Padre que está en los cielos: la lengua del diálogo de Jesús con su Padre, la lengua que se habla con el corazón y con la cabeza, la que empleáis ahora vosotros en vuestra oración. La lengua de las almas contemplativas, la de los hombres que son espirituales, porque se han dado cuenta de su filiación divina. Una lengua que se manifiesta en mil mociones de la voluntad, en luces claras del entendimiento, en afectos del corazón, en decisiones de vida recta, de bien, de contento, de paz”.
“Es preciso mirar al Niño, Amor nuestro, en la cuna. Hemos de mirarlo sabiendo que estamos delante de un misterio. Necesitamos aceptar el misterio por la fe y, también ahondar en su contenido. Para esto nos hacen falta las disposiciones humildes del alma cristiana: no querer reducir la grandeza de Dios a nuestros pobres conceptos, a nuestras explicaciones humanas, sino comprender que ese misterio, en su oscuridad, es una luz que guía la vida de los hombres”.
¡Ora pro nobis Sancta Dei Genetrix. Ut digni efficiamur promissiónibus Christi! Amén.
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