Cuando cada uno de nosotros hizo su Primera Comunión, se nos regaló un librito de oraciones que se conoció con el nombre de Misalito. Con el tiempo, este librito se convirtió en un adorno más con que los padres presentan a sus hijos aquél día en el templo. Sin embargo, hasta antes de la reforma conciliar del Vaticano II, el Misalito cumplía efectivamente lo que su nombre indicaba: ser el primer auxiliar que tenía el niño para participar en la Sancta Missa, y donde uno aprendía las primeras oraciones, las diversas devociones y la doctrina cristiana. Esos misalitos eran una verdadera joya como libro desde el punto de vista de su materialidad. A Dios gracias, conservo el que me acompañó el día de mi primera comunión; fue publicado en Barcelona en 1961 por el Rvdo. Padre Bernardo de la Cruz y lleva por título “Horas místicas. Devocionario que contiene la misa y principales prácticas y oraciones del fiel cristiano”. Pues bien, ese misalito me acompañó por años, y probablemente a muchos de nuestros lectores le habrá ocurrido lo mismo con el suyo. Lo más hermoso del librito era el modo con que se nos introducía en la participación de la misa y en el cultivo de las devociones cristianas y en la práctica de la confesión. Con el misalito aprendimos a vivir nuestra fe católica y por eso que para nosotros es un auténtico sacramental.
Con el advenimiento de la reforma litúrgica, el misalito desapareció, como también el uso de los Misales. La reforma conciliar desechó los misales de uso de los fieles y estos fueron a dar a los estantes donde se llenaron de polvo, a las bodegas como textos “inservibles”, y lo que es peor, misteriosamente, donde los anticuarios que los ofrecen como objetos antiguos. Comentaba anteriormente que he visto varios ejemplares a la venta en la Plaza O´Higgins en Valparaíso en la feria de antigüedades. Sin embargo, en varias casas el misal diario se conservó, como ocurrió en la mía. Se trata del “Misal completo para los fieles” del sacerdote jesuita Vicente Molina, editado en Valencia en 1959.
Con el tiempo, mis amigos me han obsequiado otros como el “Misal diario y vesperal” de Dom Gaspar Lefebvre, OSB de la abadía de San Andrés, Brujas, Bélgica, editado en Bruselas en 1953, y cuyo contenido abarca la Sancta Missa, los sacramentos y el oficio divino. Con este misal, uno de los más completos que existen recuperé la costumbre de participar en la Misa Gregoriana, llamada ahora Forma Extraordinaria del Rito Romano, gracias al querer de nuestro querido Sumo Pontífice Benedicto XVI. En este Misal se sostiene en el prólogo que “si la Misa es la mejor devoción, siguese naturalmente que el Misal es el mejor devocionario”… Y otro amigo me regaló para una reciente navidad -¡qué mejor obsequio!- el “Misal completo latino-español para los fieles” del Padre Valentín Sánchez Ruiz, también sacerdote jesuita, publicado en Madrid en 1957.
Cuando ahora veo en la celebración de la Santa Misa en la Forma Ordinaria a algunos fieles siguiendo el oficio litúrgico en esa gran obra de Mrs. Eladio Vicuña que es el “Oremus”, me recuerdo de mi misalito con el que aprendí a vivir cristianamente y que me ha acompañado a lo largo de los años como fiel testimonio de la Tradición Católica. Como reza en la portada del Misal Lefebvre, el Misal es fuente primaria e indispensable del verdadero espíritu cristiano” (S. Pío X).
¡Omnis honor et gloria!
Con el advenimiento de la reforma litúrgica, el misalito desapareció, como también el uso de los Misales. La reforma conciliar desechó los misales de uso de los fieles y estos fueron a dar a los estantes donde se llenaron de polvo, a las bodegas como textos “inservibles”, y lo que es peor, misteriosamente, donde los anticuarios que los ofrecen como objetos antiguos. Comentaba anteriormente que he visto varios ejemplares a la venta en la Plaza O´Higgins en Valparaíso en la feria de antigüedades. Sin embargo, en varias casas el misal diario se conservó, como ocurrió en la mía. Se trata del “Misal completo para los fieles” del sacerdote jesuita Vicente Molina, editado en Valencia en 1959.
Con el tiempo, mis amigos me han obsequiado otros como el “Misal diario y vesperal” de Dom Gaspar Lefebvre, OSB de la abadía de San Andrés, Brujas, Bélgica, editado en Bruselas en 1953, y cuyo contenido abarca la Sancta Missa, los sacramentos y el oficio divino. Con este misal, uno de los más completos que existen recuperé la costumbre de participar en la Misa Gregoriana, llamada ahora Forma Extraordinaria del Rito Romano, gracias al querer de nuestro querido Sumo Pontífice Benedicto XVI. En este Misal se sostiene en el prólogo que “si la Misa es la mejor devoción, siguese naturalmente que el Misal es el mejor devocionario”… Y otro amigo me regaló para una reciente navidad -¡qué mejor obsequio!- el “Misal completo latino-español para los fieles” del Padre Valentín Sánchez Ruiz, también sacerdote jesuita, publicado en Madrid en 1957.
Cuando ahora veo en la celebración de la Santa Misa en la Forma Ordinaria a algunos fieles siguiendo el oficio litúrgico en esa gran obra de Mrs. Eladio Vicuña que es el “Oremus”, me recuerdo de mi misalito con el que aprendí a vivir cristianamente y que me ha acompañado a lo largo de los años como fiel testimonio de la Tradición Católica. Como reza en la portada del Misal Lefebvre, el Misal es fuente primaria e indispensable del verdadero espíritu cristiano” (S. Pío X).
¡Omnis honor et gloria!
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