San Martín nació en Sabaria, en la Panonia, y vino a Francia como soldado. Un día, viendo a un pobre desnudo, le dió la mitad de su clámide, y en la noche se le apareció Jesucristo y le dijo: Martín, todavía catecúmeno, me cubrió con este vestido. A los dieciocho años recibió el bautismo, y fué discípulo de San Hilario; edificó en el desierto de Ligugé un monasterio, y se retiró a él con algunos discípulos. Unicamente dejó esta soledad cuando se vió forzado a vivas instancias a aceptar el Obispado de Tours. Es considerado como el fundador del monacato de Francia, y es célebre por sus innumerables milagros.
San Martín de Tours, llegado a la hora de la muerte, oraba con tanto ardor como si estuviera gozando de plena salud; estaba acostado en tierra sobre ceniza y cubierto de un cilicio. Es preciso, decía, que un soldado muera con las armas en la mano. Con todo, el demonio se acercó para tentarlo, pero en vano; concluyamos de aquí que es menester combatir toda nuestra vida y hasta en la hora de la muerte. La penitencia y la oración son las armas que nos darán la victoria; sirvámonos de ellas hasta nuestros últimos momentos, porque solamente la perseverancia obtiene la corona. Todas las virtudes luchan por la recompensa, sólo la perseverancia es coronada. Murio el año 397.
Beátus servus, quem, cum vénerit dóminus, invénerit vigilántem: amen dico vobis, super ómnia bona sua constítuet eum.
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