Los proyectos de Dios son inescrutables hasta que estos nos son revelados en algún momento en la dimensión trascendental que poseen. Así aconteció con los escritos de Juanita Fernández Solar -Santa Teresa de Los Andes-, pues ella misma deseó o tuvo previsto destruirlos, como se desprende de sus propias palabras, ya que el 3 de abril de 1919 anotó en su Diario de vida: "Hace tiempo que no escribía mi diario, cuyas hojas muy pronto voy a entregar al fuego. Es preciso que, cuando me encierre en el Carmelo, mueran todos estos recuerdos del destierro, para no vivir sino escondida en Cristo". Sin embargo, las carpetillas humildes y simplísimas fueron recibidas por su madre quien mostrándose fiel a una "misteriosa intuición" las guardó sobre la base de este pensamiento: "Uno no sabe los designios de Dios". El mismo día recién citado, Juanita agregaba que tanto su madre como su hermana Rebeca, le habían solicitado el diario, pero ella argumentaba que lo escrito en él eran "cosas tan íntimas del alma que a nadie, a ninguna criatura, le es permitido penetrar. Sólo Jesús lo puede leer".
Los escritos de Teresa de Los Andes están conformados por dos modalidades discursivas: el diario y las cartas. Retóricamente, ambas formas textuales tienen como objetivo principal servir de cauce de expresión a un enunciante que, a través de ellas, expone las situaciones más relevantes del acontecer en el transcurso del tiempo, en el caso del primero; mientras que en el segundo, un receptor plenamente identificado recibe el mensaje enviado. Ambos tipos de discurso en el devenir de la historia literaria han sido fecundos y, dentro del ámbito religioso y eclesiástico, encontramos un amplio corpus de tales formas expresivas, comenzando por las cartas apostólicas neotestamentarias, donde las cartas paulinas nos muestran que el Apóstol fue pródigo al escribirlas a las comunidades de los primeros tiempos del cristianismo.
Según el carmelita Marino Purroy, los escritos de Teresa de Los Andes tienen las cualidades de los dos géneros retóricos mencionados, pero sobre todo mediante ellos la santa chilena pudo "expresar los sentimientos y estados interiores, que es lo que ella quería y buscaba". Purroy sostiene que Teresa de Los Andes encontró tanto en la escritura de cartas como en la redacción del Diario dos formas expresivas en las que más directamente se refleja quien escribe. Por otra parte, tanto el diario de vida como las epístolas en la historia de la Iglesia fueron recomendados por los confesores y guías espirituales a los religiosos, especialmente a las monjas como una forma de objetivar los estados del alma, con el fin de ir encauzándola hacia Dios. Teresa de Los Andes está dentro de esta tradición discursiva, a pesar de que el diario comenzó a escribirlo a los 15 años de edad, es decir, fuera de los ámbitos conventuales. Como lo dijimos recién, en estos espacios, la escritura de un diario era una actividad inducida que sólo servía de pretexto para que posteriormente el confesor redactara, en forma definitiva, la historia de una vida virtuosa.
Los escritos de Teresa de Los Andes están conformados por dos modalidades discursivas: el diario y las cartas. Retóricamente, ambas formas textuales tienen como objetivo principal servir de cauce de expresión a un enunciante que, a través de ellas, expone las situaciones más relevantes del acontecer en el transcurso del tiempo, en el caso del primero; mientras que en el segundo, un receptor plenamente identificado recibe el mensaje enviado. Ambos tipos de discurso en el devenir de la historia literaria han sido fecundos y, dentro del ámbito religioso y eclesiástico, encontramos un amplio corpus de tales formas expresivas, comenzando por las cartas apostólicas neotestamentarias, donde las cartas paulinas nos muestran que el Apóstol fue pródigo al escribirlas a las comunidades de los primeros tiempos del cristianismo.
Según el carmelita Marino Purroy, los escritos de Teresa de Los Andes tienen las cualidades de los dos géneros retóricos mencionados, pero sobre todo mediante ellos la santa chilena pudo "expresar los sentimientos y estados interiores, que es lo que ella quería y buscaba". Purroy sostiene que Teresa de Los Andes encontró tanto en la escritura de cartas como en la redacción del Diario dos formas expresivas en las que más directamente se refleja quien escribe. Por otra parte, tanto el diario de vida como las epístolas en la historia de la Iglesia fueron recomendados por los confesores y guías espirituales a los religiosos, especialmente a las monjas como una forma de objetivar los estados del alma, con el fin de ir encauzándola hacia Dios. Teresa de Los Andes está dentro de esta tradición discursiva, a pesar de que el diario comenzó a escribirlo a los 15 años de edad, es decir, fuera de los ámbitos conventuales. Como lo dijimos recién, en estos espacios, la escritura de un diario era una actividad inducida que sólo servía de pretexto para que posteriormente el confesor redactara, en forma definitiva, la historia de una vida virtuosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario