El Subdiaconado.
El que recibe el Subdiaconado no puede ya retirarse de la Jerarquía de la Iglesia y queda ligado con voto perpetuo de castidad; por eso el Obispo, antes de ordenarlo, le pide que piense bien lo que va a hacer.
“Al Subdiácono incumbe preparar el agua para el servicio del altar, ayudar al Diácono, lavar los manteles del altar y los corporales y presentar al mismo el cáliz y la patena para el Sacrificio”.
El Obispo le entrega el cáliz vacío con la patena, las vinajeras con vino y agua y el platillo con el manutergio. En seguida le impone el amito, el manípulo y la tunicela y le entrega el Epistolario para que pueda leerlo a los fieles en la iglesia.
El Diaconado.
“Al Diácono toca servir directamente al altar, bautizar y predicar”. El obispo le impone las manos para que el Espíritu Santo “lo fortalezca y le dé resistencia contra el demonio y sus tentaciones”. Lo reviste de estola, de dalmática y le entrega el Libro de los Evangelios, con la potestad de leerlo en la Iglesia.
El Presbiterado.
Antes de proceder a la Ordenación, el Obispo pregunta al Arcediano que los presenta, si son dignos de ser promovidos al Presbiterado (esta pregunta la hace también para el Diaconado); pregunta en seguida al pueblo si hay algo en contra del candidato. Hechas las preguntas y oídas las respuestas favorables, el Obispo les amonesta sobre la dignidad y sobre los poderes que pronto va a conferirles: el presbítero debe “ofrecer, bendecir, presidir, predicar y bautizar”. El Obispo reza las Letanías de Todos los Santos para pedir por los ministros que luego va a ordenar; pide a Dios que se digne bendecirlos, santificarlos y consagrarlos. El Obispo y los sacerdotes imponen las manos sobre el ordenando; le hace entrega a continuación de la estola y de la casulla plegada por detrás, le unge las manos con el Óleo de los Catecúmenos, le entrega el cáliz con vino y agua y la patena con la hostia dándole la potestad de ofrecer el Sacrificio: “Recibe, le dice, el poder de ofrecer a Dios el Sacrificio y de celebrar Misas, por los vivos y difuntos, en el nombre del Señor”.
En este momento, ya están consagrados los nuevos ministros del Señor, los que, juntamente con el Obispo concelebran la Misa, pronuncian las palabras de la consagración y comulgan de manos del Obispo. Este finalmente les da el poder de perdonar los pecados: “Recibir el Espíritu Santo, a quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos”; les desdobla la casulla para significar que ya tienen todos los poderes. El sacerdote es otro Cristo; mirémoslo, respetémoslo y amémoslo como a tal.
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