En la habitación del enfermo ha de prepararse una mesa cubierta con un mantel blanco, una bandejita o platillo con algodón, migas de pan, limón y agua, para que el sacerdote se purifique los dedos, y un cirio encendido.
El sacerdote revestido de cota y estola morada entra al aposento del enfermo diciendo: La paz descienda sobre esta casa y sobre todos sus moradores. Da a besar el Crucifijo al enfermo, y rocía con agua bendita el aposento y a los presentes, diciendo la antífona: Asperges me, Domine, lo confiesa y absuelve, si lo pide, lo instruye brevemente sobre la eficacia de este Sacramento, y, si es necesario, lo conforta y lo consuela con la esperanza de la vida eterna.
El sacerdote dice varias oraciones, pidiendo al Señor que bendiga ese aposento y que les dé un buen Ángel Custodio, que aparte a los enemigos espirituales, que aparte el temor de todos. Luego se reza el Yo pecador y el sacerdote implora la indulgencia, la absolución y la remisión de los pecados del enfermo. Pide en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo que se extinga en él todo poder del demonio por la imposición de sus manos, por la invocación de la gloriosa Madre de Dios
Mientras tanto los asistentes deben orar intensamente por el enfermo: si es posible recen los salmos penitenciales con las Letanías de los Santos.
En seguida unge al enfermo con el óleo de los enfermos en los ojos, oídos, nariz, labios, manos y pies, diciendo: Por esta santa unción + y por su misericordia piadosísima, te perdone el Señor lo que hayas pecado con la vista (con el oído, con el olfato, con el gusto y las palabras, con el tacto y con los pasos.
A cada unción el enfermo irá palpando la misericordia y el amor del Señor, y deseará como el Apóstol San Pablo morir para ir a unirse con Cristo. ¡Oh efectos maravillosos de la gracia sacramental!
Finalmente el sacerdote pide al Señor que le envíe su auxilio de lo alto, que desde Sión le dirija sus miradas protectoras, que el enemigo no pueda dañarle, que le perdone sus pecados, que le quite los dolores del alma y del cuerpo, que le devuelva la salud espiritual y corporal.
Antes de retirarse, el sacerdote le da consejos y advertencias saludables para que venza todas las tentaciones del enemigo. Procure que junto al enfermo quede el buen Jesús Crucificado y el agua bendita; a los que acompañan al enfermo les recomienda que si se agrava le llamen para ayudarlo a bien morir.
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