miércoles, 27 de julio de 2011

Liturgia de la Penitencia o Confesión.

Doctrina de la Iglesia.

La Penitencia es un Sacramento instituido por Nuestro Señor Jesucristo para perdonar los pecados cometidos después del bautismo. Instituyó este Sacramento el día de su Resurrección, cuando soplando sobre sus Apóstoles reunidos en el Cenáculo dijo: Recibid el Espíritu Santo: a los que perdonaréis los pecados, les serán perdonados; y a los que se los retuviereis, les serán retenido. Este Sacramento fue instituido a manera de juicio en el que el Confesor es el Juez; acusador y testigo es el mismo penitente. La materia del juicio son los pecados cometidos después del bautismo que confiesa el penitente. Este Sacramento puede reiterarse.

La materia remota son los pecados cometidos por el penitente y la materia próxima, los actos del mismo, a saber: la contrición, la confesión o acusación de los pecados y la satisfacción.

La forma es: Yo te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre y del Hijo + y del Espíritu Santo. Amén. A esta forma necesaria, el sacerdote agrega algunas oraciones, antes y después.

El ministro es el sacerdote aprobado y facultado por el Obispo para oír confesiones. En peligro de muerte cualquier sacerdote puede absolver de todo pecado y de toda excomunión.

Sujeto es todo bautizado que haya pecado. Para hacer una buena confesión son necesarios: el examen, dolor, propósito, confesión y satisfacción.

Efectos del Sacramento de la Penitencia: si el penitente, bien dispuesto, confiesa los pecados mortales que aún no han sido perdonados, con este Sacramento: a) se perdona la culpa y la pena eterna, y, a los menos parcialmente, la pena temporal debida; b) reviven los méritos del penitente, muertos por el pecado; c) se da especial gracia para evitar los pecados en el futuro.

Si el penitente bien dispuesto, sólo confiesa pecados veniales o mortales, ya perdonados, el Sacramento de la Penitencia perdona los pecados veniales, aumenta la gracia santificante, da fuerza para evitar, en adelante, los pecados y perdona más eficazmente la deuda de la pena temporal contraída por los pecados.


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