Al abrir el año dedicado a celebrar el bicentenario de nuestra Independencia Nacional, nos acercamos al Señor con gratitud y humildad, para bendecir su Nombre por tantos dones recibidos y poner nuestra mirada en el futuro para contribuir a edificar la Patria que anhelamos, desde un proyecto común que asuma nuestra identidad y diversidad.
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Memoria agradecida.
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Tal como su nombre lo indica, tanto cuando celebramos la Eucaristía (que significa acción de gracias) como cuando celebramos un “Te Deum Laudamus”, (“a Ti Dios alabamos”), lo primero que brota de nuestro corazón es bendecir al Señor por los dones recibidos. Es un deber de justicia, un deber de lealtad, un deber de profundo reconocimiento de que ni nosotros ni nuestra Patria nos hemos hecho solos. Por eso, los invito a bendecir al Señor.
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Bendecimos al Señor por formar parte de esta América Latina que se extiende desde México hasta el Cabo de Hornos, tierra de esperanza donde la multitud de lenguas ancestrales comparten la lengua castellana y la lengua lusitana, lenguas que nos permiten entendernos y compartir tradiciones muy queridas. Reconocemos, a la vez, que la historia nos ha enfrentado y dividido, y que los nacionalismos extremos fácilmente se apoderan de nuestros pueblos fortaleciendo las fronteras en vez de abrirlas con mayor fraternidad.
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Bendecimos al Señor por este Continente de presente y de futuro, pródigo en recursos naturales, como el agua dulce y el agua de mar, con toda su riqueza, la cordillera que en sus entrañas alberga minerales, una flora y fauna tan variadas y bosques originarios con los que aún respira nuestra gente. Pero reconocemos, a la vez, que no siempre hemos respetado estas riquezas, que no ponemos atajo a su depredación irresponsable, y que nos cuesta comprender que hay que construir el presente conscientes de la herencia a la que tienen derecho las futuras generaciones.
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Bendecimos al Señor porque esta larga y angosta geografía chilena alberga razas y etnias muy diversas, oriundas de esta tierra algunas y avecindados en ella, la gran mayoría. Reconocemos, a la vez, que no hemos brindado las oportunidades y ni el espacio equitativo para que cada una de ellas pudiese realizar sus talentos, particularmente hermanos y hermanas de nuestros pueblos originarios.
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Bendecimos al Señor por la historia vivida y sufrida, amante de la justicia y el derecho, construida con los amores y sudores de todos y de todas, y le pedimos perdón por los quiebres tan profundos que hemos protagonizado por no saber enfrentar nuestras discrepancias. Quiebres que aún hoy nos enfrentan y dividen, y que nos urge sanar y reconciliar, para que Chile sea efectivamente una Patria de hermanas y hermanos.
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Bendecimos al Señor porque con el esfuerzo de todos hemos construido un país más desarrollado, más estable económicamente y con mayores oportunidades de estudio y de trabajo. Pero debemos reconocer que no hemos sabido compartir con equidad los frutos del trabajo y los bienes generados, lo cual significa tener a muchos - ¡demasiados compatriotas! - viviendo en condiciones de pobreza y hasta de miseria que claman al cielo y son el humus de la violencia que lamentablemente crece en nuestras relaciones.
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Bendecimos al Señor por la fe de los cristianos, de diversas Iglesias y comuniones, que nos llevan a buscar y a adorar a Dios y a querer ponerlo en el primer lugar de nuestras vidas, aportando a Chile la riqueza del amor al prójimo, que nos lleva a unirnos solidariamente. Pero reconocemos, a la vez, que la idolatría del dinero, la suficiencia en el saber insuficiente así como la altivez del poder, nos llevan a formular proyectos y decisiones que se toman a espaldas de Su presencia, aunque vivamos su Nombre en nuestros labios.
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Bendecimos al Señor por la diversidad de expresiones culturales del norte extremo y el sur austral, pasando por el centro frutícola del país, … las culturas que se expresan en nuestras maneras de sentir y de pensar, y que en estos tiempos mutan de manera acelerada, y le pedimos perdón por la enorme dificultad que tenemos para vivir con respeto y apertura, dejándonos fecundar por los demás. Es paradójica nuestra auto imagen de gente acogedora que, a la vez, podemos ser tan intolerantes.
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Bendecimos a Dios por los héroes conocidos de nuestra Historia, a quienes honramos con justicia en este bicentenario, y por los héroes anónimos que han entregado su sangre y sus fatigas para construir el país de sus sueños en la educación, en el foro, en la empresa, transformando la tierra con sus manos, mineros, pescadores, campesinos, así como artistas y literatos insignes que merecen estatuas en el corazón de todo buen chileno y le pedimos perdón por quienes quisieran construir un futuro sin tomar entre sus manos la herencia tan rica que hemos recibido, dispuestos a ser padres y madres del mañana renunciando torpemente a ser hijos e hijas del ayer.
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Fuente: Extracto Documento Conferencia Episcopal de Chile con ocasión del aniversario patrio.
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