En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Contemplamos en el Evangelio de la Santa Misa la llegada de Jesús a una pequeña ciudad llamada Naín, acompañado de sus discípulos y de un grupo numeroso de gentes que le siguen. El milagro que allí ocurre es, a la vez, un gran ejemplo de los sentimientos que hemos de tener ante las desgracias de los demás. Debemos aprender de Jesús.
Jesucristo viene a salvar lo que estaba perdido, a cargar con nuestras miserias para aliviarnos de ellas, a compadecerse de los que sufren y de los necesitados. El no pasa de largo; se detiene –como lo vemos en el Evangelio de la Misa de hoy-, consuela y salva. “Jesús hace de la misericordia uno de los temas principales de su predicación. Son muchos los pasos de la enseñanza de Cristo que ponen de manifiesto el amor-misericordia bajo un aspecto siempre nuevo. Basta tener ante los ojos al Buen Pastor en busca de la oveja extraviada o la mujer que barre la casa buscando la dracma perdida”. Y El mismo nos enseñó con su ejemplo constante la manera de comportarnos ante el prójimo, y de modo singular ante el prójimo que sufre.
Y lo mismo que el amor a Dios no se reduce a un sentimiento, sino que lleva a obras que lo manifiesten, así también nuestro amor al prójimo debe ser un amor eficaz. Nos lo dice San Juan: No amemos de palabra y con la lengua, sino con obras y de verdad. Y “esas obras de amor –servicio- tienen también un orden preciso. Ya que el amor lleva a desear y procurar el bien a quien se ama, el orden de la caridad debe llevarnos a desear y procurar principalmente la unión de los demás con Dios, pues en eso está el máximo bien, el definitivo, fuera del cual ningún otro bien parcial tiene sentido”. Lo contrario –buscar en primer lugar, para uno mismo o para los otros, los bienes materiales- es propio de los paganos o de aquellos cristianos que dejaron entibiar su fe, la cual poco cuenta en su modo de actuar diario.
Junto a la primacía del bien espiritual sobre cualquier bien material, no debe olvidarse el compromiso que todo cristiano de conciencia recta tiene para promover un orden social más justo, pues la caridad se refiere también, aunque secundariamente, al bien material de todos los hombres.
La importancia de la caridad en la atención a las necesidades materiales del prójimo –que supone la justicia y la informa- es tal que el mismo Jesucristo, al hablar del juicio, declaró: venid, benditos de mi Padre… porque yo tuve hambre, y me disteis de comer;… tuve sed, y me disteis de beber… Y enseguida, el Señor señala la condenación de quienes omitieron esas obras. Pidamos al Señor una caridad vigilante, porque para conseguir la salvación y alcanzar nuestro fin es necesario “reconocer a Cristo, que nos sale al encuentro, en nuestros hermanos los hombres”. Todos los días nos sale al paso: en la familia, en el trabajo, en la calle…
En el encuentro con aquella mujer de Naín se pone de manifiesto que Jesús se hace cargo inmediatamente del dolor y comprende los sentimientos de aquella madre que ha perdido a su único hijo. Jesús comparte el sufrimiento de aquella mujer. Para amar es necesario comprender y compartir.
Nosotros le pedimos hoy al Señor que nos dé un alma grande, llena de comprensión, para sufrir con el que sufre, alegrarnos con quienes se alegran… y procurar evitar ese sufrimiento si nos es posible, y sostener y promover la alegría allí donde se desarrolla nuestra vida. Comprensión también para entender que el verdadero y principal bien de los demás, sin comparación alguna, es la unión con Dios, que les llevará a la felicidad plena del Cielo.
Pidamos al Corazón Sacratísimo de Jesús y al de su Madre Santa María que jamás permanezcamos pasivos ante los requerimientos de la caridad. De este modo, podremos invocar confiadamente a Nuestra Señora, con palabras de la liturgia: Recordare, Virgo Mater… Acuérdate, Virgen Madre de Dios, mientras estás en su presencia, ut loquaris pro nobis bona, de decirle cosas buenas en nuestro favor y por nuestras necesidades.
Amén.
Contemplamos en el Evangelio de la Santa Misa la llegada de Jesús a una pequeña ciudad llamada Naín, acompañado de sus discípulos y de un grupo numeroso de gentes que le siguen. El milagro que allí ocurre es, a la vez, un gran ejemplo de los sentimientos que hemos de tener ante las desgracias de los demás. Debemos aprender de Jesús.
Jesucristo viene a salvar lo que estaba perdido, a cargar con nuestras miserias para aliviarnos de ellas, a compadecerse de los que sufren y de los necesitados. El no pasa de largo; se detiene –como lo vemos en el Evangelio de la Misa de hoy-, consuela y salva. “Jesús hace de la misericordia uno de los temas principales de su predicación. Son muchos los pasos de la enseñanza de Cristo que ponen de manifiesto el amor-misericordia bajo un aspecto siempre nuevo. Basta tener ante los ojos al Buen Pastor en busca de la oveja extraviada o la mujer que barre la casa buscando la dracma perdida”. Y El mismo nos enseñó con su ejemplo constante la manera de comportarnos ante el prójimo, y de modo singular ante el prójimo que sufre.
Y lo mismo que el amor a Dios no se reduce a un sentimiento, sino que lleva a obras que lo manifiesten, así también nuestro amor al prójimo debe ser un amor eficaz. Nos lo dice San Juan: No amemos de palabra y con la lengua, sino con obras y de verdad. Y “esas obras de amor –servicio- tienen también un orden preciso. Ya que el amor lleva a desear y procurar el bien a quien se ama, el orden de la caridad debe llevarnos a desear y procurar principalmente la unión de los demás con Dios, pues en eso está el máximo bien, el definitivo, fuera del cual ningún otro bien parcial tiene sentido”. Lo contrario –buscar en primer lugar, para uno mismo o para los otros, los bienes materiales- es propio de los paganos o de aquellos cristianos que dejaron entibiar su fe, la cual poco cuenta en su modo de actuar diario.
Junto a la primacía del bien espiritual sobre cualquier bien material, no debe olvidarse el compromiso que todo cristiano de conciencia recta tiene para promover un orden social más justo, pues la caridad se refiere también, aunque secundariamente, al bien material de todos los hombres.
La importancia de la caridad en la atención a las necesidades materiales del prójimo –que supone la justicia y la informa- es tal que el mismo Jesucristo, al hablar del juicio, declaró: venid, benditos de mi Padre… porque yo tuve hambre, y me disteis de comer;… tuve sed, y me disteis de beber… Y enseguida, el Señor señala la condenación de quienes omitieron esas obras. Pidamos al Señor una caridad vigilante, porque para conseguir la salvación y alcanzar nuestro fin es necesario “reconocer a Cristo, que nos sale al encuentro, en nuestros hermanos los hombres”. Todos los días nos sale al paso: en la familia, en el trabajo, en la calle…
En el encuentro con aquella mujer de Naín se pone de manifiesto que Jesús se hace cargo inmediatamente del dolor y comprende los sentimientos de aquella madre que ha perdido a su único hijo. Jesús comparte el sufrimiento de aquella mujer. Para amar es necesario comprender y compartir.
Nosotros le pedimos hoy al Señor que nos dé un alma grande, llena de comprensión, para sufrir con el que sufre, alegrarnos con quienes se alegran… y procurar evitar ese sufrimiento si nos es posible, y sostener y promover la alegría allí donde se desarrolla nuestra vida. Comprensión también para entender que el verdadero y principal bien de los demás, sin comparación alguna, es la unión con Dios, que les llevará a la felicidad plena del Cielo.
Pidamos al Corazón Sacratísimo de Jesús y al de su Madre Santa María que jamás permanezcamos pasivos ante los requerimientos de la caridad. De este modo, podremos invocar confiadamente a Nuestra Señora, con palabras de la liturgia: Recordare, Virgo Mater… Acuérdate, Virgen Madre de Dios, mientras estás en su presencia, ut loquaris pro nobis bona, de decirle cosas buenas en nuestro favor y por nuestras necesidades.
Amén.
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