sábado, 12 de septiembre de 2009

El Santísimo Nombre de María.

Según costumbre de los judíos, ocho días después del nacimiento de la Virgen, sus padres le impusieron el nombre de María. La liturgia, que ha fijado algunos días después de la Navidad la fiesta del Santísimo Nombre de Jesús, ha querido instituir también la fiesta del Santísimo Nombre de María cuatro días después de su Natividad.
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El nombre hebreo de María, en latín Domina, significa Señora o Soberana; y eso es Ella en realidad por la autoridad misma de su Hijo, soberano Señor de todo el universo. Gocémonos en llamar a María Nuestra Señora, como llamamos a Jesús Nuestro Señor; pronunciar su Nombre es afirmar su poder, implorar su ayuda y ponernos bajo su maternal protección.
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En su libro "Las Glorias de María", San Alfonso María de Ligorio escribe: "Aprovechemos siempre el hermoso consejo de San Bernardo: "En los peligros, en las angustias, en las dudas, invoca a María. Que no se te caiga de los labios, que no se te quite del corazón". En todos los peligros de perder la gracia divina, pensemos en María, invoquemos a María junto con el nombre de Jesús, que siempre han de ir estos nombres inseparablemente unidos. No se aparten jamás de nuestro corazón y de nuestros labios estos nombres tan dulces y poderosos, porque estos nombres nos darán la fuerza para no ceder nunca jamás ante las tentaciones y para vencerlas todas. Son maravillosas las gracias prometidas por Jesucristo a los devotos del Nombre de María, como lo dió a entender a Santa Brígida hablando con su Madre Santísima, revelándole que "quien invoque el Nombre de María con confianza y propósito de la enmienda, recibirá estas gracias especiales: un perfecto dolor de sus pecados, expiarlos cual conviene, la fortaleza para alcanzar la perfección y al fin la gloria del paraíso". Porque, añadió el divino Salvador, "son para mí tan dulces y queridas tus palabras, oh María, que no puedo negarte lo que me pides."
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En suma, llega a decir San Efrén, que el Nombre de María es la llave que abre la Puerta del Cielo a quien lo invoca con devoción. Por eso tiene razón San Buenaventura al llamar a María "salvación de todos los que la invocan", como si fuera lo mismo invocar el Nombre de María que obtener la salvación eterna. Por tanto, concluye Tomás de Kempis: "Si buscáis, hermanos míos, ser consolados en todos vuestros trabajos, recurrid a María, invocad a María, obsequiad a María, encomendaos a María. Disfrutad con María, llorad con María, caminad con María, y con María buscad a Jesús. Finalmente desead vivir y morir con Jesús y María. Haciéndolo así siempre iréis adelante en los caminos del Señor, ya que María, gustosa rezará por vosotros, y el Hijo ciertamente atenderá a la Madre."
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INVOCACIONES AL SANTÍSIMO NOMBRE DE MARÍA.
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Madre mía amantísima, en todos los instantes de
mi vida, acuérdate de mí, miserable pecador. Avemaría.
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Acueducto de las divinas gracias, concédeme
abundancia de lágrimas para llorar mis pecados. Avemaría.
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Reina del Cielo y de la tierra, sé mi amparo
y defensa en las tentaciones de mis enemigos. Avemaría.
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Inmaculada hija de Joaquín y Ana, alcánzame de tu Santísimo
Hijo las gracias que necesito para mi salvación. Avemaría.
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Abogada y Refugio de los pecadores, asísteme en el
trance de mi muerte y ábreme las puertas del Cielo. Avemaría.

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