jueves, 17 de septiembre de 2009

Conmemoración de la Impresión de las Sagradas Llagas en el cuerpo de San Francisco.


“Pero el mayor y más raro milagro de todos es el de las sagradas llagas, que el Señor en el cuerpo de este gran prodigio celestial imprimió, para que no solamente su purísima alma, sino también su cuerpo fuese un vivo y perfecto retrato de Jesucristo. La historia como pasó, cuenta San Buenaventura de esta manera. Dos años antes que muriese el santo padre, se recogió al monte de Alvernia (que está en la provincia de Toscana), para darse más a la oración y ayunar como solía la cuaresma de San Miguel. Regalóle aquella vez el Señor, e ilustróle extraordinariamente, y revelóle que abriese el libro de los Evangelios, porque allí le diría lo que pensaba obrar en él y por él. En cumplimiento de lo que Dios le mandaba, hecha primero oración, tomó del altar el libro de los Evangelios, y díjole a su compañero que le abriese tres veces: abrióle, y todas las tres veces hallaron la historia de la Pasión del Señor (la de Mateo, la de Marcos y la de Juan). Luego entendió el Santo que Dios quería que así como había imitado en sus acciones a Cristo nuestro Salvador en vida, así antes que muriese, se había de conformar con el Él en las aflicciones y dolores. Vino el día de la Exaltación de la Santa Cruz, que es el 14 de septiembre; y estando orando aquella mañana al lado del monte, y con el corazón abrasado de amor de Dios y transportado en el Señor, vio que bajaba del cielo un serafín con seis alas encendidas y resplandecientes, con un vuelo muy ligero se ponía en el aire cerca de donde estaba, y entre las alas le apareció un hombre crucificado, clavadas las manos y pies en la cruz. Las dos alas del serafín se levantaban sobre la cabeza del crucifijo, las dos cubrían todo el cuerpo y las otras dos se extendían como para volar. En esta visión se imprimieron en las manos, pies y costado del seráfico padre las llagas de la misma figura que él las había visto en aquel serafín. Quedaron unos como clavos de carne dura, cuyas cabezas eran redondas y negras, y en la manos se echaban de ver en las palmas y en los pies, por la parte alta del empeine: las puntas eran largas y excedían a la demás carne, y estaban retorcidas y como redobladas con martillo: la llaga del costado derecho era como una cicatriz colorada, de la cual manaba muchas veces sangre que mojaba la túnica…”.
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“La verdad histórica de esta estigmatización está probada por miles de testigos. Francisco intentó ocultar sus llagas y clavos de carne, pero hubo de enseñarlos a varios de los religiosos de su orden, a algunos cardenales y al propio Papa Alejandro IV, que, en un sermón en el que se encontraba San Buenaventura, confirmó que había visto y tocado cada una de las cinco heridas del cuerpo de Francisco. A su muerte, quiso quedar desnudo en el suelo a imitación de Cristo y así le contemplaron sus religiosos y constataron sus llagas. Después se llevó el cuerpo a san Damián, para devoción de Santa Clara y sus monjas, que tuvieron ocasión de besar con veneración sus cinco heridas. Luego lo llevaron a la iglesia de san Gregorio, donde había aprendido sus primeras letras, y allí se puede decir que todos los habitantes de Asís, al enterarse que “el santo había muerto”, se acercaron para verle por última vez y observaron sus cinco llagas que estaban al descubierto.
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“Escribe Miguel Alvarez: “De la estigmatización hasta su muerte van a pasar dos años. Dos años de enfermedades y penalidades, la dolencia de los ojos se le recrudece y apenas ve. Sin embargo, son los años más alegres de Francisco. Una mañana, sentado con unos fraile al lado de la cabaña en que vivía de cerca de San Damiano, compone su famoso Canto al hermano Sol”.
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“El último hecho extraordinario ocurrido sobre el cuerpo de Francisco fue doscientos veintitrés años después de su muerte, en que lo desenterró “el Papa Nicolao V acompañado de un cardenal, de un obispo, de un secretario, del guardián del convento y tres religiosos, y lo vio sin corrupción alguna, manteniéndose en pie sin ningún arrimo, con los ojos abiertos y levantados al Cielo y las sangre de las llagas encarnadas y líquidas”.
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“Dómine Jesu Christe, qui frigescénte mundo, ad inflammándum corda nostra tui amóris igne, in carne beatíssimi Francísci passiónis tuae sacra stígmata renovásti: concede propítius; ut ejus méritis et précibus crucem júgiter ferámus, et dignos fructus poeniténtiae faciámus. Qui vivis”.
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Fuente: Francisco Ansón: Santos del siglo XIII y su época. Madrid: Ediciones Palabra. 2001.

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