lunes, 26 de enero de 2009

Sermón de la Conversión del Apóstol San Pablo.

“Scio cui crédidi, et certus sum quia potens est depósitum meum serváre in illum diem, justus judex” (“Sé de quién me he fiado; y cierto estoy de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día (postrero) el justo juez”, 2 Tim. 1, 12).
La Iglesia celebra en este día domingo la Conversión de San Pablo, el apóstol de los gentiles, en el marco del Año Paulino a que el Papa Benedicto convocó el año recién pasado. La figura de Saulo de Tarso, convertido más tarde en Pablo, es fundamental en los primeros tiempos de la historia de la Iglesia. Así, el Libro de los Hechos de los Apóstoles recoge el entusiasmo y energía que ponía en la persecución de la naciente iglesia, como cuando presencia el martirio de san Esteban, el protomártir cristiano, y cómo de perseguidor encarnizado se transforma, por gracia de Dios, en auténtico discípulo de Cristo; luego del episodio de Damasco, Saulo/Pablo pondrá todas su dedicación a anunciar el Evangelio de su Señor Jesucristo.
El encuentro de Pablo con Jesús fue radical, pues operó en él una transformación absoluta. Ciertamente que Dios tenía otros planes para este hombre que se transformaría en uno de los pilares de la Iglesia. Las palabras de Jesús: “Saule, Saule, quid me perséqueris?” (“Saulo, Saulo, por qué me persigues?”) y su posterior revelación de que quien le habla es el propio Señor, le llevan a preguntar con la apertura de la fe: “Dómine quid me vis fácere?” (“Señor, qué quieres que haga?”). “En un momento lo ha visto todo claro, y la fe, la conversión, le lleva a la entrega, a la disponibilidad absoluta en las manos de Dios. ¿Qué tengo que hacer de ahora en adelante?, ¿qué esperas de mí?”.
Pablo nunca olvidó a lo largo de la vida su encuentro personal con Cristo resucitado; para él fue un encuentro decisivo de su existencia y siempre lo consideró como un momento único. Nosotros también a ejemplo de san Pablo debemos tener siempre presente el instante en que el Señor vino a nuestro encuentro, para decirnos que se quiere meter de lleno en nuestro corazón para que nos transformemos en auténticos discípulos y misioneros de su Evangelio. Y para que nos vayamos convirtiendo cada día con la gracia de Dios. “El Señor nos llama continuamente a una nueva conversión y hemos de pedir con constancia la gracia de estar siempre comenzando, actitud que lleva a recorrer con paz y alegría el camino que conduce a Dios”.
“Scio cui crédidi…”, Sé de quién me he fiado… Pareciera ser el lema de San Pablo que explicará toda su vida posterior a la conversión. Para él, nada tiene valor si no es en Cristo y por Cristo. Lo único que deseó fue ser fiel al Señor y darlo a conocer a todas las gentes. Lo mismo debemos desear y querer nosotros. Que la Madre del Redentor nos ayude a tener el espíritu misionero de San Pablo y a ser testigos de la verdad. Amén.

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