“El gesto más antiguo de oración en el cristianismo son las manos extendidas hacia lo alto, la “postura de la Orante” (…) Es uno de los gestos originarios del hombre que invoca a Dios y está presente, prácticamente, en todas las religiones. Es un gesto que, en principio, expresa la ausencia de violencia, un gesto de paz: el hombre abre sus manos y, de esta manera, se abre al otro. Es también un gesto de búsqueda y de esperanza: el hombre, en su invocación, busca al Dios oculto, tiende los brazos hacia El. Se han relacionado las manos extendidas con la imagen de las alas: el hombre busca la altura, quiere dejarse elevar por Dios, sobre las alas de la oración. Para los cristianos, los brazos extendidos tienen también un significado cristológico: nos recuerdan los brazos extendidos de Cristo en la cruz. El Crucificado le ha dado una nueva profundidad a este gesto de oración tan humano en su origen. Al extender los brazos, oramos con el Crucificado, hacemos nuestros sus “sentimientos” (Flp 2, 5).
“Posteriormente se desarrollo el gesto de juntar las manos que, probablemente, procede del sistema feudal (…) Es una expresión de confianza y de fidelidad. Este gesto se ha mantenido en la ordenación sacerdotal. (…) Cuando el candidato a la ordenación sacerdotal pone sus manos juntas en las manos del obispo y le promete respeto y obediencia, le ofrece su servicio a la Iglesia como cuerpo vivo de Cristo, pone sus manos en las manos de Cristo, confiándose a El, y le ofrece sus propias manos para que sean las suyas. (…) Cuando nosotros, al orar, juntamos las manos, lo que expresamos es, precisamente, esto: ponemos nuestras manos en las Suyas, con nuestras manos ponemos nuestro destino en su mano; confiando en Su fidelidad Le prometemos nuestra fidelidad.
“Ya hemos hablado anteriormente sobre el arrodillarse en cuanto postura de oración. Para completar lo dicho quiero considerar en este lugar el gesto de inclinarse. Una de las oraciones sobre las ofrendas del canon romano (primera plegaria eucarística) comienza con las palabras “supplices”, literalmente: “profundamente inclinados”. Aquí, una vez más, el gesto corporal y el acontecimiento espiritual van inseparablemente unidos (…) El supplices es un gesto de gran calado; nos recuerda, físicamente, la postura espiritual que es esencial a la fe. Es sorprendente que muchas traducciones modernas hayan suprimido, sin más, el supplices (…) Inclinarse delante de Dios, nunca está “desfasado”, porque es lo que corresponde a la verdad de nuestro ser. Y si el hombre moderno lo ha olvidado, es ahora tarea nuestra, como cristianos del mundo de hoy, volver a aprenderlo y enseñárselo también a nuestros contemporáneos”.
Fuente: Ratzinger, Joseph: “El espíritu de la liturgia. Una introducción”. Madrid: Ediciones Cristiandad. 2002.
“Posteriormente se desarrollo el gesto de juntar las manos que, probablemente, procede del sistema feudal (…) Es una expresión de confianza y de fidelidad. Este gesto se ha mantenido en la ordenación sacerdotal. (…) Cuando el candidato a la ordenación sacerdotal pone sus manos juntas en las manos del obispo y le promete respeto y obediencia, le ofrece su servicio a la Iglesia como cuerpo vivo de Cristo, pone sus manos en las manos de Cristo, confiándose a El, y le ofrece sus propias manos para que sean las suyas. (…) Cuando nosotros, al orar, juntamos las manos, lo que expresamos es, precisamente, esto: ponemos nuestras manos en las Suyas, con nuestras manos ponemos nuestro destino en su mano; confiando en Su fidelidad Le prometemos nuestra fidelidad.
“Ya hemos hablado anteriormente sobre el arrodillarse en cuanto postura de oración. Para completar lo dicho quiero considerar en este lugar el gesto de inclinarse. Una de las oraciones sobre las ofrendas del canon romano (primera plegaria eucarística) comienza con las palabras “supplices”, literalmente: “profundamente inclinados”. Aquí, una vez más, el gesto corporal y el acontecimiento espiritual van inseparablemente unidos (…) El supplices es un gesto de gran calado; nos recuerda, físicamente, la postura espiritual que es esencial a la fe. Es sorprendente que muchas traducciones modernas hayan suprimido, sin más, el supplices (…) Inclinarse delante de Dios, nunca está “desfasado”, porque es lo que corresponde a la verdad de nuestro ser. Y si el hombre moderno lo ha olvidado, es ahora tarea nuestra, como cristianos del mundo de hoy, volver a aprenderlo y enseñárselo también a nuestros contemporáneos”.
Fuente: Ratzinger, Joseph: “El espíritu de la liturgia. Una introducción”. Madrid: Ediciones Cristiandad. 2002.
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