miércoles, 14 de enero de 2009

Conversi ad Dominum!


En su libro “La fiesta de la fe. Ensayo de teología litúrgica”, Joseph Ratzinger, nuestro querido Papa Benedicto XVI, entre otros interesantísimos temas acerca de una teología de la liturgia, aborda el problema de la orientación de la celebración. Estas observaciones adquieren hoy plena actualidad, puesto que muchas veces se escucha entre los fieles católicos, ya sea por desconocimiento o por una escasa preparación litúrgica, y especialmente en aquéllos que miran con cierto recelo, o derechamente con sospecha, la celebración litúrgica tradicional de la Santa Misa, en el sentido de que en esta el celebrante “le da la espalda al pueblo”. Pues bien, en el apartado de este libro fundamental del Papa Ratzinger se devela definitivamente la verdad que encierra el sentido de la orientación litúrgica en la celebración.
El planteamiento de que parte el actual papa es que “la orientación interior de la Eucaristía sólo puede ser una determinada: desde Cristo en el Espíritu Santo hacia el Padre. La cuestión es ahora cómo expresar esto de la mejor manera posible en los rituales litúrgicos”. Seguidamente, aclara que lo positivo de la antigua posición se fundamenta en que era “originariamente un volverse tanto el sacerdote como el pueblo hacia el acto común de la adoración trinitaria”. A su vez, esta orientación hacia el Oriente revelaba, además, un “simbolismo cósmico en la celebración comunitaria (…) El oriente –“oriens”- era, como es sabido, además del símbolo del sol naciente también el símbolo de la resurrección (y por tanto no sólo una afirmación cristológica, sino una muestra del poder del Padre y del obrar del Espíritu Santo), así como una representación de la esperanza en la parusía”.
Por otra parte, dentro de esta perspectiva de “volverse hacia el altar” que es “expresión de una visión cósmico-parusial de la celebración eucarística”, será reforzada con una cruz en la pared que daba al este. Esta significación escatológica en la iconografía de la cruz, argumenta el autor, tiende a casi desaparecer: “Aun así la prescripción rubricista del pasado que exige poner una cruz encima del altar tiene su origen en esta tradición cristiana inicial. La cruz del altar es un resto, que ha pervivido hasta nuestros días, de aquella orientación hacia el este”. La aclaración litúrgico-teológica que viene a continuación es radical, pues echa por tierra lo erróneo de los juicios que se emiten respecto a lo que se está reseñando. El Papa Ratzinger sostiene que “si se quiere hablar de algún punto de referencia concreto en la orientación de la celebración previa al Concilio, no se puede decir que se celebraba hacia el altar, ni siquiera ante el Santísimo, pero sí se puede mantener que se celebraba de cara al símbolo de la cruz, que alberga en sí toda la teología del “oriens”.
A partir del siglo XIX, explica el autor, comenzó paulatinamente una pérdida del significado de la orientación cósmica de la liturgia, que trajo aparejada, además, que ya no se entendiera el contenido de la imagen de la cruz como punto de referencia cristiana en la celebración; “sólo por eso pudo surgir el comentario de que el sacerdote celebra “de cara a la pared”, o incluso la idea de que celebraba hacia el Tabernáculo”. Lo anterior, según el autor de la obra en comento, justificaría “el éxito triunfal de la nueva orientación de la celebración que se ha impuesto sin mandato expreso (…) y a una velocidad, que no serían concebibles de no haberse perdido el significado originario en la liturgia preconciliar”.
Uno de los peligros que encierra una perspectiva de celebración litúrgica que haya olvidado lo recién explicado, está en que lo comunitario “convierte a la comunidad en un círculo cerrado (que) no percibe la explosiva dinámica trinitaria, que otorga a la Eucaristía su grandeza. Contra esta idea de una comunidad autónoma y autosuficiente habrá que luchar por todos los medios en la educación litúrgica. La comunidad no dialoga consigo misma, sino que va colectivamente al encuentro del Señor”.
Finaliza este apartado del libro con tres propuestas para educar litúrgicamente a los fieles. Primeramente, propone el Papa Ratzinger, que hay que redescubrir el sentido de la celebración cristiana como liturgia cósmica; y que es deseable que se redescubra la orientación hacia el este, incluso en la construcción de los templos católicos. En segundo lugar, la recuperación de la cruz, pues ella está indisolublemente unida a la orientación cósmica. “En la tradición, el oriente y la imagen de la cruz, es decir, la orientación cósmica e histórica-salvífica de la devoción, estaban fundidas”. Propone, por tanto, restablecer la imagen de la cruz como algo extremadamente importante que responda a la tradición de la fe. “Precisamente con la orientación actual de la celebración, la cruz se podría colocar en el altar de tal forma que la vea tanto el sacerdote como la comunidad. En el canon no se deberían mirar mutuamente sino mirar juntos a Aquel que ha sido traspasado”. Por último, reitera en el tercer punto de que la cruz al centro del altar es un verdadero “iconostasio”, que está descubierto, punto de referencia común. “Me atrevería a lanzar la tesis de que la cruz en el altar no sólo no es un obstáculo, sino que es requisito de la celebración versus populum”.
El Santo Padre Benedicto XVI poco a poco en las celebraciones litúrgicas ha ido dando muestras palpables de una verdadera catequesis litúrgica en acto, que ojalá muchos sacerdotes y consagrados en el mundo entero tomen como ejemplo, pues así el Soberano Pontífice está demostrando la continuidad de la tradición católica.
“Conversi ad Dominum”: ¡volvámonos hacia el Señor, convirtámonos al Señor!”

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