sábado, 17 de enero de 2009

La señal de la Cruz.


Per signum Crucis de inímicis nostris, líbera nos Deus noster. In nómine Patris, + et Fílii, et Spíritus Sancti. Amén. (Por la señal + de la Santa Cruz, de nuestros + enemigos líbranos, Señor, + Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo + y del Espíritu Santo. Amén).
Desde nuestra más tierna infancia, la mayoría de quienes nos profesamos católicos, nuestros padres, y especialmente, nuestra madre, nos enseñaron el signo de la cruz, que es como el signo de nuestra identidad de católicos. Por eso que hoy en día resulta sorprendente darse cuenta que muchos fieles no saben signarse o santiguarse, y cuando deben hacerlo hacen un gesto que dista bastante de una señal de la cruz bien hecha y con reverencia. El actual papa siendo cardenal argumentaba en uno de sus libros que “el gesto fundamental de la oración del cristiano es, y seguirá siendo, la señal de la cruz”. Más aún, dice que este gesto es una verdadera profesión de fe en Cristo Crucificado, por eso que recuerda las palabras de San Pablo en el sentido de que predicamos a un Cristo crucificado.
El cardenal Ratzinger escribía en su libro “El espíritu de la liturgia. Una introducción”, que “santiguarse con la señal de la cruz es un sí visible y público a Aquel que ha sufrido por nosotros; a Aquel que hizo visible en su cuerpo el amor de Dios llevado hasta el extremo; un sí al Dios que no gobierna con la destrucción, sino con la humildad del sufrimiento y un amor que es más fuerte que todo el poder del mundo y más sabio que toda inteligencia y los cálculos del hombre”. Hacer la señal de la cruz, por tanto, sobre nosotros nos ponemos bajo la protección de Aquel que es la Omnipotencia suma; el autor del libro dice que la señal de la cruz es como verdadero escudo que “nos protege de las tribulaciones de cada día, e incluso nos da el valor para seguir adelante. La aceptamos como una señal que indica el camino a seguir: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mc 8, 34). La cruz nos muestra el camino de la vida: el seguimiento de Cristo”.
Luego nos recuerda el actual Sumo Pontífice Benedicto XVI que con la señal de la cruz nos relacionamos con el Dios Uno y Trino, y que cada vez que hacemos el gesto y, más aún, cuando utilizamos agua bendita, recordamos nuestro bautismo. La riqueza teológica del signo de la cruz “se hace presente en el bautismo, por el cual nos convertimos en contemporáneos de la cruz y la resurrección de Cristo”. De lo anterior, el autor concluye con una afirmación que debemos tener siempre presente como católicos; esto es que “en la señal de la cruz, con la invocación trinitaria, se resume toda la esencia del acontecimiento cristiano, y está presente el rasgo distintivo del cristianismo”.
El Papa Ratzinger en la explicación que lleva a cabo de la señal de la cruz, recuerda que el Divino redentor en su discurso escatológico había anunciado que al final de los tiempos “aparecerá en los cielos la señal del Hijo del Hombre”, esto es, la Cruz. De esta manera, su señal inscrita en el cosmos desde el principio, nos recuerda el papa, se convirtió en el gesto de la bendición propiamente cristiano, porque El es una bendición: “Hacemos la señal de la cruz sobre nosotros mismos y entramos, de este modo, en el poder de bendición de Jesucristo. Hacemos la señal de la cruz sobre las personas a las que deseamos la bendición. Hacemos la señal de la cruz también sobre las cosas que nos acompañan en la vida y que queremos recibir nuevamente de la mano de Dios. Mediante la cruz podemos bendecirnos los unos a los otros”.
Termina el autor del libro en comento, evocando a sus padres que con devoción y recogimiento santiguaban a sus hijos, de pequeños, con agua bendita; finalmente, exhorta a que el gesto de bendecir debiera formar parte esencial de la vida cotidiana, pues dicho gesto está fundado en la bendición del Redentor.

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