“Usted diferencia entre lo que había que creer antiguamente y lo nuevo. Tengo que negar decididamente esta dicotomía. El Concilio no ha inventad nada nuevo que haya que creer o que poner en lugar de lo antiguo. Un elemento esencial de todas las declaraciones del Concilio es que se autodenomina la continuación y profundización de los Concilios anteriores, en especial el de Trento y el Vaticano Primero. Se trata simplemente de hacer posible la misma fe en diferentes condiciones y de revitalizarla. Por eso la reforma litúrgica ha intentado hacer más transparente la expresión de la fe, pero pretende en cualquier caso ser expresión de la única fe y no de un cambio en su contenido.
“Por cierto, Pío XII ya había introducido en parte una reforma litúrgica; piense por ejemplo en la nueva configuración de la Vigilia Pascual. Sin embargo, le doy la razón en que más adelante muchas cosas han pasado de manera abrupta, y que muchos creyentes no han podido encontrar la unidad interna de lo nuevo con lo que ellos conocían. En este sentido se ha ido más allá de lo estipulado por el Concilio. Por ejemplo se había establecido que la lengua del rito latino seguía siendo el latín, pero también había que dar cabida de forma adecuada a las lenguas vernáculas. Claro que hoy habría que preguntarse si en definitiva existe un rito latino. La gente casi no tiene conciencia de algo semejante. Para la mayoría, la liturgia se presenta como una tarea de creación para la comunidad correspondiente; tarea que conduce, en determinados círculos, a elaborar semana tras semanas “liturgias” nuevas, y ello con un empeño tan admirable como erróneo. Esta ruptura en las convenciones litúrgicas esenciales es lo que me parece verdaderamente nocivo. Los límites entre liturgia y encuentros de amigos, entre liturgia y reuniones sociales están cayendo de manera imperceptibles (…)
“En el tiempo en que no había aparecido todavía el nuevo misal, pero ya se había tachado al antiguo de anticuado, se perdió la noción de que existe un “rito”, es decir una forma litúrgica determinada, y de que la liturgia sólo puede ser tal liturgia, si los fieles no pueden disponer de ella libremente. Incluso los nuevos libros oficiales, aunque en muchos sentidos son muy buenos, dejan entrever una planificación muy elaborada de los teólogos académicos, reforzando así la opinión de que un libro litúrgico se “hace”, igual que se hacen otros libros.
“El misal, como la Iglesia misma, no puede ser modificado. Al mismo tiempo hay que criticar que a pesar de todos sus aspectos positivos, el nuevo misal se ha editado como si fuera un libro redactado por catedráticos y no una fase dentro de un desarrollo continuo. Una cosa así no había sucedido nunca y contradice la noción de devenir litúrgico. Ha sido precisamente este hecho el que ha hecho surgir la idea absurda de que el Concilio de Trento o Pío V escribieron hace cuatrocientos años un misal. Así se ha rebajado la liturgia católica a la categoría de producto de los comienzos de la época moderna y con ello se ha alterado la visión de la liturgia de una manera bastante aterradora.
Fuente: Ratzinger, Joseph: “La fiesta de la fe. Ensayo de Teología Litúrgica”. España: Desclée de Brouwer. 1999.
“Por cierto, Pío XII ya había introducido en parte una reforma litúrgica; piense por ejemplo en la nueva configuración de la Vigilia Pascual. Sin embargo, le doy la razón en que más adelante muchas cosas han pasado de manera abrupta, y que muchos creyentes no han podido encontrar la unidad interna de lo nuevo con lo que ellos conocían. En este sentido se ha ido más allá de lo estipulado por el Concilio. Por ejemplo se había establecido que la lengua del rito latino seguía siendo el latín, pero también había que dar cabida de forma adecuada a las lenguas vernáculas. Claro que hoy habría que preguntarse si en definitiva existe un rito latino. La gente casi no tiene conciencia de algo semejante. Para la mayoría, la liturgia se presenta como una tarea de creación para la comunidad correspondiente; tarea que conduce, en determinados círculos, a elaborar semana tras semanas “liturgias” nuevas, y ello con un empeño tan admirable como erróneo. Esta ruptura en las convenciones litúrgicas esenciales es lo que me parece verdaderamente nocivo. Los límites entre liturgia y encuentros de amigos, entre liturgia y reuniones sociales están cayendo de manera imperceptibles (…)
“En el tiempo en que no había aparecido todavía el nuevo misal, pero ya se había tachado al antiguo de anticuado, se perdió la noción de que existe un “rito”, es decir una forma litúrgica determinada, y de que la liturgia sólo puede ser tal liturgia, si los fieles no pueden disponer de ella libremente. Incluso los nuevos libros oficiales, aunque en muchos sentidos son muy buenos, dejan entrever una planificación muy elaborada de los teólogos académicos, reforzando así la opinión de que un libro litúrgico se “hace”, igual que se hacen otros libros.
“El misal, como la Iglesia misma, no puede ser modificado. Al mismo tiempo hay que criticar que a pesar de todos sus aspectos positivos, el nuevo misal se ha editado como si fuera un libro redactado por catedráticos y no una fase dentro de un desarrollo continuo. Una cosa así no había sucedido nunca y contradice la noción de devenir litúrgico. Ha sido precisamente este hecho el que ha hecho surgir la idea absurda de que el Concilio de Trento o Pío V escribieron hace cuatrocientos años un misal. Así se ha rebajado la liturgia católica a la categoría de producto de los comienzos de la época moderna y con ello se ha alterado la visión de la liturgia de una manera bastante aterradora.
Fuente: Ratzinger, Joseph: “La fiesta de la fe. Ensayo de Teología Litúrgica”. España: Desclée de Brouwer. 1999.
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