En la liturgia el lenguaje del cuerpo es relevante, por cuanto cada uno de los gestos y posturas que se expresan mediante la corporalidad son signos sensibles de que se está rindiendo reverencia, adoración y gloria a Dios Uno y Trino de parte nuestra, ante la presencia del Todopoderoso. La sacralidad de los gestos y posturas, por tanto, tienen un sentido pleno en una celebración. Es por esto que deben ser respetados y bien realizados cuando sabemos lo que con ellos expresamos.
Lamentablemente, es evidente constatar que los gestos y posturas litúrgicas cada vez se van abandonando no sólo en el pueblo fiel, sino en el propio clero. Uno de las posturas litúrgicas que los fieles han olvidado es el arrodillarse en los momentos en que se debe hacerlo cuando se celebra la Santa Misa. Al momento de la consagración, no todos se arrodillan, exceptuando a quienes están imposibilitados de hacerlo por razones físicas; muchos permanecen inalterablemente puestos en pie y muchas veces sentados.
En su libro “El espíritu de la liturgia. Una introducción”, Joseph Ratzinger, ahora por gracia de Dios, Papa Benedicto XVI, sostiene que “existen ambientes, no poco influyentes, que intentan convencernos de que no hay necesidad de arrodillarse. Dicen que es un gesto que no se adapta a nuestra cultura (pero ¿cuál se adapta?); no es conveniente para el hombre maduro, que va al encuentro de Dios y se presenta erguido, o, por lo menos, no es apropiado para el hombre redimido que, mediante Cristo, se ha convertido en una persona libre y que, precisamente por esto, ya no necesita arrodillarse”.
El entonces Cardenal Ratzinger en los párrafos siguientes va a deconstruir, es decir, a demostrar lo errónea de tal creencia del hombre autosuficiente que considera indigno arrodillarse, y que no hace más que recoger lo que pensaban los antiguos griegos y romanos al respecto, pues para ellos “era una postura más propia de los bárbaros”. Sin embargo, lo determinante es que el hecho de arrodillarse, argumenta el Cardenal Ratzinger, “tiene su origen en la Biblia y en su experiencia de Dios. La importancia central que este gesto tiene en la Biblia puede deducirse, concretamente, de un hecho: sólo en el Nuevo Testamento, la palabra proskynein aparece cincuenta y nueve veces, veinticuatro de ellas en el Apocalipsis, el libro de la liturgia celeste, que se le presenta a la Iglesia como el punto de referencia de su liturgia”.
El autor de “El espíritu de la liturgia” ejemplifica a lo largo de este capítulo con varios pasajes de la Escritura Santa no sólo el gesto de arrodillarse, sino también otros que le están íntimamente unidos y se le complementan como la postratio. Es importante subrayar con sus palabras que “el gesto corporal es, en cuanto tal, portador de un sentido espiritual, que es, justamente, el de la adoración, sin la cual no tendría sentido; y el acto espiritual, a su vez, tiene que expresarse necesariamente, por su misma naturaleza, y debido a la unidad físico-espiritual del ser humano, en el gesto corporal”.
En síntesis, se hace necesario, pues, recuperar este gesto y postura litúrgica, pues en el arrodillarse el hombre creyente se reconoce como lo que es, ya que “quien aprende a creer, aprende también a arrodillarse. Una fe o una liturgia que no conociese el acto de arrodillarse estaría enferma en un punto central. Allí donde este gesto se haya perdido, hay que volver a aprenderlo, para permanecer con nuestra oración en comunión con los apóstoles y mártires, en comunión con todo el cosmos y en unidad con Jesucristo mismo”.
Lamentablemente, es evidente constatar que los gestos y posturas litúrgicas cada vez se van abandonando no sólo en el pueblo fiel, sino en el propio clero. Uno de las posturas litúrgicas que los fieles han olvidado es el arrodillarse en los momentos en que se debe hacerlo cuando se celebra la Santa Misa. Al momento de la consagración, no todos se arrodillan, exceptuando a quienes están imposibilitados de hacerlo por razones físicas; muchos permanecen inalterablemente puestos en pie y muchas veces sentados.
En su libro “El espíritu de la liturgia. Una introducción”, Joseph Ratzinger, ahora por gracia de Dios, Papa Benedicto XVI, sostiene que “existen ambientes, no poco influyentes, que intentan convencernos de que no hay necesidad de arrodillarse. Dicen que es un gesto que no se adapta a nuestra cultura (pero ¿cuál se adapta?); no es conveniente para el hombre maduro, que va al encuentro de Dios y se presenta erguido, o, por lo menos, no es apropiado para el hombre redimido que, mediante Cristo, se ha convertido en una persona libre y que, precisamente por esto, ya no necesita arrodillarse”.
El entonces Cardenal Ratzinger en los párrafos siguientes va a deconstruir, es decir, a demostrar lo errónea de tal creencia del hombre autosuficiente que considera indigno arrodillarse, y que no hace más que recoger lo que pensaban los antiguos griegos y romanos al respecto, pues para ellos “era una postura más propia de los bárbaros”. Sin embargo, lo determinante es que el hecho de arrodillarse, argumenta el Cardenal Ratzinger, “tiene su origen en la Biblia y en su experiencia de Dios. La importancia central que este gesto tiene en la Biblia puede deducirse, concretamente, de un hecho: sólo en el Nuevo Testamento, la palabra proskynein aparece cincuenta y nueve veces, veinticuatro de ellas en el Apocalipsis, el libro de la liturgia celeste, que se le presenta a la Iglesia como el punto de referencia de su liturgia”.
El autor de “El espíritu de la liturgia” ejemplifica a lo largo de este capítulo con varios pasajes de la Escritura Santa no sólo el gesto de arrodillarse, sino también otros que le están íntimamente unidos y se le complementan como la postratio. Es importante subrayar con sus palabras que “el gesto corporal es, en cuanto tal, portador de un sentido espiritual, que es, justamente, el de la adoración, sin la cual no tendría sentido; y el acto espiritual, a su vez, tiene que expresarse necesariamente, por su misma naturaleza, y debido a la unidad físico-espiritual del ser humano, en el gesto corporal”.
En síntesis, se hace necesario, pues, recuperar este gesto y postura litúrgica, pues en el arrodillarse el hombre creyente se reconoce como lo que es, ya que “quien aprende a creer, aprende también a arrodillarse. Una fe o una liturgia que no conociese el acto de arrodillarse estaría enferma en un punto central. Allí donde este gesto se haya perdido, hay que volver a aprenderlo, para permanecer con nuestra oración en comunión con los apóstoles y mártires, en comunión con todo el cosmos y en unidad con Jesucristo mismo”.
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