martes, 1 de marzo de 2011

Sacerdotes, nosotros los queremos a los pies del altar.


Sacerdotes, yo no soy cura, y no fui nunca digno de ser un pequeño acólito. Sepan que siempre me he preguntado cómo hacen ustedes para continuar viviendo después de haber celebrado una misa. Cada día tienen a Dios en sus manos. Como decía el gran Rey San Luis de Francia: “Tienen en sus manos al Rey del Cielo, y a sus pies al rey de la tierra”.

Cada día tienen un poder que San Miguel Arcángel no tiene. Con sus palabras transforman la sustancia de un pedazo de pan en el Cuerpo de Jesucristo en persona. ¡Ustedes obligan a Dios a bajar a la tierra! ¡Ustedes son grandes! ¡Ustedes son criaturas inmensas, las más poderosas que puedan existir! Quienes dicen que tienen energías angélicas, en cierto sentido, se puede decir que se quedan cortos.

Sacerdotes, les suplicamos: ¡sean santos!; si son santos ustedes, nosotros estamos salvados; si no son santos ustedes, nosotros estamos perdidos.

Sacerdotes, nosotros los queremos al pie del altar. Para construir edificios y fábricas, ser periodistas o hacer trabajos materiales, para correr en metro o en carro, estamos nosotros. Pero para tener a Cristo presente y para perdonar los pecados, son capaces solamente ustedes.

Estén cerca del altar, vayan a hacer compañía al Señor. Que su jornada sea: oración y sagrario, sagrario y oración. De esto tenemos necesidad. Nuestro Señor está solo, abandonado. Las iglesias se llenarán sólo para la celebración de la Misa. Pero Jesús está allí las 24 sobre 24 horas, y llama a las personas, a todos, también a nosotros; pero de manera especial, a ti, sacerdote, te dice constantemente: “Hazme compañía, dime una palabra, dame una sonrisa, acuérdate que te amo. Dime solamente: “Amor mío, te quiero, te cubriré de todo consuelo”.

¡Sacerdotes, háblennos de Dios! Como lo hacía Jesús, San Pablo, San Benito, San Francisco Javier, Santa Teresita. El mundo necesita de Dios.

Dios, Dios queremos y no se habla de El. Se tiene miedo de hablar de Dios. Se habla de problemas sociales, de pan –se los dice un hombre de ciencia-; en el mundo hay pan, hay recursos que bien repartidos pueden garantizar la vida a cien mil millones de personas.

¡El hombre tiene hambre de Dios! Se suicida por desesperación. He aquí la tarea: ¡den a Dios al mundo!

El hombre se vuelve grande cuando en su pequeñez recoge la grandeza de los cielos y el esplendor de la tierra, y los ofrece al Padre común en adoración y amor.

(El texto es de la autoría del científico Enrico Medi (1911-1974) de quien existe actualmente una causa de beatificación, y ha sido traducido del italiano por el P. Luis Butera, y publicado en “Inquietud Nueva. Revista Católica de Evangelización).

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