jueves, 29 de julio de 2010

Supplices te rogamus.

El sacerdote profundamente inclinado, suplica al Padre que estos dones sean llevados por manos de su Santo Ángel a su sublime altar del cielo, ante su presencia divina, para que el sacrificio del Cuerpo y la Sangre de su Hijo produzca fruto, gracia y bendición celestial en lo que lo ofrecen.
La Iglesia, inspirada en los libros santos, ha querido presentar a Dios sus oraciones por el ministerio de los Ángeles. Este Ángel, de que se habla, según algunos, es el Ángel que San Juan vio en su visión Apocalíptica llevando al cielo los sacrificios de la tierra, ofreciendo incienso y perfumes en el altar del cielo; según otros, es el mismo Jesucristo, el Ángel del Testamento.
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Memento.
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El sacerdote interrumpe de nuevo el Canon para rogar por los difuntos, a fin de que reciban los frutos del sacrificio: los difuntos no pueden unirse al sacrificio.
Antiguamente el diácono leía los nombres de los difuntos más esclarecidos, escritos en los dípticos de que ya hemos hablado. En el siglo XVI desapareció esta costumbre y ruega por ellos el sacerdote solo: Acuérdate, también, Señor de tus siervos y siervas N y N que nos precedieron con la señal de la fe, y duermen ya el sueño de la paz. Pedímoste, Señor, que a estos y a todos los que descansan en Cristo les concedas el lugar del refrigerio, de la luz y de la paz. Por el mismo Cristo Nuestro Señor. Amén.
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Nobis quoque peccatoribus.
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El sacerdote levantando la voz (única vez durante el Canon) para llamar la atención de los fieles y golpeándose el pecho, como pecador arrepentido, pide al Padre para sí y para todos los fieles un lugar en compañía de los Santos Apóstoles y Mártires: nombra a San Juan Bautista y a otros catorce mártires.
En los cinco primeros siglos está nómina y número de los mártires variaba según las iglesias: en el siglo VI fue fijada definitivamente la lista que tenemos ahora en el Misal Romano.
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Per quem omnia.
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Esta oración, que es la última del Canon, es un himno a Jesucristo: Por el cual (Jesucristo) creas siempre, Señor, todos estos bienes, los santificas, los vivificas, los bendices y nos los repartes.
Antiguamente se bendecían, en este lugar, las ofrendas que servían para los ágapes, las primicias, los nuevos frutos de la tierra: a estos se refiere el Canon al decir: todos estos bienes. El Jueves Santo el Obispo interrumpe aquí la Misa y bendice el óleo de los enfermos.
Finalmente, el sacerdote, haciendo cinco cruces con la Hostia consagrada, en honra de las cinco llagas de la Pasión, dice: Por El mismo, y con El mismo, y en El mismo, a ti Dios Padre Todopoderoso, en unidad del Espíritu Santo, toda honra y gloria (te sea dada), por todos los siglos de los siglos.
Al decir, toda honra y gloria, el celebrante levanta la Hostia y el Cáliz consagrados. Esta era la única elevación que se efectuaba en la Misa en los primeros siglos, a fin de que los fieles adorasen las especies consagradas. Pronuncia las últimas palabras en voz alta, anunciando así el fin del Canon: el pueblo responde: Amén: ratificación solemne, de su parte, de todo lo que se ha realizado en el Canon: es la única participación de los fieles en el Canon.

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