miércoles, 28 de julio de 2010

La Consagración.

En seguida el celebrante toma el Cáliz, lo bendice y profundamente inclinado pronuncia las palabras de la consagración: Este es el cáliz de mi sangre, del nuevo y eterno testamento (Misterio de fe) que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados.
De igual modo que en la Consagración de la Hostia, el sacerdote hace genuflexión y eleva el Cáliz, mientras dice: Cuántas veces hicieréis estas cosas, las haréis en memoria mía. La elevación del Cáliz data del siglo XIV.
Las palabras misterio de fe eran pronunciadas en voz alta por el Diácono en el momento de la Consagración de las Misas solemnes, para anunciar a los fieles la gran Acción, en los tiempos en que durante el Canon se tendía un velo entre el altar y los fieles.
El acólito toma la casulla del celebrante en la elevación, sólo en recuerdo de que antiguamente, cuando se usaban las grandes casullas, era necesario hacer esto para facilitar la elevación.
Deseoso el pueblo de ver la Sagrada Hostia, fue necesario, por la oscuridad de las iglesias, especialmente en las primeras horas de la mañana, encender el cirio de la elevación para alumbrar el Cuerpo del Señor: la Iglesia ha querido conservar esta tradición ordenando que desde la Consagración hasta la Comunión se coloque en las Misas rezadas una tercera vela encendida sobre el altar.
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Después de la Consagración.
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En el Canon hay seis oraciones después de la Consagración: Unde et memores, Supra quae, Supplices te rogamus, Memento, Nobis quoque peccatoribus, Per quem omnia. En las tres primeras plegarias aparece como idea central el acto sacerdotal de Jesucristo, que se ofrece al Padre Eterno como víctima, por nosotros: el sacrificio, que es suyo, es también nuestro, porque Jesucristo, el Pontífice, es nuestro hermano.
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Unde et memores.
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Hecha la Consagración, el sacerdote ofrece a la excelsa Majestad de Dios, en reconocimiento de su dominio soberano, la hostia pura, santa, inmaculada, el pan santo de la vida eterna y el cáliz de perpetua salvación, en memoria de la Pasión, Resurrección y Ascensión gloriosa de Nuestro Señor Jesucristo.
Hace cinco veces la señal de la Cruz sobre las sagradas especies, para alabar y dar gracias a Dios por la transubstanciación y para significar que el sacrificio de la Misa y del Calvario es un mismo sacrificio.
Antes de la Consagración el sacerdote bendice y santifica la oblata con la señal de la Cruz, después de la Consagración usa este signo para alabar y dar gracias por el Santo Sacrificio.
Después de la Consagración el celebrante tiene los brazos extendidos en señal de reverencia y adoración.
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Supra quae.
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Pide el sacerdote al Padre Celestial que se digne mirar con rostro propicio y sereno y aceptar el Sacrificio de Jesucristo, así como aceptó los dones del inocente Abel, el sacrificio de Abraham y el que le ofreció el sumo sacerdote Melquisedec, que fue un sacrificio santo, una hostia inmaculada.
Estos tres sacrificios son los que mejor figuran el sacrificio de la Cruz y del Altar: Abel ofrecía corderos, Abraham, por obediencia, estuvo a punto de sacrificar a Isaac, y Melquisedec ofrecía pan y vino.

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