sábado, 17 de julio de 2010

La Secuencia o Prosa. El Evangelio.

La Secuencia o prosa.
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Los cristianos quisieron simbolizar las eternas alegrías del paraíso, prolongando la última a del allelluia del Gradual en innumerables notas llenas de piedad, arte y alegría, llamadas neumas, júbilos o secuencia. Desde el siglo IX se reemplazaron estos neumas por prosa rimada alusiva a la fiesta, de donde viene el nombre de Prosa.
Se compusieron muchas prosas para las distintas fiestas, pero San Pío V sólo dejó en el Misal Romano las secuencias. Victimae paschali, para la Pascua de Resurrección; Veni Sancte Spiritus, para Pentecostés; Dies irae, para las Misas de difuntos y el Lauda Sion, para el Corpus Christi; el Stabat Mater, para la Fiesta de los Dolores de María fue agregado al Misal Romano en el siglo XVIII. Estas prosas son obras de una alta inspiración religiosa y literaria; su música es sencilla y bellísima.
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El Evangelio.
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El sacerdote pasa al medio del Altar e inclinado profundamente pide al Señor que purifique su corazón y sus labios, así como purificó los labios de Isaías con un carbón encendido, para poder anunciar dignamente el Santo Evangelio. Mientras tanto el acólito ha transportado el Misal al otro lado del Altar. El Señor sea con vosotros, dice el sacerdote y traza con el pulgar la señal de la Cruz sobre el libro en el comienzo del texto del Evangelio; en seguida se signa en la frente, boca y pecho, diciendo Principio o Continuación del Santo Evangelio según San Mateo o San Marcos, etc. Los fieles se signan en la frente, boca y pecho y escuchan el Evangelio de pie, porque deben estar preparados para defender el Evangelio y su fe.
Escuchemos con profunda reverencia y temor el Santo Evangelio: es el mismo Jesucristo el que nos habla, el que nos enseña, el que nos exhorta.
Sabemos por la historia, que los emperadores y emperatrices, en el Evangelio deponían sus diademas. Los príncipes polacos desenvainaban su espada y la blandían, para significar que estaban prontos a defender el Evangelio, aun a costa de su sangre.
Terminada la lectura del Evangelio, el sacerdote besa el libro, en señal de veneración, diciendo: Por el Santo Evangelio pronunciado, bórrense nuestros delitos; los fieles responden, como acción de gracias: Alabanza a ti, oh Cristo.
En las Misas solemnes, el celebrante pone incienso en el incensario, el diácono deja el libro de los Evangelios sobre el altar, como se hacía antiguamente, se arrodilla y pide al señor, como el celebrante, que purifique sus labios y su corazón para anunciar dignamente el Evangelio; se levanta, toma el Evangelario y arrodillándose ante el celebrante, pide su bendición, diciendo: Señor, pide que yo sea bendito. Que el Señor sea en tu corazón y en tus labios para que digna y competentemente anuncies su Evangelio. En el nombre del Padre, y del Hijo + y del Espíritu Santo. Amén.
En seguida se baja del altar y junto con el subdiácono, con le turiferario y dos acólitos con cirios encendidos se va a cantar el Evangelio en el ambón o en el atril. Después de decir: El Señor sea con vosotros y Continuación del Santo Evangelio, etc…, inciensa tres veces el libro; si pronuncia el nombre de Jesús hace de inclinación de cabeza al libro, mientras que los demás la hacen a la cruz del altar. Al final subdiácono lleva el libro al celebrante para que lo bese; hasta el siglo XIII, se daba a besar el Evangelio a todos los fieles asistentes; finalmente el diácono inciensa al celebrante.
El Evangelio se trata con tanta reverencia y honor porque este libro representa a Nuestro Señor Jesucristo, cuya vida y palabra contiene.

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