lunes, 31 de enero de 2011

San Juan Bosco, confesor.

San Juan Bosco nació el 16 de agosto de 1815 en Castelnuovo de Asti, y recibió de la mamá Margarita Occhiena una sólida educación cristiana y humana. Dotado de inteligencia, memoria, voluntad y agilidad física no comunes, desde niño fue seguido por sus coetáneos, a quienes organizaba juegos que interrumpía al toque de las campanas para llevarlos a la iglesia. Fue ordenado sacerdote en Turín en 1841, y allí comenzó su actividad pastoral con San José Cafasso.
Su programa, o mejor, su pasión era la educación de los jóvenes, los más pobres y abandonados. Reunió un grupito que llevaba a jugar, a rezar y a menudo a comer con él. La incómoda y rumorosa compañía de Don Bosco (así se lo llamaba y se lo llama familiarmente) tenía que estar cambiando de lugar continuamente hasta que por fin encontró un lugar fijo bajo el cobertizo Pinardi, que fue la primera célula del Oratorio. Con la ayuda de la mamá Margarita, sin medios materiales y entre la persistente hostilidad de muchos, Don Bosco dio vida al Oratorio de San Francisco de Sales: era el lugar de encuentro dominical de los jóvenes que quisiera pasar un día de sana alegría, una pensión con escuelas de artes y oficios para los jóvenes trabajadores, y escuelas regulares para los estudios humanísticos, según una pedagogía que sería conocida en todo el mundo como “método preventivo” y basada en la religión, la razón y el amor. “La práctica del método preventivo se basa toda en las palabras de San Pablo que dice: La caridad es benigna y paciente; sufre todo, pero espera todo y aguanta todo”.
Para asegurar la continuidad de su obra, San Juan Bosco fundó la Pía Sociedad de San Francisco de Sales (los Salesianos) y las Hijas de María Auxiliadora (las Salesianas). Fue un fecundísimo escritor popular, fundó escuelas tipográficas, revistas y editoriales para el incremento de la prensa católica, la “buena prensa”. Aunque ajeno a las luchas políticas, prestó su servicio como intermediario entre la Santa Sede, el gobierno italiano y la casa Saboya.
Fue un santo risueño y amable, se sentía “sacerdote en la casa del pobre, sacerdote en el palacio del Rey y de los ministros”. Buen polemista contra la secta de los Valdenses, según la mentalidad del tiempo, nunca se avergonzó de sus amistades con los protestantes y los hebreos de buena voluntad: “Condenamos los errores, escribió en el Católico en el siglo…, pero respetamos siempre a las personas”. San Juan Bosco murió el 31 de enero de 1888 y fue canonizado por Pío XI en 1934.

San Juan Bosco, Confesor.

Diole Dios gran sabiduría e inteligencia y un corazón tan amplio como la arena que hay en la orilla del mar. Sl. Alabad, niños, al Señor; alabad el nombre del Señor. V/ Gloria al Padre. (Introito de la Misa, 3 Reyes 4.29; Salmo 112.I).

domingo, 30 de enero de 2011

IV Domingo después de Epifanía: El silencio de Dios.

A lo largo del Evangelio vemos a Jesús portarse con naturalidad y sencillez. No busca gestos clamorosos en quienes le siguen. Realiza los milagros sin armar ruido, en la medida en que le era posible. A quienes había curado les recomendaba que no anduvieran pregonando las gracias que recibían. Enseña que el Reino de Dios no viene con ostentación, y muestra en las parábolas del grano de mostaza y de la levadura escondida la fuerza misteriosa de sus palabras. Le vemos también acoger calladamente peticiones de ayuda, que luego atenderá. El silencio de Jesús durante el proceso ante Herodes y Pilato está lleno de una sublime grandeza. Lo vemos de pie, delante de una muchedumbre vociferante, excitada, que se sirve de falsos testigos para tergiversar sus palabras… Nos impresiona particularmente este silencio de Dios en medio de remolino que agitan las pasiones humanas. Silencio de Jesús, que no es indiferencia ni actitud despreciativa ante unas criaturas que le ofenden: está lleno de piedad y de perdón. Jesucristo espera siempre nuestra conversión. ¡El Señor sabe esperar! Tiene más paciencia que nosotros.
El silencio en la Cruz no es pausa que se toma para represar la ira y condenar. Es Dios, que perdona siempre, quien está allí. Abre de par en par el camino de una nueva y definitiva era de misericordia. Dios escucha siempre a quienes le siguen, aunque alguna vez parezca que calla, que no nos quiere oír. El siempre está atento a las flaquezas de los hombres…, pero para perdonar, levantar y ayudar. Si calla en algunas ocasiones es para que maduren nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor.
En la escena que nos propone el Evangelio de la Misa contemplamos a Jesús cansado después de un día de intensa predicación. El Señor subió con sus discípulos a una barca para pasar al otro lado del lago. Cuando ya llevaban un tiempo en el mar, se levantó una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca. Mientras tanto, el Señor, rendido por la fatiga, se quedó dormido. Estaba tan cansado que ni siquiera los fuertes bandazos de la embarcación le despertaron. Ante tanto peligro, Jesús parece ausente. Es el único pasaje del Evangelio que nos muestra a Jesús dormido.
Los Apóstoles, hombres de mar en su mayoría, se dieron cuenta enseguida de que sus esfuerzos no bastaban para asegurar el rumbo de la barca y comprendieron que sus vidas peligraban. Se acercaron entonces a Jesús y le despertaron diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos!
Jesús les tranquiliza con estas palabras: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Es como si les dijera: ¿no sabéis que Yo voy con vosotros, y que esto debe daros una firmeza sin límites en medio de vuestras dificultades? Y levantándose, increpó a los vientos y al mar, y se produjo una gran bonanza. Los discípulos se llenaron de asombro, de paz y de alegría. Comprobaron una vez más que ir con Cristo es caminar seguros, aunque El guarde silencio. Y dijeron: ¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen? Era su Señor y su Dios. Mas adelante, con el envío del Espíritu Santo a sus almas el día de Pentecostés, comprendieron que les tocaría vivir en aguas frecuentemente agitadas y que Jesús estaría siempre en su barca, la Iglesia, aparentemente dormido y callado en ocasiones, pero siempre acogedor y poderoso; nunca ausente. Lo entendieron cuando, poco después, en los comienzos de su predicación apostólica, se vieron asediados por las persecuciones y sintieron el zarpazo de la incomprensión de la sociedad pagana en la que desarrollaban su actividad. Sin embargo, el Maestro los confortaba, los mantenía a flote y les impulsaba a nuevas empresas. Y lo mismo que entonces hace ahora con nosotros.
(R. P. Francisco Fernández Carvajal: Hablar con Dios).

sábado, 29 de enero de 2011

El Evangelio del Domingo

A ruego de los Apóstoles calma el Señor una furiosa tempestad, cuando humanamente parecía inevitable el naufragio; dando con ello a entender que, aunque otra cosa parezca a veces, gobierna El la barquilla de la Iglesia y de nuestro corazón.
*
SAN MATEO VIII, 23-27
En aquel tiempo: Habiendo subido Jesús a una barca, siguiéronle sus discípulos; cuando de pronto se levantó en el mar recia borrasca, hasta el punto de que la nave se veía cubierta por las olas; mas Jesús dormía. Acercáronse a El sus discípulos y le despertaron diciendo: "¡Señor, sálvanos, que perecemos!" Díjoles Jesús: "¿Por qué teméis, hombres de poca fe?" Levantándose entonces, mandó a los vientos y al mar,y siguióse gran bonanza. Entonces los discípulos maravillados decían: "¿Quién es éste, para que los vientos y el mar le obedezcan?"

viernes, 28 de enero de 2011

Santo Tomás de Aquino, Doctor de la Iglesia.

Cuando Santo Tomás tenía aún pocos años solía preguntar reiteradamente a su maestro de Montecassino: “¿Quién es Dios?”, “explicadme qué cosa es Dios”. Y pronto comprendió que para conocer al Señor no bastan los maestros y los libros. Se necesita además que el alma le busque de verdad y se entregue con corazón puro, humilde, y con una intensa oración. En él se dio una gran unión entre doctrina y piedad. Nunca comenzó a escribir o a enseñar sin haberse encomendado antes al Espíritu Santo. Cuando trabajaba en el estudio y exposición del Sacramento de la Eucaristía solía bajar a la capilla y pasar largas horas delante del Sagrario.
Dotado de un talento prodigioso, Santo Tomás llevó a cabo la síntesis teológica más admirable de todos los tiempos. Su vida, relativamente corta, fue una búsqueda profunda y apasionada del conocimiento de Dios, del hombre y del mundo a la luz de la Revelación divina. El saber antiguo de los autores paganos y de los Santos Padres le proporcionó elementos para llevar a cabo una síntesis armoniosa de razón y fe que ha sido propuesta repetidamente por el Magisterio de la Iglesia como modelo de fidelidad a la Iglesia y a las exigencias de un sano razonamiento.
Santo Tomás es ejemplo de humildad y de rectitud de intención en el trabajo. Un día, estando en oración, oyó la voz de Jesús crucificado que le decía: “Has escrito bien de Mí, Tomás: ¿qué recompensa quieres por tu trabajo?”. Y él respondió: “Señor, no quiero ninguna cosa, sino a Ti”. También en este momento se manifestaron la sabiduría y la santidad de Tomás, y nos enseña lo que hemos de pedir y desear nosotros sobre cualquier otra cosa.
Con su enorme talento y sabiduría, siempre tuvo conciencia de la pequeñez de su obra ante la inmensidad de su Dios. Un día en que había celebrado la Santa Misa con especial recogimiento, decidió no volver a escribir más: dejó inconclusa su obra magna, la Suma Teológica. Y ante las preguntas insistentes de sus colaboradores acerca de la interrupción de su trabajo, contestó el Santo: “Después de lo que Dios se dignó revelarme el día de San Nicolás, me parece paja todo cuanto he escrito en mi vida, y por eso no puedo escribir más”. Dios es siempre más de lo que puede pensar la inteligencia más poderosa, de lo que desea el corazón más sediento.
El Doctor Angélico nos enseña cómo hemos de buscar a Dios con la inteligencia, con una honda formación, adecuada a las peculiares circunstancias de cada uno, y con una vida de amor y de oración.
(R. P. Francisco Fernández Carvajal: Hablar con Dios.).

jueves, 27 de enero de 2011

Padre de la Iglesia (IV).

El triunfo de Cristo resucitado y nuestra liberación, Melitón de Sardes, Sulla Pasqua.
“El Señor, habiendo revestido al hombre,
habiendo sufrido por el que sufría,
y habiendo sido atado
por el que estaba prisionero,
y juzgado por el culpable,
y sepultado por el que estaba sepultado,
resucitó de entre los muertos y gritó lo siguiente:
“Quién me acusa?
Que se acerque a mí.
He liberado al condenado.
He dado vida al que estaba muerto.
He resucitado al que estaba sepultado.
¿Quién pleiteará contra mí?
Yo –dice- soy el Cristo,
soy yo quien ha destruido la muerte,
quien ha vencido al enemigo,
quien ha pisado el Hades,
quien ha atado al fuerte
y a elevado al hombre
a lo más alto del cielo.
Yo –dice- soy el Cristo.
Venid, pues, todas las estirpes de los hombres,
inmersas en los pecados,
y recibid el perdón de los pecados.
Porque yo soy vuestro perdón,
yo soy la Pascua de la salvación, yo el cordero inmolado por vosotros,
yo vuestro rescate,
yo vuestra vida,
yo vuestra resurrección,
yo vuestra luz,
yo vuestra salvación,
yo vuestro rey.
Yo os conduzco hasta lo más alto del cielo.
Yo os mostraré al Padre eterno.
Yo os resucitaré con mi derecha”.
Este es el que hizo el cielo y la tierra,
el que al principio modeló al hombre,
el que fue anunciado por la ley y los profetas,
el que se encarnó en una virgen,
el que fue clavado en un madero,
el que fue sepultado en la tierra,
el que resucitó de entre los muertos,
el que subió a lo más alto del cielo,
el que está sentado a la derecha del Padre,
el que tiene el poder de juzgar
y de salvar todas las cosas,
él, por medio del cual
el Padre obró siempre
desde el principio y por todos los siglos.
Este es el Alfa y la Omega,
este es el Principio y el Fin,
-principio inexplicable
y fin incomprensible-.
“Este es el Cristo”
Este es el Rey.
Este es Jesús,
este es el estratega,
este es el Señor,
este es el que resucitó de entre los muertos,
este es el que está sentado a la derecha del Padre.
El lleva al Padre y es llevado por el Padre:
“A El la gloria y el poder por los siglos. Amén”.

miércoles, 26 de enero de 2011

Padres de la Iglesia (III).

Sobre la cruz Jesús extendió sus brazos para abarcar el mundo entero, Cirilo de Jerusalén, Catequesis XIII.
“Extendió sus brazos en la cruz para abarcar los confines de mundo. Pues el lugar central de la tierra está aquí, en el Gólgota. Y no es palabra mía, sino del profeta que dice: “Autor de salvación en medio de la tierra” (Sal 74 (73), 12). Extendió sus manos humanas, con la sola ayuda de las cuales y con su mente tras ellas dio consistencia al cielo (cf. Sal 33, 6a).
Fueron fijadas con clavos para que, clavados al leño y aniquilados los pecados de los hombres que su humanidad llevaba cargados sobre sí, a la vez muriese el pecado y resucitásemos nosotros en la justicia.
Pues como por un hombre vino la muerte, también por un hombre vino la vida (Rm 5, 12-21): por un hombre, el Salvador, que padeció la muerte voluntariamente.
Acuérdate de aquello: “Tengo poder para darla (la vida) y poder para recobrarla de nuevo” (Jn 10, 18).

martes, 25 de enero de 2011

Padres de la Iglesia (II).

La diferencia entre las teofanías veterotestamentarias y la encarnación del Verbo, León Magno, Lettere dogmatiche, carta 31.
“No sirve de nada predicar que nuestro Señor Jesucristo, Hijo de María Virgen, es hombre verdadero y perfecto, si no se puede afirmar también que es precisamente del mismo linaje que el hombre, del que habla el Evangelio. En efecto, Mateo escribe: Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham (Mt 1, 1). El evangelista traza después el orden sucesivo del origen del árbol genealógico hasta José, que estaba desposado con la Madre del Señor. Lucas, en cambio, siguiendo otro criterio, en sentido ascendente –de abajo arriba-, se remonta hasta el inicio del género humano, de forma que resalte que el primer Adán y el último son de la misma naturaleza. En rigor, el omnipotente Hijo de Dios, a fin de educar y hacer santos a los hombres, habría podido aparecer en las mismas formas en que se presentó ya a los patriarcas y a los profetas en las simples apariencias humanas; por ejemplo, en la forma en que entabló la lucha con Jacob (Gn 32, 24), o bien cuando dialogó, o cuando no rehusó los deberes de la hospitalidad que se le dispensaba o también cuando tomó el alimento que se le ofrecía (Gn 18, 1-9). Mas tales encuentros con el hombre tenían la función de indicar algo mucho más grande: eran imágenes místicas de aquel hombre cuya realidad profunda tendía a indicar que él, el Señor, asumiría la misma naturaleza de los padres que lo habían precedido en el tiempo. Por eso el sacramento de nuestra reconciliación, ya dispuesto antes de los tiempos, no había sido aún realizado por ninguna figura tipológica, porque el Espíritu Santo no había descendido aún sobre la Virgen María para el poder del Altísimo la cubriese con su sombra, de forma que el Verbo se hiciese carne en el vientre inmaculado de María, pues sólo la Sabiduría divina se podía construir su casa. En esas condiciones se compaginaron indisolublemente la forma del esclavo y la forma de Dios hasta dar como resultado una única persona. Así, el Creador de los tiempos nacía en el tiempo; aquel mediante el cual fue hecha toda realidad creada, él mismo nacía entre las realidades creadas. Si el nuevo hombre, hecho a semejanza de la carne de pecado, no hubiese tomado sobre sí nuestra vejez y, consustancial como era con su Padre, no se hubiese dignado hacerse consustancial también con su madre y si, único entre los hombres, libre de todo pecado, no hubiese asumido nuestra naturaleza, todo el linaje humano se encontraría aún oprimido bajo el yugo diabólico; y no nos estaría permitido (si aquello no hubiese tenido lugar) tener a favor nuestro la victoria del que triunfó, si el conflicto hubiese sucedido fuera de nuestra criatura humana”.

lunes, 24 de enero de 2011

Incendio consume la Iglesia Hermanas de la Providencia.


Un voraz incendio que se declaró a eso de las 18:30 hrs, consumió la Iglesia Hermanas de la Providencia y el hogar de ancianos aledaño perteneciente a las religiosas de la Providencia. El diario electrónico "emol" entrega un detalle de la información, que al parecer y a Dios gracias no ha tenido víctimas que lamentar. Noticia aquí y fotografías aquí.

En dicha Iglesia celebraba dominicalmente el grupo hermano Una Voce Chile - Magnificat.

El Libro de Misa.

Ayer, después de asistir a la Santa Misa en Viña del Mar, me dirigí a Valparaíso para encontrarme con un amigo que me tenía este espléndido regalo, había sido de su padre, un libro, el "El Libro de Misa", pinchando en la imagen pueden ver algunas fotos de este. Es el quinto libro de la colección Libros Católicos de Estampas, editorial Novaro, México S.A., 1960. Que excelentes las catequesis de antaño.

domingo, 23 de enero de 2011

El Evangelio del Domingo

Con la milagrosa curación de un leproso y del criado del Centurión de Cafarnaúm inaugura Jesús la conversión de los gentiles, enseñándonos con esto a no despreciar ni dar por perdido a nadie, por alejado que esté de Dios.
*
(SAN LUCAS II, 21)
En aquel tiempo: habiendo bajado Jesús del monte, le siguió mucho gentío, y vino un leproso y le adoraba diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Y extendiendo Jesús la mano, le tocó, diciendo: Quiero: queda limpio. Y al instante quedó limpio de su lepra. Y le dijo Jesús: guárdate de decírselo a nadie; mas vete, preséntate al sacerdote, y ofrece la ofrenda que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio*. Y habiendo entrado en Cafarnaúm se llegó a El un centurión y le rogó diciendo: Señor, tengo un criado postrado en cama, paralítico y sufre mucho. A lo que respondió Jesús: yo iré y le curaré. Señor, replicó el centurión, yo no soy digno de que entres bajo mi techo; pero dí una sola palabra y será curado mi criado. Pues yo soy un hombre que, aunque bajo la potestad de otro, luego que digo a uno de los soldados que mando: ve, va; y a otro: ven, y viene; y lo mismo cuando mando a un siervo mío: haz esto, y lo hace. Oyéndolo, pues, Jesús quedó admirado, y dijo a los que le seguían: en verdad, en verdad os digo, que no he encontrado tanta fe en Israel. Y también os digo: muchos vendrán del Oriente y del Occidente, y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; mientras que los hijos destinados a este reino serán arrojados a las tinieblas infernales, donde habrá llanto y crujir de dientes. Entonces dijo al centurión: anda que te sucederá como has creído: y sanó el criado en aquella hora.
*Era necesario que el sacerdote lo declarara limpio de la lepra, para que el enfermo recobrara la patente de ciudadanía.

sábado, 22 de enero de 2011

Padres de la Iglesia (I).

Los numerosos nombres de Cristo, Catequesis X, 3-4, Cirilo de Jerusalén.
*
“Tú cree “en un solo Señor Jesucristo, Hijo unigénito de Dios”. Decimos “un solo Señor Jesucristo”, porque es una filiación única; decimos “único”, para que su actividad múltiple, que se expresa mediante nombres diversos, no te lleve a hablar impíamente de hijos diversos. Se le llama PUERTA (Jn 10, 7), pero no pienses, por esta denominación, que se trata de una puerta de madera, sino racional, viva y que se da cuenta de quiénes pasan. Se le llama CAMINO (Jn 14, 6), pero no porque sea pisado por los pies, sino porque conduce hacia el Padre. Se le llama OVEJA, pero no desprovista de razón, sino que por su preciosa sangre limpia al mundo de sus pecados. Es llevada ante el esquilador y sabe cuándo conviene guardar silencio (cf. Hch 8, 32; véase Is 53, 7-8). Pero esta misma oveja cambia a la vez su nombre por el de PASTOR cuando dice: “Yo soy el buen pastor” (Jn 10, 11). Es oveja por su humana naturaleza, pero es pastor por el amor a los hombres que muestra su divinidad. Pero, ¿quieres saber cómo nos referimos a ovejas racionales? Dice el Salvador a los apóstoles: “Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos” (Mt 10, 16). También se le llama LEÓN (cf. Gn 49, 9; Ap 5, 5), pero no porque sea devorador de hombres, sino que con tal denominación se muestra la dignidad regia de la propia naturaleza y su propio vigor en el que puede confiar. Se le llama también león en oposición al “adversario, el Diablo”, que “ronda como león rugiente buscando a quien devorar” (1 P 5, 8). Pues viene el Salvador, no mudando su mansedumbre natural, sino como el poderoso león de la tribu de Judá (Ap 5, 5), trayendo la salvación a los que creen y aplastando al adversario. Se le llama PIEDRA (1 P 2, 4), no inanimada ni tampoco extraída con manos humanas (cf. Dn 2, 34), sino “piedra angular” (cf. Sal 116, 22; cf. Mt 21, 42 par), en la que quien crea no será confundido (cf. Is 28, 16).
Se le llama CRISTO (Mt 1, 16), aunque no ha sido consagrado por manos humanas, sino ungido por el Padre para un sacerdocio eterno superior a las cosas de los hombres (cf. Hch 4, 27). Se le cuenta entre los que han muerto (Ap 1, 18), pero sin permanecer entre los muertos, como todos los demás en el Hades (cf. Hch 2, 31), sino el único libre entre los que murieron. Se le llama HIJO DEL HOMBRE (Mt 16, 13) no como cada uno de nosotros, que hemos tenido nuestro nacimiento en nuestra tierra, sino como quien ha de venir sobre las nubes a juzgar a los vivos y a los muertos (Mt 24, 30). Se le llama SEÑOR (Lc 2, 11), no de manera abusiva, como a los “señores” que hay entre los hombres, sino como quien tiene un poder natural y eterno. Se le llama JESÚS (Mt 1, 21) con nombre apropiado, que hace referencia a su labor como médico. Se le proclama HIJO, que no ha llegado a serlo por adopción sino que por naturaleza (Mt 3, 17) ha sido engendrado. Son muchas realmente las denominaciones de nuestro Salvador. Pero que esta multitud de nombres no te haga pensar en una multitud de hijos. Y que no pienses, a causa de los errores de los herejes, que dicen que uno es Cristo, pero otro es Jesús, y otra es la puerta, y así sucesivamente. Frente a todo ello te previene la recta fe: en un solo Señor Jesucristo. Aunque las distintas denominaciones sean muchas, bajo ellas es una única realidad la que se entiende”.

viernes, 21 de enero de 2011

La Liturgia (V).

“La catedral es la expresión en piedra de que la Iglesia no es una masa amorfa de comunidades, sino que vive en un entramado que une a cada comunidad con el conjunto a través del vínculo del orden episcopal. Por eso que el Concilio Vaticano II, que puso tanto énfasis en la estructura episcopal de Iglesia. Recordó también el rango de la Iglesia catedral. Las distintas iglesias remiten a ella, son en cierto modo construcciones anejas a ella y realizan en esta cohesión y este orden la asamblea y la unidad de la Iglesia. Por la misma razón es también especialmente valiosa para nosotros la iglesia del obispo común de toda la cristiandad: la iglesia de Letrán y la iglesia de San Pedro en Roma; no como si Dios estuviera allí más presente que en cualquier iglesia lugareña, sino porque es expresión de la asamblea, de la unicidad de la casa de Dios, aun habiendo tantas en la tierra”.
“Los artistas no inventan lo que pueda ser bello y digno de Dios. El ser humano es incapaz de inventar por su cuenta. Dios mismo comunica en detalle a Moisés la forma del santuario. La creación artística copia lo que Dios mostró como modelo. Esta creación presupone la visión interior del prototipo; es el traslado de una intuición a una figura. La creación artística, tal como la ve el Antiguo Testamento, es radicalmente distinta de lo que entiende por creatividad el pensamiento moderno. Hoy se llama creatividad a la fabricación de lo nunca hecho o pensado por otro, la invención de lo totalmente personal y totalmente nuevo. Creación artística en el sentido del Éxodo es, en cambio, un participar en la intuición de Dios, participar en su obra creadora; un poner de manifiesto la belleza oculta que late ya en la creación. Esto no mengua la dignidad del artista, sino que la fundamenta. Así leemos que el Señor “llamó por su nombre” a Besalel, el artista director de la construcción del santuario (Éx. 35, 30). Para el artista vale la misma fórmula que para el profeta. El Éxodo presenta además a los artistas como personas dotadas por Dios de habilidad y destreza para ejecutar los trabajos que él había ordenado (36, 1). El tercer elemento es la buena disposición, “el corazón que impulsa” a tales personas (36, 2)”.
“Una Iglesia que sólo hace música “corriente” cae en la ineptitud y se hace ella misma inepta. La Iglesia tiene el deber de ser también “ciudad de la gloria”, ámbito en el que se recogen y elevan a Dios las voces más profundas de la humanidad”.
(Benedicto XVI/Joseph Ratzinger: Orar).

jueves, 20 de enero de 2011

La Liturgia (IV).

“Este giro aparece externamente con especial claridad en el cambio de orientación al orar: el judío, dondequiera que esté, ora en dirección a Jerusalén; el templo es el punto de referencia de toda religión, de suerte que la relación con Dios, la relación orante, debe pasar siempre por el templo, al menos en la orientación del cuerpo. Los cristianos no oran en la dirección de un templo, sino mirando a oriente: el sol naciente que triunfa sobre la noche simboliza a Cristo resucitado y es considerado como signo de un retorno. El cristiano expresa en su postura orante su dirección hacia el Resucitado, verdadero punto de referencia de su vida. Por eso la orientación al este ha sido durante siglos la ley básica en la arquitectura cristiana; expresa la omnipresencia del poder congregador del Señor que, como el sol naciente, domina el mundo entero”.
“El espíritu guarda las piedras para construir; no a la inversa. El espíritu no puede sustituirse por dinero y por la historia. Si no construye el espíritu, las piedras se tornan mudas. Donde el espíritu no está vivo, no actúa e impera, las catedrales se convierten en museos, en monumentos del pasado cuya belleza entristece porque está muerta. Esta viene a ser la advertencia que nos llega de la fiesta catedralicia. La grandeza de nuestra historia y nuestro poder económico no nos salvan; ambas cosas pueden convertirse en escombros que nos ahoga. Si el espíritu no construye, el dinero construye en vano. Sólo la fe puede mantener viva la catedral, y la pregunta que la catedral milenaria nos dirige es si tenemos la fe necesaria para darle un presente y un futuro. Al final, la protección al monumento, por importante de agradecer que sea, no puede mantener la catedral; sólo puede hacerlo el espíritu que la creó”.
(Benedicto XVI/Joseph Ratzinger: Orar).

miércoles, 19 de enero de 2011

La Liturgia (III).

“El texto litúrgico del Sanctus contiene tres acentos nuevos respecto al texto bíblico de Is. 6. El escenario no es ya, como en el profeta, el templo de Jerusalén sino el cielo que en el misterio se abre a la tierra. Por eso no son ya sólo los serafines los que aclaman, sino todo el ejército del cielo, a cuya invocación puede sumarse toda la Iglesia, la humanidad redimida, por medio de Cristo que une el cielo y la tierra. Finalmente el Sanctus cambia, a partir de aquí, de la tercera persona de plural a la segunda: “Llenos está el cielo y la tierra de tu gloria”. El hosanna, un grito de socorro en su origen, se convierte así en aclamación. El que no tenga en cuenta el carácter mistérico y el carácter místico de la invitación a unirse a la alabanza de los coros celestiales, pierde el sentido de la totalidad. Esta unión puede darse de distintas maneras, siempre relacionadas con la representación. La comunidad reunida en un lugar se abre a la totalidad. Representa también a los ausentes, se une a los lejanos y a los próximos. Si hay en ella un coro que pueda asociarla con más fuerza que su propio balbuceo a la alabanza cósmica y a la apertura de cielo y tierra, en ese instante está especialmente indicada la función representativa del coro. Este puede permitir un mayor acceso a la alabanza de los ángeles y un acompañamiento interior más profundo de lo que en ocasiones puede alcanzar la propia invocación y canto”.
“El Sanctus celebra la gloria eterna de Dios; el Benedictus se refiere, en cambio, a la llegada de Dios encarnado en medio de nosotros. Cristo, el que vino, es también el que viene: su venir eucarístico, la anticipación de su hora, convierte la promesa en presente e introduce el futuro en nuestra casa. Por eso, el Benedictus tiene sentido en el acceso a la consagración y como aclamación a la forma eucarística del Señor hecho presente. El gran instante de la venida, el prodigio de su presencia real en los elementos de la tierra, pide formalmente una respuesta. La elevación, genuflexión y toque de campanilla son ensayos balbucientes de respuesta. La reforma litúrgica, en paralelo con el rito bizantino, ha conformado una aclamación del pueblo: “Anunciamos tu muerte, Señor…”.
“La encarnación es sólo la primera parte del movimiento. Cobra sentido y se hace definitiva en la cruz y la resurrección: desde la cruz, el Señor lo atrae todo a sí e introduce la carne, es decir, a los humanos y a todo el universo creado en la eternidad de Dios”.
(Fuente: Benedicto XVI/Joseph Ratzinger: Orar).

martes, 18 de enero de 2011

Actualización de la Galería de Fotos.


Hemos actualizado la Galería de Fotos con la Santa Misa Tridentina celebrada este domingo 16 de enero de 2011, correspondiente al Segundo Domingo después de Epifanía. La Santa Misa fue celebrada por nuestro capellán Msr Jaime Astorga Paulsen. Las fotos se pueden ver linkeando sobre la imagen.

lunes, 17 de enero de 2011

domingo, 16 de enero de 2011

El Evangelio del Domingo

En aquel tiempo, celebrábanse unas bodas en Cana de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús. Fue también convidado Jesús con sus discípulos a las bodas. Y llegando a faltar vino, la Madre de Jesús le dice: no tienen vino. Respondióle Jesús: Mujer , ¿qué nos va a ti y a mí? Aún no ha llegado mi hora. Dijo su madre a los que servían: haced cuanto El os dijere. Había allí seis tinajas de piedra destinadas a las purificaciones judaicas, cabiendo en cada una dos o tres cántaros. Y Jesús les dijo: llenad las tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Y Jesús les dice: sacad ahora, y llevad al maestresala. Y lo hicieron así. Y luego que gustó el maestresala el agua hecha vino, como no sabía de donde era (aunque los sirvientes lo sabían, porque habían sacado el agua), llamó al esposo y le dijo: Todos sirven al principio buen vino: y después que los convidados han bebido bien, entonces sacan el más flojo: más tú reservaste el buen vino para lo último. Este fue el primer milagro que hizo Jesús en Cana de Galilea: y manifestó su gloria y creyeron en El sus discípulos.

sábado, 15 de enero de 2011

II Domingo después de Epifanía.

La Misa nos manifiesta la divina realeza de Jesús. "Él es quien gobierna las almas y la misma naturaleza" (Oración Colecta) y "toda la tierra le adora" (Introito).
"Dios envió a su Verbo para curarnos y rescatarnos" (Gradual) y al derramar su sangre en el Calvario quedó hecho Rey de nuestros corazones, reconciliándonos con su Padre. Por eso en este día la liturgia nos habla de la paz.
En el Evangelio tenemos la figura de la transubstanciación, que Santo Tomás llama el más grande de todos los milagros, en virtud del cual el vino eucarístico se convierte en sangre de la alianza. Y como quiera que por la Eucaristía pudo Jesús consumar con nuestras almas su místico desposorio, los Santos Padres han visto en las bodas de Caná una imagen de la unión del Verbo con la Iglesia.
María, ardiendo en esa caridad de que la Epístola nos habla, pide a Jesús un primer milagro a favor de los esposos, que se ven apurados por no tener vino para sus convidados (Evangelio); y es tal su poder como Madre de Dios que Jesús, en vista de sus ruegos, anticipa la hora que tenía señalada para manifestar a sus discípulos su divinidad, y también Él pone su poder al servicio de su amor.
Seis cántaros, que servían para lavar las manos durante las comidas, se ven llenos de agua hasta el borde, y luego de obrado el milagro, el maestresala echa de ver que el vino nuevo resulta delicioso, siendo él quien mejor podía dar un juicio autorizado sobre el particular.
Ante esta prueba de la divinidad de Jesús, "sus discípulos creyeron en Él" (Evangelio).
Por la Misa que borra nuestros pecados (Secreta) y por la Comunión que permite la omnipotencia de Jesús transformar nuestras almas (Poscomunión), procuremos realizar en nosotros el "misterio del agua que el sacerdote mezcla con vino, haciéndonos partícipantes de la divinidad de Aquel que se dignó revestirse de nuestra humanidad."

viernes, 14 de enero de 2011

Domingo 1º de mayo de 2011.

Beatificación del Siervo de Dios, Juan Pablo II, Karol Wojtyla, 1º de mayo de 2011, Domingo de la Divina Misericordia.

miércoles, 12 de enero de 2011

La Liturgia (II).

“… la liturgia es participación entre el diálogo trinitario entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; sólo así no es una “hacer” nuestro, sino un opus Dei: acción de Dios en nosotros y con nosotros. Por eso recuerda Guardini que la liturgia no consiste en hacer algo, sino en ser”.
“Debe dejar claro que se abre aquí una dimensión de la existencia que todos buscamos secretamente: la presencia de lo que no se puede fabricar, la teofanía, el misterio y, dentro de él, el visto bueno de Dios que impera sobre el ser y es capaz de hacerlo bueno, de forma que podamos aceptarlo en medio de las tensiones y sufrimientos”.
“Es fundamental que se distribuyan los papeles correctamente y que el objeto de la liturgia no sea la Iglesia misma, sino el Señor; al que ella recibe en la Eucaristía y le sale al encuentro”.
“Los ornamentos litúrgicos –el alba, la estola y la casulla- que el sacerdote lleva durante la celebración de la Sagrada Eucaristía quieren evidenciar, ante todo, que el sacerdote no está aquí como persona particular, como éste o aquél, sino en lugar de otro: Cristo… Los ornamentos litúrgicos nos recuerdan directamente los textos en que san Pablo habla de revestirse de Cristo… Los ornamentos litúrgicos recuerdan todo esto: este hacerse Cristo, y la nueva comunidad que ha de surgir a partir de ahí. Es para el sacerdote un desafío: entrar en la dinámica que lo saca fuera del enclaustramiento de su propio yo, y lo lleva a convertirse en una realidad nueva a partir de Cristo y con Cristo. Les recuerda, a su vez, a los que participan en la celebración, el nuevo camino, que comienza con el bautismo y prosigue con la Eucaristía; camino hacia el mundo que ha de venir, y que, partiendo del sacramento, debe comunicarse y delinearse ya en nuestra vida cotidiana”.
(Fuente: Benedicto XVI/Joseph Ratzinger: Orar).

martes, 11 de enero de 2011

La Liturgia (I).

“… la liturgia está siempre en tensión entre la continuidad y la renovación. Esta historia genera constantemente nuevos presentes y debe actualizar constantemente lo que fue pasado, para que lo esencial aparezca nuevo y vigoroso. Necesita tanto el crecimiento como la depuración, y salvaguardar en ambos su identidad, su “para qué”, sin perder el fundamento óptico”.
“La liturgia presupone el cielo abierto, como hemos visto; sólo con esta condición hay liturgia. Si el cielo no está abierto, lo que era liturgia se atrofia en un juego de roles, en una búsqueda irrelevante de la autoconfirmación comunitaria, donde no acontece nada en el fondo. Lo decisivo es, por tanto, el primado de la cristología. La liturgia es obra de Dios y de su acción, que nos busca a través de signos terrenos, trae consigo la universalidad y el carácter público de la liturgia, que no puede concebirse desde la categoría de comunidad, sino de pueblo de Dios y cuerpo de Cristo”.
“Lo que realmente necesitamos es una nueva educación litúrgica. Deberíamos aprender de la Iglesia oriental (…), donde todos saben que la liturgia no está para descubrir nuevos textos y ritos, sino que perdura precisamente porque no se manipulan. La juventud actual es muy sensible a esto”.
“La asamblea litúrgica recibe su unidad de la “comunión del Espíritu Santo” que reúne a los hijos de Dios en un único cuerpo de Cristo. Esta reunión desborda las afinidades humanas, raciales, culturales y sociales”.
“La liturgia debe ser el opus Dei, donde Dios mismo actúa primero y nosotros, al actuar él, somos redimidos con su acción. Si esto se olvida, el grupo se celebra a sí mismo y, en consecuencia, no celebra nada. Porque él no es ningún fundamento de celebración. Por eso la actividad general degenera en tedio”.
(Fuente: Benedicto XVI/Joseph Ratzinger: Orar).

domingo, 9 de enero de 2011

Reflexión: 1er. Domingo después de Epifanía: "La Sagrada Familia".

In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti.
Después del encuentro en el Templo, Jesús regresó a Galilea con María y José. Y bajó con ellos, y vino a Nazareth, y les estaba sujeto. El Espíritu Santo ha querido dejar consignado este hecho en el Evangelio. La fuente sólo puede provenir de María, que vio una y otra vez la obediencia callada de su Hijo. Es una de las pocas noticias que nos han llegado de estos años de vida oculta: que Jesús les obedecía. “Cristo, a quien el universo está sujeto –comenta San Agustín-, estaba sujeto a los suyos”. Por obediencia al Padre, se sometió Jesús a quienes en su vida terrena encontró investidos de autoridad; en primer lugar, a sus padres.
Nuestra Señora debió de reflexionar en muchas ocasiones acerca de la obediencia de Jesús, que fue extremadamente delicada y a la vez sencilla y llena de naturalidad. San Lucas nos dice inmediatamente que su madre guardaba todas estas cosas en su corazón.
Toda la vida de Jesús fue un acto de obediencia a la voluntad del Padre: Yo hago siempre lo que es de su agrado, nos afirmará más tarde. Y en otra ocasión dijo claramente a sus discípulos: Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra.
El alimento es lo que da energías para vivir. Y Jesús nos dice que la obediencia a la voluntad de Dios –manifestada de formas tan diversas- deberá ser lo que alimente y dé sentido a nuestras vidas. Sin obediencia no hay crecimiento en la vida interior, ni verdadero desarrollo de la persona humana; la obediencia, “lejos de menoscabar la dignidad humana, la lleva, por la más amplia libertad de los hijos de Dios, a la madurez” (CVII, Perfectae caritatis).
No hay ninguna situación de nuestra vida que sea indiferente para Dios. En cada momento espera de nosotros una respuesta: la que coincide con su gloria y con nuestra personal felicidad. Somos felices cuando obedecemos, porque hacemos lo que el Señor quiere para nosotros, que es lo que nos conviene, aunque en alguna ocasión nos cueste.
La voluntad de Dios se nos manifiesta a través de los mandamientos, de su Iglesia, de acontecimientos que suceden, y también de personas a quienes debemos obediencia.
La obediencia es una virtud que nos hace muy gratos al Señor. En la Sagrada Escritura se nos narra la desobediencia de Saúl a un mandato que había recibido de Yahvé. Y a pesar de su victoria sobre los amalecitas y de los sacrificios que después ofreció el propio rey, el Señor se arrepintió de haberlo hecho rey, y, por boca del profeta Samuel le dijo: Mejor es la obediencia que las víctimas. Y comenta San Gregorio: “Con razón se antepone la obediencia a las víctimas, porque mediante la obediencia se inmola la propia voluntad”. En la obediencia manifestamos nuestra entrega al Señor.
En el Evangelio vemos cómo obedece nuestra Madre Santa María, que se llama a sí misma la esclava del Señor, manifestando que no tiene otra voluntad que la de su Dios. Obedece San José, y siempre con presteza, las cosas que se le ordenan de parte del Señor. Es la prontitud de hacer lo mandado, una de las cualidades de la verdadera obediencia. Los Apóstoles, a pesar de sus limitaciones, saben obedecer. Y porque confían en el Señor echan la red a la derecha de la barca, donde les ha dicho Jesús, y obtienen una pesca abundante, a pesar de no ser la hora oportuna y de tener experiencia de que aquel día parecía no haber un solo pez en todo el lago. La obediencia y la fe en la palabra del Señor hacen milagros. Muchas gracias y frutos van unidos a la obediencia. Los diez leprosos son curados por la obediencia a las palabras del Señor… Y lo mismo le sucedió a aquel ciego a quien el Señor le puso lodo en los ojos, y le dijo: anda, y lávate en la piscina de Siloé… El Evangelio nos muestra muchos ejemplos de personas que supieron obedecer: los sirvientes de Caná de Galilea, los pastores de Belén, los Magos… Todos recibieron abundantes gracias de Dios.
“Jesucristo, en cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el Reino de los cielos, nos reveló su misterio y realizó la redención con su obediencia” (CVII, Lumen gentium). Y San Pablo nos dice que se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. En Getsemaní, la obediencia de Jesús alcanza su punto culminante, cuando renuncia completamente a su voluntad para aceptar la carga de todos los pecados del mundo, y así redimirnos… No nos extrañe si al abrazar la obediencia nos encontramos con la cruz. La obediencia exige, por amor a Dios, la renuncia a nuestro yo, a nuestra más íntima voluntad. Sin embargo, Jesús ayuda y facilita el camino, si somos humildes.
Cristo obedece por amor; ese es el sentido de la obediencia cristiana: la que se debe a Dios y a sus mandamientos, la que se debe a la Iglesia, a los padres –a sus mandatos y a la doctrina del Magisterio-, y la que afecta a aquellas cosas más íntimas de nuestra alma. En todos los casos, de forma más o menos directa, estamos obedeciendo a Dios a través de sus autoridades. Y no quiere el Señor servidores de mala gana, sino hijos que desean cumplir su voluntad… La obediencia, lleva también consigo la educación verdadera del carácter y una gran paz en el alma, frutos del sacrificio y de la entrega de la propia voluntad por un bien más alto. Sirviendo a Dios, a través de la obediencia, se adquiere la verdadera libertad: Deo serviré, regnare est. Servir a Dios es reinar…
Si nos ponemos muy cerca de la Virgen aprenderemos con facilidad a obedecer con prontitud, alegría y eficacia. Dice San Josemaría Escriva: “Tratemos de aprender, siguiendo su ejemplo en la obediencia de Dios, en esa delicada combinación de esclavitud y de señorío. En María no hay nada de aquella actitud de las vírgenes necias, que obedecen, pero alocadamente. Nuestra Señora oye con atención lo que Dios quiere, pondera lo que no entiende, pregunta lo que no sabe. Luego, se entrega toda al cumplimiento de la voluntad divina: he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc 1, 38)”.
Que así sea.
In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti.

viernes, 7 de enero de 2011

¿Qué es lo que significa el misterio de la Epifanía del Señor?

¿Qué significa esta estrella esplendorosa, esta regia comitiva, estas barras de oro, este incienso y precisos perfumes comparados con aquella otra noche, con aquel silencio y oscuridad, y con la pobreza del nacimiento de Jesús? La pobre morada del Salvador se ha trocado en corte regia, en catedral cristiana. Tal es el significado del misterio; es la revelación de la realeza de Cristo, en general y especialmente es la revelación de los atributos de esta misma realeza. El misterio, todo entero, es una revelación y reconocimiento de la realeza de Cristo. Ya los Magos publicaban esta realeza al preguntar por el recién nacido Rey de los judíos, y lo confirmaban con su homenaje a Cristo como Mesías, y como Rey y como Dios; que no otra cosa significaban sus regalos consistentes en oro, incienso y mirra (Math., II, 2); el oro era la ofrenda la Rey; el incienso, la ofrenda a Dios; la mirra, la ofrenda al Redentor. Al adorar, pues, a Jesús, adoran en Él su realeza divina y sacerdotal.
Descríbense también gloriosamente en este misterio los atributos de la realeza del Salvador. Y, desde luego, su origen. No es una realeza adquirida por el oro, ni conquistada por la fuerza, ni transferida por la voluntad de los súbditos, sino una realeza inherente a la persona misma de Cristo, connatural a Él y personal. Cristo es Rey porque es el Hombre-Dios. También nos revela este misterio, la potencia de la realeza de Cristo, la cual se extiende a todos y a todo. Jesucristo es el dueño del mundo material, es el Señor de los hombres, sobre todo de sus enemigos que tiemblan al solo anuncio de su venida y que no consiguen más que realizar los designios del Salvador aun contra su misma voluntad. El es el Señor de sus súbditos fieles, a quienes llama donde quiere, y les da la capacidad de hacer los sacrificios inherentes a su vocación, pues El es también el Señor de la gracia. Es, finalmente, el Señor de los judíos y de los gentiles, el Señor de toda la redondez de la tierra y de todas las generaciones. Revélanse, además, los beneficios y bendiciones de esta realeza. Cristo es el Señor de todos, y por esto a todos ama y llama a todos, pastores y sabios, pobres y reyes, justos y pecadores, judíos y gentiles. Por último, se revelan los destinos de esta realeza. El misterio de la Epifanía del Señor es una imagen brillantísima que refleja las magnificencias del reino de Cristo, no sólo las presentes, sino las futuras.
Debemos, pues, ante todo regocijarnos y felicitarnos en el Salvador, para quien tanta gloria y reconocimiento redundan de todas las maravillas que acompañaron su Epifanía. En segundo lugar, rindamos acciones de gracia. Este misterio nos toca muy de cerca; en él vemos figurada nuestra propia vocación. Los Santos Reyes son los primeros llamados, las primicias, los primeros príncipes de la gentilidad en la Iglesia. Tras ellos se han emprendido todos los pueblos gentiles el camino de la cruz hacia el Cristo; y nosotros hemos sido los últimos en llegar. Estando nosotros muy lejos, nos ha llamado a la maravillosa luz de su fe y de su Iglesia. Rindámosle a nuestro Rey, nuestros humildes homenajes y sirvámosle con amor, generosidad y espíritu de sacrificio.
Pidámosle a los Santos Reyes que nos enseñen el camino que nos lleva a Cristo, y a María Santísima que nos prepare el camino que lleva al amor pleno. ¡María Stella maris, Stella orientis, ora pro nobis!

miércoles, 5 de enero de 2011

Amén (III).

El amén es perentorio, como una conclusión, como un tratado que se firma, como un proceso que se cierra, como un muerto que se entierra. El amén es breve como la verdad, que no es más que ella misma, y que jamás, sin embargo, se ha acabado de contar. El amén es franco, luminoso y decidido, y las potencias del engaño que hay en nosotros temen su ademán resuelto y las claridades que proyecta en todos los rincones. ¡Ah, si al menos se pudiese discutir con él! Acostumbrados desde hace mucho a los embrollos y a los manejos arteros, encontraríamos transacciones, y nuestra casuística nos proporcionaría soluciones acomodaticias. ¡Dominamos tan bien el arte de dar rodeos –rege quod est devium (endereza los torcido)- y nos gusta tan poco el someternos!
Pero con el amén cae toda resistencia, y cesamos de pertenecernos. Pronunciaré el modesto amén, humilde y eterno, como el Hijo de Dios, le repetiré con la turba anónima e invisible, que se asocia siempre a mi oración, y solamente la modulación podrá cambiar, permaneciendo siempre el mismo sentido. Desde el amán triunfal hasta el amén gemebundo con que se concluye el Pie Jesu, todos podrían nutrir mi oración cotidiana. No es menester más que esa palabrita para hacer brotar en mí las virtudes que me faltan.
El día de mi bautismo, después de haber dicho el In nomine Patris, en el nombre del Padre, el sacerdote, en la fórmula no añadió el amén. ¿No sería acaso para que yo mismo tuviese la ocasión de añadirlo? Para que toda mi vida sea como la respuesta completa y simple a la gracia que vino ya a mi encuentro antes que yo tuviese conciencia de existir, y que puede acabar en mí con todas las muertes.
Amén.
(R.P. Pedro Charles, s. j. La oración de todas las horas. 1957).

martes, 4 de enero de 2011

Amén (II).

Lo he recitado tantas veces, y ese será también sobre mi tumba el último adiós de la Iglesia militante, después del Requiescat in pace! Esta palabra que compendia todo lo creado consignándolo entre las manos divinas, ¿no podría servirme de sello definitivo? Este amén cuando sale del corazón disipa todas las quejas y exigencias, y llena el alma de luminosa serenidad.
Se ha dado el caso de algunos, que un buen día tomaron una gran hoja de papel en blanco para escribir, y en la parte inferior de la página, a guisa de rúbrica, no trazaron más que una sola palabra: Amén. Y luego traspasaron su existencia a Dios, y su Providencia se puso a escribir por encima de ese amén previo a la larga y dolorosa historia de una vida humana; y los duelos se fueron alineando, cada uno en su fecha sombría, pero el amén los había aceptado ya todos, quitándoles su veneno de amargura; y las alegrías sanas y robustas, Dios las iba escribiendo sobre la vitela, cada una en su hora, como las paradas de un viaje; y en lugar de volverse de espaldas y olvidar, en lugar de esclavizarse o de adormecerse, al alma dócil, después de haber pronunciado ya la palabra libertadora, cupo regocijarse con Dios y por él. Así, pues, un amén anticipado a todo el orden divino; amén a los fracasos imprevistos, a las largas calamidades, a los desengaños enervantes de cada día; amén al tren que partió demasiado pronto, o que llegó demasiado tarde; amén a la lluvia y al sol, al insomnio y a la fatiga, a los calores tórridos y a los inviernos glaciales; amén a los compañeros irritables, llenos de nervios y de manías, amén a los padres achacosos, y a quienes la edad hace egoístas y de mal carácter; amén lo más absolutamente alegre posible y de siempre leal y fuerte. Este pequeño amén apartaría de nuestro camino muchas locuras culpables; nos impediría caer en las hoyas y perdernos siguiendo nuestras locas quimeras.
Y cuando la oración me resulte difícil, cuando no encuentre fórmulas inéditas en mi tesoro, y se me vuelva todo triste, sin inspiración, desnudo y grisáceo, en vez de ir a buscar lejos en místicas muy subidas, teorías alcanzadas o fórmulas extrañas; en vez de embriagarme con palabras turbadoras y con vagos sentimientos, tomaré mi cabeza entre mis dos manos y trataré de decir un simple amén, desde el fondo de mi corazón.
(R.P. Pedro Charles, s.j.: La oración de todas las horas. 1957).

domingo, 2 de enero de 2011

Fiesta del Santísimo Nombre de Jesús.


In nómine Jesu omne genu flectátur, caeléstium, terréstrium, et infernórum: et omnis lingua confiteátur, quia Dóminus Jesu Christus in glória est Dei Patris.- Ps. 8, 2. Dómine, Dóminus noster: quam admirábile est nomen tuum in univérsa terra! Gloria. (Al oír el Nombre de Jesús doblen la rodilla todas las criaturas del cielo, tierra e infierno; y toda lengua confiese que nuestro Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre.- Salmo. Oh Señor y Dios nuestro: ¡Cuán admirable es tu nombre en toda la tierra! Gloria al Padre).
Es, Jesús, el nombre personal y completo del Hombre-Dios. La gloria del Nombre de Jesús consiste en sus efectos y bendiciones relativamente a nosotros y relativamente al Salvador mismo. Con respecto a nosotros es un verdadero sacramental. Todo lo que el Salvador ha sido para nosotros, lo es también su Nombre, prenda de nuestra salvación y de la eficacia de nuestras súplicas y oraciones (Joan., XVI, 23), prenda de consuelo y de toda clase de bendiciones en las tentaciones, en la vida y en la muerte (Act., IV, 12). Por lo que toca al Salvador mismo, ese Nombre es el instrumento de su gloria, porque por su medio se le tributa toda clase de honores: invocación, confianza, respeto, adoración, amor, y la gloria de los milagros, que en virtud de este Nombre se ha realizado y se realizarán. Este nombre es además la gloriosa recompensa de la penosísima obra de la Redención, de manera que, aún hoy, a este Nombre se doblan todas las rodillas en el cielo, en la tierra y en los infiernos (Phil., II, 10). Es un nombre inmenso, gloriosísimo. El Hombre-Dios tenía muchos nombres (Is., VII, 14; IX, 6; Zach., VI, 12; Dan., VII, 13), pero ninguno le fue tan querido y apreciado como este, porque él le traía el recuerdo de nosotros. Por esto resuena aún por todas partes; fue pronunciado sobre su cuna y está inscrito en su Cruz.
De lo dicho síguese, ante todo, que debemos amar al divino Salvador, quien de tal manera quiso ser como uno de nosotros, que eligió profesar oficialmente una religión determinada, sometiéndose a sus prescripciones, y quiso revestir realmente la figura de siervo, de pecador y de víctima propiciatoria, y tomar un nombre que lo es todo para nosotros.
Síguese, además, con respecto a nosotros, que debemos estar dispuestos a sacrificarnos completa y generosamente por el cumplimiento de los deberes que nos impongan nuestra religión y vocación (Col., II, II, 12). Por la circuncisión y por el nombre que tomó, contrajo el Salvador, por amor a nosotros, muy pronto y penosos deberes: el de morir para expiar nuestros pecados. Y todo lo cumplió. El no puede ver ni oír este nombre suyo sin sentirse inclinado a hacerlo y sufrirlo todo por nosotros. ¿No debemos nosotros hacer lo mismo por amor a El?
La última conclusión es que debemos honrar el nombre de Jesús, invocarlo y glorificarlo. Podemos honrarle pronunciándolo devotamente, con respeto y con entrañable amor, así como lo hizo el Ángel al pronunciarlo por primera vez; como María y José, que tantas veces embalsamaban con él sus labios; como todos los cristianos y fieles discípulos de Jesús; como todos los apóstoles y mártires que lo confesaron y dieron su vida por él. Podemos invocarlo en todas nuestras obras, en todas nuestras acciones, en todos los peligros y en todas las tentaciones (Cant., VIII, 6). Finalmente, lo glorificamos, cuando nos honramos en llamarnos cristianos, cuando procuramos, en la medida de nuestras fuerzas, extender su conocimiento y amor, y no perdonamos esfuerzo ni fatiga para hacerlo reinar. Cada una de estas maneras de usarlo y honrarlo, rodea el nombre de Jesús de un nuevo nimbo de gloria en el cielo.

sábado, 1 de enero de 2011

2011.

Todos nos felicitamos hoy, deseándonos: ¡Feliz Año Nuevo! Y somos sinceros al hacerlo.
Y también solemos repetir la conocida frase: ¡Año Nuevo, vida nueva!
Un nuevo año supone para cada uno de nosotros una nueva posibilidad de mejoramiento, de perfección, de propia superación. No te contentes con ser este nuevo año como fuiste el año pasado. No; no te digo que el año pasado fuiste malo; pero es verdad que en este nuevo año tienes que ser mejor.
Porque si fue bueno que el año pasado no hayas sido malo, sería muy malo si este año no fueras mejor. Es la ley del progreso, que es ley propia de todo ser viviente. Así como vas adelantando en todo, en edad, en conocimientos, en experiencias…también debes ir creciendo en tu espíritu.
Feliz año nuevo, pues, te deseo, con esa felicidad que es fruto del esfuerzo diario por superarse en cada uno de los actos.
La gracias, además de consciente, tiene que ser en ti “creciente”; ha de ir aumentando cada vez más; sigue el ejemplo de Jesús, que “iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría y la gracia de Dios estaba con el él” (Lc 2, 40).