martes, 4 de enero de 2011

Amén (II).

Lo he recitado tantas veces, y ese será también sobre mi tumba el último adiós de la Iglesia militante, después del Requiescat in pace! Esta palabra que compendia todo lo creado consignándolo entre las manos divinas, ¿no podría servirme de sello definitivo? Este amén cuando sale del corazón disipa todas las quejas y exigencias, y llena el alma de luminosa serenidad.
Se ha dado el caso de algunos, que un buen día tomaron una gran hoja de papel en blanco para escribir, y en la parte inferior de la página, a guisa de rúbrica, no trazaron más que una sola palabra: Amén. Y luego traspasaron su existencia a Dios, y su Providencia se puso a escribir por encima de ese amén previo a la larga y dolorosa historia de una vida humana; y los duelos se fueron alineando, cada uno en su fecha sombría, pero el amén los había aceptado ya todos, quitándoles su veneno de amargura; y las alegrías sanas y robustas, Dios las iba escribiendo sobre la vitela, cada una en su hora, como las paradas de un viaje; y en lugar de volverse de espaldas y olvidar, en lugar de esclavizarse o de adormecerse, al alma dócil, después de haber pronunciado ya la palabra libertadora, cupo regocijarse con Dios y por él. Así, pues, un amén anticipado a todo el orden divino; amén a los fracasos imprevistos, a las largas calamidades, a los desengaños enervantes de cada día; amén al tren que partió demasiado pronto, o que llegó demasiado tarde; amén a la lluvia y al sol, al insomnio y a la fatiga, a los calores tórridos y a los inviernos glaciales; amén a los compañeros irritables, llenos de nervios y de manías, amén a los padres achacosos, y a quienes la edad hace egoístas y de mal carácter; amén lo más absolutamente alegre posible y de siempre leal y fuerte. Este pequeño amén apartaría de nuestro camino muchas locuras culpables; nos impediría caer en las hoyas y perdernos siguiendo nuestras locas quimeras.
Y cuando la oración me resulte difícil, cuando no encuentre fórmulas inéditas en mi tesoro, y se me vuelva todo triste, sin inspiración, desnudo y grisáceo, en vez de ir a buscar lejos en místicas muy subidas, teorías alcanzadas o fórmulas extrañas; en vez de embriagarme con palabras turbadoras y con vagos sentimientos, tomaré mi cabeza entre mis dos manos y trataré de decir un simple amén, desde el fondo de mi corazón.
(R.P. Pedro Charles, s.j.: La oración de todas las horas. 1957).

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