martes, 11 de enero de 2011

La Liturgia (I).

“… la liturgia está siempre en tensión entre la continuidad y la renovación. Esta historia genera constantemente nuevos presentes y debe actualizar constantemente lo que fue pasado, para que lo esencial aparezca nuevo y vigoroso. Necesita tanto el crecimiento como la depuración, y salvaguardar en ambos su identidad, su “para qué”, sin perder el fundamento óptico”.
“La liturgia presupone el cielo abierto, como hemos visto; sólo con esta condición hay liturgia. Si el cielo no está abierto, lo que era liturgia se atrofia en un juego de roles, en una búsqueda irrelevante de la autoconfirmación comunitaria, donde no acontece nada en el fondo. Lo decisivo es, por tanto, el primado de la cristología. La liturgia es obra de Dios y de su acción, que nos busca a través de signos terrenos, trae consigo la universalidad y el carácter público de la liturgia, que no puede concebirse desde la categoría de comunidad, sino de pueblo de Dios y cuerpo de Cristo”.
“Lo que realmente necesitamos es una nueva educación litúrgica. Deberíamos aprender de la Iglesia oriental (…), donde todos saben que la liturgia no está para descubrir nuevos textos y ritos, sino que perdura precisamente porque no se manipulan. La juventud actual es muy sensible a esto”.
“La asamblea litúrgica recibe su unidad de la “comunión del Espíritu Santo” que reúne a los hijos de Dios en un único cuerpo de Cristo. Esta reunión desborda las afinidades humanas, raciales, culturales y sociales”.
“La liturgia debe ser el opus Dei, donde Dios mismo actúa primero y nosotros, al actuar él, somos redimidos con su acción. Si esto se olvida, el grupo se celebra a sí mismo y, en consecuencia, no celebra nada. Porque él no es ningún fundamento de celebración. Por eso la actividad general degenera en tedio”.
(Fuente: Benedicto XVI/Joseph Ratzinger: Orar).

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