viernes, 21 de enero de 2011

La Liturgia (V).

“La catedral es la expresión en piedra de que la Iglesia no es una masa amorfa de comunidades, sino que vive en un entramado que une a cada comunidad con el conjunto a través del vínculo del orden episcopal. Por eso que el Concilio Vaticano II, que puso tanto énfasis en la estructura episcopal de Iglesia. Recordó también el rango de la Iglesia catedral. Las distintas iglesias remiten a ella, son en cierto modo construcciones anejas a ella y realizan en esta cohesión y este orden la asamblea y la unidad de la Iglesia. Por la misma razón es también especialmente valiosa para nosotros la iglesia del obispo común de toda la cristiandad: la iglesia de Letrán y la iglesia de San Pedro en Roma; no como si Dios estuviera allí más presente que en cualquier iglesia lugareña, sino porque es expresión de la asamblea, de la unicidad de la casa de Dios, aun habiendo tantas en la tierra”.
“Los artistas no inventan lo que pueda ser bello y digno de Dios. El ser humano es incapaz de inventar por su cuenta. Dios mismo comunica en detalle a Moisés la forma del santuario. La creación artística copia lo que Dios mostró como modelo. Esta creación presupone la visión interior del prototipo; es el traslado de una intuición a una figura. La creación artística, tal como la ve el Antiguo Testamento, es radicalmente distinta de lo que entiende por creatividad el pensamiento moderno. Hoy se llama creatividad a la fabricación de lo nunca hecho o pensado por otro, la invención de lo totalmente personal y totalmente nuevo. Creación artística en el sentido del Éxodo es, en cambio, un participar en la intuición de Dios, participar en su obra creadora; un poner de manifiesto la belleza oculta que late ya en la creación. Esto no mengua la dignidad del artista, sino que la fundamenta. Así leemos que el Señor “llamó por su nombre” a Besalel, el artista director de la construcción del santuario (Éx. 35, 30). Para el artista vale la misma fórmula que para el profeta. El Éxodo presenta además a los artistas como personas dotadas por Dios de habilidad y destreza para ejecutar los trabajos que él había ordenado (36, 1). El tercer elemento es la buena disposición, “el corazón que impulsa” a tales personas (36, 2)”.
“Una Iglesia que sólo hace música “corriente” cae en la ineptitud y se hace ella misma inepta. La Iglesia tiene el deber de ser también “ciudad de la gloria”, ámbito en el que se recogen y elevan a Dios las voces más profundas de la humanidad”.
(Benedicto XVI/Joseph Ratzinger: Orar).

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