jueves, 30 de abril de 2009

Jesucristo, autor de nuestra redención, IV.

“Pero la Pasión y muerte de nuestro divino Redentor nos revelan su eficacia, sobre todo en sus frutos.
“San Pablo no se cansa de nombrar los bienes que nos valieron los infinitos méritos adquiridos por el hombre Dios en su vida y padecimientos. Cuando de ellos habla, alborózase el gran Apóstol; no encuentra para expresar este pensamientos otros términos que los de abundancia, sobreabundancia y riqueza, que declara insondables. La muerte de Cristo nos redime, “nos acerca a Dios, nos reconcilia con El”, “nos justifica”, “nos trae la santidad y la vida nueva de Cristo”. Y para resumirlo todo, el Apóstol compara a Cristo con Adán, cuya obra vino a reparar; Adán nos trajo el pecado, la condenación, la muerte; Cristo, segundo Adán nos devuelve la justicia, la gracia, la vida. Translati de morte ad vitam; la redención ha sido abundante: Copiosa apud eum redemptio. “Porque no sucede lo mismo con el don gratuito –la gracia- como con la culpa… y si por la culpa de un solo hombre la muerte reinó aquí abajo, con mayor razón los que reciben la abundancia de la gracia reinarán en la vida únicamente por Jesucristo; donde el pecado había abundado, sobreabundó la gracia; por eso “no hay condenación para aquellos que quieren vivir unidos a Jesucristo, que están reengendrados en El”.
“Nuestro Señor, al ofrecer a su Padre en nuestro nombre una satisfacción de valor infinito, suprimió el abismo que existía entre el hombre y Dios: el Padre eterno mira desde entonces con amor a la especie humana, rescatada por la sangre de su Hijo; cólmala, a causa de su Hijo, de todas las gracias que ha menester para unirse a El, “para vivir para El de la vida misma de Dios”: Ad serviendum Deo viventi. Así, todo bien sobrenatural que recibimos, todas las luces que Dios nos prodiga, todos los auxilios con que envuelve nuestra vida espiritual, nos son concedidos en virtud de la vida, de la pasión y la muerte de Cristo; todas las gracias de perdón, de justificación, de perseverancia, que Dios da y dará eternamente a las almas de todos los tiempos, tienen su fuente única en la Cruz.
“¡Ah! Verdaderamente, si “Dios ha amado al mundo hasta darle a su Hijo”; sin nos ha “arrancado del poder de las tinieblas y trasladado al reino de su Unigénito, en quien tenemos la redención y la remisión de los pecados”; “si nos ha amado, continúa San Pablo, a cada uno de nosotros y por nosotros se ha entregado”, para dar testimonio del amor que tenía a sus hermanos; si se ha dado a sí mismo con el fin de redimirnos de toda iniquidad y de “formarse, purificándonos, un pueblo que le pertenezca”, ¿por qué vacilar todavía en nuestra fe y en nuestra confianza en Jesucristo? Todo lo ha satisfecho, lo ha saldado y lo ha merecido; sus méritos son nuestros, y he ahí “que somos ricos con todos sus bienes”, de modo que si queremos, “nada nos faltará para nuestra santidad”: Divites facti estis in illo, ita ut nihil vobis desit in ulla gratia.
“Con frecuencia olvidamos el plan divino; olvidamos que nuestra santidad es una santidad sobrenatural, cuya fuente se halla en Cristo, nuestro jefe y nuestra cabeza, y de esa manera injuriamos los méritos infinitos, las satisfacciones inagotables de Jesucristo. Sin duda que nada podemos hacer por nosotros mismos en la vía de la gracia y de la perfección; nuestro Señor nos lo dice formalmente: Sine me, nihil potestis facere; y San Agustín, comentando este punto, añade: Sine parum, sine multum, sine illo fieri non potest sine qui nihil fieri potest. ¡Es esto tan verdadero! Ora se trate de cosas grandes, ora de cosas pequeñas, nada podemos hacer sin Cristo. Pero al morir por nosotros, Cristo nos ha abierto acceso a su Padre, un acceso libre y confiado, por el cual no hay gracia que no nos pueda venir. Almas de poca fe, ¿por qué dudamos de Dios, de nuestro Dios?”.
Fuente: Dom Columba Marmión: Jesucristo, vida del alma, 1927.

miércoles, 29 de abril de 2009

Jesucristo, autor de nuestra redención, III.

“Si se entregó fue verdaderamente porque quiso: Oblatus est quia ipse voluit. En esta entrega voluntaria y llena de amor de todo su ser sobre la Cruz, por esta muerte del hombre Dios, por esta inmolación de una víctima inmaculada que se ofrece en aras del amor y con una libertad soberana, dase a la justicia divina una satisfacción infinita, que nos adquiere un mérito inagotable, y se devuelve al mismo tiempo la vida eterna al género humano.
El consummatus factus est ómnibus obtemperantibus sibi, causa salutis aeternae. “Por haber consumado la obra de su mediación, Cristo se hizo para todos aquellos que le siguen la causa meritoria de la salvación eterna”. Por eso tenía razón San Pablo cuando decía: “En virtud de esta voluntad, somos nosotros santificados por la oblación que, una vez por todas, hizo Jesucristo de su propio cuerpo”. In qua voluntate sanctificati sumus per oblationem corporis Jesu Christi semel.
“Porque Nuestro Señor murió por todos nosotros, y por cada uno de nosotros”, Pro ómnibus mortuis est Christus. “Cristo es la propiciación no sólo por nuestros pecados, sino por los de todo el mundo”: Ipse es propitiatio pro peccatis nostris, non pro nostris autem tantum sed etiam pro totius mundi. De suerte que es “el único mediador colocado entre los hombres y Dios”: Unus mediator Dei et hominum homo Christus Jesu.
“Cuando se estudia el plan divino, sobre todo a la luz de las cartas de San Pablo, se ve que Dios no quiere que busquemos nuestra salud y nuestra santidad sino en la sangre de su Hijo; no hay más Redentor que El, no hay “bajo el cielo ningún otro nombre que haya sido dado a los hombres para que puedan salvarse”, porque su muerte es soberanamente eficaz: Una oblatione consummavit in sempiternum sanctificatos. La voluntad del Padre es que su Hijo Jesús, después de haberse sustituido a todo el género humano en su dolorosísima Pasión, sea constituido Jefe de todos los elegidos, a quienes ha salvado por su sacrificio y su muerte.
“Por esto el género humano redimido hace que se oiga en el Cielo un cántico de alabanza y acción de gracias a Cristo: Redemiste nos in sanguine tuo ex omni tribu et lingua et populo, et natione. Cuando lleguemos a la eterna bienaventuranza y nos hallemos unidos al coro de los santos, contemplaremos a nuestro Señor y le diremos: “Tú eres el que nos has rescatado con tu sangre preciosa: gracias a Ti, a tu Pasión, a tu sacrificio sobre la Cruz, a tus satisfacciones, a tus méritos, hemos salido libres de la muerte y de la eterna condenación. ¡Oh Jesucristo! Cordero inmolado, a Ti la alabanza, el honor, la gloria y la bendición eternamente”.
Fuente: Dom Columba Marmión: Jesucristo, vida del alma, 1927.

martes, 28 de abril de 2009

Jesucristo, autor de nuestra redención, II.

“Por estas satisfacciones, así como por todos los actos de su vida, Cristo nos mereció toda gracia de perdón, de salud y de santificación.
“¿Qué es, efectivamente, el mérito? Es un derecho a la recompensa. Cuando decimos que las obras de Cristo son meritorias para nosotros, queremos indicar que por ellas Cristo tiene derecho a que nos sean dadas la vida eterna y todas las gracias que conducen a ella o a ella se refieren. Es lo que nos dice San Pablo: “Somos justificados, es decir, devueltos a la justicia a los ojos de Dios, no por nuestras propias obras, sino gratuitamente, por un don gratuito de Dios, es decir, por la gracia, que nos viene mediante la redención obrada por Jesucristo”. El Apóstol nos da a entender con esto que la Pasión de Jesús, que completa todas las obras de su vida terrestre, es la fuente de donde mana para nosotros la vida eterna; Cristo es la Causa meritoria de nuestra santificación.
“Pero, ¿cuál es la razón profunda de ese mérito? Porque todo mérito es personal. Cuando estamos en estado de gracia, podemos merecer para nosotros un aumento de esa gracia; pero tal mérito se limita a nuestra persona. Para los otros, no podemos merecerla; a lo más, podemos implorarla y solicitarla de Dios. ¿Cómo, pues, puede Jesucristo merecer por nosotros? ¿Cuál es la razón fundamental por la que Cristo, no sólo puede merecer para sí, por ejemplo, la glorificación de su humanidad, sino también para los demás –para nosotros, para todo el género humano- la vida eterna?
“El mérito, fruto y propiedad de la gracia, tiene, si así puedo expresarme, la misma extensión que la gracia en que se funda. Jesucristo está lleno de gracia santificante, en virtud de la cual puede merecer personalmente para sí mismo. Pero esta gracia de Jesús no se detiene en El, no posee un carácter únicamente personal, sino que goza del privilegio de la universalidad. Cristo ha sido predestinado para ser nuestra cabeza, nuestro jefe, nuestro representante. El Padre eterno quiere hacer de El: Primogenitus omnis creaturae, “el primogénito de toda criatura”; y como consecuencia de esta eterna predestinación a ser jefe de todos los elegidos, la gracia de Cristo, que es de nuestro linaje por la encarnación, reviste un carácter de eminencia y de universalidad cuyo fin no es ya santificar el alma humana de Jesús, sino hacer de El, en el dominio de la vida eterna, el jefe del género humano, y de aquí ese carácter social que va unido a todos los actos de Jesús, cuando se los considera respecto al género humano. Todo cuanto Jesucristo hace, lo hace no sólo por nosotros, sino en nuestro nombre; por eso San Pablo nos dice que “si la desobediencia de un solo hombre, Adán, nos arrastró al pecado y a la muerte, fue, en cambio, suficiente la obediencia, ¡y qué obediencia!, de otro hombre, que era Dios al mismo tiempo, para colocarnos a todos en el orden de la gracia”. Jesucristo, en su calidad de cabeza, de jefe, mereció por nosotros, del mismo modo que sustituyéndose en nuestro lugar satisfizo por nosotros. Y como el que merece es un Dios, sus méritos tienen un valor infinito y una eficacia inagotable.
“Lo que acaba de dar las satisfacciones y a los méritos de Cristo toda belleza y plenitud, es que aceptó los padecimientos voluntariamente y por amor. La libertad es un elemento esencial del mérito: “Porque un acto no es digno de alabanza, dice San Bernardo, sino cuando el que lo realiza es responsable”: Ubi non est libertas, nec meritum.
“Esta libertad envuelve toda la misión redentora de Jesús. Hombre-Dios, Cristo aceptó soberanamente padecer en su carne pasible, capaz de dolor. Cuando al entrar en este mundo dijo a su Padre: “Héme aquí”, Ecce venio ut faciam, Deus,voluntatem tuam, preveía todas las humillaciones, los dolores todos de su Pasión y muerte, y todo lo aceptó libremente en el fondo de su corazón por amor a su Padre y nuestro: Volui, “Sí, quiero”, et legem tuam in medio cordis mei”.
Fuente: Dom Columba Marmión, Jesucristo, vida del alma, 1927.

lunes, 27 de abril de 2009

Jesucristo, autor de nuestra redención, I.

“Cuando vino la plenitud de los tiempos, fijados por los decretos celestiales –leemos en San Pablo-, Dios envió a su Hijo, formado de una mujer, para libertarnos del pecado y conferirnos la adopción de hijos”: At ubi venit plenitudo temporis, misit Deus Filium suum, ut eos qui sub lege erant redimeret, ut adoptionem Filiorum reciperemus. Rescatar el género humano del pecado y devolverle por la gracia la adopción divina, tal es, en efecto, la misión principal del Verbo encarnado, la obra que Cristo venía a cumplir en la tierra.
“Su nombre, el nombre de Jesús que Dios mismo le impone, no está exento de significado: Jesus nomen vanum aut inanem non portat. Este nombre significa su misión especial de salud y señala su obra propia, la redención del mundo: “darásle el nombre de Jesús, dice el ángel enviado a San José, por que El es quien salvará al pueblo de sus pecados”.
“Porque esa es la misión que debía realizar, el camino que debía recorrer. “Dios puso sobre El”, hombre como nosotros, de la raza de Adán y al mismo tiempo justo, inocente y sin pecado, “la iniquidad de todos nosotros”: Posuit in co iniquitatem ómnium nostrum., porque se hizo en cierto modo solidario de nuestra naturaleza y de nuestro pecado. De ahí que mereciese hacernos a su vez solidarios de su justicia y de su santidad. Dios, según la expresión enérgica de San Pablo, condenó el pecado en la carne, enviando por el pecado a su propio Hijo, en una carne semejante a la del pecado”: Deus Filium suum mitens in similitudinem carnis peccati, et de peccato damnavit peccatum in carne; y añade con una energía aún más acentuada: “Dios hizo pecado por nosotros a Cristo, que no conocía el pecado”: Eum qui non noverat peccatum, pro nobis peccatum fecit. ¡Qué valentía en esta expresión!: Peccatum fecit, el Apóstol no dice: Peccator, “pecador”, sino Peccatum, “pecado”.
“Cristo, por su parte, aceptó tomar sobre sí todos nuestros pecados, hasta el punto de llegar sobre la Cruz a ser, en cierto modo, el pecado universal, el pecado viviente. Púsose voluntariamente en lugar nuestro, y por eso fue herido de muerte: su sangre será nuestro rescate.
“El género humano quedará libre, “no con oro o con plata, que son cosas perecederas, sino por una sangre preciosa, la del Cordero inmaculado y sin tacha, la sangre de Cristo, que ha sido designada desde antes de la creación del mundo.
“¡Oh! no lo olvidemos “hemos sido rescatados a gran precio”. Cristo derramó por nosotros hasta la última gota de su sangre. Es verdad que una sola gota de esa sangre divina hubiera bastado para redimirnos; el menor padecimiento, la más ligera humillación de Cristo, un solo deseo salido de su corazón, hubiera sido suficiente para satisfacer por todos los pecados, por todos los crímenes que se pudieran cometer; porque siendo Cristo una persona divina, cada una de sus acciones constituye una satisfacción de valor infinito. Pero Dios, “para hacer brillar más y más a los ojos del mundo entero el amor inmenso que su Hijo le profesa”, Ut cognoscat mundus quia diligo Patrem, y “la caridad inefable de ese mismo Hijo para con nosotros”: Majorem hac dilectionem nemo habet; para hacernos palpar por modo más vivo y sensible cuán infinita es la santidad divina y cuán profunda la malicia del pecado, y por otras razones que no podemos descubrir, el Padre eterno reclamó como expiación de los crímenes del género humano todos los padecimientos, la pasión y muerte de su divino Hijo; de manera que la satisfacción no quedo completa sino cuando desde lo alto de la Cruz, Jesús, con voz moribunda, pronunció el Consummatum est: “Todo está acabado”.
“Sólo entonces su misión personal de redención en la tierra quedó cumplida y su obra de salud plenamente realizada”.
Fuente: Dom Columba Marmión, Jesucristo, vida del alma, 1927.

domingo, 26 de abril de 2009

Domingo del Buen Pastor.


“Ego sum pastor bunus: et cognósco meas, et cognóscunt me meae. Sicut novit me Pater, et ego agnósco Patrem: et ánimam meam pono pro óvibus meis. Et alias oves hábeo quae non sunt ex hoc ovíli: et illas opórtet me adducer, et vocem meam audient et fiet unum ovíle, et unus pastor” (“Yo soy el Buen Pastor, y conozco a mis ovejas, y las ovejas mías me conocen a Mí. Así como el Padre me conoce a Mí, así conozco Yo al Padre, y doy mi vida por mis ovejas. Tengo también otras ovejas que no son de este aprisco, las cuales debo Yo recoger, y oirán mi voz, y se hará un solo rebaño y un solo Pastor”. Sequéntia sancti Evangélii secúndum Joánnem (10, 11-16).
“La figura del buen pastor determina la liturgia de este domingo. El sacrificio del Pastor ha dado la vida a las ovejas y las ha devuelto al redil. Años más tarde San Pedro afianzaba a los cristianos en la fe recordándoles en medio de la persecución lo que Cristo había hecho y sufrido por ellos. (…) Los primeros cristianos manifestaron una entrañable predilección por la imagen del Buen Pastor, de la que nos han quedado innumerables testimonios de pinturas murales, relieves, dibujos que acompañan epitafios, mosaicos y esculturas, en las catacumbas y en los más venerables edificios de la antigüedad. La liturgia de este domingo nos invita a meditar en la misericordiosa ternura de nuestro Salvador, para que reconozcamos los derechos que con su muerte ha adquirido sobre cada uno de nosotros. También es una buena ocasión para llevar a nuestra oración personal nuestro amor a los buenos pastores que El dejó en su nombre para guiarnos y guardarnos.
“En su última aparición, poco antes de la Ascensión, Cristo resucitado constituye a Pedro pastor de su rebaño, guía de la Iglesia. Se cumple entonces la promesa que le hiciera poco antes de la Pasión: pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe, y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos. A continuación le profetiza que, como buen pastor, también morirá por su rebaño. (…) La imagen del pastor que Jesús se había aplicado a sí mismo pasa a Pedro: él ha de continuar la misión del Señor, ser su representante en la tierra. Las palabras de Jesús a Pedro –apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas- indican que la misión de Pedro será la de guardar todo el rebaño del Señor, sin excepción.


“Sobre el primado de Pedro –la roca- estará asentado, hasta el fin del mundo, el edificio de la Iglesia. La figura de Pedro se agranda de modo inconmensurable, porque realmente el fundamento de la Iglesia es Cristo, y, desde hora, en su lugar estará Pedro. De aquí que el nombre posterior que reciben sus sucesores será el de Vicario de Cristo, es decir, el que haces las veces de Cristo.
“El amor al Papa se remonta a los mismos comienzos de la Iglesia (…) Debemos rezar mucho por el Papa, que lleva sobre sus hombros el grave peso de la Iglesia, y por sus intenciones. Quizá podemos hacerlo con las palabras de esta oración litúrgica: Dominus conservet eum, et vivificet eum, et beatum faciat eum in terra, et non tradat eum in animam inimicorum eius: Que el Señor le guarde, y le dé vida, y le haga feliz en la tierra, y no le entregue en poder de sus enemigos. Todos los días sube hacia Dios un clamor de la Iglesia entera rogando “con él y por él” en todas partes del mundo. No se celebra ninguna Misa sin que se mencione su nombre y pidamos por su persona y por sus intenciones. El Señor verá también con mucho agrado que nos acordemos a lo largo del día de ofrecer oraciones, horas de trabajo o de estudio, y alguna mortificación por su Vicario aquí en la tierra”.
En este Domingo del Buen Pastor oramos filialmente por el querido Papa Benedicto XVI para que Dios le conceda vida y salud corporal y espiritual, para que siga, por mucho tiempo, guiando a la Iglesia Católica que El mismo le ha confiado. Rogamos al Señor para que libre al Sumo Pontífice de sus enemigos y le dé fortaleza para enfrentar los desafíos de cada día. “Gracias, Dios mío, por el amor al Papa que has puesto en mi corazón”, decía san Josemaría Escrivá; ojalá podamos decir esto cada día con más motivo. Este amor y veneración por el Romano Pontífice es uno de los grandes dones que el Señor nos ha dejado.
Y también en este Segundo Domingo después de la Pascua, no podemos dejar de encomendar al Señor, el Instituto del Buen Pastor, instituto de derecho pontificio cuya misión fundamental es preservar la Tradición Católica y la celebración de la Santa Misa en su Forma Extraordinaria, según el querer del Papa Benedicto XVI, en la Iglesia universal. En este día, oramos y recordamos filialmente al Reverendo Padre Rafael Navas Ortiz –Superior para América Latina del IBP, el Padre Navas con su ejemplo, sus palabras y desvelos apostólicos, es un fiel reflejo del Buen Pastor que da la vida por sus ovejas.
Que la Santísima Virgen nos lleve a acrecentar nuestro fidelidad al Supremo Pastor Benedicto XVI, y lleve con su mano de Mater et Magistra a feliz término los propósitos apostólicos del Instituto del Buen Pastor.

sábado, 25 de abril de 2009

Coherederos con Cristo, IV.

“Más aún; gozaremos de Dios en la medida y grado a que la gracia haya llegado en nosotros en el instante mismo en que salgamos de este mundo.
“No apartemos la vista de esta verdad: el grado de nuestra eterna bienaventuranza es y quedará estable para siempre, según le mismo grado de caridad a que hayamos llegado con la gracia de Cristo, cuando Dios nos saque de esta vida. Cada momento de ella es infinitamente preciso, pues basta para adelantar un grado en el amor de Dios, para elevarnos más en la dicha de la vida eterna.
“No digamos que un grado más o menos de gloria importa poco. ¿Hay algo que importe poco cuando se trata de Dios, de una dicha y una vida sin fin, de las que Dios mismo es la fuente? Si conforme a la parábola que Nuestro Señor mismo se dignó explicar, hemos recibido cinco talentos, no es para enterrarlos, sino para que den fruto y aumenten el caudal. Si Dios se atiene en la recompensa a nuestros esfuerzos para vivir en su gracia, para aumentar esa gracia en nosotros, ¿estará bien que nos contentemos con ofrecer a Dios una mies menguada y escasa? Cristo mismo nos lo enseña: “Mi Padre queda glorificado en que llevéis muchos frutos de santidad, que en el cielo serán para vosotros frutos de bienaventuranza” In hoc clarificatus est Pater meus ut fructum plurinum afferatis. Tan cierto es ello, que Cristo compara a su Padre con un viñador que por medio del padecimiento nos poda y limpia para que demos mayores frutos: Ut fructum plus afferat. ¿Tan menguado es nuestro amor a Cristo, que tengamos en poco ser miembros de su cuerpo místico, más o menos lúcidos, en la celestial Jerusalén? Cuanto más santos seamos, más glorificaremos a Dios durante toda la eternidad, mayor parte tendremos en el cántico de acción de gracias con que los elegidos loan a Cristo Redentor: Redimisti nos Domine.
“Vivamos despiertos para desviar los tropiezos que puedan amenguar nuestra unión con Cristo; miremos cómo dejamos que la acción divina penetre en todo nuestro ser y que la gracia de Dios obre tan sin trabas en nosotros, que nos haga “llegar a la plenitud de la edad de Cristo”. Oíd con qué viveza exhorta a sus caros filipenses San Pablo, que había sido arrebatado al tercer cielo: “Dios me es testigo de la ternura con que os amó a todos en las entrañas de Jesucristo, y lo que pido es que vuestra caridad crezca más y más… a fin de que os mantengáis puros y sin tropiezo hasta el día de Cristo, colmados de frutos de justicia por Jesucristo, a gloria y loor de Dios”: Et hoc oro ut caritas vestra magis ac magis abundet ut sitis… repleti fructu justitiae per Jesum Christum in gloriam et laudem Dei.
“Mirad sobre todo cómo él mismo se muestra como dechado admirable del cumplimiento de ese precepto. El gran Apóstol toca ya al fin de su carrera; el cautiverio que padece en Roma ha paralizado el curso de los muchos viajes que había emprendido para anunciar la buena nueva de Cristo; ya llega al término de sus luchas y trabajos, pero el misterio de Cristo, que ha revelado a tantas almas, vive en él con tanto fuego, que puede decir a los mismos filipenses: “Ya mi vivir es Cristo, y el morir me es ganancia”. (…).
“Y el Apóstol, rebosando caridad, aunque estaba encarcelado, termina con este urgente y conmovedor saludo: “Por tanto hermanos míos carísimos ya amabilísimos, que sois mi gozo y mi corona, perseverad así firmes en el Señor”.
Fuente: Dom Columba Marmión: Jesucristo, vida del alma, 1927.

viernes, 24 de abril de 2009

SACRIS SOLEMNIIS (VIII)

Octava parte (el Nº de capítulos es interno nuestro) de la Conferencia pronunciada por el Rvdo. P. D. José Calvín Torralbo (FSSP), (partes anteriores aquí), y que corresponde a "LA COMUNION".
El tercer elemento del sacrificio eucarístico es la participación a la víctima inmolada: la comunión. Una vez concluido el canon, comienza la preparación a la comunión con la recitación del Pater noster.
Según la forma extraordinaria el Pater ha de ser cantado (o recitado) solamente por el sacerdote. Esta práctica suele sorprender a los que no tienen costumbre de frecuentar el rito antiquior, pues en la forma ordinaria la recitación es común del sacerdote con los fieles.
Hemos de explicar que la reserva del padrenuestro al sacerdote es un uso antiquísimo y característico del rito romano. San Gregorio Magno en una de sus cartas explica que una de las diferencias entre el rito romano y los ritos orientales es que en Roma el pater es recitado solamente por el sacerdote (18). Existe también un testimonio más antiguo, de san Agustín (19).
Después del padrenuestro la hostia consagrada que hasta entonces estaba directamente sobre los corporales, se coloca sobre la patena dando así a entender que se acerca el momento del sagrado convite.
En la forma extraordinaria la comunión del sacerdote se produce antes y separadamente de la de los fieles. La explicación de ello se encuentra en el hecho que la primera es parte integrante del sacrificio: no puede haber misa completa si el celebrante no comulga de las especies que consagró. En cambio la comunión sacramental de los fieles aunque es muy deseable y recomendable no forma parte de la integridad de la misa.
Pero sin duda el elemento que más destaca en el modo de comulgar según la forma extraordinaria es el hecho de que los fieles reciban la comunión arrodillados y en los labios. Sin embargo, como para el latín o la orientación del altar, no es éste un elemento exclusivo del rito extraordinario. En la forma ordinaria también se contempla la comunión de rodillas y en la boca, que debería ser en teoría la regla general. Lo que ocurre es que la comunión en pié y en las manos se ha impuesto rápidamente como la norma en todas partes. El papa Benedicto XVI ha vuelto a introducir en las misas papales la manera tradicional de comulgar con la intención de recordar a todos que ésta sigue siendo la mejor manera para un católico de recibir la sagrada comunión.
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La comunión de rodillas y en los labios.
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En el Evangelio Cristo amonesta a sus discípulos a unir la candidez de las palomas con la astucia de la serpiente. Así pues no pequemos de ingenuidad en un tema tan importante que toca el corazón del cristianismo: la eucaristía.
La comunión en la mano es una reivindicación del protestantismo. Invocando un uso primitivo caído en desuso desde hacía siglos, los “reformadores” impusieran en sus iglesias la comunión en la mano. En dicha práctica veían un medio de combatir las expresiones de veneración hacia el santísimo sacramento, juzgadas supersticiosas. Como ejemplo, he aquí un fragmento de una carta de Bucero, dirigida a la jerarquía anglicana:
“No me cabe duda de que el uso de no dar a los fieles este sacramento en las manos ha sido introducido en razón de una doble superstición: en primer lugar en razón del falso honor que se desea manifestar a este sacramento y en segundo lugar, en razón de la arrogancia perversa de los sacerdotes que pretenden tener una mayor santidad que el resto del pueblo de Cristo, en virtud del óleo de la consagración sacerdotal (…) Se puede permitir sin embargo que, durante un cierto tiempo y para aquellos cuya fe es débil, el sacramento les sea dado en la boca si así lo desean, ya que con tal que reciban una enseñanza apropiada, dichos fieles no tardarán en conformarse con el resto de la comunidad y recibirán el sacramento en la mano”.
Doble objeción a la comunión en los labios: por un lado ella afirma la creencia de que existe una diferencia esencial entre el pan y el vino consagrados y el pan y el vino ordinarios. Por otro lado, ella perpetua la creencia de que entre un sacerdote y un laico existe una diferencia esencial. Su solución consiste en dejar facultativa, durante un primer tiempo, la comunión en la mano, pero dicha opción deberá ir acompañada por una gran campaña de propaganda destinada a convencer rápidamente los fieles.
Es evidente que los alimentos de un cierto valor no se comen jamás con las manos. Lo único que se come con las manos es el pan ordinario y corriente. Ahora bien, en la sagrada forma después de la consagración no queda nada del pan ordinario y corriente (salvo las apariencias o accidentes). Lo que recibimos en la sagrada comunión no es un trozo de pan corriente, sino el verdadero Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, oculto bajo las apariencias del pan.
Por eso es muy conveniente que la manera de tratar y de consumir la santa Eucaristía sea diferente de la que empleamos para comer un simple trozo de pan. De este modo expresamos de manera explícita al mismo tiempo que robustecemos nuestra fe en la presencia real y se evitan confusiones y equívocos.
No se trata de que la lengua sea mas digna o menos que las manos o los pies. Se trata de poner de manifiesto que la santa Eucaristía no es un trozo de pan.
Es de señalar que tanto en oriente como en occidente el uso de dar a los fieles la comunión en la mano desapareció sin dejar trazas desde una época muy temprana. En la iglesia cismática ortodoxa la comunión en las manos sigue estando completamente prohibida. En la iglesia católica se ha introducido muy recientemente el uso facultativo de recibir la sagrada forma en las manos. ¿Una tal práctica está contribuyendo en nuestros días a rodear la Santa Eucaristía del respeto y del fervor que les son debidos? ¿Es que un cuidado y una atención particular son observados, sobre todo en lo que concierne a las partículas?… Todo aquel que pueda y quiera mirar la realidad de las cosas sabrá cómo responder a éstas preguntas. Bástenos citar el testimonio del cardenal Hume, arzobispo de Westminster durante una conferencia pronunciada ante la “Washington theological union” el 25 de junio de 1999:
“Por mi parte, quisiera compartir con muchos otros una inquietud concerniente la fe de nuestro pueblo en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. La comunión en la mano, el desplazamiento del sagrario del centro del altar, la ausencia de genuflexiones, según mi experiencia, han debilitado el respeto y la devoción debidos a tan grande sacramento”(20).
Arrodillarse es un modo concreto de rendir a Jesucristo, presente en la hostia consagrada, un acto exterior de adoración antes de recibirlo en la santa comunión. Postración, genuflexión, inclinación… son maneras de expresar con nuestro cuerpo los sentimientos de adoración de nuestra alma.
En los evangelios encontraremos múltiples pasajes en los que aquellos que reconocen la divinidad de Jesucristo, de manera casi “automática” se prosternan a sus pies. Por ejemplo, los Magos de Oriente, el centurión, etc. Cristo mismo, para darnos ejemplo, cuando oraba lo hacía Prosternándose en tierra.
18 Epistola IX, 12. Patrologia latina 77, 957
19 Serm. 58, 10, 12 Patrologia latina 38, 399 : « ad altare Dei quotidie dicitur ista dominica oratio et audiuntillam fideles ».
20 Se sabe que el Papa Juan Pablo II era personalmente, opuesto a la comunión en la mano. He aquí sus declaraciones a la revista alemana Die Stimme des Glaubens durante su viaje apostólico a Fulda, en 1980: “Una carta apostólica que prevé que para ello hace falta una autorización especial ha sido escrita. Pero he de decirle que yo no estoy en favor de dicha práctica y tampoco la recomiendo. La autorización ha sido dada en razón de la insistencia particular de algunos obispos diocesanos”.
Próximo capítulo: "CONCLUSION"
Fuente: Una Voce Sevilla.

jueves, 23 de abril de 2009

Coherederos con Cristo, III.

“Esa vida bienaventurada de que os voy hablando, cabe en suerte al punto a toda alma, que al morir sale de este mundo en estado de gracia, y, por lo mismo, hija adoptiva de Dios,, si nada le queda que expiar en el purgatorio por la pena del pecado. Mas esto no es todo: Dios nos reserva aún un complemento. ¿Cuál? ¿No disfruta ya el alma de gozo cumplido? Cierto que sí, pero Dios quiere dar también al cuerpo su bienaventuranza, cuando la resurrección llegue al fin de los tiempos.
“Es dogma de fe la resurrección de los muertos: Credo… carnis resurrectionem…vitam aeternam. Lo prometió Cristo: “Al que come mi carne y bebe mi sangre, le resucitaré en el postrero día”.
“Mas aún, Cristo ya ha resucitado, saliendo vivo y victorioso del sepulcro. Pues bien, al resucitar, Cristo nos resucitó con El. Lo he repetido ya: Al encarnarse el Verbo, unióse místicamente a todo el género humano, y con los escogidos forma un cuerpo del que El es la cabeza. Si nuestra cabeza ha resucitado, no sólo como miembros resucitaremos con El algún día, sino que al triunfar de la muerte el día de su resurrección, resucitó ya con El, en principio y de derecho, a todos los que creen en El. Oíd con qué claridad expone San Pablo esta doctrina: “Dios, que es rico en misericordia, por el excesivo amor con que nos amó, nos dio vida juntamente con Cristo, y nos resucitó con El, y nos hizo sentar sobre los cielos en Jesucristo”, pues no nos separa de El: Deus… conresuscitavit nos, et consedere fecit nos in caelestibus in Christo Jesu. Grande misericordia: que Dios nos ame en tan gran manera en su Hijo Jesucristo que no quiere separarnos de EL; que quiere que seamos semejantes a El, que participemos de su gloria, no sólo en cuanto al alma, sino también en cuanto al cuerpo.
“¡Con cuánta razón dice el gran Apóstol que Dios es rico en misericordia y que nos ama con amor inmenso! No basta a Dios saciar nuestra alma con una felicidad eterna; quiere que nuestra carne, al igual que la de su Hijo, participe de esa dicha sin fin; quiere adornarla con esas gloriosas prerrogativas de inmortalidad, agilidad, espiritualidad, con que resplandece la humanidad de Cristo al salir del sepulcro. Sí; llegará el día en que todos resucitaremos “cada cual en su orden”; Cristo resucitó el primero como cabeza de los escogidos y primicias de una cosecha; luego resucitarán todos aquellos que son de Cristo por la gracia. “Así como en Adán todos mueren, todos en Cristo serán vivificados”. Luego “vendrá el fin en que Cristo entregará al Padre ese reino conquistado con su sangre… Pues Cristo ha de reinar hasta que haya puesto a todos sus enemigos por peana de sus pies. La muerte será el último enemigo que será desbaratado. Y cuando todo esté sujeto al Padre por medio de Cristo, entonces el Hijo, mediante su humanidad, tributará sus homenajes a Aquel que le hizo Señor de todas las cosas, para que Dios sea todo en todos”. Cristo Jesús venció a la muerte en el día de su resurrección. “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?” La vencerá también en sus elegidos en la final resurrección.
“Entonces se acabará y consumará su obra, como cabeza de la Iglesia; “Cristo poseerá esa Iglesia a la que tanto amó, por cual “dio su vida, para que fuese gloriosa, sin arruga y sin mancha, pura e inmaculada”; el cuerpo místico habrá entonces “llegado enteramente a la plenitud de la edad de Cristo”. Entonces Cristo Jesús presentará a su Padre esa multitud de escogidos de los cuales El es el primogénito”.
Fuente: Dom Columba Marmión, Jesucristo, vida del alma, 1927.

miércoles, 22 de abril de 2009

Coherederos con Cristo, II.

“En el Evangelio se lee que el mismo Cristo asemeja el reino de los cielos a un banquete que Dios ha preparado para honrar a su Hijo: “El mismo se ceñirá el vestido y se pondrá a servirnos sentados a su mesa”. ¿Qué quiere decir esto, sino que Dios mismo ha de ser nuestro gozo? “¡Oh, Señor!, exclama el salmista, embriagáis a vuestros escogidos con la abundancia de vuestra casa, y les dais a beber del torrente de vuestras delicias, porque en Vos está la fuente misma de la vida”: Quoniam apud te est fons vitae. Dios dice al alma que le busca: “Yo mismo seré tu recompensa, y muy cumplida”: Ego ero merces tua magna nimis. Como si dijera: “Te amé con amor tan grande, que no he querido darte una felicidad, una dicha natural; he querido meterte dentro de mi propia casa, adoptarte por hijo, para que formes parte de mi bienaventuranza. Quiero que mi vida sea tu misma vida, que mi felicidad sea tu felicidad. En la tierra te he dado a mi Hijo; siendo mortal en cuanto hombre, se entregó para merecerte la gracia de que fueses y perdurases hijo mío: se dio a ti en la Eucaristía bajo los velos de la fe; y ahora Yo mismo, en la gloria, me doy a ti para hacerte participante de mi vida, para ser tu bienaventuranza sin fin”. Seipsum dabit quia seipsum dedit; seipsum dabit inmortalibus inmortalem, quia seipsum dedid mortalibus mortalem.
“Aquí la gracia, allí la gloria; pero el mismo Dios es quien nos la da; y la gloria no es más que la expansión de la gracia; es la adopción divina, velada e imperfecta en la tierra, sin velos y realizada en el cielo.
“Por eso el salmista suspiraba tanto por esa posesión de Dios: “Como el ciervo ansía las fuentes de las aguas, así mi alma suspira por Ti, oh Dios mío”; “Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo”: Sitivit anima mea ad Deum vivum; “Pues no me veré saciado, sino cuando se me descubran las delicias de tu gloria”: Satiabor cum apparuevit gloria tuam.
“Así también, cuando Cristo habla de esa bienaventuranza, enséñanos que Dios hace entrar al siervo fiel “en el gozo de su Señor”. Ese gozo es el gozo de Dios mismo, el gozo que Dios posee conociendo sus infinitas perfecciones, la felicidad de que disfruta en el inefable consorcio de las tres divinas personas; el sosiego y bienestar infinito en que Dios vive: “Su gozo será nuestro gozo”: Ut habeant gaudium meum impletum in semetipsis; su felicidad nuestra felicidad y su descanso nuestro descanso; su vida nuestra vida; vida perfecta, en la que nuestras facultades se verán plenamente saciadas.
“Allí hallaremos “esa participación entera de bien inmutable, como acertadamente le llama San Agustín: Plena participatio incommutabilis boni. Allí es, en verdad, donde Dios nos ha amado. ¡Oh, si supiésemos lo que Dios reserva para los que le aman…
"Y porque esa bienaventuranza y esa vida son las de Dios mismo, serán eternas también para nosotros. No tendrán término ni fin. “Ni habrá ya muerte, ni llanto, ni alarido, ni dolor, sino que Dios enjugará las lágrimas de los ojos de aquellos que entren en su gloria”. No habrá ya pecado, ni muerte, ni miedo de muerte; nadie nos quitará ese gozo; estaremos para siempre con el Señor: Semper cum Domino erimus. Donde El está, estaremos nosotros.
“Oíd con qué palabras llenas de fortaleza nos da Cristo esta certidumbre: “Yo doy a mis ovejas la vida eterna, y no se perderán jamás, y ninguna las arrebatará de mis manos. Pues mi Padre, que me las dio, todo lo sobrepuja, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre; mi Padre y yo somos una misma cosa”. ¡Qué seguridad nos da Cristo Jesús! Estaremos siempre con El, sin que nada pueda jamás separarnos; y en El gozaremos de una alegría infinita que nadie nos podrá quitar, porque es la alegría misma de Dios y de Cristo su Hijo”.
Fuente: Dom Columba Marmión: Jesucristo, vida del alma, 1927.

martes, 21 de abril de 2009

Coherederos con Cristo, I.

“Hablando de las virtudes teologales, que forman el séquito de la gracia santificante y son como las fuentes de la actividad sobrenatural en los hijos de Dios, dice San Pablo que “en esta vida permanecen tres virtudes: fe, esperanza y caridad”; mas la caridad, añade, es la más excelente de todas. ¿Por qué razón? Porque al llegar al cielo, término de nuestra adopción, la fe en Dios truécase en visión de Dios, la esperanza se desvanece con la posesión de Dios, pero el amor queda y nos une a Dios para siempre.
“He aquí en qué consiste la glorificación que nos espera y que será nuestra glorificación: veremos a Dios, amaremos a Dios, gozaremos de Dios; esos actos constituyen la vida eterna, la participación segura y completa de la vida misma de Dios; de ahí nace la bienaventuranza del alma, bienaventuranza de que participará también el cuerpo después de la resurrección.
“En el cielo veremos a Dios. Ver a Dios como El se ve, es el primer elemento de esa participación de la naturaleza divina que constituye la vida bienaventurada; es el primer acto vital en la gloria. En la tierra, dice San Pablo, no conocemos a Dios más que por la fe, de manera obscura; pero entonces veremos a Dios cara a cara: “Ahora, dice, no conozco a Dios sino de un modo imperfecto; mas entonces le conoceré como El mismo me conoce a mí”. No podemos ahora conocer lo que es en sí misma esa visión; pero el alma será fortalecida con la “luz de gloria”, que no es otra cosa que la gracia misma desplegándose en el cielo. Veremos a Dios con todas sus perfecciones; o mejor dicho, veremos que todas sus perfecciones se reducen a una perfección infinita, que es la divinidad; contemplaremos la vida íntima de Dios; entraremos, como dice San Juan, “en sociedad con la santa y adorable Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo”; contemplaremos la plenitud del Ser, la plenitud de toda la verdad, de toda santidad, de toda hermosura, de toda bondad. Contemplaremos, por siempre jamás, la humanidad de Verbo; veremos a Cristo Jesús, en quien el Padre puso sus complacencias; veremos al que quiso ser nuestro “hermano mayor”; contemplaremos los rasgos, para siempre gloriosos, de Aquel que nos libró de la muerte por su cruenta pasión y nos alcanzó el poder vivir esa vida inmortal. A El cantaremos reconocidos el himno: “Con tu sangre, Señor, nos has rescatado; nos hiciste reinar con Dios en su reino; a Ti sea honra y gloria”. Veremos a la Virgen María, a los coros de los ángeles, a toda esa muchedumbre de escogidos, incontables según dice San Juan, que rodea el trono de Dios.
“Esa visión de Dios, sin velos, sin tinieblas, sin intermedio, es nuestra futura herencia, es la consumación de la adopción divina. “La adopción de hijos de Dios, dice Santo Tomás, se efectúa mediante cierta conformidad de semejanza con aquel que es su Hijo por naturaleza”: Praedestinavit nos conformes fieri imaginis Filii sui. Eso se realiza de dos modos: en la tierra por la gracia, per gratiam viae, que es conformidad imperfecta; en el cielo, por la gloria, per gloria patriae, que será la perfecta conformidad, según aquello de San Juan: “Carísimos, nosotros ya somos hijos de Dios; mas lo que seremos algún día, no aparece aún; sabemos, sí, que cuando se manifiesta claramente Dios, seremos semejantes a El, porque le veremos como es”. Aquí, pues, nuestra semejanza con Dios no está acabada, mas en el cielo se mostrará con toda su perfección. En la tierra tenemos que trabajar, a la luz obscura de la fe, en hacernos semejantes a Dios, y en destruir el “hombre viejo”, dejando que se desarrollo el “hombre nuevo criado a semejanza de Jesucristo”. Debemos renovarnos, perfeccionarnos sin cesar, para acercarnos más al divino modelo. En el cielo se consumara nuestra semejanza con Dios y veremos que verdaderamente somos hijos de Dios”.
Fuente: Dom Columba Marmión: “Jesucristo, vida del alma”, 1927.

lunes, 20 de abril de 2009

Sermón Domingo in Albis.

“El post diez octo, íterum erant discípuli ejus intus: et Thomas cum eis. Venit Jesus jánuis clausis, et stetit in médio, et dixit: Pax vobis. Deínde dicir Thomae: Infer dígitum tuum huc, et vide manus meas, et afer manum tuam, et mitte in latus meum: et noli ese incredulous, sed fidélis. Respóndit Thomas et dixit ei: Dóminus meus, et Deus meus…” (“Y al cabo de ocho días, estaban otra vez sus discípulos dentro, y Tomás con ellos. Vino Jesús estando cerradas las puertas, y apareciéndose en medio de ellos, les dijo: La paz sea con vosotros. Y después dijo a Tomás: Mete aquí tu dedo, y mira mis manos; trae tu mano, métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino fiel. Respondió Tomás y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío!...”. Sequéntia sancti Evangélii secúndum Joánnem 20, 19-31.
“La respuesta de Tomás es un acto de fe, de adoración y de entrega sin límites: ¡Señor mío y Dios mío! Son las suyas cuatro palabras inagotables. Su fe brota, no tanto de la evidencia de Jesús, sino de un dolor inmenso. No son tanto las pruebas como el amor el que le lleva a la adoración y a la vuelta al apostolado. La Tradición nos dice que el apóstol Tomás morirá mártir por la fe en su Señor. Gastó la vida en su servicio.
“Las dudas primeras de Tomás han servido para confirmar la fe de los que más tarde había de creer en El. “¿Es que pensáis –comenta San Gregorio Magno- que aconteció por pura casualidad que estuviese ausente entonces aquel discípulo elegido, que al volver oyese relatar la aparición, y que al oír dudase, dudando palpase y papando creyese? No fue por una casualidad, sino por disposición de Dios. La divina clemencia actuó de modo admirable para que, tocando el discípulo dubitativo las heridas de la carne de su Maestro, sanara en nosotros las heridas de la incredulidad (…) Así el discípulo, dudando y palpando, se convirtió en testigo de la verdadera resurrección”.
“Si nuestra fe es firme, también se apoyará en ella la de otros muchos. Es preciso que nuestra fe en Jesucristo vaya creciendo de día en día, que aprendamos a mirar los acontecimientos y las personas como El los mira, que nuestro actuar en medio del mundo esté vivificado por la doctrina de Jesús. Pero, en ocasiones, también nosotros nos encontramos faltos de fe como el apóstol Tomás. Tenemos necesidad de más confianza en el Señor ante las dificultades en el apostolado, ante acontecimientos que no sabemos interpretar desde un punto de vista sobrenatural, en momentos de oscuridad, que Dios permite para que crezcamos en otras virtudes…
“La virtud de la fe es la que nos da la verdadera dimensión de los acontecimientos y la que nos permite juzgar rectamente de todas las cosas. Meditemos el Evangelio de la Misa de hoy. “Pongamos de nuevo los ojos en el Maestro. Quizá tú también escuches en este momento el reproche dirigido a Tomás: mete aquí tu dedo, y registra mis manos; y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino fiel; y, con el Apóstol, saldrá de tu alma, con sincera contrición, aquel grito: ¡Señor mío y Dios mío!, te reconozco definitivamente por Maestro, y ya para siempre –con tu auxilio- voy a atesorar tus enseñanzas y me esforzaré en seguirlas con lealtad” (S. Josephmariae).
“¡Dóminus meus, et Deus meus! ¡Mi Señor y mi Dios! Estas palabras han servido de jaculatoria a muchos cristianos, y como acto de fe en la presencia real de Jesucristo en la Sagrada Eucaristía, al pasar delante de un sagrario, en el momento de la Consagración en la Santa Misa… También pueden ayudarnos a nosotros para actualizar nuestra fe y nuestro amor a Cristo resucitado, realmente presente en la Hostia Santa”.

domingo, 19 de abril de 2009

La Divina Misericordia.

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"Santo Dios, Santo Fuerte,
Santo Inmortal, ten piedad de
nosotros y del mundo entero."

Domingo in Albis.

Estación en San Pancracio
Doble de 1ª clase - Ornamentos blancos
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Este domingo toma el nombre de Domingo in Albis (deponéndis) de la ceremonia de la deposición de los vestidos por los neófitos. También se le llama domingo Quasi modo, de las primeras palabras del Introito. La Estación es en la iglesia levantada sobre la tumba de San Pancracio, joven de doce años, mártir, víctima de la persecución de Dioclesiano.
En el Introito se compara a los neófitos con los niños llenos de simplicidad; ellos maman de los pechos de la Iglesia la leche espiritual de la fe que les hará fuertes.
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INTROITUS
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(I Pedro 2, 2) Quasi Modo géniti infántes, allelúja: rationábiles, sine dolo lac concupíscite, allelúja, allelúja, allelúja.
(Ps. 80, 2.) Exsultáte Deo adjutóri nostro: jubiláte Deo Jacob,
V. Glória Patri.
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Introito
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Como niños recién nacidos, aleluya, ansiad la leche espiritual, y sin mezcla. Aleluya, aleluya, aleluya.
Regocijaos alabando a Dios, nuestro protector: cantad al Dios de Jacob.
Gloria al Padre.

sábado, 18 de abril de 2009

Sábado in Albis.

“Tunc ergo introívit et ille discípulus, qui véneral primus ad monuméntum: et vidit, et crédidid: nondum enim sciébant Scriptúram, quia oportébat eum a mórtuis resúrgere” (“Entonces el otro discípulo que había llegado primero al sepulcro, entró también, y vio, y creyó; porque aún no habían entendido la Escritura, según la cual Jesús debía resucitar de entre los muertos”. Sequéntia sancti Evangélii secúndum Joánnem 20, 1-9.
“Cristo vive. Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado, ha triunfado de la muerte, del poder de las tinieblas, del dolor y de la angustia. No temáis, con esta invocación saludó un ángel a las mujeres que iban al sepulcro; no temáis. Vosotras venís a buscar a Jesús Nazareno, que fue crucificado: ya resucitó, no está aquí. Haec est diez quam fecit Dominus, exsultemus et laetemur in ea; este es el día que hizo el Señor, regocijémonos.
“El tiempo pascual es tiempo de alegría, de una alegría que no se limita a esa época del año litúrgico, sino que se asienta en todo momento en el corazón del cristiano. (…) Cristo vive. Jesús es el Emmanuel: Dios con nosotros. Su Resurrección nos revela que Dios no abandona a los suyos”.
“Cristo vive en su Iglesia. “Os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si yo no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros, pero si me voy, os lo enviaré”. Esos eran los designios de Dios: Jesús, muriendo en la cruz, nos daba el Espíritu de Verdad y de Vida. Cristo permanece en su Iglesia; en sus sacramentos, en su liturgia, en su predicación, en toda su actividad.
“De modo especial Cristo sigue presente entre nosotros, en esa entrega diaria de la Sagrada Eucaristía. Por eso la Misa es centro y raíz de la vida cristiana. En toda Misa está siempre el Cristo Total, Cabeza y Cuerpo. Per Ipsum, et cum Ipso et in Ipso. Porque Cristo es el Camino, el Mediador: en El, lo encontramos todo; fuera de El, nuestra vida queda vacía. En Jesucristo, e instruidos por El, nos atrevemos a decir –audemus dicere- Pater noster, Padre Nuestro. Nos atrevemos a llamar Padre al Señor de los cielos y de la tierra.
“La presencia de Jesús vivo en la Hostia Santa es la garantía, la raíz y la consumación de su presencia en el mundo.
“Cristo vive en el cristiano. La fe nos dice que el hombre, en estado de gracia, está endiosado. Somos hombres y mujeres, no ángeles. Seres de carne y hueso, con corazón y con pasiones, con tristezas y con alegrías. Pero la divinización redunda en todo el hombre como un anticipo de la resurrección gloriosa. Cristo ha resucitado de entre los muertos y ha venido a ser como las primicias de los difuntos: porque así como por un hombre vino la muerte, por un hombre debe venir la resurrección de los muertos. Que así como en Adán mueren todos, así en Cristo todos serán vivificados.
“La vida de Cristo es vida nuestra, según lo que prometiera a sus Apóstoles, el día de la Última Cena: Cualquiera que me ama, observará mis mandamientos, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos mansión dentro de él. El cristiano debe –por tanto- vivir según la vida de Cristo, haciendo suyos los sentimientos de Cristo, de manera que pueda exclamar con San Pablo, non vivo ego, vivit vero in me Christus, no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí”.
(S. Josephmariae, Es Cristo que pasa, Homilía de 1967).

viernes, 17 de abril de 2009

SACRIS SOLEMNIIS (VII)

Séptima parte (el Nº de capítulos es interno nuestro) de la Conferencia pronunciada por el Rvdo. P. D. José Calvín Torralbo (FSSP), (partes anteriores aquí), y que corresponde a "MISA DE LOS FIELES".
Una vez terminadas las lecturas (y el Credo si lo hubiere) dejamos atrás la misa de los catecúmenos
Durante los primeros siglos, cuando el catecumenado estaba en vigor, llegados a éste momento se despedía a los catecúmenos y en general a todos los no bautizados que habían podido asistir a la primera parte de la misa. La razón de esto hay que ponerla en el principio de que no se debía exponer el sancta sanctorum a los ojos y oídos indiscretos de cualquiera.
En ésta parte de la misa va a consumarse el sacrificio eucarístico, el cual como todo sacrificio se compone de tres momentos principales: la ofrenda de la víctima, su inmolación sobre el altar y la participación al sacrificio por medio de la comunión.
*
I. EL OFERTORIO.

Como su nombre indica el ofertorio consiste en la ofrenda de la víctima.
Durante los primeros siglos el ofertorio consistía solamente en el gesto de ofrenda de la hostia y del cáliz. Se trataba de un rito minuciosamente reglamentado pero “mudo”.
Más tarde, durante la época carolingia, el desarrollo de la liturgia comporta que diversos ritos que hasta entonces se limitaban al gesto fuesen acompañados por oraciones que expliquen su significado.
Es entonces cuando se elaboran las oraciones de nuestro ofertorio. En ellas se expresa mediante palabras el sentido del gesto de ofrecer la hostia y el cáliz antes de su consagración. De hecho, una vez que las liturgias alcanzan un cierto grado de madurez ya no basta para empezar con la plegaria eucarística que las materias de pan y vino se hallen presentes en debida cantidad y calidad; es preciso que se coloquen con las ceremonias y oraciones correspondientes encima del altar, con lo cual entran ya en el movimiento oblativo que culminará en la consagración. Por eso lo que se ofrece a Dios no es el pan y el vino en si mismos, sino el cuerpo y la sangre de Cristo que dentro de poco se harán presentes sobre el altar bajo las apariencias de pan y vino.
La oración de ofrenda de la hostia Suscipe, sancte Pater es de origen galicano. El testimonio escrito mas antiguo que conservamos de ella data del año 877 (11).
La fórmula de ofrenda del cáliz Offerimus tibi Domine aparece escrita por vez primera en un sacramentario conservado en el monasterio de San Galo (Suiza) y que data de los siglos IX – X.
Estas oraciones las pronuncia el sacerdote en voz baja por tratarse de oraciones privadas nacidas (como ya hemos explicado) de la necesidad de acompañar los gestos con fórmulas que expliciten su significado (12).
Los autores de la reforma del misal en tiempos de Pablo VI no supieron apreciar el sentido y el valor de estas oraciones. Al debilitar el vínculo profundo entre ofertorio y consagración ya no vieron lógico llamar al pan Hostiam inmaculatam ni al vino Calicem salutaris.
Así que para reemplazar las oraciones del rito romano los reformadores buscaron otras en los demás ritos cristianos (tanto orientales como occidentales). Pero tuvieron que constatar que todas las tradiciones litúrgicas cristianas o no tenían oraciones de ofertorio (sólo el gesto mudo) o si las tenían su contenido era análogo al de las que querían cambiar.
Lo que hicieron entonces fue copiar unas oraciones judías para bendecir la comida. Esas son las oraciones del ofertorio en la forma ordinaria. En ellas se dan gracias a Dios por el pan y por el vino que es lo que se presenta a Dios.
Sin ánimo de polémica, creo que es muy de lamentar que se haya ignorado toda la tradición cristiana para reemplazarla por unas fórmulas judaicas en las que no aparece ninguna referencia a Cristo.
Durante el ofertorio tiene lugar un numeroso conjunto de ceremonias (incensaciones, bendición e imposición del agua, lavatorio de manos, signos de cruz, etc.) Faltos de tiempo no podemos detenernos en cada una de ellas. Vamos a considerar tan sólo uno de dichos ritos, que es propio de la forma extraordinaria. El celebrante, una vez ofrecida la hostia, la deposita directamente sobre los corporales. La patena no volverá a servir hasta la fracción y comunión. Este rito pone de manifiesto de forma simbólica la diferencia entre inmolación y comunión. El sacrificio (es decir, la consagración) se realiza directamente sobre el ara. Más tarde, cuando llega el momento de participar a la carne de la víctima inmolada se la coloca sobre la bandeja, es decir, la patena.

II. LA PLEGARIA EUCARISTICA O CANON ROMANO.

Todas las liturgias de la misa contienen un momento central durante el cual se realiza el misterio de la eucaristía. Se trata de la oración o conjunto de oraciones durante las cuales tiene lugar la consagración del pan y del vino, transformándolos en el cuerpo y sangre de Jesucristo.
A esta plegaria eucarística los orientales la llaman anáfora. Los ritos orientales poseen múltiples anáforas que cambian según los tiempos litúrgicos. En cambio el rito romano se ha caracterizado por tener una sola plegaria eucarística invariable durante todo el año y que suele llamarse Canon, es decir: regla.
El Canon va precedido por el canto del Prefacio, el cual si es variable y cambia según las fiestas y los periodos del año. Al prefacio sucede el canto del Sanctus, himno majestuoso que proclama la santidad y la gloria de Dios uno y trino. Una vez apagadas las últimas melodías del Sanctus reina un silencio sagrado y el celebrante se presenta solo ante Dios.

El silencio durante el Canon.

Uno de los ritos que más suelen sorprender a los que descubren el usus antiquior de la misa es el silencio con que se rodea la plegaria eucarística. Hasta aquí los asistentes a la misa habían tomado parte en las oraciones y ceremonias mezclando sus voces con las del celebrante. Ahora, tras los tres toques de campanilla que acompañan el Sanctus, el sacerdote se avanza solo y entra en el sancta sanctorum.
En el Templo de Jerusalén había un lugar especialmente sagrado, el santuario, que a su vez se hallaba compuesto de dos estancias. La primera llamada el “Santo” donde mañana y tarde entraba el sacerdote que estuviese de turno para renovar el fuego del altar y quemar en él aceite perfumado e incienso, mientras que el pueblo, convocado a son de trompeta, oraba en el atrio (13). La segunda estancia, más sagrada aún, era llamada el “santísimo” o el “santo de los santos”. Separada de la anterior por un velo o cortina, una sola vez al año entraba en ella el sumo sacerdote solo para ofrecer la sangre de la víctima inmolada (14).
Ahora, en la Nueva Alianza, también se avanza el sacerdote y se presenta solo ante Dios para ofrecerle el sacrificio. El Canon de la misa o plegaria eucarística es el santuario en el que solo el sacerdote puede penetrar.
He aquí el significado simbólico de éste silencio. El sacerdote pronuncia en voz baja la oración consecratoria porque la santidad de este recinto sagrado, inaccesible para el pueblo, exige que en él reine un silencio absoluto. En el silencio debe el hombre acercarse a Dios.
Las liturgias orientales expresan ésta segregación de manera aún más dramática, mediante el uso del “iconostasio”. Se trata de un tabique que se alza entre el altar y la nave, más o menos a la altura donde en nuestras iglesias se sitúa el comulgatorio. El iconostasio tiene una o tres puertas a través de las cuales los fieles pueden ver el altar. Pero llegado el momento de la consagración las puertas se cierran, arrebatando a la vista de los fieles el altar y el sacerdote. Las puertas no volverán a abrirse hasta que la plegaria eucarística no haya terminado, antes de la comunión (15).
El silencio del canon cumple en la liturgia romana la misma función que el iconostasio en oriente: pone de manifiesto la sacralidad del momento y subraya la diferencia esencial entre sacerdocio común de los fieles y sacerdocio ministerial (16).

Los gestos y ceremonias durante el Canon de la Misa.

El valor sacrificial de la Misa queda precisado y explicitado por una serie de ritos secundarios pero sin embargo indispensables: signos de cruz, inclinaciones, genuflexiones, etc. Todo ello pone de manifiesto que al pronunciar la plegaria eucarística el sacerdote no está realizando una simple lectura en la que rememora un hecho histórico del pasado, es decir la santa cena. Pronunciando la plegaria eucarística el sacerdote está realizando no una lectura sino una acción, es decir: un sacrificio. Con sus palabras el celebrante actualiza y hace presente de manera eficaz el sacrificio de Cristo (17).
Entre todos esos gestos sobresale la elevación de las especies consagradas. Precedida y seguida de la genuflexión del celebrante, acompañada del sonido de las campanillas y de la incensación si el rito es solemne, éste gesto de introducción relativamente tardía señala el momento culminante de la acción sagrada: Dios se hace realmente presente sobre el altar.
(11) Libro de oraciones de Carlos el calvo.
(12) Esta explicación es válida también para muchas otras oraciones que el celebrante pronuncia en voz baja, por ejemplo: al subir al altar, al lavarse las manos, mientras inciensa, etc. En cambio, el silencio durante el Canon o plegaria eucarística tiene una explicación diferente como explicamos mas adelante.
(13) Lucas 1, 8-11
(14) Hebreos 9, 1-7
(15) El iconostasio será más o menos opaco según los lugares, o el estilo artístico o por otros motivos. El símbolo es siempre el mismo: la segregación o separación en la cual consiste toda sacralidad.
(16) Por eso el rechazo de ésta práctica puede reposar sobre una concepción herética de la eucaristía o del sacerdocio. Esto lo vieron claro los padres del concilio de Trento que en la sesión XXII sobre el sacrificio de la misa promulgaron el siguiente canon dogmático: “Si alguno dijere que el rito de la Iglesia Romana por el que parte del canon y las palabras de la consagración se pronuncien en voz baja, debe ser condenado, sea anatema” (conc. Trento, sess XXII, can. 9).(17) Cf. A.M. Rouguet, « La somme théologique. Les sacrements », éd. la revue des jeunes, Paris 1946, pag. 376.
Próximo capítulo: "LA COMUNION"
Fuente: Una Voce Sevilla.

Viernes de Pascua.

“Et accédens Jesus locútus est eis, dicens: Data est mihi omnis potéstas in caelo et in terra. Eúntes ergo dócete omnes gentes: baptizántes oes in nómine Patris, et Fílii, et Spíritus Sancti: docéntes eos serváre ómnia quaecúmque mandávi bobis. Et ecce ego vobíscum sum ómnibus diébus usque consummatiónem saéculi” (“Entonces, Jesús, acercándose, les habló diciendo: Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra; id, pues, y enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu santo, enseñándoles a observar todo cuanto os he mandado. Y sabed que Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”. Sequéntia sancti Evangélii secúndum Matthaeum 28, 16-20.
“La Resurrección del Señor es una llamada al apostolado hasta el fin de los tiempos. Cada una de las apariciones concluye con un mandato apostólico. A María Magdalena le dice Jesús: …ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre; a las demás mujeres: Id y decid a mis hermanos que vayan a Galilea y allí me verán. Los mismos discípulos de Emaús sienten la necesidad, aquella misma noche, de comunicar a los demás que Cristo vive. En el Evangelio de hoy, San Mateo recoge el gran mandato apostólico, que seguirá vigente siempre.
“Desde entonces, los apóstoles comienzan a dar testimonio de lo que han visto y oído, y a predicar en nombre de Jesús la penitencia para la remisión de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén. Lo que predican y atestiguan no son especulaciones, sino hechos salvíficos de los que ellos han sido testigos. Cuando por la muerte de Judas es necesario completar el número de doce Apóstoles, se exige como condición que sea testigo de la Resurrección.
“En aquellos Once está representada toda la Iglesia. En ellos, todos los cristianos de todos los tiempos recibimos el gozoso mandato de comunicar a quienes encontramos en nuestro caminar que Cristo vive, que en El ha sido vencido el pecado y la muerte, que nos llama a compartir una vida divina, que todos nuestros males tienen solución… El mismo Cristo nos ha dado este derecho y este deber. (…) Nadie nos debe impedir el ejercicio de este derecho, el cumplimiento de este deber.
“Nosotros no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído, dijeron Pedro y Juan ante los sumos sacerdotes y los letrados. Tampoco nosotros podemos callar. Es mucha la ignorancia a nuestro alrededor, es mucho el error, son incontables los que andan por la vida perdidos y desconcertados porque no conocen a Cristo. La fe y la doctrina que hemos recibido debemos comunicarla a muchos a través del trato diario. “No se enciende la luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero, a fin de que alumbre a todos los de la casa; brille así vuestra luz ante los hombres, de manera que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.
“Y, al final, de su paso por la tierra manda: “euntes dócete” –id y enseñad. Quiere que su luz brille en la conducta y en las palabras de sus discípulos, en las tuyas también”.
“En cuanto los apóstoles comenzaron, con valentía y audacia, a enseñar la verdad sobre Cristo, empezaron también los obstáculos, y más tarde la persecución y el martirio. Pero al poco tiempo la fe en Cristo traspasará Palestina, alcanzando Asia Menor, Grecia e Italia, llegando a hombres de toda cultura, posición social y raza.
“También nosotros debemos contar con incomprensiones, señal cierta de predilección divina y de que seguimos los pasos del Señor, pues no es el discípulo más que el Maestro. Santa María, Regína apostolórum , nos encenderá la fe, en la esperanza y en el amor de su Hijo para que colaboremos eficazmente, en nuestro propio ambientes y desde él, a recristianizar el mundo de hoy. En nuestros oídos siguen resonando las palabras del Señor: euntes dócete omnes gentes… Entonces sólo eran once hombres, ahora somos muchos más… Pidamos la fe y el amor de aquéllos”.

jueves, 16 de abril de 2009

Ad Multos Annos Sancte Pater Benedictus PP XVI!!!!!


¡FELIZ CUMPLEAÑOS SANTO PADRE!

Jueves de Pascua.

“Dicit et Jesus: Múlier, quid ploras? Quem quaeris? Illa exístimans quia hortulánus esset, dicis ei: Dómine, si tu sustulísti eum, dícito mihi ubi posuísti eum: et ego eum tollam. Dicit ei Jesus: María. Convérsa illa, dicit ei: Rabbóni (quod dícitur Magíster)…” (“Dícele Jesús: Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas? Ella, suponiendo sería el hortelano, le dice: Señor, si tú lo has cogido, dime dónde lo has puesto; y yo me lo llevaré. Dícele Jesús: ¡María! Volvióse ella, y le dijo: ¡Rabonni! (que quiere decir Maestro)… Sequéntia sancti Evangélii secúndum Joánnem 20, 11-18.
“María de Magdala ha vuelto al sepulcro. Conmueven el cariño y la devoción de esta mujer por Jesús aún después de muerto. Ella había sido fiel en los momentos durísimos del Calvario, y el amor de la que estuvo poseída por siete demonios sigue siendo muy grande. La gracia había arraigado y fructificado en su corazón después de haber sido librada de tantos males.
“María se queda fuera del sepulcro llorando. Unos ángeles, que ella no reconoce como tales, le preguntan por qué llora. Se han llevado a mi Señor, les dice, y no sé dónde lo han puesto. Es lo único que le importa en el mundo. A nosotros también es lo único que nos interesa por encima de cualquier cosa.
“Dicho esto –nos sigue narrando el Evangelio de la Misa-, se volvió hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. María no ha dejado de llorar la ausencia del Señor. Y sus lágrimas no le dejan verlo cuando lo tiene tan cerca. Le dijo Jesús: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Vemos a Cristo resucitado sonriente, amable y acogedor. Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré.
“Bastó una sola palabra de Cristo para que sus ojos y su corazón se aclarasen. Jesús le dijo: ¡María! La palabra tiene esa inflexión única que Jesús da a cada nombre –también al nuestro- y que lleva aparejada una vocación, una amistad muy singular. Jesús nos llama por nuestros nombres y su entonación es inconfundible.
“La voz de Jesús no ha cambiado. Cristo resucitado conserva los rasgos humanos de Jesús pasible: la cadencia de su voz, el modo de partir el pan, los agujeros de los clavos en las manos y en los pies.
“María se volvió, vio a Jesús, se arrojó a sus pies y exclamó en arameo: ¡Robbuni!, que quiere decir Maestro. Sus lágrimas, ahora incontenibles como río desbordado, son de alegría y felicidad. San Juan ha querido dejarnos la palabra hebraica original –Rabbuni- con que tantas veces le llamaron. Es una palabra familiar, intocable. No es Jesús un “maestro”, entre tantos, sino el Maestro, el único capaz de enseñar el sentido de la vida, el único que tiene palabras de vida eterna.
“María fue a los apóstoles a cumplir el encargo que le dio Jesús, y les dijo: ¡He visto al Señor! En sus palabras se transparenta una inmensa alegría. ¡Qué distinta su vida ahora que sabe que Cristo ha resucitado, de cuando sólo buscaba honrar el Cuerpo muerto de Jesús!
“¡Qué distinta también nuestra existencia cuando procuramos comportarnos según esta consoladora realidad: Jesucristo sigue entre nosotros! El mismo a quien aquella mañana María de Magdala confundió con el hortelano! “Cristo vive: Cristo no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos (…). Su Resurrección nos revela que Dios no abandona a los suyos.
“Jesús no llama muchas veces por nuestro nombre, con su acento inconfundible. Está muy cerca de cada uno. Que las circunstancias externas –quizá las lágrimas, como a María Magdalena, por el dolor, el fracaso, la decepción, las penas, el desconsuelo- no nos impidan ver a Jesús que nos llama. Que sepamos purificar todo aquello que pueda hacer turbia nuestra mirada”.

miércoles, 15 de abril de 2009

Miércoles de Pascua.

“Dicis eis Jesus: Veníte, prandéte. Et nemo audébat discumbéntium interrogáre eum: Tu qui es? Sciéntes, quia Dominus est. Et venit Jesus, et áccipit panem, et das eis, et piscem simíliter. Hoc jam tértio manifestátus est Jesus discípulis suis, cum resurrexísset mórtuis. (“Díceles Jesús: Venid, comed. Y ninguno de los comensales osaba preguntarle: ¿Quién eres Señor? Sabiendo que era el Señor. Acércase, pues, Jesús, y toma el pan, y se lo distribuye, y lo mismo hace del pez. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos, después que resucitó de entre los muertos”. Sequéntiam sancti Evangélii secúndum Joánnem 21, 1-14.
“Al alba, se presentó Jesús en la orilla. Jesús resucitado va en busca de los suyos para fortalecerlos en la fe y en su amistad, y para seguir explicándoles la gran misión que les espera. Los discípulos no se dieron cuenta de que era Jesús, no acaban de reconocerle. Están a unos doscientos codos, a unos cien metros. A esa distancia, entre dos luces, no distinguen bien los rasgos de un hombre, pero pueden oírle cuando levanta la voz. ¿Tenéis algo de comer?, les pregunta el Señor. Le contestaron: No. El les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y encontraréis. Y Pedro obedece: La echaron y ya no podían sacarla por la gran cantidad de peces. Juan confirma la certeza interior de Pedro. Inclinándose hacia él, le dijo: ¡Dóminus est! ¡Es el Señor! Pedro, que se ha estado conteniendo hasta este momento, salta como impulsado por un resorte. No espera a que las barcas lleguen a la orilla. Al oír Simón Pedro que era el Señor, se ciñó la túnica y se echó al mar.
“El amor de Juan distinguió inmediatamente al Señor en la orilla: ¡Es el Señor! “El amor, el amor lo ve de lejos. El amor es el primero que capta estas delicadezas. Aquel apóstol adolescente, con el firme cariño que siente hacia Jesús, porque quería a Cristo con toda la pureza y toda la ternura de un corazón que no ha estado corrompido nunca, exclamó: ¡Es el Señor!”.
“Por la noche –por su cuenta-, en ausencia de Cristo habían trabajado inútilmente. Han perdido el tiempo. Por la mañana, con la luz, cuando Jesús está presente, cuando ilumina con su Palabra, cuando orienta la faena, las redes llegan repletas a la orilla.
“En cada día nuestro ocurre lo mismo. En ausencia de Cristo, el día es noche; el trabajo, estéril: una noche más, una noche vacía, un día más en la vida. Nuestros esfuerzos no bastan, necesitamos a Dios para que den fruto. Junto a Cristo, cuando le tenemos presente, los días se enriquecen. El dolor, la enfermedad, se convierten en un tesoro que permanece más allá de la muerte; la convivencia con quienes nos rodean se torna junto a Jesús un mundo de posibilidades de hacer el bien: pormenores de atención, aliento, cordialidad, petición por los demás…
“El drama de un cristiano comienza cuando no ve a Cristo en su vida; cuando por la tibieza, el pecado o la soberbia se nubla su horizonte, cuando se hacen las cosas como si no estuviera Jesús junto a nosotros, como si no hubiera resucitado.
“Debemos pedirle mucho a la Virgen que sepamos distinguir al Señor en medio de los acontecimientos de la vida; que podamos decir muchas ves: ¡Dóminus est! ¡Es el Señor! Y esto, en el dolor y en la alegría, en cualquier circunstancia. Junto a Cristo, cerca siempre de El, seremos apóstoles, en medio del mundo, en todos los ambientes y en todas las situaciones”.

martes, 14 de abril de 2009

Martes de Pascua.

“Et dixit eis: Quid turbáti estis, et cogitatiónes ascéndunt in corda vestra? Vidéte manus meas, et pedes, quia ego ipse sum: palpáte, et vidéte: quia spíritus carnem, et ossa non habet, sicut me vidétis hábere…” (“Y les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y se levantan tales pensamientos en vuestros corazones? Mirad mis manos y mis pies; Yo mismo soy: tocad y ved que el espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que Yo tengo”. Sequéntia sancti Evangélii secúndum Lucam 24, 36-47.
“Después de haberse aparecido a María Magdalena, a las demás mujeres, a Pedro y a los discípulos de Emaús, Jesús se aparece a los Once, según nos narra el Evangelio de la Misa.
“Les mostró las manos y los pies y comió con ellos. Los apóstoles tendrán para siempre la seguridad de que su fe el en el Resucitado no es efecto de la credulidad, del entusiasmo o de la sugestión, sino de hechos comprobados repetidamente por ellos mismos. Jesús, en sus apariciones, se adapta con admirable condescendencia al estado de ánimo y a las situaciones diferentes de aquellos a quienes se manifiesta. No trata a todos de la misma manera; pero por caminos diversos conduce a todos a la certeza de su Resurrección, que es la piedra angular sobre la que descansa la fe cristiana. Quiere el Señor dar las garantías a quienes constituyen aquella Iglesia naciente para que, a través de los siglos, nuestra fe se apoye sobre un sólido fundamento: ¡El Señor en verdad ha resucitado! ¡Jesús vive!
“La paz sea con vosotros, dijo el Señor al presentarse a sus discípulos llenos de miedo. Enseguida, vieron sus llagas y se llenaron de gozo y de admiración. Ese ha de ser también nuestro refugio. Allí encontraremos siempre la paz del alma y las fuerzas necesarias para seguirle todos los días de nuestra vida.
“A Jesús le tenemos muy cerca. En las naciones cristianas, donde existen tantos sagrarios, apenas nos separamos de Cristo unos kilómetros. Qué difícil es no ver los muros o el campanario de una iglesia, cuando nos encontramos en medio de una populosa ciudad, o viajamos por una carretera o desde el tren… ¡Allí está Cristo! ¡Es el Señor!, gritan nuestra fe y nuestro amor. Porque el Señor se encuentra allí con una presencia real y sustancial. Es el mismo que se apareció a sus discípulos y se mostró solícito con todos.
“Jesús se quedó en la Sagrada Eucaristía. En este memorable sacramento se contiene verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y la Sangre, juntamente con el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor y, por consiguiente, Cristo entero. Esta presencia de Cristo en la Sagrada Eucaristía es real y permanente, porque acabada la Santa Misa, queda el Señor en cada una de las formas y partículas consagradas no consumidas. Es el mismo que nació, murió y resucitó en Palestina, el mismo que está a la diestra de Dios Padre.
“En el Sagrario nos encontramos con Él, que nos ve y nos conoce. Podemos hablarle como hacían los apóstoles, y contarle lo que nos ilusiona y nos preocupa. Allí encontraremos siempre la paz verdadera, la que perdura por encima del dolor y de cualquier obstáculo.
“Le pedimos a nuestra Madre Santa María que nos enseñe a tratar a Jesús realmente presente en el Sagrario como Ella le trató en aquellos años de su vida en Nazareth”.

lunes, 13 de abril de 2009

Lunes de Pascua.

“Et coegérunt illum, dicéntes: Mane nobíscum, quóniam advesperáscit, et inclináta est jam dies. Et intrávit cum illis. Et factum est, dum recúmberet cum eis, accépit panem, et benedíxit, ac fregit, et porrigébat illis…” (“Mas le detuvieron por fuerza, diciendo: ¡Quédate con nosotros porque ya es tarde y va cayendo el día! Entró, pues, con ellos. Y sentados a la mesa, tomó el pan, lo bendijo y habiéndole partido, se lo dio…” Sequéntia sancti Evangélii secúndum Lucam 24, 13-35.
“El Evangelio de la Misa de hoy nos presenta otra aparición de Jesús el mismo día de Pascua por la tarde.
“Dos discípulos se dirigen a su aldea; Emaús, perdida la virtud de la esperanza porque Cristo, en quien habían puesto todo el sentido de su vida, ha muerto. El Señor, como si también Él fuese de camino, les de alcance y se une a ellos sin ser reconocido. La conversación tiene un tono entrecortado, como cuando se habla mientras se camina. Hablan entre sí de los que les preocupa: lo ocurrido en Jerusalén la tarde del viernes, la muerte de Jesús de Nazareth. La crucifixión del Señor había supuesto una grave prueba para las esperanzas de todos aquellos que se consideraban sus discípulos y que, en un grado o en otro, habían depositado en Él su confianza. Todo se había desarrollado con gran rapidez, y aún no se han recobrado de lo que habían visto sus ojos.
“Estos que regresan a su aldea, después de haber celebrado la fiesta de la Pascua en Jerusalén, muestran su inmensa tristeza, su desesperanza y desconcierto a través de la conversación: Nosotros esperábamos que había de redimir a Israel, dicen. Ahora hablan de Jesús como de una realidad pasada: Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso… “Fijaos en este contraste. Ellos dicen: (…) “¡Qué fue!”… ¡Y lo tienen al lado, está caminado con ellos, está en su compañía indagando la razón, las raíces íntimas de su tristeza!
“Que fue…”, dicen ellos. Nosotros, si hiciéramos un sincero examen, un detenido examen de nuestra tristeza, de nuestros desalientos, de nuestro estar de vuelta de la vida, encontraríamos una clara vinculación con ese pasaje evangélico. Comprobaríamos que espontáneamente decimos: “Jesús fue…”, “Jesús dijo…”, porque olvidamos que, como en el camino de Emaús, Jesús está vivo a nuestro lado ahora mismo. Este redescubrimiento aviva la fe, resucita la esperanza, es hallazgo que nos señala a Cristo como gozo presente: Jesús es, Jesús prefiere; Jesús dice; Jesús manda, ahora, ahora mismo”. Jesús vive.
“Conocían estos hombres la promesa de Cristo acerca de su Resurrección al tercer día. Habían oído por la mañana el mensaje de las mujeres que han visto el sepulcro vacío y a los ángeles. Habían tenido suficiente claridad para alimentar su fe y su esperanza; sin embargo, hablan de Cristo como de algo pasado, como de una ocasión perdida. Son la imagen viva del desaliento. Su inteligencia está oscuras y su corazón embotado.
“Cristo mismo –a quien al principio no reconocen, pero cuya conversación y compañía aceptan- les interpreta aquellos acontecimientos a la luz de las Escrituras. Con paciencia, les devuelve la fe y la esperanza. Y aquellos dos recuperan también la alegría y el amor: ¿No es verdad –dicen más tarde- que sentíamos abrasarse nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?
“Mane nobiscum, quoaniam advesperascit et inclinatus est aim dies.
Quédate, Señor, con nosotros…, recuérdanos siempre las cosas esenciales de nuestra existencia…ayúdanos a ser fieles y a saber escuchar con atención el consejo sabio de aquellas personas en las que Tú te haces presente en nuestro continuo caminar”.

domingo, 12 de abril de 2009

Domingo de Resurrección.

“Et intreúntes in monuméntum vidérunt júvenem sedéntem in dextris, coopértum stola cándida, et obstupuérunt. Qui dicit illis: Nólite expavéscere: Jesum quáeritis Nazarénum, crucifíxum: surréxit, non este hic, ecce locus ubi posuérunt eum. Sed ite, dícite discípulis ejus, et Petro, quia praecédit vos in Galilaéam: ibi eum vidébitis, sicut dixit bobis” (“Y entrando en el sepulcro, vieron un joven sentado a la diestra, vestido de blanco, y se asustaron. Mas él les dijo: No temáis; buscáis a Jesús Nazareno, que fue crucificado; pues bien, resucitó; no está aquí; ved el lugar en donde le pusieron: Y ahora id y decid a sus discípulos y a Pedro, que va delante de vosotros a Galilea: allí le veréis, como Él os lo dijo”. Sequéntia sancti Evangélii secúndum Marcum 16, 1-7.
“La Resurrección gloriosa del Señor es la clave para interpretar toda su vida, y el fundamento de nuestra fe. Sin esa victoria sobre la muerte, dice San Pablo, toda predicación sería inútil y nuestra fe vacía de contenido. Además, en la Resurrección de Cristo se apoya nuestra futura resurrección. Porque Dios, rico en misericordia, movido del gran amor con que nos amó, aunque estábamos muertos por el pecado, nos dio vida juntamente con Cristo… y nos resucitó con Él (Ef 2, 4-6). La Pascua es la fiesta de nuestra redención y, por tanto, fiesta de acción de gracias y de alegría.
“La Resurrección del Señor es una realidad central de la fe católica, y como tal fue predicada desde el comienzo del Cristianismo. La importancia de este milagro es tan grande, que los apóstoles son, ante todo, testigos de la Resurrección de Jesús. Anuncian que Cristo vive, y éste es el núcleo de toda su predicación. Esto es lo que, después de más de veinte siglos, nosotros anunciamos al mundo: ¡Cristo vive! La Resurrección es el argumento supremo de la divinidad de Nuestro Señor.
“Después de resucitar por su propia virtud, Jesús glorioso fue visto por los discípulos, que pudieron cerciorarse de que era Él mismo: pudieron hablar con Él, le vieron comer, comprobaron las huellas de los clavos y de la lanza… Los apóstoles declaran que se manifestó con numerosas pruebas, y muchos de estos hombres murieron testificando esta verdad.
“Jesucristo vive. Y esto nos colma de alegría el corazón. “Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado, ha triunfado de la muerte, del poder de las tinieblas, del dolor y de la angustia (…): en Él, lo encontramos todo; fuera de Él, nuestra vida queda vacía”.
“Se apareció a su Madre Santísima.- Se apareció a María de Magdala, que está loca de amor.- Y a Pedro y a los demás Apóstoles.- Y a ti y a mí, que somos sus discípulos y más locos que la Magdalena: ¡qué cosas le hemos dicho!
“Que nunca muramos por el pecado; que sea eterna nuestra resurrección espiritual.- Y (…) has besado tú las llagas de sus pies…, y yo más atrevido –por más niño- he puesto mis labios sobre su costado abierto”.
“Dice bellamente San León Magno que Jesús se apresuró a resucitar cuanto antes porque tenía prisa en consolar a su Madre y a los discípulos: estuvo en el sepulcro el tiempo estrictamente necesario para cumplir los tres días profetizados. Resucitó al tercer día, pero lo antes que pudo, al amanecer, cuando aún estaba oscuro, anticipando el amanecer con su propia luz.
“El mundo había quedado a oscuras. Sólo la Virgen María era un faro en medio de tantas tinieblas. La Resurrección es la gran luz para todo el mundo: Yo soy la luz (Jn 8,12) había dicho Jesús; luz para el mundo, para cada época de la historia, para cada sociedad, para cada hombre.
“La Resurrección de Cristo es una fuerte llamada al apostolado: ser luz y llevar la luz a otros. Para eso hemos de estar unidos a Cristo. “Instaurare omnia in Christo, da como lema San Pablo a los cristianos de Efeso (Ef 1,10); informar el mundo entero con el espíritu de Jesús, colocar a Cristo en la entraña de todas las cosas. Si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum (Jn 12, 32), cuando sea levantado en alto sobre la tierra, todo lo atraeré hacia mí. Cristo con su Encarnación, con su vida de trabajo en Nazareth, con su predicación y milagros por las tierras de Judea y Galilea, con su muerte en la Cruz, con su Resurrección, es el centro de la creación, Primogénito y Señor de toda criatura”.

sábado, 11 de abril de 2009

La Sepultura del Cuerpo de Jesús.

“Accepérunto ergo corpus Jesu, et ligavérunt illud línteis cum aromátibus, sicut mos est Judáeis sepelíre. Erat autem in loco, ubi crucifíxus est, hortus: et in horto monuméntum novum, in quo nondum quisquam pósitus erat. Ibi ergo propter Parascéven Judáerum, quia juxta erat monuméntum, posuérunt Jesum” (“Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús, y lo fajaron con lienzos y aromas según acostumbran sepultar los judíos. Había en el lugar donde fue crucificado un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, donde hasta entonces ninguno había sido sepultado. Como era la víspera del sábado de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús”. Pássio Dómini nostri Jesu Christi secúndum Joánnem).
“La tarde del viernes avanzaba y era necesario retirar los cuerpos; no podían quedar allí el sábado. Antes que luciera la primera estrella en el firmamento debían estar enterrados. Como era la Parasceve (el día de la preparación de la Pascua), para que no quedaran los cuerpos en la cruz, pues aquel sábado era un día grande, los judíos rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitasen. Este envió unos soldados que quebraron las piernas de los ladrones, para que murieran más rápidamente. Jesús ya estaba muerto, pero uno de los soldados le abrió el costado con la lanza y al instante brotó sangre y agua. Este suceso, además del hecho histórico que presenció San Juan, tiene un profundo significado. San Agustín y la tradición cristiana ven brotar lo sacramentos y la misma Iglesia del costado abierto de Jesús: “Allí se abría la puerta de la vida, de donde manaron los sacramentos de la Iglesia, sin los cuales no se entra en la verdadera vida…”. La Iglesia “crece visiblemente por el poder de Dios. Su comienzo y crecimiento están simbolizados en la sangre y el agua que manaron del costado abierto de Cristo crucificado”. La muerte de Cristo significó la vida sobrenatural que recibimos a través de la Iglesia.
“Esta herida, que llega al corazón y lo traspasa, es una herida de superabundancia de amor que se añade a las otras. Es una manera de expresar lo que ninguna palabra puede ya decir. María comprende y sufre, como Corredentora. Su Hijo ya no la pudo sentir, Ella sí. Y así se acaba de cumplir hasta el final la profecía de Simeón: una espada traspasará tu alma.
“Bajaron a Cristo de la cruz con cariño y veneración, y lo depositaron con todo cuidado en los brazos de su Madre. Aunque su Cuerpo es una pura llaga, su rostro está sereno y lleno de majestad. Miremos despacio y con piedad a Jesús, como le miraría la Virgen Santísima. No sólo nos ha rescatado del pecado y de la muerte, sino que nos ha enseñado a cumplir la voluntad de Dios por encima de todos los planes propios, a vivir desprendidos de todo, a saber perdonar cuando el que ofende ni siquiera se arrepiente, a saber disculpar a los demás, a ser apóstoles hasta el momento de la muerte, a sufrir sin quejas estériles, a querer a los hombres aunque se esté padeciendo por causa de ellos… “No estorbes la obra del Paráclito: únete a Cristo, para purificarte, y siente, con Él, los insultos y los salivazos, y los bofetones…, y las espinas, y el peso de la muerte…, y los hierros rompiendo tu carne, y las ansias de una muerte en desamparo…
“Y métete en el costado abierto de Nuestro Señor hasta hallar cobijo seguro en su llagado corazón”. Allí encontraremos la paz. Dice San Buenaventura, hablando de ese vivir místicamente dentro de las llagas de Cristo: “¡Oh, qué buena cosa es estar con Jesucristo crucificado! Quiero hacer en Él tres moradas: una, en los pies; otra, en las manos, y otra perpetua en su precioso costado. Aquí quiero sosegar y descansar, y dormir y orar. Aquí hablaré a su corazón y me ha de conceder todo cuanto le pidiere. ¡Oh, muy amables llagas de nuestro piadoso Redentor! (…) En ellas vivo, y de sus manjares me sustento”.
“El Cuerpo de Jesús yacía en el sepulcro. El mundo ha quedado a oscuras. María era la única luz encendida sobre la tierra. No sabemos dónde estaban los apóstoles aquella tarde, mientras dan sepultura al Cuerpo del Señor. Andarían perdidos, desorientados y confusos, sin rumbo fijo, llenos de tristeza.
“Si el domingo ya se les ve de nuevo unidos es porque el sábado, quizá la misma tarde del viernes, han acudido a la Virgen. Ella protegió con su fe, su esperanza y su amor a esta naciente Iglesia, débil y asustada. Así nació la Iglesia: al abrigo de nuestra Madre. Ya desde el principio fue Consoladora de los afligidos, de quienes estaban en apuros. Este sábado, en el que todos cumplieron el descanso festivo según manda la ley, no fue para Nuestra Señora un día triste: su Hijo ha dejado de sufrir. Ella aguarda serenamente el momento de la Resurrección; por eso no acompañará a las santas mujeres a embalsamar el Cuerpo muerto de Jesús.
“Junto a Ella nos disponemos a vivir la inmensa alegría de la Resurrección”.

viernes, 10 de abril de 2009

Jesús muere en la Cruz.

“Suscepérunt autem Jesum, et eduxérunt. Et bájulans sibi crucem, exívit in eum, qui dícitur Calvariae locum, hebráice autem Gólgotha: ubi cruxificérunt eum, et cum eo álios duos, hinc et hinc, medium autem Jesum. Scripsit autem et títulum Pilátus: et pósuit super crucem. Erat autem scriptum: Jesus Nazarénus, Rex Judaeórum” (“Apoderáronse, pues, de Jesús y le sacaron fuera. Y llevando El mismo a cuestas la Cruz, fue caminando al sitio llamado Calvario, y en hebreo Gólgotha, donde le crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado, quedando Jesús en medio. Escribió asimismo Pilatos un letrero y púsolo sobre la Cruz. En él estaba escrito: Jesús Nazareno, Rey de los Judíos”. Pássio Dómini nostri Jesu Christi, secúndum Joánnem 18, 1-40; 19, 1-42)”.
“Jesús es clavado en la Cruz. Y canta la liturgia: ¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza…! (Himno Crux fidelis).
“Toda la vida de Jesús está dirigida a este momento supremo. Ahora apenas logra llegar, jadeante y exhausto, a la cima de aquel pequeño altozano llamado “lugar de la calavera”. Enseguida lo tienden sobre el suelo y comienzan a clavarle en el madero. Introducen los hierros primero en las manos, con desgarro de nervios y carne. Luego es izado hasta quedar enseguida sobre al palo vertical que está fijo en el suelo. A continuación le clavan los pies. María, su Madre, contempla toda la escena.
“El Señor está firmemente clavado en la Cruz. Jesús está elevado en la Cruz. A su alrededor hay un espectáculo desolador; algunos pasan y le injurian; los príncipes de los sacerdotes, más hirientes y mordaces, se burlan; y otros, indiferentes, miran el acontecimiento. Muchos de los allí presentes le habían visto bendecir, e incluso hacer milagros. No hay reproche en los ojos de Jesús, sólo piedad y compasión. Le ofrecen vino con mirra. Dad licor a los miserables y vino a los afligidos: que bebiendo olviden su miseria y no se acuerden más de sus dolores. (Prov 31, 6-7).
“El Señor lo probó por gratitud al que se lo ofrecía, pero no quiso tomarlo, para apurar el cáliz del dolor. ¿Por qué tanto padecimiento?, se pregunta San Agustín. Y responde: “Todo lo que padeció es el precio de nuestro rescate”. No se contentó con sufrir un poco; quiso agotar el cáliz sin reservarse nada, para que aprendiéramos la grandeza de su amor y la bajeza del pecado. Para que fuéramos generosos en la entrega, en la mortificación, en el servicio a los demás.
“La unión íntima de cada cristiano con su Señor necesita de ese conocimiento completo de su vida, también de este capítulo de la Cruz. Aquí se consuma nuestra Redención, aquí encuentra sentido el dolor en el mundo, aquí conocemos un poco la malicia del pecado y el amor de Dios por cada hombre. No quedemos indiferentes ante un Crucifijo.
“La eficacia de la Pasión no tiene fin. Ha llenado el mundo de paz, de gracia, de perdón, de felicidad en las almas, de salvación. Aquella Redención que Cristo realizó una vez, se aplica a cada hombre, con la cooperación de su libertad. Cada uno de nosotros puede decir en verdad: el Hijo de Dios me amó y se entregó por mí. (Gal 2, 20) No ya por nosotros, de modo genérico, sino por mí, como si fuese único. Se actualiza la Redención salvadora de Cristo cada vez que en el altar se celebra la Santa Misa.
“Muy cerca de Jesús está su Madre, con otras santas mujeres. También está allí Juan, el más joven de los apóstoles… Jesús, después de darse a sí mismo en la Última Cena, nos da ahora lo que más quiere en la tierra, lo más precioso que le queda. Le han despojado de todo. Y Él nos da a María como Madre nuestra: He ahí a tu Madre. (Jn 19, 27).
“Con María nuestra Madre, nos será más fácil cantar el himno litúrgico: ¡Oh dulce fuente de amor!, hazme sentir tu dolor para que llore contigo. Hazme contigo llorar y dolerme de veras de sus penas mientras vivo; porque deseo acompañar en la cruz, donde le veo, tu corazón compasivo. Haz que me enamore su cruz y que en ella viva y more…” (Himno Stabat Mater).

jueves, 9 de abril de 2009

Semana Santa Tradicional 2009. Instituto del Buen Pastor.


Horario de los Solemnes Oficios:

JUEVES SANTO (09 de Abril)

19:00 hrs: Santa Misa “In Coena Domini” y lavado de pies.
Despojo de altares y traslado del Santísimo al Monumento (visitas) – Adoración hasta medianoche.

VIERNES SANTO (10 de Abril)

De 8:30 a 12:00 hrs: Visita al Monumento para los fieles.

15:00 hrs: Oficio Solemne de Viernes Santo:
· Canto de la Pasión según San Juan.
· Oraciones Solemnes.
· Sermón-meditación de las 7 Palabras.
· Adoración de la Santa Cruz y Santa Comunión.
· Via Crucis. Nuestra Señora de la Soledad

SABADO SANTO (11 de Abril)
22:00 hrs: Solemne Vigilia Pascual. Misa de Resurrección

DOMINGO DE RESURRECCIÓN (12 de Abril)
11:30 hrs: Santa Misa Cantada
19:00 hrs: Santa Misa rezada.

A. M. D. G.

Froilán Roa 4594 Macul, Santiago - CHILE, F: 294 91 84

“Sagrados Corazones de Jesús y de María: ¡Salvad a Chile!”