“Esa vida bienaventurada de que os voy hablando, cabe en suerte al punto a toda alma, que al morir sale de este mundo en estado de gracia, y, por lo mismo, hija adoptiva de Dios,, si nada le queda que expiar en el purgatorio por la pena del pecado. Mas esto no es todo: Dios nos reserva aún un complemento. ¿Cuál? ¿No disfruta ya el alma de gozo cumplido? Cierto que sí, pero Dios quiere dar también al cuerpo su bienaventuranza, cuando la resurrección llegue al fin de los tiempos.
“Es dogma de fe la resurrección de los muertos: Credo… carnis resurrectionem…vitam aeternam. Lo prometió Cristo: “Al que come mi carne y bebe mi sangre, le resucitaré en el postrero día”.
“Mas aún, Cristo ya ha resucitado, saliendo vivo y victorioso del sepulcro. Pues bien, al resucitar, Cristo nos resucitó con El. Lo he repetido ya: Al encarnarse el Verbo, unióse místicamente a todo el género humano, y con los escogidos forma un cuerpo del que El es la cabeza. Si nuestra cabeza ha resucitado, no sólo como miembros resucitaremos con El algún día, sino que al triunfar de la muerte el día de su resurrección, resucitó ya con El, en principio y de derecho, a todos los que creen en El. Oíd con qué claridad expone San Pablo esta doctrina: “Dios, que es rico en misericordia, por el excesivo amor con que nos amó, nos dio vida juntamente con Cristo, y nos resucitó con El, y nos hizo sentar sobre los cielos en Jesucristo”, pues no nos separa de El: Deus… conresuscitavit nos, et consedere fecit nos in caelestibus in Christo Jesu. Grande misericordia: que Dios nos ame en tan gran manera en su Hijo Jesucristo que no quiere separarnos de EL; que quiere que seamos semejantes a El, que participemos de su gloria, no sólo en cuanto al alma, sino también en cuanto al cuerpo.
“¡Con cuánta razón dice el gran Apóstol que Dios es rico en misericordia y que nos ama con amor inmenso! No basta a Dios saciar nuestra alma con una felicidad eterna; quiere que nuestra carne, al igual que la de su Hijo, participe de esa dicha sin fin; quiere adornarla con esas gloriosas prerrogativas de inmortalidad, agilidad, espiritualidad, con que resplandece la humanidad de Cristo al salir del sepulcro. Sí; llegará el día en que todos resucitaremos “cada cual en su orden”; Cristo resucitó el primero como cabeza de los escogidos y primicias de una cosecha; luego resucitarán todos aquellos que son de Cristo por la gracia. “Así como en Adán todos mueren, todos en Cristo serán vivificados”. Luego “vendrá el fin en que Cristo entregará al Padre ese reino conquistado con su sangre… Pues Cristo ha de reinar hasta que haya puesto a todos sus enemigos por peana de sus pies. La muerte será el último enemigo que será desbaratado. Y cuando todo esté sujeto al Padre por medio de Cristo, entonces el Hijo, mediante su humanidad, tributará sus homenajes a Aquel que le hizo Señor de todas las cosas, para que Dios sea todo en todos”. Cristo Jesús venció a la muerte en el día de su resurrección. “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?” La vencerá también en sus elegidos en la final resurrección.
“Entonces se acabará y consumará su obra, como cabeza de la Iglesia; “Cristo poseerá esa Iglesia a la que tanto amó, por cual “dio su vida, para que fuese gloriosa, sin arruga y sin mancha, pura e inmaculada”; el cuerpo místico habrá entonces “llegado enteramente a la plenitud de la edad de Cristo”. Entonces Cristo Jesús presentará a su Padre esa multitud de escogidos de los cuales El es el primogénito”.
Fuente: Dom Columba Marmión, Jesucristo, vida del alma, 1927.
“Es dogma de fe la resurrección de los muertos: Credo… carnis resurrectionem…vitam aeternam. Lo prometió Cristo: “Al que come mi carne y bebe mi sangre, le resucitaré en el postrero día”.
“Mas aún, Cristo ya ha resucitado, saliendo vivo y victorioso del sepulcro. Pues bien, al resucitar, Cristo nos resucitó con El. Lo he repetido ya: Al encarnarse el Verbo, unióse místicamente a todo el género humano, y con los escogidos forma un cuerpo del que El es la cabeza. Si nuestra cabeza ha resucitado, no sólo como miembros resucitaremos con El algún día, sino que al triunfar de la muerte el día de su resurrección, resucitó ya con El, en principio y de derecho, a todos los que creen en El. Oíd con qué claridad expone San Pablo esta doctrina: “Dios, que es rico en misericordia, por el excesivo amor con que nos amó, nos dio vida juntamente con Cristo, y nos resucitó con El, y nos hizo sentar sobre los cielos en Jesucristo”, pues no nos separa de El: Deus… conresuscitavit nos, et consedere fecit nos in caelestibus in Christo Jesu. Grande misericordia: que Dios nos ame en tan gran manera en su Hijo Jesucristo que no quiere separarnos de EL; que quiere que seamos semejantes a El, que participemos de su gloria, no sólo en cuanto al alma, sino también en cuanto al cuerpo.
“¡Con cuánta razón dice el gran Apóstol que Dios es rico en misericordia y que nos ama con amor inmenso! No basta a Dios saciar nuestra alma con una felicidad eterna; quiere que nuestra carne, al igual que la de su Hijo, participe de esa dicha sin fin; quiere adornarla con esas gloriosas prerrogativas de inmortalidad, agilidad, espiritualidad, con que resplandece la humanidad de Cristo al salir del sepulcro. Sí; llegará el día en que todos resucitaremos “cada cual en su orden”; Cristo resucitó el primero como cabeza de los escogidos y primicias de una cosecha; luego resucitarán todos aquellos que son de Cristo por la gracia. “Así como en Adán todos mueren, todos en Cristo serán vivificados”. Luego “vendrá el fin en que Cristo entregará al Padre ese reino conquistado con su sangre… Pues Cristo ha de reinar hasta que haya puesto a todos sus enemigos por peana de sus pies. La muerte será el último enemigo que será desbaratado. Y cuando todo esté sujeto al Padre por medio de Cristo, entonces el Hijo, mediante su humanidad, tributará sus homenajes a Aquel que le hizo Señor de todas las cosas, para que Dios sea todo en todos”. Cristo Jesús venció a la muerte en el día de su resurrección. “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?” La vencerá también en sus elegidos en la final resurrección.
“Entonces se acabará y consumará su obra, como cabeza de la Iglesia; “Cristo poseerá esa Iglesia a la que tanto amó, por cual “dio su vida, para que fuese gloriosa, sin arruga y sin mancha, pura e inmaculada”; el cuerpo místico habrá entonces “llegado enteramente a la plenitud de la edad de Cristo”. Entonces Cristo Jesús presentará a su Padre esa multitud de escogidos de los cuales El es el primogénito”.
Fuente: Dom Columba Marmión, Jesucristo, vida del alma, 1927.
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