“María ergo accépit libram unguénti nardi pístici pretiósi, et unxit pedes Jesu, et extérsit pedes ejus capíllis suis: et domus impléta est ex odóre unguénti…” (“Entonces María tomó una libra de ungüento de nardo puro y de gran precio, y derramólo sobre los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; llenándose la casa de la fragancia del perfume”. Joánnem 12, 1-9).
“Cada uno, donde y como Dios le llame, ha de hacer como aquella mujer de Betania que muestra su gran amor por el Señor rompiendo un frasco de nardo puro de gran precio. Es la muestra exterior de su gran amor por el Señor. Esta mujer no quiere reservarse nada, ni para sí, ni para nadie. En un gesto de entrega sin reservas, de amistad, de ternura profunda por Cristo. La casa se llenó de fragancia del perfume. De nosotros también quedarán las muestras de amor y entrega a Cristo. Sólo eso. Lo demás se irá perdiendo y pasará como agua de río.
“La generosidad con Dios se ha de manifestar en la generosidad con los demás: lo que hicisteis con uno de estos, conmigo lo hicisteis.
“Es propio de la generosidad saber olvidar con prontitud los pequeños agravios que se pueden producir durante la convivencia diaria; sonreír ya hacer la vida más amable a los demás, aunque se estén padeciendo contradicciones; juzgar con medida ancha y comprensiva a los demás; adelantarse en los servicios menos agradables del trabajo y de la convivencia; aceptar a los demás como son, sin estar excesivamente pendientes de sus defectos; un pequeño elogio, con el que, en ocasiones, podemos hacer mucho bien; dar un tono positivo a nuestra conversación y, si es el caso, a alguna posible corrección que debamos hacer; evitar la crítica negativa, frecuentemente inútil e injusta; abrir horizontes –humanos y sobrenaturales- a nuestros amigos, etc. Sobre todo, hay que facilitar el camino a quienes nos rodean para que se acerquen más a Cristo. Es lo mejor que podemos dar.
“Todos los días tenemos un tesoro para distribuir. Si no lo damos, lo perdemos; si lo repartimos, el Señor lo multiplica. Si estamos atentos, si contemplamos su vida, El nos descubrirá ocasiones de servir voluntariamente donde, quizá, pocos quieren hacerlo. Como Jesús en la Ultima Cena, que lavó los pies a sus discípulos, no nos detendremos ante los trabajos más modestos, que son con frecuencia los más necesarios, y cargaremos con las ocupaciones menos gratas.
“La Virgen no sólo fue generosa con Dios en grado sumo, sino también con todas aquellas personas con las que se encontró en su vida terrena. También de Ella se puede decir que pasó haciendo el bien. Lo mismo deberían decir de cada uno de nosotros”.
“Cada uno, donde y como Dios le llame, ha de hacer como aquella mujer de Betania que muestra su gran amor por el Señor rompiendo un frasco de nardo puro de gran precio. Es la muestra exterior de su gran amor por el Señor. Esta mujer no quiere reservarse nada, ni para sí, ni para nadie. En un gesto de entrega sin reservas, de amistad, de ternura profunda por Cristo. La casa se llenó de fragancia del perfume. De nosotros también quedarán las muestras de amor y entrega a Cristo. Sólo eso. Lo demás se irá perdiendo y pasará como agua de río.
“La generosidad con Dios se ha de manifestar en la generosidad con los demás: lo que hicisteis con uno de estos, conmigo lo hicisteis.
“Es propio de la generosidad saber olvidar con prontitud los pequeños agravios que se pueden producir durante la convivencia diaria; sonreír ya hacer la vida más amable a los demás, aunque se estén padeciendo contradicciones; juzgar con medida ancha y comprensiva a los demás; adelantarse en los servicios menos agradables del trabajo y de la convivencia; aceptar a los demás como son, sin estar excesivamente pendientes de sus defectos; un pequeño elogio, con el que, en ocasiones, podemos hacer mucho bien; dar un tono positivo a nuestra conversación y, si es el caso, a alguna posible corrección que debamos hacer; evitar la crítica negativa, frecuentemente inútil e injusta; abrir horizontes –humanos y sobrenaturales- a nuestros amigos, etc. Sobre todo, hay que facilitar el camino a quienes nos rodean para que se acerquen más a Cristo. Es lo mejor que podemos dar.
“Todos los días tenemos un tesoro para distribuir. Si no lo damos, lo perdemos; si lo repartimos, el Señor lo multiplica. Si estamos atentos, si contemplamos su vida, El nos descubrirá ocasiones de servir voluntariamente donde, quizá, pocos quieren hacerlo. Como Jesús en la Ultima Cena, que lavó los pies a sus discípulos, no nos detendremos ante los trabajos más modestos, que son con frecuencia los más necesarios, y cargaremos con las ocupaciones menos gratas.
“La Virgen no sólo fue generosa con Dios en grado sumo, sino también con todas aquellas personas con las que se encontró en su vida terrena. También de Ella se puede decir que pasó haciendo el bien. Lo mismo deberían decir de cada uno de nosotros”.
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