“Más aún; gozaremos de Dios en la medida y grado a que la gracia haya llegado en nosotros en el instante mismo en que salgamos de este mundo.
“No apartemos la vista de esta verdad: el grado de nuestra eterna bienaventuranza es y quedará estable para siempre, según le mismo grado de caridad a que hayamos llegado con la gracia de Cristo, cuando Dios nos saque de esta vida. Cada momento de ella es infinitamente preciso, pues basta para adelantar un grado en el amor de Dios, para elevarnos más en la dicha de la vida eterna.
“No digamos que un grado más o menos de gloria importa poco. ¿Hay algo que importe poco cuando se trata de Dios, de una dicha y una vida sin fin, de las que Dios mismo es la fuente? Si conforme a la parábola que Nuestro Señor mismo se dignó explicar, hemos recibido cinco talentos, no es para enterrarlos, sino para que den fruto y aumenten el caudal. Si Dios se atiene en la recompensa a nuestros esfuerzos para vivir en su gracia, para aumentar esa gracia en nosotros, ¿estará bien que nos contentemos con ofrecer a Dios una mies menguada y escasa? Cristo mismo nos lo enseña: “Mi Padre queda glorificado en que llevéis muchos frutos de santidad, que en el cielo serán para vosotros frutos de bienaventuranza” In hoc clarificatus est Pater meus ut fructum plurinum afferatis. Tan cierto es ello, que Cristo compara a su Padre con un viñador que por medio del padecimiento nos poda y limpia para que demos mayores frutos: Ut fructum plus afferat. ¿Tan menguado es nuestro amor a Cristo, que tengamos en poco ser miembros de su cuerpo místico, más o menos lúcidos, en la celestial Jerusalén? Cuanto más santos seamos, más glorificaremos a Dios durante toda la eternidad, mayor parte tendremos en el cántico de acción de gracias con que los elegidos loan a Cristo Redentor: Redimisti nos Domine.
“Vivamos despiertos para desviar los tropiezos que puedan amenguar nuestra unión con Cristo; miremos cómo dejamos que la acción divina penetre en todo nuestro ser y que la gracia de Dios obre tan sin trabas en nosotros, que nos haga “llegar a la plenitud de la edad de Cristo”. Oíd con qué viveza exhorta a sus caros filipenses San Pablo, que había sido arrebatado al tercer cielo: “Dios me es testigo de la ternura con que os amó a todos en las entrañas de Jesucristo, y lo que pido es que vuestra caridad crezca más y más… a fin de que os mantengáis puros y sin tropiezo hasta el día de Cristo, colmados de frutos de justicia por Jesucristo, a gloria y loor de Dios”: Et hoc oro ut caritas vestra magis ac magis abundet ut sitis… repleti fructu justitiae per Jesum Christum in gloriam et laudem Dei.
“Mirad sobre todo cómo él mismo se muestra como dechado admirable del cumplimiento de ese precepto. El gran Apóstol toca ya al fin de su carrera; el cautiverio que padece en Roma ha paralizado el curso de los muchos viajes que había emprendido para anunciar la buena nueva de Cristo; ya llega al término de sus luchas y trabajos, pero el misterio de Cristo, que ha revelado a tantas almas, vive en él con tanto fuego, que puede decir a los mismos filipenses: “Ya mi vivir es Cristo, y el morir me es ganancia”. (…).
“Y el Apóstol, rebosando caridad, aunque estaba encarcelado, termina con este urgente y conmovedor saludo: “Por tanto hermanos míos carísimos ya amabilísimos, que sois mi gozo y mi corona, perseverad así firmes en el Señor”.
Fuente: Dom Columba Marmión: Jesucristo, vida del alma, 1927.
“No apartemos la vista de esta verdad: el grado de nuestra eterna bienaventuranza es y quedará estable para siempre, según le mismo grado de caridad a que hayamos llegado con la gracia de Cristo, cuando Dios nos saque de esta vida. Cada momento de ella es infinitamente preciso, pues basta para adelantar un grado en el amor de Dios, para elevarnos más en la dicha de la vida eterna.
“No digamos que un grado más o menos de gloria importa poco. ¿Hay algo que importe poco cuando se trata de Dios, de una dicha y una vida sin fin, de las que Dios mismo es la fuente? Si conforme a la parábola que Nuestro Señor mismo se dignó explicar, hemos recibido cinco talentos, no es para enterrarlos, sino para que den fruto y aumenten el caudal. Si Dios se atiene en la recompensa a nuestros esfuerzos para vivir en su gracia, para aumentar esa gracia en nosotros, ¿estará bien que nos contentemos con ofrecer a Dios una mies menguada y escasa? Cristo mismo nos lo enseña: “Mi Padre queda glorificado en que llevéis muchos frutos de santidad, que en el cielo serán para vosotros frutos de bienaventuranza” In hoc clarificatus est Pater meus ut fructum plurinum afferatis. Tan cierto es ello, que Cristo compara a su Padre con un viñador que por medio del padecimiento nos poda y limpia para que demos mayores frutos: Ut fructum plus afferat. ¿Tan menguado es nuestro amor a Cristo, que tengamos en poco ser miembros de su cuerpo místico, más o menos lúcidos, en la celestial Jerusalén? Cuanto más santos seamos, más glorificaremos a Dios durante toda la eternidad, mayor parte tendremos en el cántico de acción de gracias con que los elegidos loan a Cristo Redentor: Redimisti nos Domine.
“Vivamos despiertos para desviar los tropiezos que puedan amenguar nuestra unión con Cristo; miremos cómo dejamos que la acción divina penetre en todo nuestro ser y que la gracia de Dios obre tan sin trabas en nosotros, que nos haga “llegar a la plenitud de la edad de Cristo”. Oíd con qué viveza exhorta a sus caros filipenses San Pablo, que había sido arrebatado al tercer cielo: “Dios me es testigo de la ternura con que os amó a todos en las entrañas de Jesucristo, y lo que pido es que vuestra caridad crezca más y más… a fin de que os mantengáis puros y sin tropiezo hasta el día de Cristo, colmados de frutos de justicia por Jesucristo, a gloria y loor de Dios”: Et hoc oro ut caritas vestra magis ac magis abundet ut sitis… repleti fructu justitiae per Jesum Christum in gloriam et laudem Dei.
“Mirad sobre todo cómo él mismo se muestra como dechado admirable del cumplimiento de ese precepto. El gran Apóstol toca ya al fin de su carrera; el cautiverio que padece en Roma ha paralizado el curso de los muchos viajes que había emprendido para anunciar la buena nueva de Cristo; ya llega al término de sus luchas y trabajos, pero el misterio de Cristo, que ha revelado a tantas almas, vive en él con tanto fuego, que puede decir a los mismos filipenses: “Ya mi vivir es Cristo, y el morir me es ganancia”. (…).
“Y el Apóstol, rebosando caridad, aunque estaba encarcelado, termina con este urgente y conmovedor saludo: “Por tanto hermanos míos carísimos ya amabilísimos, que sois mi gozo y mi corona, perseverad así firmes en el Señor”.
Fuente: Dom Columba Marmión: Jesucristo, vida del alma, 1927.
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