jueves, 2 de julio de 2009

La Oración, VI.

“La experiencia, empero, demuestra que a medida que un alma progresa en los caminos de la vida espiritual, el trabajo discursivo del raciocinio va aminorándose. ¿Por qué? Porque el alma, empapada en las verdades cristianas, no precisa reunir conocimientos sobre la fe; ya los posee, y no tiene otro trabajo que conservarlos y renovarlos por medio de santas lecturas.
“De aquí resulta que el alma, así empapada y colmada de las verdades divinas, no necesita entretenerse en prolongadas consideraciones; ya es dueña de todos los elementos materiales de la oración; sin otra preparación, y sin el trabajo discursivo, que necesitan por lo regular las que aún no han adquirido tales conocimientos, puede entrar en conversación con Dios.
“Esta ley de experiencia no está exenta, naturalmente, de excepciones, que se deben cuidadosamente respetar. Hay almas muy aventajadas en los caminos de la vida espiritual que ni saben ni pueden ponerse en oración sin ayuda de un libro; la lectura les sirve, por decirlo así, como de cebo o alimento; no deben, por tanto, abandonarla; otras almas no saben conversar con Dios si no es por medio de la oración vocal; habría, pues, inconveniente en aconsejarles otro medio; mas, por lo general, es evidente que, a medida que el alma progresa en la luz de la fe y en fidelidad, la acción del Espíritu Santo toma mayores proporciones, y cada vez siente menos la necesidad de recurrir al raciocinio para encontrar a Dios.
“Sucede esto sobre todo, y la experiencia lo demuestra, respecto a aquellas almas que tienen un conocimiento más arraigado y más desarrollado de los misterios de Cristo.
“Véase lo que San Pablo escribía a los primeros cristianos: “Permanezcan en vuestros corazones y con abundancia las palabras de Cristo”: Verbum Christi habitet abundanter in cordibus vestris.
“El gran Apóstol deseaba esto a fin de que los fieles “se instruyesen y amonestasen mutuamente unos a otros con sabiduría”. Pero esta exhortación viene muy bien para nuestras relaciones con Dios. ¿Cómo?
“La palabra de Cristo está contenida en los Evangelios, los cuales encierran, juntamente con las Epístolas de San Pablo y de San Juan, la exposición más sobrenatural, por ser inspirada en los misterios de Cristo. Allí encuentra el hijo de Dios los mejores emblemas de su adopción divina los mejores emblemas de su adopción divina y el ejemplar más directo de su conducta. Jesucristo se nos manifiesta en su existencia terrestre, en su doctrina, en su amor. Allí encontramos la mejor fuente para conocer a Dios, su naturaleza, sus perfecciones, sus obras: Illuxit in cordibus nostris, in facie Christi Jesu. Jesucristo es la gran revelación de Dios al mundo. Dios nos dice: “Este es mi hijo muy amado, escuchadle”: Ipsum audite. Como si nos dijese: “Si queréis darme gusto, mirad a mi Hijo, visitadle; no os pido otra cosa, porque en eso estriba vuestra predestinación, en que seáis como mi Hijo”.
Fuente: Dom Columba Marmión, Jesucristo, vida del alma, 1927.

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