sábado, 18 de octubre de 2008

Domingo XXIII después de Pentecostés (Semidoble - Ornamentos verdes)


Sequéntia sancti Evangélii secúndum Matthæum. (Mt. 9, 18-26)

En aquel tiempo: mientras hablaba Jesús a las turbas, llegóse a Él un príncipe, y lo adoró diciendo: "Señor, acaba ahora morir mi hija; pero ven, pon tu mano sobre ella, y vivirá. Levantóse Jesús y le fue siguiendo, acompañado de sus discípulos. Al mismo tiempo, una mujer que padecía doce años flujo de sangre, llegándose por detrás, tocó la orla de su vestido. Porque se decía: "Si logro tocar tan sólo su vestido, quedaré sana". Volviéndose Jesús, díjola al verla: "Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado." Y quedó sana la mujer desde aquella hora. Cuando llegó, Jesús a la casa de aquel príncipe, y vio a los tañedores de flautas y la multitud, alborotada, dijo: "Retiraos pues la muchacha no está muerta, sino que duerme(2)". Y se burlaban de Él. Expulsada la turba(3), entró Jesús y tomó a la joven por la mano, levantándose ésta al instante. Y la fama d e este milagro corrió por toda aquella comarca.


(2) En realidad, la niña estaba muerta; pero Jesús les quería significar que su muerte iba a durar menos que un sueño, por virtud de su omnipotencia. Y así también, comparada con la eternidad, la muerte de los hombres es un sueño fugaz, del que Jesucristo, Dios de vivos y muertos, nos despertará el día de la resurrección universal.
(3) En la soledad y en el silencio es donde Dios obra sus mayores milagros. La gente y el alboroto del mundo estorban.

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