Dedicamos este capítulo a la memoria del Beato Juan XXIII toda vez que hoy recordamos su elección como Sumo Pontífice aquel día 28 de octubre de 1958.
Siguiendo con nuestra presentación de la lengua madre de los idiomas romances y lengua de la Iglesia Católica y Romana, vamos a recordar ahora para nuestros lectores un documento esencial para el conocimiento de la importancia de esta lengua en la vida eclesial. Ya lo mencionábamos en nuestra anterior entrada (Latín, por siempre latín); se trata de la Constitución apostólica “Veterum sapientia” del Beato Juan XXIII de fecha 22 de febrero de 1962, sobre el renacimiento, el estudio y uso del latín. Este documento del magisterio del Papa Bueno esta expedido algunos meses antes del inicio del Concilio Vaticano II, pues este fue inaugurado en el mes de octubre de ese año. El texto está divido en dos partes; la primera se refiere a las excelencias y méritos de la lengua latina, mientras que la segunda aborda las disposiciones del Papa para un renacimiento y del uso del latín.
En la primera sección, el Papa Juan XXIII afirma que los idiomas clásicos –griego y latín- y otras venerables lenguas, han sido una herencia preciosa transmitida a la Iglesia. De todas ellas, la lengua del Lacio destaca, ya que “llegó a ser más tarde admirable instrumento para la propagación del cristianismo en Occidente”. Seguidamente, el Beato Juan XXIII explicita porqué la lengua latina por su naturaleza es el instrumento eficaz para “promover cualquier forma de cultura en cualquier pueblo”, además de que se caracteriza por “un estilo conciso, variado, armonioso, lleno de majestad y dignidad”. De lo anterior se deduce la razón por la que la Iglesia “se ha preocupado siempre de conservar con celo y amor la lengua latina, ya la ha estimado digna de usarla ella misma, como espléndido ropaje de la doctrina celestial y de las santísimas leyes, en el ejercicio de su sagrado ministerio, así como de que la usaran sus ministros”. ¡Qué sabias y elocuentes palabras del Sumo Pontífice, a quien sólo algunos recuerdan por haber echado a andar el concilio y sus grandes encíclicas “Mater et magistra” y “Pacem in terris”, olvidándose de esta pieza donde privilegia en grado sumo la importancia de la lengua latina como signo de nuestra catolicidad!
Recordando a su predecesor el Papa Pío XI, argumenta que la Iglesia necesariamente ha requerido de un instrumento en consonancia con su misma naturaleza para “abrazar en su seno a todas las naciones”, esto es, de una lengua universal, inmutable, no popular. El Papa Bueno, inmediatamente, explica dichas dotes de la lengua latina. En efecto, es lengua universal por cuanto es la lengua que permite la comunicación de las distintas Iglesias del mismo rito latino en comunión con el Obispo de Roma; la lengua latina, sostiene, es “aceptada y grata a todos los pueblos como voz de la madre común”. Es, además, una lengua inmutable, necesaria para la expresión de las verdades de la iglesia, que no puede apoyarse en las otras lenguas modernas por su mutabilidad. Es por ello que la lengua latina es “tesoro incomparable y clave de la tradición”, que “une en inalterable continuidad a la Iglesia de hoy con la de ayer y de mañana”. ¡Qué profético el Papa Juan XXIII!, pues sus palabras encuentran resonancias en la hermenéutica de la continuidad de que habla el Papa reinante, Benedicto XVI.
El párrafo siguiente es de antología desde el punto de vista no sólo magisterial, sino pedagógico. Emulando a la encíclica más arriba, podríamos decir que aquí el Papa Bueno se muestra como realmente lo fue: ¡Pater et Magíster! de la Iglesia que el Señor le confió. La lengua latina tiene “eficacia formativa”, dice, porque “cultiva, madura y perfecciona las mejores facultades del espíritu; da destreza de mente y fineza de juicio; ensancha y consolida a las jóvenes inteligencias para que puedan abrazar y apreciar justamente todas las cosas y, por último, enseña a pensar y hablar con orden sumo” ¡Párrafo magistral! Hoy cuando en muchos centros de estudios aniversarios se menoscaban las humanidades, y especialmente la enseñanza de la lengua madre, las palabras de Juan XXIII resuenan con toda la prístina pureza de un alma iluminada por el Espíritu Santo para indicarnos a cada uno de nosotros de la necesidad de volver a mirar lo que está en el fundamento de nuestra cultura occidental y cristiana: la lengua del Lacio. Estas mismas palabras debieran resonar fuerte en los oídos de los formadores de nuestros seminarios para que la lengua de la Iglesia no sufra detrimento a favor de disciplinas que muchas veces nada aportan a la formación de un futuro ministro de Dios. Estas mis palabras, están apoyadas en el propio Beato Juan XXIII como lo consignaremos a continuación.
La primera parte de la “Veterum sapientia” concluye afirmando que por anteriores méritos la Iglesia la ha sostenido y ponderado siempre, y a “prescrito su estudio y su uso a los sagrados ministros del clero secular y regular, denunciando claramente los peligros que se derivan de su abandono”.Finalmente, Juan XXIII a guisa de conclusión parcial y con la autoridad emanada de su magisterio petrino y haciendo uso del plural mayestático exhorta vivamente a su estudio, a restituirla en su dignidad y un uso mantenido frente a los que se han deslumbrado con la modernidad.
En la primera sección, el Papa Juan XXIII afirma que los idiomas clásicos –griego y latín- y otras venerables lenguas, han sido una herencia preciosa transmitida a la Iglesia. De todas ellas, la lengua del Lacio destaca, ya que “llegó a ser más tarde admirable instrumento para la propagación del cristianismo en Occidente”. Seguidamente, el Beato Juan XXIII explicita porqué la lengua latina por su naturaleza es el instrumento eficaz para “promover cualquier forma de cultura en cualquier pueblo”, además de que se caracteriza por “un estilo conciso, variado, armonioso, lleno de majestad y dignidad”. De lo anterior se deduce la razón por la que la Iglesia “se ha preocupado siempre de conservar con celo y amor la lengua latina, ya la ha estimado digna de usarla ella misma, como espléndido ropaje de la doctrina celestial y de las santísimas leyes, en el ejercicio de su sagrado ministerio, así como de que la usaran sus ministros”. ¡Qué sabias y elocuentes palabras del Sumo Pontífice, a quien sólo algunos recuerdan por haber echado a andar el concilio y sus grandes encíclicas “Mater et magistra” y “Pacem in terris”, olvidándose de esta pieza donde privilegia en grado sumo la importancia de la lengua latina como signo de nuestra catolicidad!
Recordando a su predecesor el Papa Pío XI, argumenta que la Iglesia necesariamente ha requerido de un instrumento en consonancia con su misma naturaleza para “abrazar en su seno a todas las naciones”, esto es, de una lengua universal, inmutable, no popular. El Papa Bueno, inmediatamente, explica dichas dotes de la lengua latina. En efecto, es lengua universal por cuanto es la lengua que permite la comunicación de las distintas Iglesias del mismo rito latino en comunión con el Obispo de Roma; la lengua latina, sostiene, es “aceptada y grata a todos los pueblos como voz de la madre común”. Es, además, una lengua inmutable, necesaria para la expresión de las verdades de la iglesia, que no puede apoyarse en las otras lenguas modernas por su mutabilidad. Es por ello que la lengua latina es “tesoro incomparable y clave de la tradición”, que “une en inalterable continuidad a la Iglesia de hoy con la de ayer y de mañana”. ¡Qué profético el Papa Juan XXIII!, pues sus palabras encuentran resonancias en la hermenéutica de la continuidad de que habla el Papa reinante, Benedicto XVI.
El párrafo siguiente es de antología desde el punto de vista no sólo magisterial, sino pedagógico. Emulando a la encíclica más arriba, podríamos decir que aquí el Papa Bueno se muestra como realmente lo fue: ¡Pater et Magíster! de la Iglesia que el Señor le confió. La lengua latina tiene “eficacia formativa”, dice, porque “cultiva, madura y perfecciona las mejores facultades del espíritu; da destreza de mente y fineza de juicio; ensancha y consolida a las jóvenes inteligencias para que puedan abrazar y apreciar justamente todas las cosas y, por último, enseña a pensar y hablar con orden sumo” ¡Párrafo magistral! Hoy cuando en muchos centros de estudios aniversarios se menoscaban las humanidades, y especialmente la enseñanza de la lengua madre, las palabras de Juan XXIII resuenan con toda la prístina pureza de un alma iluminada por el Espíritu Santo para indicarnos a cada uno de nosotros de la necesidad de volver a mirar lo que está en el fundamento de nuestra cultura occidental y cristiana: la lengua del Lacio. Estas mismas palabras debieran resonar fuerte en los oídos de los formadores de nuestros seminarios para que la lengua de la Iglesia no sufra detrimento a favor de disciplinas que muchas veces nada aportan a la formación de un futuro ministro de Dios. Estas mis palabras, están apoyadas en el propio Beato Juan XXIII como lo consignaremos a continuación.
La primera parte de la “Veterum sapientia” concluye afirmando que por anteriores méritos la Iglesia la ha sostenido y ponderado siempre, y a “prescrito su estudio y su uso a los sagrados ministros del clero secular y regular, denunciando claramente los peligros que se derivan de su abandono”.Finalmente, Juan XXIII a guisa de conclusión parcial y con la autoridad emanada de su magisterio petrino y haciendo uso del plural mayestático exhorta vivamente a su estudio, a restituirla en su dignidad y un uso mantenido frente a los que se han deslumbrado con la modernidad.
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