¿Qué decíais, oh Ángeles del cielo, cuando visteis a la Majestad y Sabiduría infinita tan vilmente despreciada en casa de Herodes y en el pretorio de Pilatos? ¿Cómo? ¡Vos, oh Jesús mío, vestido de ropa blanca y tenido por loco! ¡Vos, Rey de cielos y tierra, conducido así por las calles de Jerusalén, cargado de oprobios e ignominias! ¡Vos, el Hijo de Dios, pospuesto al más vil facineroso! Pero ¡ay de mí! ¡yo también os he tratado de necio, prefiriendo las locas máximas del mundo a vuestra ley sapientísima! ¡Yo también ingrato os he abandonado y pospuesto a un vil interés, a un sucio deleite, a un puntillo de honra por un miserable ¡qué dirán! ¡Ay!, merecía estar por siempre privado de vuestra presencia amabilísima; pero, ya que por mí sufristeis escarnios tan crueles, tened compasión de mí y de las pobres Ánimas del Purgatorio. Sí, Jesús mío; por esas vuestras ignominias curad mi loca vanidad y soberbia; por aquel grito tremendo que oísteis en casa del juez, gritando todos a una voz: Crucificadle, crucificadle, haced que yo crucifique mis pasiones, para que, junto con las Ánimas del Purgatorio, logre un día alabaros eternamente en la gloria. Amén. Para más obligaros, os saludamos con cinco Padre nuestros, cinco Ave Marías y un Gloria Patri.
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