El que esto escribe era un náufrago de las tormentas de la vida. Herido por crueles desgracias en la edad en que principia la vejez, se ahogaba en honda amargura. Necesitaba consuelo y no podía recibirlo, porque en su corazón no había sitio sino para el dolor. Necesitaba esperanza y no sabía donde buscarla, porque su alma estaba privada de la fe que señala al hombre destinos más altos que los que se cumplen en esta morada transitoria fe la tierra.
En esos días dolorosos, de impenetrable oscuridad espiritual, encontrándose en peligro de muerte, la misericordia divina llegó hasta él y le llevó el auxilio de cristiana caridad, no solo para salvarle la vida, sino también para demostrarle cómo se puede tener paz, en medio de los mayores contratiempos, cuando se sabe ofrecer las mortificaciones a Dios con limpio y sencillo corazón. Esa divina misericordia le inspiró en seguida el propósito de ocuparse en su transformación interior y puso entonces en sus manos el Nuevo Testamento, al mismo tiempo que le daba la voluntad de estudiar los textos evangélicos y el entendimiento necesario para comprender el espíritu de la doctrina de Cristo crucificado.
Y Jesús, que resucitaba a los muertos, que devolvía la vista a los ciegos, dio la resurrección y la luz a esta alma muerta, le trajo consuelo con el ejemplo de los padecimientos que él hizo suyos para redimir al linaje humano y le trajo esperanza con la promesa de la verdadera vida en el gozo, que no se acaba y que siempre es nuevo, de la contemplación de Dios.
Jesús dijo: Venid a mí todos los que estáis agobiados por la tribulación y el dolor y yo os aliviaré. Tomad mi yugo; aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis reposo para vuestras almas (Matth. XI, 28-29).
En el Evangelio está trazada, con la aureola luminosa de las palabras y las obras de Jesús, la única senda que permite ir a El para recibir de su misericordia este alivio de los sufrimientos, esta paz del alma que, junto con suavizar las penas, apacigua todo mal sentimiento y fortalece, con la gracia de Dios, para perseverar en la práctica del bien.
(Texto final del Prefacio a su obra Vida de Jesús por el Sr. D. Francisco Valdés Vergara, 1909).
Nihil obstat a la obra:
Señor Vicario General:
En cumplimiento de la comisión de 24 de agosto próximo pasado, con que V. S. ha querido honrarme, he estudiado con detenimiento la Vida de Jesús, extractada de los cuatro Evangelios por el Sr. D. Francisco Valdés Vergara.
En ella propínese el autor facilitar, en cuanto sea posible, al pueblo, especialmente a los niños, y sirviéndose de los mismos términos de los Evangelistas, el conocimiento de los hechos y de las enseñanzas del Divino Redentor.
A mi juicio, la obra llena cumplidamente este objeto, y por lo mismo es digna de toda recomendación.
Dios guarde a V. S.
Luis Vergara Donoso.- Santiago, 28 de septiembre de 1909.
Visto el informe favorable del presbítero D. Luis Vergara Donoso, concédese licencia para la publicación de la Vida de Jesús que ha extractado de los cuatro Evangelios D. Francisco Valdés Vergara.
Tómese razón.
Román, V. G.
Silva C., Secretario.
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