martes, 5 de octubre de 2010

San Francisco, el hombre eterno.

Durante los tiempos medievales, como es sabido, la poesía era de carácter oral y su transmisión correspondía a los recitadores o juglares. Más tarde, cuando aparecen los poetas cultos más de uno de ellos se definirá como “juglar de la Virgen”, tal como lo dice el poeta y monje español Gonzalo de Berceo. Releyendo la obra del celebrado poeta y agudísimo novelista y pensador inglés, Gilbert Keith Chesterton (1874-1936), y converso al catolicismo, acerca de Francesco Bernardone, conocido en la historia del cristianismo como Francisco de Asís, el autor lo llama “el juglar de Dios”, ya que cuando el santo y sus compañeros espirituales salieron a predicar el Evangelio, su jefe les llamaba los juglares de Dios.
La biografía de Francisco es por todos conocida y uno de sus primeros hagiógrafos, Tomás de Celano, hace notar que Dios suscitó en un tiempo en que el espíritu del Evangelio se había olvidado casi por todas partes, la persona de Francisco para que denunciara “la necedad de la sabiduría del mundo, y por la predicación de la locura de la Cruz de Cristo, conquistara a los hombres para la sabiduría de Dios”. En 1209, Francisco comenzó a anunciar el Evangelio en Asís y pronto contó con discípulos que le acompañaron en la misión que Dios le había encomendado. De acuerdo a la historia, en un principio el pobrecito de Asís no pensó fundar una orden, pero luego se vio obligado a reglamentar sencillamente el estilo de vida que estaban asumiendo él y sus seguidores, basándose fundamentalmente en la humildad y la pobreza, reflejados ambos rasgos en el título de frailes menores con que quiso que se reconociese a sus discípulos. La regla fue aprobada por el Papa Inocencio III.
Los frailes menores tenían como principal actividad predicar la penitencia y la paz de ciudad en ciudad; es decir, el franciscano en su origen, en nada se asemejaba a los monjes del Medievo que eran de vida monacal. Francisco, por el contrario, quiso tan solo formar predicadores ambulantes que viviesen estrictamente el espíritu evangélico y que recorriesen los caminos de dos en dos, tal como lo exigía la letra del Evangelio. Así, los frailes menores predicaban en las iglesias, pero con mayor frecuencia en las plazas y en las calles de las ciudades. Tomás de Celano escribe que a las prédicas de Francisco acudían hombre y mujeres para oírlo, ya que en un lenguaje popular y pintoresco llamaba a la conversión. Celano anota que “los monjes descendían de los monasterios de las montañas. Los hombres más versados en el cultivo de las letras quedaban admirados. Hubiérase dicho que una luz nueva irradiaba del cielo a la tierra”.
En la hagiografía de Francisco de Asís destaca su relación con la creación, ya que para él todas las creaturas manifiestan la sabiduría, poder y bondad de Dios, y cada una lo alaba a su manera. Amaba profundamente a todas las creaturas y su alma estaba abierta a todo el universo, y por eso presta sus labios para que todas las creaturas alaben al Creador. Su hermoso Cántico de las creaturas, expresa líricamente este espíritu de alabanza y de bendición: “Omnipotente, Altísimo, bondadoso Señor,/ tuyas son la alabanza, la gloria y el honor,/ tan sólo Tú eres digno de toda bendición, / y nunca es digno el hombre de hacer de Ti mención”. Chesterton sostiene que este cántico “es una obra extraordinariamente característica. Podría reconstruirse mucho de la personalidad de San Francisco con sólo aquella obra”, mientras que otro autor afirma que el “Cántico de las creaturas es la columna sonora de un concierto sinfónico de amor hacia toda la humanidad”. También la llamada “Oración simple” del santo de Asís lo refleja enteramente en su personalidad y santidad.
Releer “San Francisco de Asís. El hombre eterno” del escritor inglés G. K. Chesterton, permite acercarse al Poverello y conocer a una figura señera de la Iglesia Católica.

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