domingo, 10 de octubre de 2010

Domingo XX después de Pentecostés.

(II clase, verde) Gloria, Credo y prefacio de la Santísima Trinidad.
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Como los tres jóvenes, ilesos en la hoguera del tirano, "llenos del Espíritu Santo", cantemos himnos a Dios que nos salva.
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Propio de la Sancta Missa
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Reflexión
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En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
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El Evangelio de la Sancta Missa nos muestra la curación del hijo de un cortesano. La condición que pone el Salvador para la curación es la fe: fe de parte de todos en general, y en especial la exige al cortesano, para que su hijo sea curado. Apenas formula el cortesano su petición, prorrumpe el Salvador en estas palabras: Está bien: milagros, y grandes milagros deben de ser obrados; de otro modo no creéis en mí (Jn IV, 48). Los judíos, siguiendo el ejemplo de los samaritanos que creyeron sin milagro alguno, debieran haber creído en Jesús por el testimonio del Bautista y por su autorrevelación; mas en atención a su anhelo por los milagros, y teniendo en cuenta que en la mayor parte de los casos no los pedían con mala intención, como los fariseos, sino movidos por la necesidad, el Señor accedía bondadosamente a sus ruegos.
Este señala aquí la significación y el objeto de los milagros, que no son otros que despertar y robustecer la fe. La reprensión que envuelven las palabras de Cristo va dirigida a los judíos, pero, para el cortesano, no es más que una prueba y un medio de animarle a la fe. En concreto, la condición consistió en que, bajo su palabra, creyera y tuviese por seguro que, al volver a su casa encontraría vivo y sano a su hijo, sin necesidad de que el Salvador fuese con él. En esto demostró el Salvador su sabiduría y su bondad; no se contentó con curar milagrosamente al enfermo, sino que también quiso curar el alma del padre, por la fe y la confianza.
La curación de este joven es uno de los pocos milagros que obró el Salvador sin su presencia personal en el lugar del hecho, y es por consiguiente un milagro absoluto, que por lo tanto demuestra la omnipotencia divina del Salvador, la cual puede obrar por todas partes y sean cuales fueren las circunstancias.
El milagro fue comprobado por la noticia dada por los criados a su señor, de que la curación había tenido lugar a las siete de la mañana, o sea, al tiempo mismo que Jesús aseguró que el joven estaba curado. Caná dista de Cafarnaúm unas siete u ocho horas. La palabra ayer debe, pues, entenderse en el mismo sentido usado por nosotros, o bien, por cuanto los judíos empezaban el día, la víspera anterior, debe entenderse el día mismo en que el cortesano habló con el Señor.
De todos modos, y sea esto lo que fuere, esta curación es un milagro importante y trascendental; primeramente, porque sus circunstancias demuestran la fama de que ya entonces gozaba el Salvador; en segundo lugar, por la manera de realizarse, o sea, sin la presencia personal de Cristo en el lugar donde el hecho se realizó; tercero, por la posición del hombre cortesano; y finalmente por los efectos que de él se siguieron, o sea que toda la familia creyó en Cristo. Seguramente que este ejemplo y la fama del milagro atrajo también a otros al Salvador.
Este hecho, como muchos otros, demuestra las ventajas de las contrariedades y tribulaciones temporales. Estas nos hacen pensar en Dios, aspirar a Él y buscarlo. Las dichas temporales nos hacen olvidar fácilmente a Dios. Pero las desgracias nos hacen sensibles, tiernos y humildes. El cortesano busca él mismo al Salvador y le ruega humildemente y repetidas veces. Nos inclinan también a la fe y a la confianza. Aunque, al principio, la fe del cortesano distaba mucho de ser perfecta, por cuanto creía que la presencia del Salvador era necesaria para curar a su hijo; pero fácilmente aceptó y cumplió la condición de creer sinceramente que su hijo estaba sano o sanaría por la simple palabra de Cristo.
Las tribulaciones, en fin, nos hacen agradecidos y despiertan nuestro celo por las almas. El buen cortesano gano a toda su familia para el Salvador, y así la desgracia contribuye también para servicio y honra de Dios.
Pidamos al Señor avive nuestra fe cual la del cortesano. Que así sea.
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En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

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