Este domingo se llama de Quasimodo por las primeras palabras del Introito, o in Albis, porque los neófitos (adultos recién bautizados; en la antigüedad, en los comienzos del Cristianismo, había más bautismos de adultos que de niños) acababan de dejar sus blancas túnicas. La Iglesia compara a sus hijos con los niños recién nacidos y esa leche que les da de beber (Introito) es la fe en Jesús que les hará triunfar sobre el mundo. Esa fe tiene por fundamento el testimonio del Padre, que en el bautismo de Cristo (agua) le había ya proclamado Hijo suyo; del Hijo, que en la Cruz (sangre), se mostró verdaderamente Hijo del Padre; y del Espíritu Santo (fuego), el cual atestigua por la Resurrección de Jesús la divinidad del Salvador (Epístola).
También nos muestra el Evangelio cómo Cristo, que se apareció dos veces en el Cenáculo, después de confundir la incredulidad de Tomás, alabó a los que, sin haber visto, creen en Él.
Creamos nosotros en Jesús resucitado, y repitamos en presencia de la divina Eucaristía, donde está real y verdaderamente, aquel grito de fe y de humildad de Sto Tomás: "¡Señor mío y Dios mío!"
Cristo ha muerto por nuestros pecados; pero también ha resucitado para revestirnos de su justicia y devolvernos el derecho perdido a la herencia. "¡En tu resurrección, oh Cristo, se alegren cielos y tierra!" porque todos juntamente con Él resucitamos. Que estas alegrías pascuales perduren en nosotros y dejen impresa honda huella en nuestras almas.
Ya hace ocho días que vimos surgir vencedor de la muerte y del infierno. Cada domingo renovemos y honremos la memoria de su Santa Resurrección. Pidamos una gracia, gracia que las resume todas; gracia que tantas veces implora la liturgia de estos sacratísimos días: ut Sacramentum vivendo teneant; que estas fiestas pascuales y las gracias celestiales que en ellas llueven a torrentes, moribus et vita teneamus. Lo que equivale a aquella amonestación que el sacerdote nos dirigió al bautizarnos: serva baptismum tuum, guarda blanca la túnica de tu bautismo, y encendida la luz de la fe que en él se te dió; para que cuando el Esposo venga a llamarte a las bodas, puedas seguirle con todos sus Santos a los palacios del cielo y tener la vida eterna, y el gozo por los siglos de los siglos. ¡Amén, amén. Fiat, fiat!
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