sábado, 31 de julio de 2010

Agnus Dei

El celebrante, después de la fracción de la Hostia, dice (en las misas solemnes el Coro canta) tres veces las palabras con que San Juan Bautista mostró a Jesús a sus discípulos: Cordero de Dios que borras los pecados del mundo, y agrega: ten piedad de nosotros, ten piedad de nosotros, danos la paz. Desde el siglo XVI, al decir ten piedad de nosotros se golpea el pecho. En las misas de difuntos, en lugar de ten piedad de nosotros, dice: dales el descanso…dales el descanso eterno.
El Agnus se dice en la Misa desde el siglo VII; en el siglo XI, se prescribió que en el último Agnus se pidiera la paz.
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Oración de la Paz.
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En esta oración, que es un comentario al último Agnus, el celebrante pide a Jesús que dijo a sus Apóstoles: La paz os dejo, mi paz os doy que no considere sus pecados, sino la fe de su Iglesia.
En las Misas solemnes, el sacerdote besa el altar, da el abrazo de paz al diácono diciendo: La paz sea contigo; y con tu espíritu, le responde el diácono; este la da al subdiácono quien la lleva al Coro. Antiguamente circulaba el ósculo de paz por todo el pueblo, pero desde el siglo XIII, sólo quedó reservado a los clérigos y al Coro.
El Jueves y Viernes Santo no hay ósculo de la paz, como protesta frente al beso traidor de Judas ni el Sábado Santo, porque sólo después de la Resurrección Jesús saludaba a sus Apóstoles diciéndoles: La paz sea con vosotros.
Desde el siglo IV, la paz se da antes de la Comunión, porque nadie que tenga algo contra su hermano puede acercarse al gran Sacramento.
En las Misas de difuntos no se dice esta oración, ni se da la paz, porque no había comunión de los fieles.
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Oraciones antes de la Comunión.
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En estas dos últimas oraciones que sólo son del siglo XIII, el sacerdote pide a Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que por su Cuerpo sacrosanto, y por su Sangre lo libre de los pecados y demás males, que siempre permanezca unido a los mandamientos, que la Comunión no sea motivo de juicio y condenación, sino que le aproveche para defensa del alma y del cuerpo.

viernes, 30 de julio de 2010

La Comunión.

La quinta parte comprende: la preparación a la Comunión y la Comunión.
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Preparación a la Comunión.
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Las oraciones que se rezan como preparación a la Comunión son: el Pater noster, el Libera nos, el Pax Domini, con la fracción de la Hostia, el Agnus Dei, la oración de la paz y las dos oraciones antes de la Comunión.
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El Pater noster.
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Dios ya se ha aplacado por el sacrificio ofrecido y se va a dar en la Santa Comunión. El sacerdote comienza a prepararse diciendo el Padrenuestro, la oración enseñada y mandada por Nuestro Señor Jesucristo, en la que se hace referencia también a la Santa Eucaristía. San Gregorio Magno ordenó que fuera precedida de un prólogo breve: Amonestaos con preceptos saludables e instruídos por la enseñanza divina, nos atrevemos a decir: Padre nuestro… ¡En verdad, este prólogo conviene a esta oración en la que llamamos Padre al Dios altísimo!
El Coro o el acólito en nombre de los fieles, dice al final: Mas líbranos del mal.
Hasta el siglo VI se decía el Padrenuestro inmediatamente antes de la Comunión. San Gregorio Magno ordenó recitarlo a continuación del Canon.
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El Libera nos.
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El Libera nos es una paráfrasis de las últimas palabras del Padrenuestro: Líbranos de todos los males pasados, presente y futuros. Luego por intercesión de María Santísima, de los Apóstoles Pedro y Pablo, y de Andrés y de todos los Santos, ruega a Dios que les dé propicio la paz, para que, ayudados de su misericordia, jamás sean esclavos del pecado.
El sacerdote toma la patena, se signa con ella y la besa, porque en ella se va a depositar el Cuerpo Sacrosanto del Señor. En las misas solemnes, el subdiácono, que la tenía desde el Ofertorio, la entrega al diácono quien la entrega al celebrante. Antiguamente se cantaba esta oración en el mismo tono que el Pater noster, como se ha conservado la costumbre de hacerlo el Viernes Santo en la Misa de Presantificados.
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La fracción del pan.
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La fracción del pan se hace en recuerdo de la fracción del pan que hizo Nuestro Señor Jesucristo en la última Cena. Los discípulos de Emaús conocieron al Señor en la fracción del pan, expresión que se empleó primitivamente para designar la Santa Misa y Eucaristía.
El sacerdote divide la Hostia en tres partes, una de las cuales (la más pequeña) la toma con los dedos pulgar e índice de la mano derecha, hace tres cruces sobre el Cáliz, diciendo: La paz del Señor sea siempre con vosotros, y la echa la Cáliz diciendo: Esta mezcla y consagración del Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, dé la vida eterna a nosotros que la recibimos.
Antiguamente se mezclaba con el Cáliz un fragmento de Hostia consagrada en la Misa anterior, queriendo significar así la unidad y perpetuidad del sacrificio. Este fragmento se llamaba Sancta y se presentaba al Pontífice para la adoración cuando llegaba al presbiterio, mientras se cantaba el Introito. El Papa enviaba un fragmento de la Hostia a los Obispos suburbicarios y a los sacerdotes de las iglesias de Roma: este fragmento, llamado fermentum, es el que debían echar en el Cáliz en este momento.
La fracción de la Hostia simboliza la muerte del Señor en la Cruz, y la mezcla del pan y del vino, su pronta Resurrección.

jueves, 29 de julio de 2010

Supplices te rogamus.

El sacerdote profundamente inclinado, suplica al Padre que estos dones sean llevados por manos de su Santo Ángel a su sublime altar del cielo, ante su presencia divina, para que el sacrificio del Cuerpo y la Sangre de su Hijo produzca fruto, gracia y bendición celestial en lo que lo ofrecen.
La Iglesia, inspirada en los libros santos, ha querido presentar a Dios sus oraciones por el ministerio de los Ángeles. Este Ángel, de que se habla, según algunos, es el Ángel que San Juan vio en su visión Apocalíptica llevando al cielo los sacrificios de la tierra, ofreciendo incienso y perfumes en el altar del cielo; según otros, es el mismo Jesucristo, el Ángel del Testamento.
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Memento.
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El sacerdote interrumpe de nuevo el Canon para rogar por los difuntos, a fin de que reciban los frutos del sacrificio: los difuntos no pueden unirse al sacrificio.
Antiguamente el diácono leía los nombres de los difuntos más esclarecidos, escritos en los dípticos de que ya hemos hablado. En el siglo XVI desapareció esta costumbre y ruega por ellos el sacerdote solo: Acuérdate, también, Señor de tus siervos y siervas N y N que nos precedieron con la señal de la fe, y duermen ya el sueño de la paz. Pedímoste, Señor, que a estos y a todos los que descansan en Cristo les concedas el lugar del refrigerio, de la luz y de la paz. Por el mismo Cristo Nuestro Señor. Amén.
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Nobis quoque peccatoribus.
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El sacerdote levantando la voz (única vez durante el Canon) para llamar la atención de los fieles y golpeándose el pecho, como pecador arrepentido, pide al Padre para sí y para todos los fieles un lugar en compañía de los Santos Apóstoles y Mártires: nombra a San Juan Bautista y a otros catorce mártires.
En los cinco primeros siglos está nómina y número de los mártires variaba según las iglesias: en el siglo VI fue fijada definitivamente la lista que tenemos ahora en el Misal Romano.
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Per quem omnia.
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Esta oración, que es la última del Canon, es un himno a Jesucristo: Por el cual (Jesucristo) creas siempre, Señor, todos estos bienes, los santificas, los vivificas, los bendices y nos los repartes.
Antiguamente se bendecían, en este lugar, las ofrendas que servían para los ágapes, las primicias, los nuevos frutos de la tierra: a estos se refiere el Canon al decir: todos estos bienes. El Jueves Santo el Obispo interrumpe aquí la Misa y bendice el óleo de los enfermos.
Finalmente, el sacerdote, haciendo cinco cruces con la Hostia consagrada, en honra de las cinco llagas de la Pasión, dice: Por El mismo, y con El mismo, y en El mismo, a ti Dios Padre Todopoderoso, en unidad del Espíritu Santo, toda honra y gloria (te sea dada), por todos los siglos de los siglos.
Al decir, toda honra y gloria, el celebrante levanta la Hostia y el Cáliz consagrados. Esta era la única elevación que se efectuaba en la Misa en los primeros siglos, a fin de que los fieles adorasen las especies consagradas. Pronuncia las últimas palabras en voz alta, anunciando así el fin del Canon: el pueblo responde: Amén: ratificación solemne, de su parte, de todo lo que se ha realizado en el Canon: es la única participación de los fieles en el Canon.

miércoles, 28 de julio de 2010

La Consagración.

En seguida el celebrante toma el Cáliz, lo bendice y profundamente inclinado pronuncia las palabras de la consagración: Este es el cáliz de mi sangre, del nuevo y eterno testamento (Misterio de fe) que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados.
De igual modo que en la Consagración de la Hostia, el sacerdote hace genuflexión y eleva el Cáliz, mientras dice: Cuántas veces hicieréis estas cosas, las haréis en memoria mía. La elevación del Cáliz data del siglo XIV.
Las palabras misterio de fe eran pronunciadas en voz alta por el Diácono en el momento de la Consagración de las Misas solemnes, para anunciar a los fieles la gran Acción, en los tiempos en que durante el Canon se tendía un velo entre el altar y los fieles.
El acólito toma la casulla del celebrante en la elevación, sólo en recuerdo de que antiguamente, cuando se usaban las grandes casullas, era necesario hacer esto para facilitar la elevación.
Deseoso el pueblo de ver la Sagrada Hostia, fue necesario, por la oscuridad de las iglesias, especialmente en las primeras horas de la mañana, encender el cirio de la elevación para alumbrar el Cuerpo del Señor: la Iglesia ha querido conservar esta tradición ordenando que desde la Consagración hasta la Comunión se coloque en las Misas rezadas una tercera vela encendida sobre el altar.
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Después de la Consagración.
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En el Canon hay seis oraciones después de la Consagración: Unde et memores, Supra quae, Supplices te rogamus, Memento, Nobis quoque peccatoribus, Per quem omnia. En las tres primeras plegarias aparece como idea central el acto sacerdotal de Jesucristo, que se ofrece al Padre Eterno como víctima, por nosotros: el sacrificio, que es suyo, es también nuestro, porque Jesucristo, el Pontífice, es nuestro hermano.
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Unde et memores.
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Hecha la Consagración, el sacerdote ofrece a la excelsa Majestad de Dios, en reconocimiento de su dominio soberano, la hostia pura, santa, inmaculada, el pan santo de la vida eterna y el cáliz de perpetua salvación, en memoria de la Pasión, Resurrección y Ascensión gloriosa de Nuestro Señor Jesucristo.
Hace cinco veces la señal de la Cruz sobre las sagradas especies, para alabar y dar gracias a Dios por la transubstanciación y para significar que el sacrificio de la Misa y del Calvario es un mismo sacrificio.
Antes de la Consagración el sacerdote bendice y santifica la oblata con la señal de la Cruz, después de la Consagración usa este signo para alabar y dar gracias por el Santo Sacrificio.
Después de la Consagración el celebrante tiene los brazos extendidos en señal de reverencia y adoración.
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Supra quae.
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Pide el sacerdote al Padre Celestial que se digne mirar con rostro propicio y sereno y aceptar el Sacrificio de Jesucristo, así como aceptó los dones del inocente Abel, el sacrificio de Abraham y el que le ofreció el sumo sacerdote Melquisedec, que fue un sacrificio santo, una hostia inmaculada.
Estos tres sacrificios son los que mejor figuran el sacrificio de la Cruz y del Altar: Abel ofrecía corderos, Abraham, por obediencia, estuvo a punto de sacrificar a Isaac, y Melquisedec ofrecía pan y vino.

martes, 27 de julio de 2010

Hanc igitur.

El sacerdote extiende sus manos sobre la oblata, a imitación de los sacerdotes judíos que las extendían sobre la víctima del sacrificio propiciatorio, para significar que la inmolaban en sustitución suya y de todo el pueblo y para expiación de los pecados. Jesucristo va a sacrificarse por los pecados de los hombres. Pide el celebrante al Padre que reciba propicio esa oblata, que envíe su paz sobre todos, que los libre de la eterna condenación y que signe contarlos en el número de sus elegidos. Hay dos Hanc igitur propios: una para el Jueves Santo, en el que se recuerda el poder de consagrar dado por el Señor a sus discípulos, y otro para las fiestas de Pascua y de Pentecostés, con sus respectivas vigilias y octavas, en que se hace mención de los catecúmenos recientemente bautizados.
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Quam oblationem.
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El sacerdote hace cinco veces la cruz sobre la oblata, tres sobre el cáliz y la hostia juntas, la cuarta sobre la hostia y la quinta sobre el cáliz, para significar que la transubstanciación se va a efectuar por el poder de Jesucristo Crucificado.
Suplica al Eterno Padre que se digne bendecir, aprobar, confirmar la oblata a fin de que se convierta para sí y para todos en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo.
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La Consagración.
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El celebrante va a renovar la última cena, va a convertir el pan en el cuerpo y el vino en la sangre del Señor. El sacrificio que se ofrece sobre el altar, dice el Concilio de Trento, es el mismo que se ofreció en el Calvario; el sacerdote es el mismo, y la víctima es la misma.
El sacerdote principal es Jesucristo, por eso el celebrante, que personifica aquí a Jesucristo, pronuncia las palabras de la Consagración en primera persona.
Con la hostia en la mano, el celebrante se inclina profundamente y pronuncia las palabras sacramentales sobre el pan: Esto es mi cuerpo, e inmediatamente adora el cuerpo del Señor y lo eleva para que también lo adore el pueblo: en hora tan solemne el ayudante toca la campanilla para que los fieles adoren de rodillas al Santísimo Sacramento y en las Misas solemnes el turiferario inciensa la Sagrada Hostia y el Cáliz.
La elevación de la Sagrada Hostia se hace desde el siglo XII, como protesta de fe contra los herejes que negaban la presencia real y para satisfacer las justas ansias que tenía el pueblo de ver la Hostia consagrada. San Pío X concedió una indulgencia de siete años y de siete cuarentenas a los que mirando con amor y reverencia la sagrada Hostia durante la elevación, o en la exposición solemne del Santísimo, repitieran las palabras del Apóstol Santo Tomás: ¡Señor mío y Dios mío! A los que dijeren esta invocación todos los días y comulgaren con las debidas disposiciones, concedió una indulgencia plenaria una vez por semana.
Contemplemos la Sagrada Hostia para ganar las indulgencias e inclinémonos en seguida, por nuestra indignidad, ante la presencia del Soberano Señor de cielos y tierra.

lunes, 26 de julio de 2010

El Canon propiamente dicho.

Canon es una palabra griega que significa regla: así llama la Iglesia las oraciones entre el Sanctus y el Pater Noster, porque son la regla o parte casi invariable de la Santa Misa desde la más alta antigüedad. El Canon recibió también el nombre de Acción, misterio de la Acción santísima y Acción del sagrado misterio. En ciertas Misas tienen alguna pequeña variante el Communicantes y el Hanc igitur.
El Canon parece ser de origen apostólico: en un comienzo no estaba escrito, debiéndose recitar de memoria. En el siglo IV fue fijado definitivamente; en el siglo V San León, y en el siglo VI, San Gregorio Magno agregaron algunas palabras, y desde entonces no ha sufrido modificación alguna.
En el principio, las oraciones del Canon se decían en voz alta; en el siglo V, en señal de respeto y veneración por los Santos Misterios que se celebraban comenzó a decirse el Canon en voz baja y en las iglesias cuyo altar estaba debajo de un ciborio, después de la Secreta corríanse las cortinas, que interponiéndose entre el celebrante y los fieles, ocultaban el altar y al celebrante. En la Iglesia Latina ya no se corren cortinas, pero el Canon se recita en voz baja, excepto en las Misas de ordenación de Presbíteros en que concelebran el Obispo y los Presbíteros que reciben la Ordenación.
Podemos considerar en el Canon las oraciones que preceden a la Consagración, las que la acompañan y las que siguen a la Consagración.
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Antes de la Consagración.
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Esta parte comprende cinco oraciones: Te igitur, Mememto, Communicantes, Hanc igitur, Quam oblationem.
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Te igitur.
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Concluido el Prefacio, el celebrante extiende y levanta las manos, da una mirada al Crucifijo, se inclina profundamente y dice el Te igitur, pidiendo al Padre clementísimo, por Jesucristo su Hijo y Nuestro Señor que acepte y bendiga la oblata, que ofrece por la Iglesia, por el Papa, por el Obispo y por todos los fieles: es la primera aplicación del fruto general de la Santa Misa. Durante esta plegaria besa el altar y bendice tres veces la oblata con la señal de la Cruz.
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El Memento de los vivos.
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El sacerdote interrumpe el Canon para hacer la aplicación del fruto especial de la Misa por la intención encomendada, por las intenciones propias, por todos los asistentes y por todas sus intenciones.
Antiguamente se escribían en los dípticos (pizarrillas dobles) los nombres del Papa, del Obispo y de los benefactores insignes de la Iglesia, y el diácono, desde el ambón, leía estos nombres, en voz alta; desde el siglo VIII, probablemente, no se leían, sino que se colocaban sobre el altar, y en el siglo XII se suprimieron totalmente. Este Memento se llama también infra-acción, porque se dice dentro del Canon (Acción).
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Communicantes.
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El celebrante pide a Dios que por los méritos y ruegos de la gloriosa Madre de Nuestro Señor Jesucristo, de los Apóstoles, de los doce Mártires más célebres de los primeros siglos y de todos los Santos, se digne enviar a todos los que participan del Sacrificio su protección. En algunas iglesias agregaban los nombres de sus Santos propios. De los innumerables Communicantes propios que hubo al principio, la Iglesia ha conservado los de Navidad, Epifanía, Jueves y Sábado Santos, Pascua de Resurrección, Ascensión y Pentecostés: todos ellos recuerdan el Misterio celebrado. El Communicantes es anterior al siglo V; por esto sólo se hace mención de los Mártires, únicos Santos venerados por la Iglesia durante los cuatro primeros siglos.

domingo, 25 de julio de 2010

Domingo IX después de Pentecostés.

Lágrimas de Jesús sobre Jerusalén desagradecida y prevenida de su ruina; cólera santa a la vista del Templo profanado.
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(II clase, verde) Gloria, Credo y prefacio de la Santísima Trinidad.
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“Et ingréssus in templum, coepit ejícere vendéntes in illo et eméntes, dicens illis: Scriptum est: Quia domus mea domus oratiónis est. Vos autem fecístis illam spelúncam latrónum. Et erat docens quotídie in templo” (Y habiendo entrado en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en él, diciéndoles: Escrito está: ¡Mi casa es casa de oración; y vosotros la tenéis convertida en cueva de ladrones! Y enseñaba todos los días en el Templo). Sequéntia sancti Evangélii secúndum Lucam 19, 41-47.
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“El Evangelio de la Misa nos muestra a Jesús santamente indignado al ver la situación en que se encontraba el Templo, de tal manera que expulsó de allí a los que vendían y compraban. (…) Lo que principio pudo ser tolerable y hasta conveniente, había degenerado de tal modo que la intención religiosa del principio se había subordinado a los beneficios económicos de aquellos comerciantes, que quizá eran los mismos servidores del Templo. Este llegó a parecer más una feria de ganado que un lugar de encuentro con Dios.
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“El Señor, movido por el celo de la casa de su Padre, por una piedad que nacía de los más hondo de su Corazón, no pudo soportar aquel deplorable espectáculo y los arrojó a todos de allí con sus mesas y sus ganados. Jesús subraya la finalidad del Templo con un texto de Isaías bien conocido por todos: Mi casa será casa de oración. Y añadió: pero vosotros habéis hecho de ella una cueva de ladrones. Quiso el Señor inculcar a todos cuál debía ser el respeto y la compostura que se debía manifestar en el Templo por su carácter sagrado. ¡Cómo habrá de ser nuestro respeto y devoción el templo cristiano –en las iglesias-, donde se celebra el sacrificio eucarístico y donde Jesucristo, Dios y Hombre, está realmente presente en el Sagrario! “Hay una urbanidad de la piedad. Apréndela. Dan pena esos hombres “piadosos”, que no saben asistir a Misa –aunque la oigan a diario-, ni santiguarse –hacen unos raros garabatos, llenos de precipitación-, ni hincar la rodilla ante el Sagrario –sus genuflexiones ridículas parecen una burla-, ni inclinar reverentemente la cabeza ante una imagen de la Señora” (San Josephmariae).
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“Mi casa será casa de oración. ¡Qué claridad tiene la expresión que designa el templo como la casa de Dios! Como tal la hemos de tenerla. A ella hemos de acudir con amor, con alegría y también con un gran respeto, como conviene al lugar donde está, ¡esperándonos!, el mismo Dios. (…)“Cuando se ve a alguien, por ejemplo, hincar con devoción la rodilla ante el Sagrario es fácil pensar: tiene fe y ama a su Dios. Y este gesto de adoración, resultado de lo que se lleva en el corazón, ayuda a uno mismo y a otros a tener más fe y más amor.
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“El incienso, las inclinaciones y genuflexiones, el tono de la voz adecuado en las ceremonias, la dignidad de la música sacra, de los ornamentos y objetos sagrados, el trato y decoro de estos elementos de culto, su limpieza y cuidado, han sido siempre la manifestación de un pueblo creyente. El mismo esplendor de los materiales litúrgicos facilita la comprensión de que se trata ante todo de un homenaje a Dios. Cuando se observa de cerca alguna de las custodias de la orfebrería de los siglos XVI y XVII se nota cómo casi siempre el arte se hace más rico y precioso conforme se acerca el lugar que ocupará la Hostia consagrada. A veces desciende a pormenores que apenas se notan a poca distancia: el arte mejor se ha puesto donde sólo Dios –se diría- puede apreciarlo. Este cuidado hasta en lo más pequeño ayuda poderosamente a reconocer la presencia del propio Dios. (…)“¿Es para nosotros el templo el lugar donde damos culto a Dios, donde le encontramos con una presencia verdadera, real y substancial? (…) Todos los fieles, sacerdotes y laicos, hemos de ser “tan cuidadosos del culto y del honor divino, que puedan con razón llamarse celosos más que amantes… para que imiten al mismo Jesucristo, de quien son estas palabras: El celo de tu casa me consume (Jn 2, 17) (Catecismo Romano, III, 2, n. 27).
Fuente: Francisco Fernández Carvajal: Hablar con Dios. Tomo V. Madrid. Ediciones Palabra. 1987.

sábado, 24 de julio de 2010

El Canon.

La cuarta parte de la Misa comprende el Prefacio, el Sanctus y el Canon propiamente dicho.
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El prefacio.
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El celebrante dice en alta voz la conclusión de la última Secreta: Per omnia saecula saeculorum: Por todos los siglos de los siglos; el pueblo responde: Amén. Con esto se establece un diálogo vivo y emotivo entre el celebrante y los fieles para que eleven sus corazones al cielo y para dar gracias a Dios Nuestro Señor; concluido esto, el sacerdote lee o canta el Prefacio, así llamado, por servir de introducción al Canon, parte principalísima y esencial de la Santa Misa.
El Prefacio, en los primeros tiempos, como la Colecta, era improvisado por el celebrante, quien pronunciaba un himno de alabanza y acción de gracias. Innumerables Prefacios surgieron es estos tiempos; hubo fiestas que llegaron a tener varios Prefacios propios. En el siglo V el Sacramentario leonino contenía 267. Poco fueron reduciéndose, hasta que en el siglo XI sólo se conservaron en la liturgia romana once: de Navidad, de Epifanía, de Cuaresma, de Pasión, de Pascua, de la Ascensión, de Pentecostés, de la Santísima Trinidad, de la Santísima Virgen, de los Apóstoles y el Prefacio común. Benedicto XV agregó los de San José y de Difuntos, y Pío XI, los de Cristo Rey y del Sagrado Corazón: en total quince. Algunas órdenes religiosas y algunas diócesis tienen por privilegio apostólico algunos Prefacios propios.
En el Prefacio se da gracias al Eterno Padre por Jesucristo Nuestro Señor, Sacerdote Eterno, por quien los Ángeles y los hombres pueden alabar y adorar su majestad, y se invita a la Corte celestial a unir su voz con la de los fieles. En cada Prefacio se da gracias por el beneficio de la Encarnación, Redención, etc., hecho a los hombres.
Este himno, trae su origen de los ritos judíos de la Cena pascual: el padre de familia daba gracias al Señor por los beneficios hechos al pueblo de Israel; de ellos lo recibieron los Apóstoles.
La melodía gregoriana del Prefacio es piadosa, sencilla, recogida y emocionante.
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El Sanctus.
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El Prefacio termina con el Sanctus, recitado por el celebrante y cantado por el Coro en las Misas solemnes. Es un canto de gloria y de triunfo, compuesto de palabras tomadas de Isaías, del salmo 117 y del Evangelio de san Mateo: Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios de los Ejércitos (Isaías oyó cantarlo en el cielo a los Serafines). Los cielos y la tierra están llenos de tu gloria (S. 117). Hosanna en las alturas. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en las alturas (Aclamación del pueblo de Israel cuando el Mesías hizo su entrada triunfal en Jerusalén). Hosanna es el viva de los judíos; significa: sálvanos.
El Sanctus se introdujo en la Misa en el siglo II; lo cantaban juntos el celebrante y el Coro; a partir del siglo VI, sólo lo canta el Coro; desde 1909, el Benedictus se canta después de la Consagración.
En las Misas solemnes los acólitos vienen en este momento con cirios encendidos y con el incensario para celebrar la venida de Jesús al altar.
Al decir el Sanctus…, el sacerdote, adorando a la Santísima Trinidad se inclina, y se levanta al benedictus, exclamación de alegría; se signa, porque estas palabras son tomadas del Evangelio.
Al Sanctus se toca la campanilla para que los fieles se preparen para la Consagración que se acerca.

viernes, 23 de julio de 2010

El lavabo.

La ceremonia del Lavabo, ahora, es meramente simbólica y tradicional: expresa la pureza que ha de tener el sacerdote para ofrecer el Santo Sacrificio. Cuando el celebrante se lava los extremos de los dedos pulgar e índice, con los que ha de tomar la sagrada hostia, recita la parte del Salmo 25 que comienza con las palabras: Lavabo inter inocentes manus meas: Lavaré mis manos con los que viven en la inocencia…
Este lavabo fue necesario en los primeros siglos, porque el celebrante, al despedir a los catecúmenos, les imponía las manos sobre la cabeza, y después debía recibir las ofrendas e incensar el altar.
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El orate fratres.
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Después del Lavabo el sacerdote vuelve al medio del altar, se inclina y ruega a la Santísima Trinidad, a quien se ofrece el Sacrificio, que se digne aceptar esa oblación que todos ofrecen en memoria de la Pasión, Resurrección y Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo; en honor de la Santísima Virgen, de San Juan Bautista, y de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo y de todos los Santos, a fin de que sea en honor de ellos y para salud de los vivos, y para que los Santos rueguen en el cielo por los que los honran en la tierra.
Besa el altar y se vuelve al pueblo diciendo: Orad hermanos para que el sacrificio mío y vuestro sea aceptable ante Dios Padre Omnipotente; y los fieles, por medio del subdiácono en las misas solemnes, y del acólito en las rezadas, responden: Reciba el Señor el sacrificio de tus manos para alabanza y gloria de su nombre, para utilidad nuestra y de toda su santa Iglesia. El celebrante, dice en voz alta sólo las dos primeras palabras. El Orate fratres es del siglo XI, y la respuesta del siglo XIII. En la Misa de Presantificados, el pueblo no responde al Orate fratres, porque en la antigua liturgia el pueblo no respondía.
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La secreta.
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El sacerdote sin decir oremos, pues ya invitó a orar con el Orate fratres, dice la oración u oraciones secretas, que son iguales en número a las oraciones colectas. Antiguamente se llamaba la Secreta: Oratio, super oblata post secreta: Oración sobre las ofrendas después de la separación (secreta es participio del verbo latino secérnere, separar), y se decía inmediatamente después de que habían sido separados de la iglesia los catecúmenos, y después de que las ofrendas de pan y vino que habían de consagrarse habían sido separadas de las demás ofrendas que no se consagrarían. El celebrante ruega a Dios en la Secreta que se digne recibir esas ofrendas y pide en cambio gracias especiales y particulares, en conformidad a la fiesta que se celebra.

jueves, 22 de julio de 2010

Ofrecimiento de la Hostia y el Cáliz.

El sacerdote toma la patena que contiene la hostia y ruega al Eterno Padre que acepte esta hostia inmaculada que le ofrece por sus innumerables pecados, ofensas y negligencias, por todos los presentes, por todos los cristianos vivos y difuntos, a fin de que a todos les aproveche para la vida eterna. Con la patena hace la señal de la Cruz sobre el corporal para significar que la víctima que se va a ofrecer es la misma de la Cruz, y deja la hostia sobre el corporal.
Toma el cáliz y vacía en él vino y una gotas de agua (en las Misas solemnes el diácono vierte el vino, y el subdiácono, el agua); antes de agregar el agua la bendice para que nosotros lleguemos a ser consortes de la divinidad de Aquel que se hizo hombre. La mezcla de vino y agua representa la unión de la naturaleza divina y humana en la única Persona del Verbo; recuerda la sangre y agua que brotó del costado de Cristo atravesado por la lanza, y simboliza la unión de los fieles con Jesucristo; esta es la razón por la que el sacerdote bendice el agua que representa a los fieles y no el vino que es figura de Jesucristo.
En las Misas de difuntos no se bendice el agua, porque representa a las almas de los fieles difuntos, sobre las que la Iglesia no tiene autoridad.
El sacerdote ofrece el cáliz en nombre de todos por la salvación de todo el mundo; hace el signo de la cruz con el cáliz sobre el corporal, lo cubre con la palia, e inclinándose, con las manos juntas sobre el altar se ofrece él con todos los asistentes al sacrificio: “Con espíritu de humildad y con ánimo contrito seamos recibidos por Ti, oh Señor: y de tal suerte sea hecho nuestro sacrificio en tu presencia, que te sea grato, oh Señor Dios”. Estas palabras expresan la unión del sacerdote y de los fieles que, en cierto modo, concelebran la Santa Misa.
Se pone derecho y extiende las manos, las levanta y las junta y elevando los ojos al cielo y bajándolos inmediatamente, dice bendiciendo la oblata: “Ven, Santificados Omnipotente eterno Dios y bendice este sacrificio, preparado para ti”.
En las Misas solemnes el celebrante inciensa la oblata y el altar. Esta incensación es la más solemne de la Misa: el sacerdote inciensa la oblata tres veces trazando sobre la hostia y el cáliz la Cruz y tres veces en forma de círculo, pidiendo al Señor que este incienso bendito suba a El y que descienda sobre todos su misericordia; mientras inciensa el altar va pronunciando los versículos 2-4 del Salmo 140, a fin de que su oración se dirija a Dios, como se eleva el incienso en su presencia. El diácono recibe el incensario, inciensa al sacerdote, al subdiácono y al clero, y el turiferario inciensa al diácono y al pueblo, porque los fieles son miembros del cuerpo místico de Jesucristo y junto con Jesucristo ofrecen el sacrificio.

miércoles, 21 de julio de 2010

Misa de los Fieles. La Oblación.

Terminada la Misa de los Catecúmenos, comienza el Sacrificio de la Oblación; por lo tanto, el que no ha asistido desde el Ofertorio, por lo menos, no oye la Misa entera.
La Oblación comprende el Ofertorio y la Ofrenda, la Oblación propiamente dicha, el Lavabo, el Orate frates y la Secreta.
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El Ofertorio y la Ofrenda.
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Dicho el Credo, o si no lo hay, después del Evangelio, el sacerdote besa el altar y saluda al pueblo diciendo: El Señor sea con vosotros, e invita a orar a los asistentes diciendo: Oremos, y lee el Ofertorio del propio de la Misa. Hasta el siglo VII está invitación era seguida de la Oración de los fieles, conservada sólo en la Misa de los Presantificados del Viernes Santo, antes de la adoración de la Cruz:
“Oremos, amadísimos hermanos, oremos a Dios Padre todopoderoso, para que purifique el mundo de todo error; cure las enfermedades; apague el hambre; abra las cárceles, rompa las cadenas de los prisioneros, conceda a los viajeros la vuelta; a los enfermos la salud; a los navegantes el puerto de salvación. Oremos, doblemos las rodillas”.
Los fieles se arrodillaban, oraban en silencio hasta que el subdiácono decía: Levantaos.
Entonces el celebrante recitaba la Colecta, resumiendo las oraciones de todos:
“Dios Omnipotente y eterno, consuelo de los tristes, fuerza de los débiles, lleguen hasta Vos las oraciones de todos los que sufren, y alégrense todos en sus necesidades por haber experimentado vuestra misericordia”. Amén.
El Ofertorio es una antífona tomada de los Libros Santos. Su nombre se debe a que antiguamente se cantaba por el Coro mientras los fieles, acercándose al presbiterio, ofrecían el pan y el vino del sacrificio y otros presentes para las necesidades del culto o de los fieles. Con esta ceremonia, el pan y el vino, y los otros dones que eran ofrecidos, quedaban separados de los usos profanos y dedicados a Dios. No todo el pan y el vino ofrecidos eran consagrados: a los que no comulgaban y a los ausentes se les enviaba el pan y el vino benditos, en señal de unión. El pan bendito que se distribuye en ciertas fiestas en la Iglesia es una reminiscencia de este rito antiguo. En las consagraciones de Obispos, el Consagrado ofrece al Consagrante dos panes, dos barrilitos de vino y dos cirios, y los ordenados en su ordenación, ofrecen al obispo un cirio, en recuerdo de estas ofrendas primitivas.
Después de la ofrenda, los ministros llevaban al altar la materia de la consagración: en las misas solemnes se conserva esta costumbre: el subdiácono toma de la credencia el cáliz y la hostia y lo entrega al diácono.
Esta ofrenda, sólo a partir el siglo IV, fue acompañada del Ofertorio, que era un salmo cantado por el Coro, con una antífona que el pueblo repetía como estribillo después de cada versículo. Suprimida la ofrenda en el siglo XI, se redujo el Ofertorio a una antífona como la tenemos ahora.

martes, 20 de julio de 2010

Sermón en el aniversario del primer año de aplicación del Motu Proprio en Casablanca.

En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

El Cardenal Antonio Cañizares, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, en una reciente entrevista ha sostenido que, a propósito del Motu Proprio Summurum Pontificum que “ahora se comprende mucho mejor de qué se trata el Motu Proprio. La comprensión de la liturgia en la tradición de la Iglesia ha crecido. Lo mismo es cierto acerca de la hermenéutica de la continuidad. Todo esto no sólo beneficiará la aceptación e implementación del Motu Proprio sino que también enriquecerá la renovación litúrgica y la llevará hacia delante – en el sentido que el espíritu de la liturgia ha revivido nuevamente”.

Las palabras del Cardenal Cañizares cobran una especial relevancia este domingo VIII después de Pentecostés en que celebramos la Santa Misa Tradicional en la Parroquia de Casablanca, pues hace exactamente un año en que –por gracia de Dios-, Monseñor Jaime Astorga Paulsen ha sido nuestro sacerdote celebrante. Una Voce Casablanca implora preces al Altísimo para que el Señor Todopoderoso nos siga acompañando, sosteniendo, iluminando y fortaleciendo en este bregar impulsados por la fuerza del Espíritu Santo.

Como dice el Cardenal Cañizares en el Rito Romano “existe una sola liturgia”; en consecuencia, el Magisterio de la Iglesia, “debido a la hermenéutica de la continuidad, no congela el Misal de Juan XXIII pero tampoco ha roto con él”, sino que “dada la riqueza del Rito Romano en sus enteras tradiciones – y esto incluye el Misal de Juan XXIII y la reforma litúrgica post-conciliar – no se puede poner una contra la otra. Son expresiones de la misma riqueza litúrgica”.
Desde hace un año que en esta Parroquia de Casablanca con la implementación de las directrices dadas por el Santo Padre Benedicto XVI en el Motu Proprio, el pueblo fiel ha acogido con beneplácito la celebración litúrgica en su Forma Extraordinaria del Rito. Como bien dice el Prefecto, a través de ella se descubre el sentido de lo numinoso, es decir, “el sentido del misterio y de lo sagrado, y sobre todo el sentido de lo que significa el Reino de Dios. Se trata de la grandeza de Dios y del Misterio de Dios. El hombre realmente es siempre indigno de tener parte en este don divino de la Liturgia”. Frente a una sociedad cada vez más secularizada y muchas veces descristianizada; un mundo donde los creyentes viven como si no lo fueran; es decir, viviendo un verdadero ateísmo práctico, o lo que el Siervo de Dios Juan Pablo II llamó la apostasía silenciosa de la modernidad, las palabras del Cardenal Cañizares resuenan como las palabras de los profetas que exhortaban al pueblo de Israel: “Necesitamos nuevamente reconocer el derecho de Dios, el “ius divinum” – y cuanto antes mejor”.

Y como de la liturgia se trata, añade que “hoy la liturgia aparece a menudo como algo a lo que el hombre tiene derecho, y en lo que él actúa. Esto refleja la secularización de la sociedad, mientras que otros aspectos quedan oscurecidos tras ella. Y esto ha hecho que la reforma del Concilio Vaticano II no haya desarrollado la riqueza y grandeza que se esperaba”.

El Santo Padre Benedicto XVI, siendo Cardenal Ratzionger nos enseñaba que “la liturgia nunca es sólo la mera reunión de un grupo para celebrarse y después en realidad encontrarse en lo posible a sí mismo”; por el contrario, la liturgia “nos permite siempre entrar, tanto en la comunión universal con toda la Iglesia, como en la communio sanctorum, en la comunión con todos los santos. Sí, en cierto modo es la liturgia celestial”. Por el contrario, el espíritu hacedor en la liturgia nos aleja de la Alteridad Absoluta. Por eso que el Papa felizmente reinante, exhorta “lo más importante es volver a respetar la liturgia y su inmanipulabilidad. Que aprendamos de nuevo a reconocerla como algo que crece, algo vivo y regalado, con la que participamos en la liturgia celestial”.

Por su parte, el Cardenal Cañizares, en consonancia plena con la enseñanza del actual Papa, sostiene que “los jóvenes deben ser educados en el espíritu de la liturgia. Sería un error comprometerlos con una u otra Forma en un modo polémico. Necesitan ser introducidos en la adoración y en el espíritu del misterio. Deben enseñárseles la alabanza y la acción de gracias – y todo lo que ha hecho la celebración litúrgica de la Iglesia a través de los siglos. Hoy los jóvenes carecen, sobre todo, de educación litúrgica – más allá de la Forma que defienden particularmente. Éste es un gran desafío para el futuro cercano, también para la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Hoy necesitamos un nuevo movimiento litúrgico, como lo hubo en el siglo XIX y en el siglo XX. Y esto no se trata de una u otra Forma, sino de la Liturgia como tal”.
Educar en la liturgia: objetivo primordial que uno descubre en los escritos del Papa Ratzinger y que sigue estando presente ahora en su magisterio petrino. Benedicto XVI ha hablado de la reforma de la reforma; el Cardenal Cañizares, en la entrevista a que hacemos alusión habla de que “tenemos que dar un giro de 180 grados” para hacer realidad este nuevo movimiento litúrgico. Y entre los consejos que da apunta a las liturgias “celebradas con gran dignidad, enteramente permeadas por el Misterio de Dios, en las que el individuo sabe que es incluido. La participación activa no significa hacer algo, sino entrar en la adoración y el silencio, en la escucha y también en la oración de petición y todo lo que realmente constituye la Liturgia”.

Al cumplir un año celebrando la Santa Misa en su Forma Extraordinaria en nuestra Parroquia de Casablanca, le damos gracias a Dios por el tesoro invaluable de la riqueza litúrgica de la Iglesia Romana, y le imploramos que siga fortaleciendo al Supremo Pastor en el cuidado de sus ovejas que muchas veces están extraviadas o acosadas por los lobos rapaces.
Que la Santísima Virgen María, Mater Ecclesiae, y San Miguel Arcángel nos protejan.

Así sea.

lunes, 19 de julio de 2010

La homilía. El Credo.

Los escritos de San Justino nos dicen que ya en el siglo segundo existía la costumbre de explicar el Evangelio, después de que se cantaba; esta explicación recibió el nombre de homilía. La homilía ponía término a la Misa de los catecúmenos, a quienes no era permitido asistir a la Misa de los fieles: Las cosas santas son para los santos, decía el diácono: retírense los indignos; o también: Retírense los catecúmenos.
Actualmente la predicación versa sobre el Evangelio leído, o sobre algún punto doctrinal o moral; esta predicación ha de ser siempre sencilla, piadosa, clara, práctica.
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El Credo.
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El Credo, que es la profesión de fe del cristiano, fue introduciéndose en diversa iglesias con motivo de algunas herejías, desde el siglo IV; en el siglo XI lo introdujo en Roma Benedicto VIII.
El Credo que se recita en la Misa es el Símbolo de los Apóstoles, desarrollado por los Concilios de Nicea (325) y el de Constantinopla (381). El Credo es un compendio de todas las verdades que debe creer el cristiano.
Al incarnatus est se dobla la rodilla derecha, para adorar las humillaciones del Verbo Encarnado; cuando el Credo se canta, los fieles se arrodillan al incarnatus est.
El Credo se dice (en las Misas solemnes lo canta el Coro alternando con el pueblo) cuando los fieles se reúnen en mayor número: el día domingo, los días de fiestas, en las fiestas patronales, cuando se celebran las fiestas del Señor, de la Santísima Virgen, de San José, de los Ángeles; en las fiestas de aquellos santos que han trabajado más por la fe, como los Apóstoles, Evangelistas, Doctores, Santa María Magdalena, etc.
Es realmente emocionante oír el Credo cantado por el pueblo que confiesa su fe en aquellas hermosísimas melodías gregorianas, hechas especialmente para fortificar y confirmar a todos en la doctrina.

domingo, 18 de julio de 2010

Un año de la aplicación del Motu Proprio en Casablanca.


Hoy domingo hemos celebrado un año de la aplicación del Motu Proprio "Summorum Pontificum" en Casablanca, lo hemos hecho celebrando la Santa Misa en el Oratorio de la Casa de Pastoral de la Parroquia Santa Bárbara de Casablanca con nuestro Capellán, Msr Jaime Astorga Paulsen quien ha estado con nosotros durante todo este tiempo, le agradecemos y le pedimos al Señor que lo siga bendiciendo con la salud corporal y espiritual. Seguimos entonces adelante....

sábado, 17 de julio de 2010

La Secuencia o Prosa. El Evangelio.

La Secuencia o prosa.
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Los cristianos quisieron simbolizar las eternas alegrías del paraíso, prolongando la última a del allelluia del Gradual en innumerables notas llenas de piedad, arte y alegría, llamadas neumas, júbilos o secuencia. Desde el siglo IX se reemplazaron estos neumas por prosa rimada alusiva a la fiesta, de donde viene el nombre de Prosa.
Se compusieron muchas prosas para las distintas fiestas, pero San Pío V sólo dejó en el Misal Romano las secuencias. Victimae paschali, para la Pascua de Resurrección; Veni Sancte Spiritus, para Pentecostés; Dies irae, para las Misas de difuntos y el Lauda Sion, para el Corpus Christi; el Stabat Mater, para la Fiesta de los Dolores de María fue agregado al Misal Romano en el siglo XVIII. Estas prosas son obras de una alta inspiración religiosa y literaria; su música es sencilla y bellísima.
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El Evangelio.
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El sacerdote pasa al medio del Altar e inclinado profundamente pide al Señor que purifique su corazón y sus labios, así como purificó los labios de Isaías con un carbón encendido, para poder anunciar dignamente el Santo Evangelio. Mientras tanto el acólito ha transportado el Misal al otro lado del Altar. El Señor sea con vosotros, dice el sacerdote y traza con el pulgar la señal de la Cruz sobre el libro en el comienzo del texto del Evangelio; en seguida se signa en la frente, boca y pecho, diciendo Principio o Continuación del Santo Evangelio según San Mateo o San Marcos, etc. Los fieles se signan en la frente, boca y pecho y escuchan el Evangelio de pie, porque deben estar preparados para defender el Evangelio y su fe.
Escuchemos con profunda reverencia y temor el Santo Evangelio: es el mismo Jesucristo el que nos habla, el que nos enseña, el que nos exhorta.
Sabemos por la historia, que los emperadores y emperatrices, en el Evangelio deponían sus diademas. Los príncipes polacos desenvainaban su espada y la blandían, para significar que estaban prontos a defender el Evangelio, aun a costa de su sangre.
Terminada la lectura del Evangelio, el sacerdote besa el libro, en señal de veneración, diciendo: Por el Santo Evangelio pronunciado, bórrense nuestros delitos; los fieles responden, como acción de gracias: Alabanza a ti, oh Cristo.
En las Misas solemnes, el celebrante pone incienso en el incensario, el diácono deja el libro de los Evangelios sobre el altar, como se hacía antiguamente, se arrodilla y pide al señor, como el celebrante, que purifique sus labios y su corazón para anunciar dignamente el Evangelio; se levanta, toma el Evangelario y arrodillándose ante el celebrante, pide su bendición, diciendo: Señor, pide que yo sea bendito. Que el Señor sea en tu corazón y en tus labios para que digna y competentemente anuncies su Evangelio. En el nombre del Padre, y del Hijo + y del Espíritu Santo. Amén.
En seguida se baja del altar y junto con el subdiácono, con le turiferario y dos acólitos con cirios encendidos se va a cantar el Evangelio en el ambón o en el atril. Después de decir: El Señor sea con vosotros y Continuación del Santo Evangelio, etc…, inciensa tres veces el libro; si pronuncia el nombre de Jesús hace de inclinación de cabeza al libro, mientras que los demás la hacen a la cruz del altar. Al final subdiácono lleva el libro al celebrante para que lo bese; hasta el siglo XIII, se daba a besar el Evangelio a todos los fieles asistentes; finalmente el diácono inciensa al celebrante.
El Evangelio se trata con tanta reverencia y honor porque este libro representa a Nuestro Señor Jesucristo, cuya vida y palabra contiene.

viernes, 16 de julio de 2010

Nuestra Señora del Carmen.


Invocaciones a la Santísima Virgen del Carmen en favor de las Almas del Purgatorio

¡Oh María!, dirigid una mirada bondadosa sobre las Almas que sufren en el Purgatorio, dulcificad el ardor de las llamas que las purifican y aligerad sus agudos dolores.

¡Oh María!, escuchad sus gemidos, mirad sus brazos deprecatorios levantados hacia Vos, pidiéndoos el fin de sus tormentos y la entrada en los eternos gozos.

¡Oh María!, Virgen benéfica, escuchad nuestras súplicas; doleos de esas Almas, alcanzadles la gracia y sed para ellas el camino que conduce al descanso eterno.

¡Oh María!, Hija y Madre del Supremo Rey, que vuestra dulce clemencia venga a nuestro socorro ahora y en la hora del juicio.

¡Oh María!, cuando comparezcamos ante nuestro Divino Juez, sed nuestra defensa, y por vuestra poderosa intercesión alcanzadnos perdón y misericordia. Así sea.

jueves, 15 de julio de 2010

La instrucción.

La segunda parte de la Misa, llamada instrucción, comprende la Epístola, el Gradual, el Allelluia, el Tracto, la Secuencia, el Evangelio y el Credo.
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La Epístola.
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Comienza con la Epístola la parte doctrinal de la Misa, para que los fieles se instruyan en las verdades de la religión. Aún cuando esta instrucción se toma a veces de los Hechos de los Apóstoles, del Apocalipsis o del Antiguo Testamento, se le da siempre el nombre de Epístola, porque generalmente se leen las diversas Epístolas de los Apóstoles. Mientras el celebrante lee la Epístola coloca las manos sobre el libro para significar que el cristiano debe abrazar totalmente esas enseñanzas divinas, y el pueblo está sentado en actitud de recogimiento y atención.
En la Misa solemne canta la Epístola el subdiácono. La Epístola suele ser alusiva a la fiesta. Terminada la Epístola el pueblo responde: Deo gratia: Gracias a Dios, para agradecer a Dios la instrucción recibida.
En los tiempos primitivos se leían dos Epístolas: la primera del Antiguo Testamento llamada Lección, y la segunda del Nuevo Testamento, llamada propiamente Epístola. En memoria de esto, en ciertos días, como los miércoles de las cuatro témporas, el miércoles de la cuarta semana de Cuaresma y el Miércoles Santo, se leen dos Epístolas; los sábados de las cuatro témporas se leen cinco lecciones y una Epístola.
Parece que la distribución actual de las Epístolas y Evangelios data del siglo IV.
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El Gradual, el Allelluia, el Tracto.
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Después de la Epístola, el diácono cantaba, en los primeros siglos un salmo. San Gregorio Magno ordenó que lo cantase un cantor de oficio, quien lo cantaba en las gradas del ambón, de donde tomó el nombre de Gradual. El Gradual es un breve comentario de las enseñanzas de la Epístola: a veces expresa la alegría del alma, otras veces es una súplica. Ahora se compone de una antífona y de un versículo, tomados generalmente de los salmos.
De ordinario el Gradual va seguido del Allelluia. Primeramente sólo se decía en el día de Pascua; desde el siglo V, durante todo el tiempo pascual, y San Gregorio Magno ordenó que se dijera en todas las misas, exceptuadas las del tiempo de Cuaresma, Vigilias y Témporas.
Allelluia, palabra hebrea que significa Alabad a Dios, es una expresión de gloria y regocijo. A los dos primeros Allelluia siguen los versículos alleluiáticos, tomados ordinariamente de los salmos u otros libros, seguidos también de un Allelluia.
El Papa Alejandro II (1061-1073) ordenó que se suprimiese desde Septuagésima hasta el Sábado Santo. De aquí nació una ceremonia especial llamada el adiós al allelluia. En un antiguo libro litúrgico ambrosiano encontramos esta curiosa antífona: Allelluia. Cerrad y sellad esta palabra, allelluia; permaneced guardada en el seno de nuestro corazón, allelluia; hasta el tiempo prefijado; y cuando llegue ese día podréis exclamar con toda satisfacción: allelluia, allelluia, allelluia.
El Allelluia reaparece en el Sábado Santo con solemnidad extraordinaria; durante el tiempo pascual se repite con mucha frecuencia. Las Misas del tiempo pascual tienen dos Allelluias: se omite el Gradual.
El Tracto, así llamado por cantarse sin ser interrumpido por antífonas, se compone de varios versículos de algún salmo que en otro tiempo se cantaba entero. Actualmente se dice un salmo íntegro la primera Domínica de Cuaresma y el Domingo de Ramos.
El Tracto reemplaza al Allelluia durante la Septuagésima y la Cuaresma.

miércoles, 14 de julio de 2010

La colecta u oración.

El celebrante invita a los fieles: Oremos, les dice, antes de comenzar la colecta. Antes, el diácono agregaba inmediatamente: Flectamus genua: Arrodillémonos. Los fieles, de rodillas, oraban privadamente, hasta que el subdiácono decía: Levate: Levantaos. En ciertas misas se conserva esta tradición, pero sin dejar tiempo a la oración privada entre el Flectamus genua y el Levate.
Esta plegaria se llama oración, bendición o colecta. Se le llama bendición, porque el celebrante pide al Señor se digne bendecir a los asistentes; colecta, porque se hace a favor de todos los fieles reunidos (collecti), y porque el sacerdote resumía en esta oración las preces, votos y súplicas del pueblo cristiano (collecta).
En esta oración o colecta se expresa la virtud principal del santo que se celebra y se pide gracias para imitarlo, o se hace mención del Misterio celebrado y se imploran gracias para que nos aproveche el Misterio que se conmemora. Es la oración que expresa el espíritu litúrgico de la fiesta. Ordinariamente la Colecta consta de tres partes: alabanza o exposición del misterio, petición y obsecración: “Oh Dios, que iluminaste en este día los corazones de los fieles con las luces del Espíritu Santo (exposición del misterio); concédenos que, animados de este mismo Espíritu, gustemos de lo que es recto, y nos gocemos con su consuelo celestial (petición). Por Cristo Nuestro Señor (obsecración)”. La mayoría de las colectas se dirigen al Padre; las restantes, por el Misterio celebrado, se dirigen al Hijo.
El celebrante la reza o canta con los brazos extendidos, en memoria de los primeros cristianos, que oraban así. Al final de la colecta el pueblo responde: Amén.
En un comienzo la Colecta, como la Secreta y la Postcomunion, eran oraciones improvisadas por el celebrante; luego se coleccionaron las mejores y el celebrante podía escoger entre las varias colectas catalogadas para una misma fiesta. San Gregorio Magno distribuyó las oraciones más o menos como se encuentran actualmente en el Misal.
La Colecta es un modelo de oración por su precisión, sobriedad y belleza religiosa. Cada una de estas oraciones nos proporcionan un abundante material de meditación.

martes, 13 de julio de 2010

Razones para asistir a la Santa Misa según la forma extraordinaria del rito romano.

Primer motivo. La “curiosidad”.
¿Cómo es la Misa Tradicional, también llamada Tridentina, Gregoriana o de San Pío V? ¿El sacerdote da la espalda al pueblo? ¿La Misa es incomprensible por el latín? ¿Los fieles participan activamente? ¿Es un forma del rito romano anticuada y superada por el hombre contemporáneo? ¿Representa a la Iglesia de otro tiempo? ¿ se puede conocer íntegramente el rito romano ignorando su forma extraordiana?
Sería muy complicado dar una respuesta válida a estas preguntas si nunca hemos participado en la Misa Tridentina.
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Segundo motivo. Los santos.
Durante muchos siglos todos nuestros hermanos en la fe, que ya nos han precedido, han participado de la Santa Misa Tridentina. Una forma de aumentar nuestra comunión con todos los santos y con la tradición de la Iglesia es conociendo, estimando y participando en la misma liturgia que ellos conocieron, estimaron y de la que participaron durante su peregrinar por esta vida.
A modo de ilustración:
San Antonio Mª Claret, sacerdote y Obispo de Cuba, fue uno de los grandes misioneros del siglo XIX, misionó también en nuestra tierra canaria. Celebraba la Misa todos los días y de ésta provenía su santidad y su celo misionero.
San Juan de la Cruz, sacerdote y Doctor de la Iglesia, es conocido como el gran místico de la Iglesia. Al igual que Claret celebraba todos los días la Santa Misa . Precisamente el santo expresa que por la Misa se alcanzan los mayores dones místicos.
San Juan Bosco, sacerdote muy conocido como educador de los jóvenes. Los mayores amores de Don Bosco eran Jesucristo y su Santísima Madre. Celebraba diariamente la Santa Misa, al igual que Claret y San Juan de la Cruz y a través de ella encontró la inspiración y la constancia en la educación de los jóvenes.
Podemos observar el amor de los Santos por la Misa y el amor con el cual invitaban a los demás a no dejar de acudir a la misma.
Los siguientes motivos están mayormente subrayados en la forma extraordinaria del rito romano.
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Tercer motivo. La belleza.
Podemos constatar la admiración que producen los retablos, las esculturas, las pinturas y la arquitectura católica. Pero todo el arte católico de siglos anteriores está en relación precisamente, con la Misa Tridentina. La belleza que inspira la Misa muestra la solemne majestuosidad del Rito Romano. Si acudimos a Misa Tridentina podemos tener la posibilidad de contemplar una belleza que ha inspirado a un gran número de artistas y que sin embargo ningún artista ha conseguido igualar jamás. El arte tan sólo realza un rito de una belleza singular, extraordinaria, sobrenatural… en una palabra, un rito inspirado por Dios.
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Cuarto motivo. La misa nos enseña a respetar a Dios.
El respeto a Dios es, con toda obviedad, una característica del buen cristiano. Ciertamente Dios es nuestro Padre, pero una mal entendida confianza puede asemejarnos a hijos caprichosos. El auténtico respeto a Dios nos enseña a amar a Dios desde la verdadera humildad.
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Quinto motivo. La Misa nos da la gracia para rezar.
Nos hemos acostumbrado a la espontaneidad. Sin embargo, nos hemos olvidado de la fidelidad. La Iglesia nos enseña por medio de la Misa oraciones que están inspiradas por Dios. La Misa nos enseña a rezar como Dios quiere y no como queremos rezar nosotros, entregados a la espontaneidad.
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Sexto motivo. La Misa nos muestra la importancia del sacerdocio ministerial.
Los cristianos han olvidado la función propia de los sacerdotes. Incluso los confundimos con tareas que puede realizar un laico como por ejemplo el auxilio a los pobres. Sin embargo, la Misa nos enseña que tarea tiene un sacerdote para nuestra propia alma; su función única y exclusiva para las almas. En la liturgia tradicional está muy subrayado el carácter sacrificial de la Santa Misa, sacrificio, por los vivos y difuntos, que es ofrecido al Padre por el sacerdote que actua in persona Christi.
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Séptimos motivo. Por el latín.
En la Iglesia se habla mucho de unidad, pero es muy triste comprobar que los católicos no estamos unidos en una misma lengua para rezar a Dios. El latín en la Misa nos une ya que rezamos en una misma lengua a Dios. Hoy existe un gran interés por el inglés, el alemán e incluso por lenguas orientales como el japonés, ¡tengamos el mismo interés por el latín!

lunes, 12 de julio de 2010

Reflexión: Domingo VII después de Pentecostés.

El Señor insiste en repetidas ocasiones en el peligro de los falsos profetas, que llevarán a muchos a su ruina espiritual. San Pablo los llama falsos hermanos y falsos apóstoles, y advierte a los primeros cristianos que se guarden de ellos; San Pedro los llama falsos doctores. En nuestros días también han proliferado los maestros del error; ha sido abundante la siembra de malas semillas, y han sido causa de desconcierto y de ruina para muchos.
En el Evangelio de la Misa nos advierte el Señor: Tened cuidado con los falsos profetas; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Mucho es el daño que causan en las almas, pues los que se acercan a ellos en busca de luz encuentran oscuridad, buscan fortaleza y hallan incertidumbre y debilidad. El mismo Señor nos señala que tanto los verdaderos como los falsos enviados de Dios se conocerán por sus frutos; los predicadores de falsas reformas y doctrinas no acarrearán más que la desunión del tronco fecundo de la Iglesia y la turbación y la perdición de las almas: por sus frutos los conoceréis, nos dice Jesús. ¿Acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. En este pasaje del Evangelio nos advierte el Señor para que estemos vigilantes y seamos prudentes con los doctores falsarios y con sus doctrinas engañosas, pues no siempre será fácil distinguirlas, ya que la mala doctrina se presenta muchas veces con apariencia de bondad y de bien.
Los árboles sanos dan frutos buenos. Y el árbol está sano cuando corre en él savia buena. La savia del cristiano es la misma vida de Cristo, la santidad personal, que no se puede suplir con ninguna otra cosa. Por eso no debemos separarnos nunca de El: quien está unido conmigo, y yo con él –nos dice-, ése da mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer. En el trato con Jesús aprendemos a ser eficaces, a estar alegres, a comprender, a querer de verdad, a ser, en definitiva, buenos cristianos.
Si se descuidara esa honda unión con Dios, la eficacia apostólica con quienes nos relacionamos habitualmente se iría reduciendo hasta ser nula, y los frutos se tornarían amargos, indignos de ser presentados al Señor. “Entre aquellos mismos –señalaba San Pío X- a quienes les resulta una carga recogerse en su corazón (Jer 12, 11) o no quieren hacerlo, no faltan los que reconocen la consiguiente pobreza de su alma, y se excusan con el pretexto de que se entregaran totalmente al servicio de las almas. Pero se engañan. Habiendo perdido la costumbre de tratar con Dios, cuando hablan de El a los hombres o dan consejos de vida cristiana, están totalmente vacíos del espíritu de Dios, de manera que la palabra del Evangelio parece como muerta en ellos”.
Así como el hombre que excluye de su vida a Dios se convierte en árbol enfermo con malos frutos, la sociedad que pretende desalojar a Dios de sus costumbres y de sus leyes produce males sin cuento y gravísimos daños para los ciudadanos que la integran. Surge al mismo tiempo el fenómeno del laicismo, que quiere suplantar el honor debido a Dios y la moral basada en principios trascendentes, por ideales y normas de conducta meramente humanos, que acaban siendo infrahumanos. A la vez, tratan de relegar a Dios y a la Iglesia al interior de las conciencias y se ataca, con agresividad, a la Iglesia y al Papa, bien directamente o en personas o instituciones que son fieles a su Magisterio.
Ante frutos tan amargos, los cristianos debemos responder con generosidad a la llamada recibida de Dios para ser sal y luz allí donde estamos, por pequeño que pueda ser o parecer el ámbito donde se desenvuelve nuestra vida. Debemos mostrar con hechos que el mundo es más humano, más alegre, más honesto, más limpio, cuando está más cerca de Dios. La vida más merece la pena ser vivida cuanto más informada esté por la luz de Cristo.
Con la gracia de Dios y la intercesión de Santa María, nos esforzaremos con constancia para dar fruto abundante, en el lugar donde Dios nos ha puesto.

domingo, 11 de julio de 2010

Domingo VII después de Pentecostés.

La rama, injertada en el árbol de la cruz y en Cristo, debe dar buenos frutos bajo el sol rotundo de la gracia: ¡ay de la rama muerta, a la que el hacha hará caer en el fuego!.
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(II clase, verde) Gloria, Credo y prefacio de la Santísima Trinidad.
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El Espíritu Santo sigue siempre pausadamente, calladamente transformando, divinizando la faz sobrenatural de la tierra. Es sal de la Sabiduría, que sazona al mundo, que purifica las almas, que las madura con sus divinales fuegos para la vida eterna. Ese divino Espíritu tiene razón de Don, y entre los Dones el más augusto y preciado es el de Sabiduría, tan solicitado por la Iglesia ya desde estos domingos, y sobre todo en los de agosto, recordarnos en maitines las figuras de David y de Salomón. Ambos fueron grandes amantes de la divina Sabiduría, que nos hace sacar gusto a Dios, y enjuiciarlo todo según su certero y sapientísimo criterio: Esta es aquella Sunamitis tan ferviente que calentaba al anciano David, tan casta que no le incitaba la libídine. Esta pidió también el joven Salomón como esposa al tomar las riendas del gobierno; ésta finalmente constituirá para los elegidos las delicias del cielo. "Videnti Creatorem angusta est omnis creatura", al que ve al Creador, dice S. Gregorio, parécele poquita cosa cualquier criatura, charquitos de agua turbia, frente a las aguas vivas de una fuente caudalosa. Los pingües frutos de esta celestial Sabiduría hállanse enumerados en la Epístola de hoy; y, en cambio, el fruto y paga del pecado es la muerte, además de la vergüenza y del torcedor de la conciencia que le acompaña y que le sigue. Por nuestra vida y por los frutos que rindamos se conocerá qué tal árbol somos (Ev.), pues no está todo en tener buenas abras, sino en la Sabiduría y cordura, que el Espíritu Santo comunica a los que de Él se dejan dócilmente guiar, traduciéndose luego en obras buenas y de edificación. "Preciso es, dice S. Agustín, que manos y lengua vayan a la par; y que mientras ésta glorifica a Dios, aquéllas obren". "Las palabras placenteras y los aires de mansedumbre deben ser evaluados por el fruto de las obras", dice S. Hilario; porque a menudo sucede que la piel de oveja sirve para ocultar la ferocidad del lobo (Noct. 3º). Tenemos, pues, en el pacífico Salomón una figura de Cristo, el cual dijo cierto día: Éste que veis es más que Salomón. A Él debemos escuchar (Grad.) porque tiene palabras de vida eterna. Él es la sabiduría misma del Padre. Pidamos al Señor, mantenga nuestra vida en los caminos de su justicia, aparte de nosotros todo lo nocivo, y nos conceda todo lo saludable (Or.). El párroco celebra hoy la misa por sus feligreses.
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INTROITUS
Ps. 46, 2 - Ps. ibid., 3
Omnes gentes pláudite
mánibus: jubiláte Deo
in voce exsultatiónis.
Ps. Quóniam Dóminus excélsus,
terríbilis: Rex magnus
super omnes terram.
V/. Glória Patri.
*
Los textos propios de la Sancta Missa los obtienes aquí.

sábado, 10 de julio de 2010

El Gloria in excelsis Deo.

Como ya hemos dicho, hasta el siglo IV, la Misa no tenía Introito y comenzaba con el Kyrie eleison, término de las letanías: está súplica se repetía muchas veces, hasta que el celebrante ordenaba terminar. El Papa San Gregorio el Grande decretó que sólo se repitiera nueve veces, y el Papa San Pío V ordenó que se dijeran tres Kyrie eleison, tres Christe eleison y tres Kyrie eleison. En las misas solemnes, el celebrante y los ministros pueden sentarse al lado de la epístola, al canto del Kyrie, del Gloria in excelsis, de la Secuencia y del Credo.
Los Kyries tradicionales del canto gregoriano, en que las notas prolongan esta corta oración suplicante, bien cantados, producen naturalmente en el alma sentimientos de arrepentimiento y compunción.
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El Gloria in excelsis Deo.
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El Gloria in excelsis Deo es la doxología (palabras de gloria o alabanza) que comienza con las palabras del cántico de los Ángeles en la noche del nacimiento de Jesús. En este himno adoramos, damos gracias, pedimos perdón y suplicamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo: es una profesión de fe en el misterio de la Santísima Trinidad. Su composición remonta probablemente a los tiempos apostólicos; en el siglo II se recitaba en la Misa de la noche de Navidad; en el siglo IV, el Papa Simaco ordenó que se cantase en las Misas pontificales de los domingos y de las fiestas de los mártires. Desde el siglo XI todos los sacerdotes pueden decir este himno en la misa. Siendo un cántico de alegría, no se dice en las Misas de Difuntos ni en las misas que se celebran con ornamento morado, color que simboliza la penitencia; tampoco se dice en las misas votivas privadas, excepto la Misa votiva de la Santísima Virgen de los sábados, y la Misa votiva de los Ángeles.
Es el Gloria in excelsis Deo una de las oraciones más sobrias y más bella de toda la literatura litúrgica: en sus frases cortadas refunde todos los sentimientos religiosos de un alma piadosa.
Terminado el Gloria, o después de los Kyries, si no hay Gloria, el sacerdote besa el altar, se vuelve al pueblo y lo saluda diciéndole: El Señor sea con vosotros, a lo que contesta: Y con tu espíritu. Los Obispos, en este lugar, repiten el saludo que Jesús dirigía a sus Apóstoles: La paz sea con vosotros.

viernes, 9 de julio de 2010

El introito.

El Introito (entrada) está compuesto de una antífona, de un versículo de salmo, del Gloria al Padre y de la repetición de la antífona. Antiguamente, mientras el Celebrante y los ministros entraban en la iglesia, el Coro cantaba el Introito, prescrito en el siglo V por el Papa San Celestino; entonces se cantaba un salmo completo: en el siglo X fue reducido su actual extensión.
El Introito es como una enunciación de la fiesta que se celebra o algún pensamiento sobre la misma, o una invitación a participar del espíritu de la solemnidad. Así, por ejemplo, el Introito de la Misa de la Asunción de la Santísima Virgen, dice:
Alegrémonos todos en el Señor, celebrando la fiesta en honor de la bienaventurada Virgen María; de cuya Asunción se alegran los Ángeles y juntamente alaban al Hijo de Dios (Salmo 44, 2). Mi corazón profirió una palabra buena: dedico mis obras al Rey. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Alegrémonos, etc.
Otros ejemplos de Introitos:
Hoy sabréis que vendrá el Señor y nos salvará, y mañana veréis su gloria (Vigilia de Navidad).
Resucité y aún estoy contigo, aleluya; pusiste sobre mí tu mano, aleluya; admirable es tu sabiduría, aleluya, aleluya (Domingo de Resurrección.
Cielo, enviad rocío de lo alto, y las nubes lluevan al Justo; ábrase la tierra, y brote al Salvador. (Dom. IV de Adviento).
No me abandonéis, Señor Dios mío, no os alejéis de mí; acudid a mi socorro, Señor Dios de misericordia (Feria IV después de la 2da. Dom. de Cuaresma).
Al comenzar el Introito el sacerdote se signa; en las misas de difuntos hace la señal de la Cruz sobre el Misal, para significar que su bendición a las almas de los fieles difuntos.
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El Kyrie eleison o Plegaria Litúrgica
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El sacerdote alternando con el pueblo implora la misericordia del Padre repitiendo tres veces: Kyrie eleison, Señor, ten piedad de nosotros; la misericordia del Hijo, diciendo: Christe eleison, Cristo ten piedad de nosotros; y la misericordia del Espíritu Santo con los tres Kyrie eleison, Señor, ten piedad de nosotros. Estas preces litánicas, que se dicen en griego, por tradición antigua, son un residuo de las procesiones estacionales de Roma. (continúa).

jueves, 8 de julio de 2010

El Confiteor.

El Confiteor es una especie de confesión de los pecados, muy necesaria para excitar al celebrante y fieles a sentimientos de confusión, vergüenza y arrepentimiento a la vista de los pecados. El Confiteor consta de dos partes: la confesión de las faltas y una petición. En la primera se reconoce pecador y en la segunda pide a la Santísima Virgen y a los Santos y a todos los asistentes que rueguen por él a Dios Nuestro Señor. Sigue la absolución del sacerdote (Misereatur… Indulgentiam), la que unida al Confiteor borra los pecados veniales, como todos los sacramentales. Antes del Confiteor el sacerdote signándose dice: V. Nuestro auxilio está en el Nombre del Señor. R. Que hizo el cielo y la tierra, palabras que indican que en todos los actos de nuestra vida debemos recurrir a Dios Omnipotente, refugio y fuerza nuestra. Antes de subir al altar pide al Señor que vivifique a todos a fin de que todo el pueblo se alegre en El, que muestre su misericordia, que dé la salud, y que escuche su oración; saluda al pueblo diciendo: El Señor sea con vosotros, y el pueblo responde: Y con tu espíritu.
Antiguamente, antes de subir al altar, el celebrante se postraba en tierra, como actualmente en los Oficios matutinos del Viernes y Sábado Santos, en señal de profunda humildad y anonadamiento, a la vista de la sublimidad de los misterios por celebrar.
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El sacerdote sube al Altar. La incensación.
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Invita al pueblo a orar diciendo: Oremos y subiendo al Altar continúa: Borra, Señor, te lo rogamos, nuestras iniquidades, a fin de que podamos entrar al Santo de los Santos con nuestros corazones puros. En seguida besa al Altar, diciendo: Te pedimos, Señor, por los méritos de los Santos cuyas reliquias están aquí, y de todos los demás Santos, que te dignes perdonar todos mis pecados. El beso al Altar es signo de adoración y de amor a Nuestro Señor Jesucristo a Quien representa el Altar, y de veneración a los Santos cuyas reliquias encierra el Altar.
En las Misas solemnes, el sacerdote después de besar el altar inciensa el Crucifijo tres veces, en honor de las tres divinas Personas, inciensa las reliquias de los Santos, miembros gloriosos del cuerpo místico de la Iglesia, cuya cabeza es Jesucristo y el altar que representa a Jesucristo; se inciensa también al celebrante, ministro del Sumo Sacerdote Jesucristo. Esta primera incensación remonta al siglo X. Mientras inciensa, los ministros, diácono y subdiácono le toman la casulla, rito de simbolismo arcaico, que era necesario cuando las casullas cubrían los brazos del celebrante, para dejarlos más libres para incensar.
El incienso representa la oración de los Santos. Nuestras oraciones han de subir al cielo, como el perfume en las nubes de incienso; pero, como el incienso sale del fuego, así nuestras oraciones han de salir de corazones encendidos en las llamas de la caridad.

miércoles, 7 de julio de 2010

martes, 6 de julio de 2010

La bendición del agua y la aspersión.

La aspersión del agua es un rito preparatorio a la Santa Misa. En la antigüedad sólo se bendecía el agua bautismal en la víspera de Pascua de Resurrección y de Pentecostés: antes de que se mezclase el santo Crisma se la daba a los fieles para que rociaran sus casas y campos. Como no era suficiente esta agua, se introdujo la costumbre de bendecir el agua los domingos, antes de la aspersión.
Este rito tradicional, que consiste en rociar con agua bendita el altar, los ministros y asistentes, es para purificar el altar y a los fieles de sus pecados veniales y para implorar auxilio de Dios a fin de asistir digna y devotamente a la Santa Misa.
El sacerdote entona la antífona Asperges me y continúa cantándola el Coro, y mientras recita el Miserere mei, Deus, rocía el altar, a sí mismo y al pueblo: termina con una oración pidiéndole al Eterno Padre, por Jesucristo Nuestro Señor, se digne enviar a su Santo Ángel a fin de que custodie, proteja y visite a todas las personas allí reunidas.
En tiempo Pascual se canta la antífona Vidi aquam y el salmo Confitemini Domino.
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Misa de los Catecúmenos.
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Oraciones al pie del altar.
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El sacerdote al pie del Altar, se santigua, reza el salmo Judica me, Deus, el Confiteor y algunos versículos. Estas oraciones que son del siglo X, no eran ni obligatorias ni uniformes; San Pío V, en el siglo XVI, las uniformó y prescribió para toda la Iglesia. En los primeros siglos, la Misa comenzaba por el Kyrie eleison, final de las Letanías de Todos los Santos, porque en ciertos días el clero y los fieles se reunían en alguna de las iglesias de Roma y de allí se dirigían procesionalmente a la iglesia estacional donde debía celebrarse la Misa, cantando las letanías de Todos los Santos. Las misas solemnes de Sábado Santo y de la vigilia de Pentecostés comienzan por el Kyrie eleison, término de las Letanías.
El sacerdote desciende, y al pie del altar hace genuflexión, si está reservado el Santísimo, o reverencia profunda, si no lo está, y se signa diciendo: En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén, para significar la íntima unión que hay entre el Sacrificio de la Cruz y la Santa Misa.
La antífona y el salmo Judica me, Deus que recita alternando con el pueblo o con el acólito, son una oración de alegría y de júbilo, de súplica y de confianza en Dios antes de subir al santo Altar para celebrar los tremendos misterios eucarísticos. En las Misas de Difuntos y en las del tiempo de Pasión, se suprime el salmo, pero no la antífona. (Continúa).

lunes, 5 de julio de 2010

La Misa de la Estación.

Se reunían los fieles en Roma en alguna iglesia central, y de allí se dirigían procesionalmente a la basílica estacional, cantando las Letanías de los Santos.
En la basílica se colocaban los hombres al lado del Evangelio y las mujeres al lado de la Epístola. El Pontífice entraba al Secretarium o sacristía y se revestía con los ornamentos litúrgicos, y entraba con toda pompa y solemnidad, mientras el Coro cantaba un salmo (el Introito, entrada).
El Pontífice subía al altar, lo besaba y daba el ósculo de la paz al clero; se dirigía enseguida a la Cátedra colocada en el ábside y todo el clero lo rodeaba formando un semicírculo. Saludaba a los asistentes diciéndoles Pax vobis. La paz sea con vosotros, decía la oración llamada Colecta, se cantaban las lecciones, Gradual, Aleluya o Tracto y el Evangelio seguido de la homilía que pronunciaba el Papa.
El diácono anunciaba que debían salir los catecúmenos y penitentes, y comenzaba la Misa de loa Fieles por la oraciones que, a invitación del Pontífice, recitaban los fieles. Estas preces, que debieron ser semejantes a las que se pronunciaban el Viernes Santo en la Misa de Presantificados, ya no existen en el Misal: sólo se conserva el Oremus, o sea, la invitación a la oración.
Los ministros extendían el mantel sobre el altar y el Pontífice recibía las ofrendas de pan y vino que todos los fieles debían presentar, para que mejor apareciera el carácter colectivo y social del sacrificio.
Hasta el año 410 se leían aquí los dípticos con los nombres de las personas por las cuales se rogaría especialmente, pero desde ese año comenzaron a leerse durante el Canon.
El arcediano colocaba sobre el altar los panes que deberían consagrarse y los cálices ministeriales para la comunión del clero y de los fieles, y vertía vino y un poco de agua: durante estos ritos el Coro cantaba un salmo (Ofertorio). El Pontífice se lavaba las manos, subía al altar e invitaba a orar al pueblo diciendo Orate frates; luego pronunciaba la Secreta, el Prefacio, el Sanctus y el Canon.
Después de la Consagración, los diáconos hacían la fracción del pan, y el arcediano llevaba a la cátedra a donde había vuelto el Papa, la patena sobre la que había un pan consagrado, y el cáliz. El Papa consumía un pedazo de pan y distribuía la Comunión al clero, luego bebía la Sangre del Señor, y pasaba el cáliz al primero de los Obispos, este al al segundo, etc., y así pasaba el cáliz de mano en mano hasta que todos los eclesiásticos hubiesen comulgado.
Acto continuo, el Papa, los Obispos y sacerdotes distribuían el pan consagrado a los fieles, y los diáconos pasaban los cálices ministeriales; entre tanto el Coro cantaba un salmo (Antífona de Comunión).
Después de la Comunión, el Papa volvía al altar, cantaba la oración de acción de gracias (Postcomunión), saludaba al pueblo diciendo Dominus vobiscum: El Señor sea con vosotros, y el diácono despedía a los asistentes diciendo: Ite, Missa est: Idos, es la despedida. El Papa con el cortejo se dirigía al Secretarium y bendecía al pueblo.

domingo, 4 de julio de 2010

Domingo VI después de Pentecostés.

"Tomando los panes, dio gracias, los partió y los dio a los doce para que los repartieran a la hambrienta multitud; bendijo asímismo los peces y mandó distribuirlos": imagen de la eucaristía, verdadero Pan de vida para los hombres."
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(II clase, verde) Gloria, Credo y prefacio de la Santísima Trinidad.
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"El Señor es la fortaleza de su pueblo." Cántico magnífico de alegría y de varonil confianza, en que, una vez más, expresa el pueblo cristiano su confianza y su seguridad. El gradual, el aleluya y el ofertorio hacen eco a este hermoso cántico de entrada.
La epístola y el evangelio ponen de nuevo ante nuestros ojos nuestra condición de bautizados. Muertos al pecado por el bautismo, deberíamos vivir una vida nueva, en que no hubiese lugar alguno para el pecado; la vida de Cristo debe regular la nuestra y llevarla hacia Dios, sin ningún compromiso con la pesada esclavitud, de la que nos ha libertado.
Mas sería irrealizable esta exigencia de santidad, e imposible de sostener nuestra marcha hacia Dios, si él no viniera en nuestra ayuda para comunicarnos la fuerza necesaria. Entre todos los socorros sobrenaturales que se nos prodigan y cuya acción bienhechora canta la misa de hoy, ocupa el primer lugar la eucaristía. La multiplicación de los panes, que la anunciaba, muestra el pan cotidiano de nuestra vida cristiana, el alimento sustancial que ha de sostener nuestras fuerzas para seguir a Cristo "sin desfallecer en el camino".
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INTROITUS
Ps. 27, 8 et 9 - Ps. ibid., 1
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Dóminus fortitúdo
plebis suae, et protéctor
salutárium Christi sui
est: salvum fac pópulum
tuum, Dómine, et bénedic
hereditáti tuae, et rege
eos, usque in saeculum.
Ps. Ad te, Dómine,
clamábo, Deus meus,
ne síleas a me: ne
quando táceas a me, et
assimilábor descendéntibus
in lacum. V/. Glória Patri.

sábado, 3 de julio de 2010

Misa de los Catecúmenos y Misa de los Fieles.

La Misa se divide en Misa de los Catecúmenos, desde las preces al pie del altar hasta el Credo inclusive, y Misa de los Fieles, desde el Ofertorio hasta el fin.
La Misa de los Catecúmenos recibe su nombre de los catecúmenos, o sea, de los que se preparaban a recibir el Bautismo, porque a ella podían asistir: no era propiamente Misa, sino una catequesis oficial dirigida por el Obispo, ayudado de los presbíteros y demás ministros.
La Misa de los Catecúmenos consta de oraciones, cantos y lecturas, que antes del siglo IV no formaban parte de la Misa, sino que eran el Oficio divino de la noche. En el siglo V se juntaron con la celebración de la Santa Misa, llegando a formar con ella un solo todo.
La Misa de los Fieles es el Sacrificio propiamente dicho.
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Ordinario y Propio de la Misa.
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En la Santa Misa podemos distinguir el Ordinario y el Propio. El Ordinario contiene la parte invariable de la Misa. Sus partes esenciales remontan a los tiempos apostólicos, y en su conjunto ya estaba terminado en el siglo VIII; después de algunos agregados entre los siglos X y XIII, fue fijado definitivamente por San Pío V en el siglo XVI.
La parte más sagrada es el Canon, que contiene la Consagración, monumento religioso y literario de la más remota antigüedad.
El Propio de la Misa es la parte variable de la Liturgia de la Misa. Cada fiesta tiene sus oraciones e instrucciones especialmente adaptadas a ella. El Propio de la Misa es una Cátedra de enseñanzas doctrinales y morales encaminada a hacer vivir a los fieles los misterios celebrados o conmemorados. El Propio de la Misa comprende el Introito, la Colecta, la Epístola, el Gradual, el Alleluia, el Tracto, la Sequencia (si la hay), el Evangelio, el Ofertorio, la Secreta, el Prefacio, la Antífona de la Comunión y la Postcomunión.
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La Misa de la Estación.
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Para comprender plenamente la Liturgia de la Santa Misa, describiremos las ceremonias de la Misa de la Estación que el Papa o su representante celebraba en Roma, en algunos días de fiestas y durante la Cuaresma, entre los siglos V y VIII. Aun cuando desde el siglo XVI no se celebraba esta Misa Estacional, sin embargo, el nombre de las Estaciones ha quedado inscrito en el Misal. Había en Roma ochenta y nueve días estacionales, celebrados en cuarenta y tres iglesias diferentes. (Continuará).

viernes, 2 de julio de 2010

Las ceremonias de la Misa.


Las ceremonias de la Misa son los actos externos, oraciones y lecturas prescritas por la Iglesia en el Santo Sacrificio a fin de que los fieles comprendan la grandeza de los Santos Misterios.
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Origen de las ceremonias de la Misa.
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Siendo los Apóstoles judíos, era natural que en un principio las ceremonias accidentales de la Misa se asemejaran a los ritos judíos. A ejemplo de los judíos que se reunían los sábados para la lectura de la Biblia, para oír la homilía o comentario de esta lectura, cantar salmos y recitar oraciones, los primeros cristianos se reunían los sábados, en la tarde primero, y después los domingos en la mañana, para leer el Antiguo Testamento, al que agregaron a su debido tiempo el Nuevo; a esta lectura seguía el comentario, canto de salmos y recitación de oraciones. A continuación se celebraba el Sacrificio Eucarístico, representación y conmemoración del Sacrificio de la Cruz.
En su origen la Santa Misa estaba precedida de los ágapes, o sea, de un banquete común, para recordar la última Cena. Este banquete de unión fraterna, por graves inconvenientes, sólo duró un siglo más o menos.
La Santa Misa se celebraba en la tarde, hora en que el Señor instituyó el Santísimo Sacramento, pero pronto comenzó a celebrarse en la mañana. El año 111, Plinio el Joven, legado en Bitinia, escribía al emperador Trajano que “los cristianos se reunían, en ciertos días determinados, antes de la salida del sol, para cantar entre ellos alternativamente himnos a Cristo”.
Estos días eran el domingo, día del Señor, y los días miércoles y viernes días de ayuno para los cristianos.
La Liturgia de la Misa es obra de los nueve primeros siglos: su parte esencial es la Consagración, efectuada con las palabras mismas del Señor en la última Cena: todo, las ceremonias, oraciones y enseñanzas de la Misa, que son obra de los Romanos Pontífices y de los más grandes escritores del cristianismo naciente, giran alrededor de la gran Acción o Consagración.