sábado, 10 de julio de 2010

El Gloria in excelsis Deo.

Como ya hemos dicho, hasta el siglo IV, la Misa no tenía Introito y comenzaba con el Kyrie eleison, término de las letanías: está súplica se repetía muchas veces, hasta que el celebrante ordenaba terminar. El Papa San Gregorio el Grande decretó que sólo se repitiera nueve veces, y el Papa San Pío V ordenó que se dijeran tres Kyrie eleison, tres Christe eleison y tres Kyrie eleison. En las misas solemnes, el celebrante y los ministros pueden sentarse al lado de la epístola, al canto del Kyrie, del Gloria in excelsis, de la Secuencia y del Credo.
Los Kyries tradicionales del canto gregoriano, en que las notas prolongan esta corta oración suplicante, bien cantados, producen naturalmente en el alma sentimientos de arrepentimiento y compunción.
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El Gloria in excelsis Deo.
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El Gloria in excelsis Deo es la doxología (palabras de gloria o alabanza) que comienza con las palabras del cántico de los Ángeles en la noche del nacimiento de Jesús. En este himno adoramos, damos gracias, pedimos perdón y suplicamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo: es una profesión de fe en el misterio de la Santísima Trinidad. Su composición remonta probablemente a los tiempos apostólicos; en el siglo II se recitaba en la Misa de la noche de Navidad; en el siglo IV, el Papa Simaco ordenó que se cantase en las Misas pontificales de los domingos y de las fiestas de los mártires. Desde el siglo XI todos los sacerdotes pueden decir este himno en la misa. Siendo un cántico de alegría, no se dice en las Misas de Difuntos ni en las misas que se celebran con ornamento morado, color que simboliza la penitencia; tampoco se dice en las misas votivas privadas, excepto la Misa votiva de la Santísima Virgen de los sábados, y la Misa votiva de los Ángeles.
Es el Gloria in excelsis Deo una de las oraciones más sobrias y más bella de toda la literatura litúrgica: en sus frases cortadas refunde todos los sentimientos religiosos de un alma piadosa.
Terminado el Gloria, o después de los Kyries, si no hay Gloria, el sacerdote besa el altar, se vuelve al pueblo y lo saluda diciéndole: El Señor sea con vosotros, a lo que contesta: Y con tu espíritu. Los Obispos, en este lugar, repiten el saludo que Jesús dirigía a sus Apóstoles: La paz sea con vosotros.

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