miércoles, 21 de julio de 2010

Misa de los Fieles. La Oblación.

Terminada la Misa de los Catecúmenos, comienza el Sacrificio de la Oblación; por lo tanto, el que no ha asistido desde el Ofertorio, por lo menos, no oye la Misa entera.
La Oblación comprende el Ofertorio y la Ofrenda, la Oblación propiamente dicha, el Lavabo, el Orate frates y la Secreta.
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El Ofertorio y la Ofrenda.
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Dicho el Credo, o si no lo hay, después del Evangelio, el sacerdote besa el altar y saluda al pueblo diciendo: El Señor sea con vosotros, e invita a orar a los asistentes diciendo: Oremos, y lee el Ofertorio del propio de la Misa. Hasta el siglo VII está invitación era seguida de la Oración de los fieles, conservada sólo en la Misa de los Presantificados del Viernes Santo, antes de la adoración de la Cruz:
“Oremos, amadísimos hermanos, oremos a Dios Padre todopoderoso, para que purifique el mundo de todo error; cure las enfermedades; apague el hambre; abra las cárceles, rompa las cadenas de los prisioneros, conceda a los viajeros la vuelta; a los enfermos la salud; a los navegantes el puerto de salvación. Oremos, doblemos las rodillas”.
Los fieles se arrodillaban, oraban en silencio hasta que el subdiácono decía: Levantaos.
Entonces el celebrante recitaba la Colecta, resumiendo las oraciones de todos:
“Dios Omnipotente y eterno, consuelo de los tristes, fuerza de los débiles, lleguen hasta Vos las oraciones de todos los que sufren, y alégrense todos en sus necesidades por haber experimentado vuestra misericordia”. Amén.
El Ofertorio es una antífona tomada de los Libros Santos. Su nombre se debe a que antiguamente se cantaba por el Coro mientras los fieles, acercándose al presbiterio, ofrecían el pan y el vino del sacrificio y otros presentes para las necesidades del culto o de los fieles. Con esta ceremonia, el pan y el vino, y los otros dones que eran ofrecidos, quedaban separados de los usos profanos y dedicados a Dios. No todo el pan y el vino ofrecidos eran consagrados: a los que no comulgaban y a los ausentes se les enviaba el pan y el vino benditos, en señal de unión. El pan bendito que se distribuye en ciertas fiestas en la Iglesia es una reminiscencia de este rito antiguo. En las consagraciones de Obispos, el Consagrado ofrece al Consagrante dos panes, dos barrilitos de vino y dos cirios, y los ordenados en su ordenación, ofrecen al obispo un cirio, en recuerdo de estas ofrendas primitivas.
Después de la ofrenda, los ministros llevaban al altar la materia de la consagración: en las misas solemnes se conserva esta costumbre: el subdiácono toma de la credencia el cáliz y la hostia y lo entrega al diácono.
Esta ofrenda, sólo a partir el siglo IV, fue acompañada del Ofertorio, que era un salmo cantado por el Coro, con una antífona que el pueblo repetía como estribillo después de cada versículo. Suprimida la ofrenda en el siglo XI, se redujo el Ofertorio a una antífona como la tenemos ahora.

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