Se reunían los fieles en Roma en alguna iglesia central, y de allí se dirigían procesionalmente a la basílica estacional, cantando las Letanías de los Santos.
En la basílica se colocaban los hombres al lado del Evangelio y las mujeres al lado de la Epístola. El Pontífice entraba al Secretarium o sacristía y se revestía con los ornamentos litúrgicos, y entraba con toda pompa y solemnidad, mientras el Coro cantaba un salmo (el Introito, entrada).
El Pontífice subía al altar, lo besaba y daba el ósculo de la paz al clero; se dirigía enseguida a la Cátedra colocada en el ábside y todo el clero lo rodeaba formando un semicírculo. Saludaba a los asistentes diciéndoles Pax vobis. La paz sea con vosotros, decía la oración llamada Colecta, se cantaban las lecciones, Gradual, Aleluya o Tracto y el Evangelio seguido de la homilía que pronunciaba el Papa.
El diácono anunciaba que debían salir los catecúmenos y penitentes, y comenzaba la Misa de loa Fieles por la oraciones que, a invitación del Pontífice, recitaban los fieles. Estas preces, que debieron ser semejantes a las que se pronunciaban el Viernes Santo en la Misa de Presantificados, ya no existen en el Misal: sólo se conserva el Oremus, o sea, la invitación a la oración.
Los ministros extendían el mantel sobre el altar y el Pontífice recibía las ofrendas de pan y vino que todos los fieles debían presentar, para que mejor apareciera el carácter colectivo y social del sacrificio.
Hasta el año 410 se leían aquí los dípticos con los nombres de las personas por las cuales se rogaría especialmente, pero desde ese año comenzaron a leerse durante el Canon.
El arcediano colocaba sobre el altar los panes que deberían consagrarse y los cálices ministeriales para la comunión del clero y de los fieles, y vertía vino y un poco de agua: durante estos ritos el Coro cantaba un salmo (Ofertorio). El Pontífice se lavaba las manos, subía al altar e invitaba a orar al pueblo diciendo Orate frates; luego pronunciaba la Secreta, el Prefacio, el Sanctus y el Canon.
Después de la Consagración, los diáconos hacían la fracción del pan, y el arcediano llevaba a la cátedra a donde había vuelto el Papa, la patena sobre la que había un pan consagrado, y el cáliz. El Papa consumía un pedazo de pan y distribuía la Comunión al clero, luego bebía la Sangre del Señor, y pasaba el cáliz al primero de los Obispos, este al al segundo, etc., y así pasaba el cáliz de mano en mano hasta que todos los eclesiásticos hubiesen comulgado.
Acto continuo, el Papa, los Obispos y sacerdotes distribuían el pan consagrado a los fieles, y los diáconos pasaban los cálices ministeriales; entre tanto el Coro cantaba un salmo (Antífona de Comunión).
Después de la Comunión, el Papa volvía al altar, cantaba la oración de acción de gracias (Postcomunión), saludaba al pueblo diciendo Dominus vobiscum: El Señor sea con vosotros, y el diácono despedía a los asistentes diciendo: Ite, Missa est: Idos, es la despedida. El Papa con el cortejo se dirigía al Secretarium y bendecía al pueblo.
En la basílica se colocaban los hombres al lado del Evangelio y las mujeres al lado de la Epístola. El Pontífice entraba al Secretarium o sacristía y se revestía con los ornamentos litúrgicos, y entraba con toda pompa y solemnidad, mientras el Coro cantaba un salmo (el Introito, entrada).
El Pontífice subía al altar, lo besaba y daba el ósculo de la paz al clero; se dirigía enseguida a la Cátedra colocada en el ábside y todo el clero lo rodeaba formando un semicírculo. Saludaba a los asistentes diciéndoles Pax vobis. La paz sea con vosotros, decía la oración llamada Colecta, se cantaban las lecciones, Gradual, Aleluya o Tracto y el Evangelio seguido de la homilía que pronunciaba el Papa.
El diácono anunciaba que debían salir los catecúmenos y penitentes, y comenzaba la Misa de loa Fieles por la oraciones que, a invitación del Pontífice, recitaban los fieles. Estas preces, que debieron ser semejantes a las que se pronunciaban el Viernes Santo en la Misa de Presantificados, ya no existen en el Misal: sólo se conserva el Oremus, o sea, la invitación a la oración.
Los ministros extendían el mantel sobre el altar y el Pontífice recibía las ofrendas de pan y vino que todos los fieles debían presentar, para que mejor apareciera el carácter colectivo y social del sacrificio.
Hasta el año 410 se leían aquí los dípticos con los nombres de las personas por las cuales se rogaría especialmente, pero desde ese año comenzaron a leerse durante el Canon.
El arcediano colocaba sobre el altar los panes que deberían consagrarse y los cálices ministeriales para la comunión del clero y de los fieles, y vertía vino y un poco de agua: durante estos ritos el Coro cantaba un salmo (Ofertorio). El Pontífice se lavaba las manos, subía al altar e invitaba a orar al pueblo diciendo Orate frates; luego pronunciaba la Secreta, el Prefacio, el Sanctus y el Canon.
Después de la Consagración, los diáconos hacían la fracción del pan, y el arcediano llevaba a la cátedra a donde había vuelto el Papa, la patena sobre la que había un pan consagrado, y el cáliz. El Papa consumía un pedazo de pan y distribuía la Comunión al clero, luego bebía la Sangre del Señor, y pasaba el cáliz al primero de los Obispos, este al al segundo, etc., y así pasaba el cáliz de mano en mano hasta que todos los eclesiásticos hubiesen comulgado.
Acto continuo, el Papa, los Obispos y sacerdotes distribuían el pan consagrado a los fieles, y los diáconos pasaban los cálices ministeriales; entre tanto el Coro cantaba un salmo (Antífona de Comunión).
Después de la Comunión, el Papa volvía al altar, cantaba la oración de acción de gracias (Postcomunión), saludaba al pueblo diciendo Dominus vobiscum: El Señor sea con vosotros, y el diácono despedía a los asistentes diciendo: Ite, Missa est: Idos, es la despedida. El Papa con el cortejo se dirigía al Secretarium y bendecía al pueblo.
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