El sacerdote toma la patena que contiene la hostia y ruega al Eterno Padre que acepte esta hostia inmaculada que le ofrece por sus innumerables pecados, ofensas y negligencias, por todos los presentes, por todos los cristianos vivos y difuntos, a fin de que a todos les aproveche para la vida eterna. Con la patena hace la señal de la Cruz sobre el corporal para significar que la víctima que se va a ofrecer es la misma de la Cruz, y deja la hostia sobre el corporal.
Toma el cáliz y vacía en él vino y una gotas de agua (en las Misas solemnes el diácono vierte el vino, y el subdiácono, el agua); antes de agregar el agua la bendice para que nosotros lleguemos a ser consortes de la divinidad de Aquel que se hizo hombre. La mezcla de vino y agua representa la unión de la naturaleza divina y humana en la única Persona del Verbo; recuerda la sangre y agua que brotó del costado de Cristo atravesado por la lanza, y simboliza la unión de los fieles con Jesucristo; esta es la razón por la que el sacerdote bendice el agua que representa a los fieles y no el vino que es figura de Jesucristo.
En las Misas de difuntos no se bendice el agua, porque representa a las almas de los fieles difuntos, sobre las que la Iglesia no tiene autoridad.
El sacerdote ofrece el cáliz en nombre de todos por la salvación de todo el mundo; hace el signo de la cruz con el cáliz sobre el corporal, lo cubre con la palia, e inclinándose, con las manos juntas sobre el altar se ofrece él con todos los asistentes al sacrificio: “Con espíritu de humildad y con ánimo contrito seamos recibidos por Ti, oh Señor: y de tal suerte sea hecho nuestro sacrificio en tu presencia, que te sea grato, oh Señor Dios”. Estas palabras expresan la unión del sacerdote y de los fieles que, en cierto modo, concelebran la Santa Misa.
Se pone derecho y extiende las manos, las levanta y las junta y elevando los ojos al cielo y bajándolos inmediatamente, dice bendiciendo la oblata: “Ven, Santificados Omnipotente eterno Dios y bendice este sacrificio, preparado para ti”.
En las Misas solemnes el celebrante inciensa la oblata y el altar. Esta incensación es la más solemne de la Misa: el sacerdote inciensa la oblata tres veces trazando sobre la hostia y el cáliz la Cruz y tres veces en forma de círculo, pidiendo al Señor que este incienso bendito suba a El y que descienda sobre todos su misericordia; mientras inciensa el altar va pronunciando los versículos 2-4 del Salmo 140, a fin de que su oración se dirija a Dios, como se eleva el incienso en su presencia. El diácono recibe el incensario, inciensa al sacerdote, al subdiácono y al clero, y el turiferario inciensa al diácono y al pueblo, porque los fieles son miembros del cuerpo místico de Jesucristo y junto con Jesucristo ofrecen el sacrificio.
Toma el cáliz y vacía en él vino y una gotas de agua (en las Misas solemnes el diácono vierte el vino, y el subdiácono, el agua); antes de agregar el agua la bendice para que nosotros lleguemos a ser consortes de la divinidad de Aquel que se hizo hombre. La mezcla de vino y agua representa la unión de la naturaleza divina y humana en la única Persona del Verbo; recuerda la sangre y agua que brotó del costado de Cristo atravesado por la lanza, y simboliza la unión de los fieles con Jesucristo; esta es la razón por la que el sacerdote bendice el agua que representa a los fieles y no el vino que es figura de Jesucristo.
En las Misas de difuntos no se bendice el agua, porque representa a las almas de los fieles difuntos, sobre las que la Iglesia no tiene autoridad.
El sacerdote ofrece el cáliz en nombre de todos por la salvación de todo el mundo; hace el signo de la cruz con el cáliz sobre el corporal, lo cubre con la palia, e inclinándose, con las manos juntas sobre el altar se ofrece él con todos los asistentes al sacrificio: “Con espíritu de humildad y con ánimo contrito seamos recibidos por Ti, oh Señor: y de tal suerte sea hecho nuestro sacrificio en tu presencia, que te sea grato, oh Señor Dios”. Estas palabras expresan la unión del sacerdote y de los fieles que, en cierto modo, concelebran la Santa Misa.
Se pone derecho y extiende las manos, las levanta y las junta y elevando los ojos al cielo y bajándolos inmediatamente, dice bendiciendo la oblata: “Ven, Santificados Omnipotente eterno Dios y bendice este sacrificio, preparado para ti”.
En las Misas solemnes el celebrante inciensa la oblata y el altar. Esta incensación es la más solemne de la Misa: el sacerdote inciensa la oblata tres veces trazando sobre la hostia y el cáliz la Cruz y tres veces en forma de círculo, pidiendo al Señor que este incienso bendito suba a El y que descienda sobre todos su misericordia; mientras inciensa el altar va pronunciando los versículos 2-4 del Salmo 140, a fin de que su oración se dirija a Dios, como se eleva el incienso en su presencia. El diácono recibe el incensario, inciensa al sacerdote, al subdiácono y al clero, y el turiferario inciensa al diácono y al pueblo, porque los fieles son miembros del cuerpo místico de Jesucristo y junto con Jesucristo ofrecen el sacrificio.
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