Además de los pecados contra las virtudes teologales, hay los pecados contra la virtud de la religión que se encierran en dos categorías: la superstición y la irreligión.
Es superstición dar a Dios culto como no debe darse o dar culto a las criaturas.
Se da a Dios el culto que no debe darse cuando es falso o superfluo, como imaginar milagros falsos o falsas revelaciones, o añadir prácticas vanas a los actos religiosos aprobados por la Iglesia.
Se tributa al ser creado culto divino con la idolatría, la vana observancia y la adivinación.
Idolatría es dar a un ser creado con palabras o signos la adoración que se debe a Dios.
La vana observancia consiste en atribuir a ciertas prácticas y observancias un efecto y un significado que Dios no les ha atribuido; tales son llevar amuleto, creer en días aciagos o fatales, etc.
No hay que confundir con la vana observancia los usos santos y autorizados por la Iglesia de llevar medallas, reliquias, escapularios y otras señales exteriores de devoción con los cuales los cristianos manifiestan su devoción interior, y se la recuerdan a sí mismos y a los demás.
El culto a las reliquias y a las imágenes no es un culto absoluto, sino relativo, que termina en las personas cuyas reliquias o imágenes veneramos, como el hijo que besa el retrato de su padre dirige su intención más allá del objeto del retrato. Es cosa natural venerar las reliquias y las imágenes, pues los mismos incrédulos miran con singular respeto los retratos de los seres queridos y los objetos que les pertenecieron.
Los principales pecados de irreligión son: la negligencia en la oración, la indiferencia en lo referente a los deberes del cristiano, el desprecio de las cosas santas y el sacrilegio.
Sacrilegio es la profanación de una cosa sagrada; el sacrilegio es real si se profana una cosa santa como un sacramento; local si se profana un lugar sagrado como una iglesia o un cementerio; y personal si a quien se profana es una persona consagrada a Dios como los sacerdotes, diáconos y religiosos.
Ejemplos bíblicos: los tres jóvenes se niegan a adorar la estatua de Nabucodonosor (Daniel III, 12-21); Saúl consulta a una adivina y Samuel le predice su ruina (I Reyes XXVIII, 6-20); el ídolo de Bel (Daniel XIV, 21); Baltasar profana los vasos sagrados del templo de Jerusalén (Daniel V, 1-4).
(Rvdo. P. Luis Ramírez Silva, S. J. 1939).
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