Los Mandamientos de la Ley de Dios son excelentísimos en sí mismo y comparados con las leyes humanas.
Son excelentes en sí mismos por su universalidad, por su inmutabilidad y por sus efectos.
Por su universalidad son excelentes porque abrazan todos los deberes y convienen y bastan a todos los pueblos, a todos los climas, a todos los tiempos.
Son inmutables. En vano se deslizan los siglos llevándose consigo sus códigos y sus leyes; estas leyes divinas resisten a los siglos, a la persecución, a la corrupción misma de los pueblos.
El código de la ley divina es excelente por sus efectos. Puede decirse, con toda verdad, que la felicidad de los hombres fue el fin manifiesto de los mandamientos, que Dios les dio. Una sociedad en la cual fuesen fielmente guardados los mandamientos no necesitaría magistrados ni tribunales.
Más no sólo en sí mismos sino también comparados con las leyes humanas son excelentes los mandamientos. Son, en efecto, superiores a las demás leyes en claridad y en dignidad. Jamás necesitan reforma y se resumen todos en la gran ley del respeto.Respeto a Dios en sí mismo, en su nombre y en su día; respeto al prójimo en su persona, en sus bienes, en su honor, en su veracidad; respeto a sí mismo desde todo punto de vista.
Hechos bíblicos.
Promulgación de la Ley (Exodo XIX y XX).
Jesucristo da a San Pedro el poder de atar y desatar (S. Mateo XVI, 17-20; XVIII, 18).
Concilio de Jerusalén (Hechos XV, 23-29).
(Fuente: Compendio de Doctrina Cristiana, 1939).
1 comentario:
Muy bueno!!!
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