sábado, 11 de septiembre de 2010

La autoridad doctrinal y el magisterio de la Iglesia.

El fiel católico, aún el menos instruido, puede decir:
“Aprendí mi religión de labios de mi párroco, quien puso en mis manos y me explicó un librito llamado catecismo. Lo que él me enseña se remonta hasta mi Obispo, quien envió a mi párroco con este librito; por mi Obispo esta enseñanza se remonta hasta el Papa, quien envió a mi Obispo; por el Papa esta misma enseñanza se remonta hasta San Pedro quien la recibió de Jesucristo.
“Mi religión es la misma que San Pedro enseñaba y tenía de Jesucristo; pues bien, si el párroco que me instruye, cambiase algo de la doctrina católica, los otros sacerdotes y aun los fieles, lo denunciarían al Obispo; y si mi Obispo cambiase algo, los otros Obispos, o también los sacerdotes o los simples fieles, lo denunciarían al Papa, y este guardián vigilante e infalible de la fe, lo separaría de la Iglesia”.
“En consecuencia, un cambio en la fe es hoy imposible, también ha sido imposible en todo tiempo por las misma razones. Por consiguiente, mi religión es la que Jesucristo enseñó”.
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El fiel católico, aún el más instruido, puede decir:
“Negar un solo artículo de mi fe, sería negar la autoridad infalible de la Iglesia”.
“Negar la autoridad infalible de la Iglesia sería negar la infalible eficacia de las palabras de Jesucristo que se la comunicó”.
“Negar la infalible eficacia de las palabras de Jesucristo, sería negar su divinidad que probó con milagros”.
“Negar la divinidad de Jesucristo, sería negar al mismo Dios”.
“Negar a Dios sería negar la razón, que victoriosamente reconoce su existencia”.
“Ahora bien, a menos de ser loco, no puedo negar la razón; en consecuencia estoy absolutamente cierto de que todo lo que la Iglesia me enseña, Dios me lo enseña; de manera que si, por imposible, la Iglesia me indujese a error, asistiríame el derecho de decir a Dios: Señor, soy vos quien me ha engañado”.
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El fiel católico puede decir:
“Supuesto que estoy cierto de que, al creer lo que me enseña la Iglesia, creo lo que Dios enseña, también y, por las mismas razones estoy cierto de que, al hacer lo que manda la Iglesia, hago lo que Dios quiere que haga. Ahora bien: el hacer la voluntad de Dios, ¿no es marchar infaliblemente hacia el cielo?”. (Fuente: Compendio de Doctrina Cristiana, 1939).

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