miércoles, 8 de septiembre de 2010

Armoniosa síntesis de la Iglesia Católica.

La Iglesia Católica es obra de la Santísima Trinidad: de Dios Padre como su primer principio y origen de todo bien; de Jesucristo como su Fundador y Salvador, y del Espíritu Santo como de su Santificador.
La Santísima Virgen es su Reina; los ángeles, sus protectores; los santos, sus intercesores; los Patriarcas, su tronco; los Profetas, sus oráculos; los Apóstoles, su fundamento.
El Papa es su Jefe visible; los cardenales, sus consejeros; los Obispos, sus Pastores; los sacerdotes, su voz; los diáconos, sus ecónomos; los subdiáconos, sus servidores.
Los mártires son sus testigos y los Doctores, su luz; los confesores la fortifican y las órdenes religiosas la sostienen; las santas vírgenes son su ornamento y los fieles sus hijos.
El bautismo es su cuna; la confirmación, su fuerza; la Sagrada Eucaristía, su alimento; la penitencia y la extremaunción, su remedio; el orden y el matrimonio, su semillero.
Los mandamientos de Dios son sus muros; sus propios mandamientos, sus antemurales; los consejos evangélicos, sus defensas exteriores.
El cuerpo adorable de Jesucristo es su tesoro; la infalibilidad, su signo distintivo. El Evangelio es su garantía; la unidad, su centro; la universalidad, su sello. Las Sagradas Escrituras son su demostración; la Tradición, su estabilidad.
Los concilios son su dignidad; la verdad, su guía; la dulzura, su espíritu; la oración, su escudo; la paciencia, su triunfo.
La fe es su puerta; la esperanza, su camino; la caridad, su término. La gracia de Jesucristo es su riqueza, y la castidad, su flor; la justicia, su esplendor; la prudencia, su ojo; la fortaleza, su brazo; la templanza, su cuerpo.
Los justos constituyen su alegría; el pecado excita su aversión. Los pecadores son el objeto de su conmiseración; los judíos, sus testimonios vivientes; la conversión de todos, el objeto de sus incesantes plegarias; la extensión de sus miembros es su deseo; la glorificación de Dios, su propia gloria.
La Santísima Trinidad es el objeto de su adoración; el Hombre Dios inmolado, su sacrificio; las ceremonias litúrgicas, su atavío.
La tierra es su hogar de destierro; la Cruz su herencia; el Cielo, su patria.
Los escándalos son su dolor; el arrepentimiento su consuelo; el perdón de los pecados, su liberalidad.
Jesucristo es su esposo; su presencia perpetua en la Eucaristía su alegría, su honor, su consuelo.
El fin del mundo será el día de su coronación.
Lucha en la tierra, sufre en el purgatorio, triunfa en el cielo. (Mons. Sylvain).
(Fuente: Luis Ramírez Silva, S.J.: Compendio de la Doctrina Cristiana. Santiago de Chile. 1939).

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