lunes, 17 de mayo de 2010

Los orígenes del Templo.

Los orígenes del Templo.
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En la antigua Ley el pueblo escogido tuvo un templo en el que se sacrificaban las víctimas inmoladas por el pueblo, y las oraciones del pueblo, mezcladas con los suavísimos perfumes quemados en el altar, subían a los cielos. Grandioso sobre toda ponderación fue este templo; pero cuando la muerte del Señor marcó el término de la antigua Alianza, rasgóse su riquísimo velo purpurino, termináronse oficialmente sus sacrificios y comenzó a ofrecerse la Hostia pura e inmaculada que exige también un templo, una iglesia.
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El Templo de Jerusalén.
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Dios ordenó a Moisés la construcción del Tabernáculo para colocar el Arca de la Alianza. El mismo Dios dispuso su forma y quiso habitar allí de un modo especialísimo: “En este lugar manifestaré mi voluntad a los hijos de Israel, y habitaré en medio de ellos, y seré su Dios” (II Paralip. 7, 16)
El santo Rey David quiso levantar un templo al Señor: aceptó Dios la idea, pero no quiso que ese templo de paz fuera construido por el Rey guerrero: reservó esta gloria al pacífico y sabio Rey Salomón. Terminada esta obra grandiosa, se celebró con pompa única la dedicación. Miles y miles de animales fueron sacrificados en honor del Dios de Israel. Manifestóse el Señor a Salomón y le dijo: “He escuchado tu oración, y he elegido este lugar como mío, como casa mía. Mis ojos estarán abiertos, y mis oídos atentos a la oración de todos los que me invocarán en este lugar; pues, he elegido y santificado este lugar, a fin de que él lleve eternamente mi nombre, y mis ojos y mi corazón estén sobre él en todo tiempo” (II Paralip. 7, 12. 15. 16.).
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Necesidad del Templo.
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Dios es infinito y está en todas partes: “Si subo a los cielos, Tú estás allí; si bajo a los infiernos, allí también estás. Si tomo las alas de la aurora, y voy a habitar a los confines del mar, allí también me conducirá tu mano, y tu diestra me cogerá (Salmo 138, 8.9). Sin embargo, la naturaleza misma nuestra exige, para elevarse más a Dios, revestir su culto interno de las cosas sensibles, necesita hacer su oración en un lugar, que por la suavidad de sus luces, por el recogimiento de su silencio, por la belleza y espiritualidad de sus líneas, por la grandiosidad de su construcción y la magnificencia de su ornamentación, contribuya a elevar a dios todos sus sentidos y potencias.
La constitución misma de la Iglesia, sociedad jerárquica, cuyo fin es tributar a Dios un culto social, santificar a sus miembros por medio de los Santos Sacramentos pide la existencia del templo, lugar sagrado del que de un modo especial emanan torrentes de la gracia sobrenatural.
El Cenáculo fue el primer templo cristiano: allí en la víspera de su pasión, consagró el Señor su propio cuerpo y su sangre; allí se reunieron los Apóstoles con la Santísima Virgen a esperar el Espíritu Santo. Desgraciadamente esta reliquia veneranda está hoy entregada al culto del Islam.
Fuente: Liturgia, Santiago de Chile, F.C.C.F., 1935.

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