sábado, 3 de abril de 2010

Sábado Santo.


La sepultura.
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No conocemos con exactitud el modo como los judíos sepultaban a sus difuntos en aquella época. Probablemente, después de bajar el cuerpo de Jesús lo envolvieron en un lienzo, cubriendo su cabeza con un sudario. Luego lo perfumaron y lo ligaron con fajas de lino rociadas de mirra y áloe. Pero, ante la inminencia del descanso festivo, no pudieron ungirle con bálsamo, cosa que pensaban hacer las mujeres pasado el sábado. El mismo Jesús, cuando alabó el gesto de María en la unción de Betania, había anunciado veladamente que su cuerpo no llegaría a ser ungido.
Depositaron el cuerpo de Jesús en el sepulcro con suma piedad, y lo cerraron.
Mientras tanto, las mujeres que acompañaban a la Virgen (entre ellas María Magdalena , María de la de Santiago y Salomé) siguieron de cerca todas estas operaciones y vieron el sepulcro y cómo fue colocado su cuerpo. Regresaron a la ciudad y, antes que fuera demasiado tarde por el descanso sabático, prepararon aromas y ungüentos.
Todos volvieron enseguida a sus casas. Juan, a quien el Señor le había confiado su Madre en el último momento, la llevó consigo, la tomó como suya. Se inició entonces una relación, un intercambio de pensamientos y de afectos que quedará bien reflejado en su evangelio. Algunos discípulos y las santas mujeres quedarían cerca de la Virgen. No parece que celebrasen la cena pascual, como hicieron los judíos esa noche.En cuanto a los judíos, recordaron unas palabras de Jesús acerca de su resurrección al tercer día. Por eso, sin respetar el descanso sabático y la gran solemnidad de la Pascua, se presentaron de nuevo en el pretorio al día siguiente para exponer a Pilato los temores que aún tenían.
(….)
El cuerpo de Jesús ha quedado en el sepulcro. Cuando nació no dispuso siquiera de la cuna de un niño pobre; en su vida pública no tendrá dónde reclinar la cabeza, y morirá desnudo de todo ropaje. Pero ahora, cuando es entregado a los que le quieren y le siguen de cerca, la veneración, el respeto y el amor harán que sea enterrado como un judío pudiente, con la mayor dignidad posible.
No debemos olvidar nosotros que en nuestros sagrarios está Jesús ¡vivo!, pero tan indefenso como en la cruz, o como en el sepulcro. En la Sagrada Eucaristía Jesús permanece entre nosotros. Allí se encuentra verdadera, real y substancialemte presente. Es el mismo de Betania, de Cafarnaún, del Calvario…, aunque ante nosotros aparezca bajo los signos sacramentales del pan y del vino. Estos no nos permiten la alegría de su visión sensible, pero nos dan la seguridad de su presencia real. Non est alius, sed aliter; no es otro, sino que está de otra manera. Tenemos la inmensa suerte de poder tenerle en todos los pueblos y ciudades y en todos los tiempos: Yo estaré con vosotros siempre…, había prometido. Allí nos espera. El sagrario es el lugar privilegiado del amor de Cristo hacia nosotros y de nosotros hacia Él. “La Eucaristía nos acerca siempre a aquel amor que es más fuerte que la muerte” (Juan Pablo II).
Francisco Fernández Carvajal: Como quieras Tú. Cuarenta meditaciones sobre la Pasión del Señor. Madrid. Ediciones Palabra. 1999.

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