viernes, 23 de abril de 2010

De la enseñanza de Benedicto XVI (III).

“/”Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros”/ ¿Y no tiene pleno sentido la petición de misericordia a Cristo en el momento en que se da de nuevo como cordero indefenso a nuestras manos, él que es el cordero sacrificado, pero también triunfador y posee la llave de la historia (Ap. 5)? ¿Y no es congruente pedirle la paz a él, el indefenso y, como tal, triunfador, especialmente en el momento de la comunión, cuando la paz fue uno de los nombres de la Eucaristía en la Iglesia antigua, porque suprime las fronteras entre el cielo y la tierra, entre los pueblos y Estados, y une a la humanidad en el cuerpo de Cristo?” (Te cantaré en presencia de los ángeles, 2005).
“Nuestras comunidades, cuando celebran la Eucaristía, han de ser cada vez más conscientes de que el sacrificio de Cristo es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse “pan partido” para los demás y, por lo tanto, a trabajar por un mundo más justo y fraterno. Pensando en la multiplicación de los panes y los peces, hemos de reconocer que Cristo sigue exhortando también hoy a sus discípulos a comprometerse en primera persona: “dadles vosotros de comer” (Mt. 15, 16). En verdad, la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo” (Sacramentum caritatis, 2007).
“Eran asiduos –dice San Lucas- en la fracción del pan y en la oración”. Al celebrar la Eucaristía, tengamos fijos los ojos en la sangre de Cristo. Comprenderemos así que la celebración de la Eucaristía no ha de limitarse a la esfera de lo puramente litúrgico, sino que ha de constituir el eje de nuestra vida personal “conformes con la imagen de su Hijo” (Rom. 8, 29)” (El camino pascual, 1990).
“Unir el propio destino a Dios significa múltiples ataques y fracasos exteriores; significa también la angustia interna de no alcanzar el listón de lo debido, el dolor del fracaso, la conciencia de no haber sido auténtico grano de trigo y, lo que es tal vez lo más opresivo, lo más grave de todo: significa la pequeñez de lo hecho frente a la magnitud de lo encomendado. Quien lo sabe comprenderá por qué el sacerdote dice cada día antes del prefacio: “Orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro sea aceptable a Dios, Padre omnipotente”. Y abandona entonces la fácil palabrería y, en vez de ello, comprenderá en toda su enorme urgencia y atenderá esta llamada a contribuir a soportar la sagrada carga de Dios” (Servidor de vuestra alegría, 1995).

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