domingo, 21 de febrero de 2010

Primer Domingo de Cuaresma.

Vencedor de la tentación y nuevo Adán, Cristo pisotea a la serpiente que sedujo a nuestro primer padre; y los ángeles acuden a servirle.
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(I clase, morado) Sin Gloria. Tracto, Credo y prefacio de Cuaresma. Oración super Populum.
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Normas generales de la Cuaresma:
Los domingos de cuaresma son de I clase: no se permite conmemoración, ni de fiesta ni de solemnidad. Estas últimas (I clase) se trasnfieren al lunes (o siguiente libre)
Las ferias tienen cada día su misa propia. Las misas feriales de Lunes, Miércoles y Viernes tienen tracto después de la Epístola, en cuyo rezo ha de hacerse genuflexión. Al final de misa se dice la oración sobre el pueblo.
Las ferias de Cuaresma tiene preferencia ante las fiestas de los santos de III y IV clase, que se conmemoran. En las fiestas de I y II clase, se conmemora la feria.
Se prohiben las misas votivas y cotidianas de difuntos.
Se suspenden las solemnidades nupciales durante la cuaresma.
No se ponen flores ni reliquias en los altares.
Los ornamentos son morados si no se celebra la festividad de un santo.
Se permite el uso del órgano durante la misa solamente para sostener el canto. Nunca sólo.
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Reflexión
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In nomine Patris, et Filli et Spiritus Sancti.
“In illo témpore: Ductus est Jesus in desértum a Spíritu ut tentarétur a diábolo. El cum jujunásset quadragínta diébus et quadragínta nóctibus, póstea esúriit. Et accédens tentátor dixit ei…” (Sequéntia sancti Evangélii secúndum Matthaeum 4, 1-11).
“La Cuaresma conmemora los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, como preparación de esos años de predicación, que culminan en la Cruz y en la gloria de la Pascua. Cuarenta días de oración y de penitencia. Al terminar, tuvo lugar la escena que la liturgia de hoy ofrece a nuestra consideración, recogiéndola en el Evangelio de la Misa: las tentaciones de Cristo (Cfr. Mt 4, 1-11)
“Una escena llena de misterio, que el hombre pretende en vano entender –Dios que se somete a la tentación, que deja hacer al Maligno-, pero que puede ser meditada, pidiendo al Señor que nos haga saber la enseñanza que contiene” (San Josemaría Escriva, Es Cristo que pasa).
“Es la primera vez que interviene el diablo en la vida de Jesús, y lo hace abiertamente. Pone a prueba a Nuestro Señor; quizá quiere averiguar si ha llegado ya la hora del Mesías. Jesús se lo permitió para darnos ejemplo de humildad y para enseñarnos a vencer las tentaciones que vamos a sufrir a lo largo de nuestra vida: “como el Señor todo lo hacía para nuestra enseñanza –dice San Juan Crisóstomo-, quiso también ser conducido al desierto y trabar allí combate con el demonio, a fin de que los bautizados, si después del bautismo sufren mayores tentaciones, no se turben por eso, como si no fuera de esperar”. Si no contáramos con las tentaciones que hemos de padecer abriríamos la puerta a un gran enemigo: el desaliento y la tristeza.
“Quería Jesús enseñarnos con su ejemplo que nadie debe creerse exento de padecer cualquier prueba. “Las tentaciones de Nuestro Señor son también las tentaciones de sus servidores de un modo individual. Pero su escala, naturalmente, es diferente: el demonio no va a ofreceros a vosotros ni a mí –dice Knox- todos los reinos del mundo. Conoce el mercado y, como buen vendedor, ofrece exactamente lo que calcula que el comprador tomará. (…) Pero si ve la oportunidad no tarda mucho en señalarnos a vosotros y a mí cómo podemos conseguir aquello que queremos si aceptamos ser infieles a nosotros mismos y, en muchas ocasiones, si aceptamos ser infieles a nuestra fe católica” (Francisco Fernández C., Hablar con Dios).
“Después del Bautismo, se retiró Jesús al desierto inspirado, tal como lo consignan los tres evangelistas que narran este misterio, por el Espíritu Santo, dándonos un hermoso ejemplo de cómo debemos confiarnos a la dirección del Paráclito. La vida en el desierto fue ante todo una vida de oración continua, fervorosa y perfecta. Fue, además, una vida de penitencia, no sólo por el lugar un espacio de montañas peladas, de profundos barrancos y abruptos peñascales, y también por su soledad, inaccesibilidad y esterilidad, sino que, además, por el ayuno de cuarenta días y cuarenta noches; ayuno tan riguroso que Jesús, al terminarlo, tuvo hambre, es decir, experimentó el dolor, el agotamiento y la debilidad. Finalmente, fue una vida de tentación y de lucha con el espíritu del mal, aunque no en el sentido que Jesús fuese constantemente tentado.
“El Evangelio narra tan sólo tres tentaciones y aún las da como sucedidas después de cumplido el ayuno. ¿Por qué quiso el Señor vivir estos cuarenta días en el desierto. Primeramente, para experimentar todo lo que es propio de la naturaleza humana, aun lo más duro y humillante para El, con tal que no sea pecaminoso. Toda nuestra vida debe estribar en la oración, en la penitencia y la lucha contra las tentaciones; pues todo esto quiso El practicarlo y experimentarlo. Tan sólo el saberlo nosotros, nos sirve ya de gran consuelo. En segundo lugar quiso el Salvador servirnos de ejemplo en la oración, en la expiación y especialmente en la lucha contra las tentaciones, enseñándonos que debemos siempre estar preparados y vigilantes para rechazarlas, pues se nos pueden presentar de las maneras más variadas, con los caracteres más violentos, y aun tal vez los más peligrosos, mientras oramos o mientras nos entregamos a prácticas de mortificación. En tercer lugar porque quiso expiar, restaurar y reparar todo lo que el hombre había destruido, en grande y en pequeño, bajo ese triple aspecto Y ¡cuánto había que expiar! Por el abandono de la oración, y de la penitencia, y sobre todo por la debilidad en la tentación, la humanidad había poco a poco caído en la esclavitud de Satanás. En cuarto lugar, quiso el Salvador ganarnos la gracia necesaria para los rudos trabajos de la oración, de la penitencia y de la lucha contra la tentación. “Y esto es lo que realmente hizo. En efecto, en las sombrías horas de la lucha con los poderes infernales cuando nos sentimos solos y abandonados, ¡cuán dulce y consolador es pensar que nuestro buen Salvador no está lejos de nosotros, que está en nuestro mismo corazón, con la gracia que El mismo nos mereció! Esta vida en el desierto había de ser una preparación para el apostolado público. Nada es más apropiado que empezar toda obra importante con la oración, a fin de dar a Dios la gloria que de ella resulte y para conseguir la gracia necesaria para llevarla a cabo. La obra misma que el Divino Redentor iba a emprender, exigía aquella preparación. Tratábase nada menos que de la redención de las almas, que sólo podían ser compradas con la oración y la penitencia. Tratábase además de destruir el reino de Satanás en el mundo y, finalmente, de fundar el reino de la Iglesia. Jesús debía asegurarle la firmeza y la fuerza interior contra todos los enemigos. Esta fuerza interior reside en la oración, en la penitencia y en la lucha; las cuales infiltró Jesús para siempre en la Iglesia, mediante su vida en el desierto, ejemplo de la santa Cuaresma, tiempo de maniobras de la milicia cristiana (praesidia militiae christianae), durante la cual la Iglesia se templa y fortalece cada año. Si con el Bautismo del Señor tuvo lugar la inauguración externa del ministerio público, con la vida en el desierto tuvo lugar la inauguración interna. La oración, la penitencia y la lucha, son las armas del fuerte” (R.P.M. Meschler, Meditaciones sobre la vida de Nuestro Señor Jesucristo).
“Tendremos que vigilar, en lucha constante, porque permanece en nosotros la tendencia a desear la gloria humana, a pesar de haberle dicho al Señor muchas veces que no queremos otra gloria que la suya. También a nosotros se dirige Jesús: Adorarás al Señor Dios tuyo; y a Él solo servirás. Y eso es lo que deseamos y pedimos: servir a Dios en la vocación a la que nos ha llamado. El Señor está siempre a nuestro lado, en cada tentación, y nos dice: Confiad: Yo he vencido al mundo. Y nosotros nos apoyamos en Él, porque, si no lo hiciéramos, poco conseguiríamos solos: Todo lo puedo en Aquel que me conforta. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?.
Contamos siempre con la gracia de Dios para vencer cualquier tentación (Fernández Carvajal, op. Cit). “Pero no olvides… que necesitas de armas para vencer en esta batalla espiritual. Y que tus armas han de ser estas: oración continua; sinceridad y franqueza con tu director espiritual; la Santísima Eucaristía y el Sacramento de la Penitencia; un generoso espíritu de cristiana mortificación que te llevará a huir de las ocasiones y evitar el ocio; la humildad del corazón, y una tierna y filial devoción a la Santísima Virgen: Consolatrix afflictorum et Refugium peccatorum, consuelo de los afligidos y refugio de los pecadores. Vuélvete siempre a Ella confiadamente y dile: Mater mea, fiducia mea; Madre mía, confianza mía” (Fernández Carvajal, op. Cit).
In nomine Patris, et Filli et Spiritus Sancti.

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